Cultura
La influencia de Poe en Alejandro Guanes y el novecentismo paraguayo
Edgar Allan Poe y Alejandro Guanes. Cortesía
Alejandro Guanes murió sin publicar libro, en el año 1925. Sus dos únicas obras son póstumas: Del viejo saber olvidado (1926) y De paso por la vida (1936). El primero reúne sus ensayos, místicos a la manera de Maeterlink. El de versos es romántico al estilo de Poe.
Me interesa estudiar la relación entre Guanes y Poe, y más generalmente, entre la así llamada generación novecentista en el Paraguay y el poeta de Baltimore. Es muy conocida la traducción que Guanes hizo del poema “Ulalume”. Según Manuel Domínguez, quien escribió el prólogo para De paso por la vida, es más musical y superior que la del colombiano Carlos Arturo Torres. Los poetas del Colegio Nacional rechazaron el ejemplo de Rubén Darío, principal representante y acaso iniciador del modernismo latinoamericano. Manuel Gondra, a quien el propio Darío llama “mi demoledor”, fue su principal libelista en Paraguay, todo lo cual puede leerse en la valiosísima obra de Raúl Amaral. Fue menos revisada, acaso ignorada, la influencia de Poe en estos poetas. Puede que haya sido una moda, un hábito de lectura, pero además es posible que la estética del autor de “El cuervo” haya estado más cerca de lo que Gondra dice “la realidad paraguaya”.
Guanes no solo recoge esta influencia en su trabajo como traductor, sino que además lo imita sin ningún pudor. Ejemplar es el caso de “Las leyendas” (1909), su composición más alabada por sus contemporáneos y la que finalmente gozó de trascendencia histórica. En términos formales, el poeta paraguayo utiliza la misma versificación de “Ulalume”, versos de dieciséis sílabas en hemistiquios de ocho más ocho; los típicos versos largos, cadenciosos, musicales de Poe. También hace préstamo de otros recursos como las reiteraciones de estrofas enteras, que dan la sensación de una conciencia que se demora entre la vigilia y el sueño. En cuanto a los temas, H. Rodríguez Alcalá dice que Guanes no es un “poeta épico, cantor del heroísmo de sus padres”. En cambio, prefiere cantar a la muerte (“Buena amiga, no me asusta / tu obscuridad ni tu nombre”), al Quijote (“en tu entereza consiste / que la aventura más triste / que tu espíritu alborote / nunca dices, Don Quijote”) y a Edgar Allan Poe (“la campana de recuerdos, la campana de añoranzas, / la campana de Edgar Poe).
En “Las leyendas”, Guanes inaugura quizá el tópico de la haunted house en Paraguay, que fue tan querido por los ingleses desde Walpole en adelante:
Caserón de añejos tiempos, el de sólidos sillares
Con enormes hamaqueros en paredes y pilares,
El de arcaicas alacenas esculpidas
Manuel Domínguez opinó que “sus estrofas [de Guanes] resultaban intensamente plañideras cuando le daba por imitar las lúgubres armonías del autor” y que “sus notas propias no son las de Poe”. Sin embargo, en la obra de Domínguez encontramos también dos traducciones de poemas del escritor estadounidense: “El cuervo” y “Las campanas” (Estudios históricos y literarios). Las orientaciones políticas y estéticas de ambos son bien distintas. Domínguez sí fue un poeta épico, que cantó las gestas de la “raza”. Guanes, que era de familia adinerada y se educó en el San José de Buenos Aires, siguió el camino de la teosofía de Blavatsky, del misticismo de Maeterlinck e incluso del espiritismo de Alain Kardec. Su madre murió cuando era apenas un niño y su hijo Hiram moriría en el año 1904, cuando el poeta se encontraba en las filas de la revolución en Villeta. Tuvo, como puede verse, suficientes motivos personales como para preocuparse del tema de la muerte, de los espíritus y de la escatología.
Sobre la muerte de Hiram escribe:
Cunas y tumbas marcan la huella de nuestro paso
como jalones blancos y negros
Domínguez, por su parte, abrazó el proyecto de renacimiento de la patria en tiempos de la posguerra, un proceso de construcción simbólica de la paraguayidad que aterriza en el volksgeist del romanticismo alemán y en el ideal republicano. Paradójicamente, el modernismo en Paraguay fue siempre una mirada hacia atrás, hacia el pasado mítico de la nacionalidad.
El sentimiento de la proximidad de la muerte no era exclusivo de Guanes, sino un padecimiento colectivo (un mal de siglo), en tanto que “aquel cadáver de pueblo” (H. Rodríguez Alcalá) que era Paraguay estaba aún tibio, por eso no es extraño que los poemas de Poe y el terror gótico hayan circulado profusamente entre los jóvenes poetas del Colegio Nacional. Arturo Torres traduce el primer verso de “Ulalume” como “Los cielos cenicientos y sombríos”; en cambio, Guanes descansa la vista en aquella escena, como si con ello quisiera traer al poema de Poe la imagen desolada de Paraguay: “Era un lóbrego paisaje: cielos tristes, cenicientos”.
