Cultura
El cambio de los partidos políticos en el gobierno y la oposición
Publicado por Intercontinental Editora, aparecerá próximamente el nuevo libro de Marcos Pérez Talia que analiza el proceso reciente de los dos partidos tradicionales del Paraguay: la ANR y el PLRA entre 2003 y 2018. Ofrecemos aquí un anticipo, oportuno en este momento preelectoral.
Revista Crisis. Cortesía
[…] Como los partidos tradicionales de Paraguay datan del siglo XIX, y mucha de sus dinámicas y tensiones se proyectan desde la génesis en 1887 a la actualidad, se torna necesaria una presentación mínima de la trayectoria histórica. No se busca “volver a la historia” o “hacer historia” sino describir las dinámicas políticas como procesos “que se desarrollan con el tiempo” [1].
A ese efecto, se abordan las dinámicas históricas de resolución de conflictos y las estrategias de competencia y coope- ración entre facciones. Esos recursos, aunque el pensamiento convencional muchas veces diga lo contrario, han sabido ser fuente de fortalecimiento de los partidos desde sus orígenes.
Los partidos tradicionales paraguayos no son instituciones homogéneas ni cohesionadas, sino todo lo contrario. La mayor parte de su existencia funcionaron como partidos fuertemente faccionados, con rivalidades extremas al interior de los mismos que ocasionaron, incluso, desmanes en la política nacional. En su afán de imponer su condición hegemónica dentro del partido, las facciones no han tenido problema para aliarse con facciones del partido rival. Si bien colaboran al inicio del gobierno a fin de obtener la mayor cantidad de espacios de poder, las tensiones se exacerban especialmente a medida en que se acercan las elecciones, por lo cual el desafío de integrar los mejores lugares de las listas se vuelve trascendental.
Una parte importante de los textos histórico-políticos de Paraguay se empecinaron en describir la vieja lucha partidaria como un enfrentamiento enconado entre dos bandos –colorados versus liberales– ubicados en las antípodas en donde, dependiendo de la afiliación del narrador, unos eran los buenos y cívicos, y otros los malos y bárbaros. En cambio, la realidad fue un poco más compleja. La historia partidaria paraguaya, desde su propio origen, no es solo un cúmulo de revoluciones, traiciones y golpes de Estado sino también de pactos intra y extra partidos, cuyo modus operandi tenía contornos propios:
“al lado de la cultura de la confrontación, existió también, y con una admirable vitalidad, una cultura de la concertación… Los pactos nunca fueron sometidos a la aprobación popular; en todos los casos fueron decisiones de las respectivas cúpulas partidarias. Y éstas, a su vez, actuaron bajo la irresistible influencia de aquellos jefes históricos” [2].
Al tiempo que pelearon interna y externamente, también supieron acordar la paz partidaria. Lo que varió en muchos casos fue la forma de zanjar los conflictos internos: “desde arriba”, abrazo, borrón y cuenta nueva; o “desde abajo”, como consecuencia de elecciones. El mismo momento de fundación de ambos dio una pauta.
En el coloradismo primó en muchas ocasiones un espíritu de “abrazo republicano” de cara a deponer temporalmente las armas, sea para retornar al poder (1938), o para seguir gobernando (1955, 1993, 1998, 2003 y 2018).
En el liberalismo, por el contrario, no abundan ejemplos de magnas conciliaciones partidarias y abrazos de concordia. El partido supo convivir con sus distintas grietas: cívicos ver- sus radicales en la década de 1890; saco puku versus saco mbyky previo a la guerra civil de 1922/23; dialoguistas versus intransigentes durante la dictadura del Gral. Stroessner. En todo caso, una de ellas acabó imponiéndose sobre la otra. En la era democrática post 1989, la concordia liberal se dio principalmente como consecuencia de las elecciones. Tras la transición a la democracia, de cinco partidos liberales existentes durante el stronismo, las elecciones de 1989 mostraron que solo el PLRA era el que tenía raíz popular. Los demás pasaron simplemente a integrarlo, por la mayor capacidad de arrastre popular de este último. Esta es la concordia “desde abajo”.