El póra que primero aparece en “Las leyendas” es el espectro de una mujer, cuya descripción corresponde perfectamente al ideal de mujer paraguaya que esbozaron los intelectuales nacionalistas de la época.
Donairosa, blanca dama de peinetas y mantillas,
¡Qué bien luce sus fulgores en tus hombros la espumilla!
Según me refirió la museóloga y poeta Alejandra Peña en una conversación por WhatsApp, la espumilla cruzada al hombro y atada a la cintura sigue siendo parte del “traje típico” usado por algunas escuelas de danza folklórica. Las peinetas y mantillas son elementos españoles que fueron incorporados durante la colonia a la vestimenta criolla, de manera que cubrieran más el cuello, los hombros y el pecho de las mujeres. La fantasma de Guanes parece corresponder con esa imagen congelada en el tiempo de la mujer paraguaya, a través de la cual se exacerba el nacionalismo patriarcal. Dice Alejandra: “La imagen mítica de la mujer es un frankestein de mujer blanca, católica, guaraní pero no india, sumisa, etcétera”.
El otro fantasma es “el mancebo”:
tú que arrastras en la sombra la muleta
de morrión de tosco cuero y uniforme de bayeta,
¿te amputaron esa pierna tras de bélicos horrores…?
El soldado fantasma encuentra quizá su primer precedente literario en “El espectro” de Próspero Pereira Gamba, que cuenta cómo un joven guerrero huye en su overo de la sangrienta aparición. En el poema de Guanes es el fantasma que ya está de regreso en su casa, pero que no puede reunirse con su amada. El poeta resuelve este desencuentro con el mito de Orfeo y Eurídice, diciendo: “le espera aún quizás, a un impávido guerrero que al partir besó tu frente, y que el rostro volvió atrás”. De cualquier manera, habla de un “tiempo que pasó” y que ha dejado sus ruinas y fantasmas. Como también lo hace el poema “El Pombero” de Ignacio A. Pane, que no es la voz de los pájaros, que no es la voz del suindá ni del urutaú, que “ni siquiera es el rapaz que nos visita / para hablarnos como el cuervo de Poé (sic)”, sino “la sombra del pasado, el alma del indígena infeliz”.
Si Poe canta en “Ulalume” al fantasma de la belleza que ha muerto, Guanes trae al “viejo caserón” de “Las leyendas” aquellos que corresponden al soldado muerto en batalla y su viuda, sobre cuyas muertes ejemplares se edifica la idea del ser paraguayo. Por lo tanto, la idea difundida por algunos historiadores de que Guanes no participa del proyecto político del novecentismo es al menos cuestionable. En cambio, ocurre un fenómeno singularísimo, un poema que podría ser tomado como una fina imitación del “Ulalume” de Poe –hablo de “Las leyendas”– encubre algunos símbolos esenciales del modernismo local. Dice Rodríguez Alcalá: “El dolor de sus padres no le era del todo indiferente”.
La primera estrofa del poema se repite al final, es la imagen de la lluvia que progresivamente va cobrando la forma de los muertos:
¡Son los muertos!… ¡En las sombras alocado el viento brega,
Ya blasfema, ya baladra; ora silba y ora juega
con el tul de la llovizna, con las ramas que deshoja,
con la estola de una cruz…
No recuerdo exactamente dónde leí que el panorama de Paraguay inmediatamente después de la guerra era un “horizonte de cruces y ñandutíes”. Esta imagen hace referencia a la costumbre tradicional de vestir las cruces, sobre todo las cruces funerarias, con una estola de ñandutí. Goycochea Menéndez también menciona el uso fúnebre de este tejido. Por ejemplo, en “En las selvas lejanas” dice: El espumoso ñanduti de la mortaja encrespábase a impulsos del viento tibio y perfumado, que venía del naciente. Y en “Guaraníes”: el sudario de ñanduti semejando a la distancia dos palomas de color de nieve posada sobre sus brazos. Por su parte, sabemos que Guanes, igual que Barrett o que Oscar Wilde, ocupó fragmentos de su obra periodística, siempre satírica y bajo el pseudónimo de “el sobrino de Camándulas”, a la vestimenta femenina. Sabemos también que él mismo se interesaba en los buenos trajes. Por lo tanto, en estos detalles, tanto en la ropa de la fantasma como en el detalle de la estola en la cruz, construye una estética típicamente novecentista.
Si bien el modernismo paraguayo se aleja del ideal rubendariano, que según Gondra “no ha alcanzado el sentimiento americano”, para dedicarse al proceso de “dolorosa reconstrucción”, como le llama Amaral, este no es absolutamente nativista. De hecho, como diría Viriato Díaz-Pérez, es un nativismo vegetariano, que se alimenta de raíces griegas y latinas. Quizás no hallamos “aquel cortejo de princesas, marqueses, abates, cisnes, pavos reales, sátiros, ninfas” de Darío, pero sí el ejemplo de Poe, tanto en cuestiones estilísticas como temáticas, que quizá consultaban mejor “la realidad del Paraguay” a la que alude Manuel Gondra. Ante esa patria que “levantaba su lívida cabeza”, el modelo de Poe, sobre todo del Poe lírico, ofreció el imaginario y la cadencia del luto, a la vez que la mueca apropiada para el horror.
Tampoco es de extrañar, ya que la Francia de Baudelaire también abrazó el ejemplo y la conducción de Poe en su momento, que “Las leyendas” de Guanes haya sido el primer poema traducido al francés, específicamente en la Anthologie de la poésie ibéroaméricane, de la editorial Nagel, de París.
Las leyendas
En el báratro de sombras alocado el viento brega
ya blasfema, ya baladra, ora silba y ora juega
con el tul de la llovizna, con las ramas que deshoja,
con la estola de una cruz,
ya sus ímpetus afloja, ya retorna, ora dibuja
del relámpago a la luz
un fantástico esqueleto que aterido se arrebuja
del sudario en el capuz.
Caserón de añejos tiempos, el de sólidos sillares,
con enormes hamaqueros en paredes y pilares,
el de arcaicas alacenas esculpidas, qué de amores,
qué de amores vio este hogar,
el que sabe de dolores y venturas de otros días,
estructura singular,
viejo techo ennegrecido, qué de amores y alegrías
y tristezas vio pasar!
Por los ángulos oscuros de sus cuartos vaga el pora
Es quizás un alma en pena que la vida rememora,
vida acaso de grandezas, tal vez mísera existencia,
vida de héroe tal vez!
En pesada somnolencia la tertulia se sumerge
en confusa placidez:
es la hora en que sus formas toma el pora y en que emerge
de la triste lobreguez.
Por las épicas leyendas que les cuento adormecidos,
ya mis hijos uno a uno van quedándose dormidos;
-las leyendas de portentos, de grandezas admirables
de aquel tiempo que pasó; –
con sus labios impalpables como un hálito ligero
dulce el sueño les besó,
como besa a las traviesas golondrinas del alero;
sólo insomne velo yo.
Y a mis ojos admirados cobran forma las escenas,
cobran forma y colorido las venturas y las penas
de la edad de mis abuelos, y oigo besos y suspiros
en las sombras palpitar;
en callados, tenues giros, por los ángulos desiertos
los escucho revolar:
son los besos y suspiros que arrullaron a los muertos
de un amor y de un hogar!
Donairosa, blanca dama de peinetas y mantillas,
¡qué bien luce sus fulgores en tus hombros la espumilla!
¿fuiste dueña de esta casa, despediste á un caballero,
y le esperas aún quizás,
á un impávido guerrero que el partir besó tu frente,
y que el rostro volvió atrás,
al través acaso, ansioso, de una lágrima luciente
por mirarte una vez más?
Y el mancebo, tú que arrastras en la sombra la muleta,
de morrión de tosco cuero y uniforme de bayeta
¿te amputaron esa pierna tras de bélicos horrores
y hoy retornas al hogar,
al que sabe de dolores y venturas de otros días,
estructura singular,
viejo techo ennegrecido qué de amores y alegrías
todo un mundo vio pasar?
¡Son los muertos! En las sombras alocado el viento brega,
ya blasfema, ya baladra; ora silba y ora juega
con el tul de la llovizna, con las ramas que deshoja,
con la estola de una cruz;
ya sus ímpetus afloja, ya retorna, ora dibuja
del relámpago a la luz,
un fantástico esqueleto que aterido se arrebuja
del sudario en el capuz.
Alejandro Guanes, 1909
*Christian Kent es poeta, escritor, editor.
-
Destacado
Peña deja la cumbre del G20 en ambulancia tras sentir dolor en el pecho
-
Lifestyle
“Bungee jumping training”: saltar para estar en forma
-
Política
Falleció el abogado José Fernando Casañas Levi
-
Deportes
¿No habrá premiación si Olimpia grita campeón este domingo?
-
Deportes
Cuando Lionel Messi no conocía a Antonio Sanabria
-
Agenda Cultural
Paraguay e Irlanda celebran el legado de Madame Lynch
-
Deportes
¡Olimpia aguanta con uno menos y conquista su estrella 47!
-
Política
En redes sociales despiden a Casañas Levi