El temprano bipartidismo en el siglo XIX
Al finalizar la Guerra de la Triple Alianza en 1870, se sancionó una nueva Carta Magna inspirada en las constituciones de Argentina y Estados Unidos, que buscó implantar en el país el sistema democrático liberal en boga en las constituciones de los demás países americanos. Uno de los componentes más importante del nuevo orden constitucional fue la aprobación del sufragio universal masculino para todos los ciudadanos mayores de 18 años sin que importase la propiedad, raza o nivel de alfabetización. Eso abrió inmediatamente el juego político a la sociedad, para lo cual necesitaban organizarse. Esta nueva etapa denominada “era liberal” [3] constituye claramente el punto de partida de la política paraguaya moderna.
Las primeras luchas hunden sus raíces en los clubes políticos formados principalmente en el exilio, entre 1850 y 1860. Aunque una vez aprobadas las disposiciones electorales de 1870, estos clubes no pudieron competir eficazmente en el campo político. Eso marca, en realidad, el inicio de una línea evolutiva que va desde aquellos clubes políticos hasta la conformación y consolidación de organizaciones partidarias un par de décadas después [4].
Entre 1870 y 1887 (año de fundación de los partidos) se sucedieron ocho presidentes y sólo uno logró iniciar y culminar su mandato. Precisamente el único fue el Gral. Bernardino Caballero, presidente constitucional entre 1882 y 1886, y luego fundador del partido Colorado. Fue un periodo de golpes y asonadas, crisis económica y fraudes electorales.
En 1880 accedió a la presidencia provisional el Gral. Bernardino Caballero, catapultando a los militares lopistas [5] al gobierno, aunque con serias impugnaciones por parte de una emergente oposición en torno a la corrupción oficialista y la especulación financiera por la dilapidación de tierras públicas, so pretexto de necesidad de financiar al Estado empobrecido [6]. Fue durante el periodo presidencial del Gral. Caballero (1880-1886) cuando surgieron las primeras voces disidentes, no sólo desde afuera del oficialismo, sino principalmente desde adentro:
“Ninguna oposición al régimen imperante existía hasta en- tonces, en las cámaras ni fuera de ellas, siendo el partido pre- sidencial el único que primaba en las posiciones oficiales y en la opinión. Los núcleos y hombres de tradición liberal habían sido dispersos, asesinados o proscriptos de la República. De pronto, sin previo programa ni concierto para producir una disidencia en las filas del régimen, la cámara de Diputados, rompe la inercia de la disciplina partidaria bajo la acción fogo- sa de dos de sus miembros caracterizados: los diputados D. José María Fretes y D. Antonio Taboada” [7].
El régimen político iniciado en los años anteriores, comandado por la vieja guardia lopista, seguía gobernando el país, aunque ya brotaban con cierta pujanza las disidencias parlamentarias combinadas con reacciones espontáneas de la juventud. En ese ambiente de luchas, en febrero y junio de 1887 se intentó llevar a cabo elecciones para elegir parlamentarios en las que se enfrentarían candidaturas oficialistas y opositoras al gobierno; aunque, una vez más, el fraude y la violencia gubernamental empañaron el acto eleccionario. Fue el casus belli definitivo para que los sectores opositores decidan crear un partido político a fin de enfrentar, de manera organizada, al colosal poderío del grupo oficialista:
“La represión gubernamental… [De febrero y junio de 1887] probablemente fue el detonante final a un largo y sostenido periodo de abusos de poder y violaciones de las leyes electora- les que terminaron por vaciar el contenido democrático de la constitución vigente” [8].
El 10 de julio de 1887 un grupo de ciudadanos opositores al régimen decidió fundar el Centro Democrático, que un par de años después –en 1890– se llamaría partido Liberal. Su primer presidente fue Antonio Taboada, un antiguo combatiente de la guerra y devenido en opositor crítico al régimen imperante, aunque detrás de su liderazgo se agrupaba una combativa militancia juvenil encabezada por José de la Cruz Ayala y Cecilio Báez. Sus principales postulados eran la defensa irrestricta de la Constitución vigente de 1870, la libertad electoral, el fin de la dilapidación de tierras públicas y de la corrupción sistemática.
El sector oficialista no tardó mucho en fundar otro partido político, en respuesta al Centro Democrático, que sirviese para defender las acciones del gobierno. Bernardino Caballero logró organizar a los partidarios y simpatizantes oficialistas fun- dando la Asociación Nacional Republicana, mejor conocida como partido Colorado, en las reuniones del 25 de agosto y 11 de septiembre de 1887. Sin perjuicio del liderazgo natural del Gral. Caballero, el ideólogo intelectual fue José Segundo Decaed (antilopista y de tendencia liberal), y ambos lograron agrupar bajo el manto partidario oficialista a los viejos sobrevivientes del loísmo y a la alta burocracia estatal.
Cuando se creó el Centro Democrático –antecedente del partido Liberal– ya se observaron dos maneras de entender la política: una radical, liderada por José de la Cruz Ayala (Alón); y otra más moderada, defendida por José Zacarías Camino, Cecilio Báez y otros. La opción por una u otra se materializó a través del voto directo de los participantes, donde triunfó la segunda. No obstante, luego de la confrontación eleccionaria de ambos modelos, ganadores y perdedores suscribieron el acta e integraron la Comisión Directiva.
El coloradismo tampoco estuvo exento de diversidad al momento de su fundación. José Segundo Decaed y Juan C. González se ubicaban ideológicamente en las antípodas de Bernardino Caballero. Pero eso no significó un problema para que, sin siquiera someter a votación, pudiesen articular un proyecto de partido político. La posibilidad de constituir y consolidar un partido oficialista, fundado desde el ejercicio del poder, sirvió de incentivo suficiente para que coincidieran hombres tan disímiles como prestigiosos.
Para Angelo Panebianco, las características organizativas de un partido dependen, entre otras cosas, de su historia. Plan- teó que las peculiaridades del periodo de formación pueden ejercer su influencia sobre aquellas, incluso a decenios de distancia. Si tomásemos esta afirmación como válida, se podría conjeturar que el coloradismo es más proclive a la concordia “desde arriba” a pesar de cualquier diferencia, sobre todo en función de gobierno. Y que el liberalismo resuelve mejor sus conflictos por vía de elecciones, o sea “desde abajo”, especialmente en la oposición. Si bien la realidad partidaria es más compleja, se verá más adelante cómo algunas de estas trayectorias tuvieron la capacidad de seguir reproduciéndose incluso “a decenios de distancia”, tal como advertía Panebianco [9].
De esa forma arrancaba la lucha partidista en 1887 en la que cada bando adoptó símbolos distintivos y permanentes hasta la actualidad. Los colorados adoptaron el color rojo y la polka colorada; mientras que los liberales el color azul y la polka liberal, que más adelante sería reemplazada por la polka 18 de octubre. De manera profética, Arturo Bray señaló que:
“de ahí en más, el paraguayo que vota en las urnas, o lucha en los combates fratricidas, será liberal o colorado; todos los demás ‘ismos’, fracciones y desprendimientos no serán sino episodios de tránsito, o producto de una pasajera descomposición. Cualquier amago de formar nuevos partidos políticos resultará estéril, porque en el alma cívica sólo habrían arraigado dos convicciones profundas y definidas: liberalismo y coloradismo” [10].
A diferencia de otros países, la creación de los partidos en Paraguay fue posterior a la ley electoral y concesión de los derechos de sufragio, sirviendo esto último como “estímulo para el surgimiento de partidos de alcance nacional, pues sólo partidos verdaderamente nacionales tenían posibilidades reales de alcanzar el poder por medios electorales” [11].
Notas
[1] Pierson, Paul, 2000, “Increasing Returns, Path Dependence, and the Study of Politics”, en The American Political Science Review, Vol. 94, No 2, p. 264.
[2] Frutos, Julio Cesar y Vera, Helio, 1993, Pactos políticos, Asunción: Medusa, p. 9.
[3] Abente Brun, Diego, 1989, “The Liberal Republic and the Failure of Democracy in Paraguay”, en Journal of Latin American Studies, The Americas 45, No 4.
[4] Lewis, Paul H., 2016, Partidos políticos y generaciones en Paraguay (1869- 1940), Asunción: Tiempo de Historia.
[5] Eran básicamente los que colaboraron de manera cercana con el Mariscal Francisco Solano López, ya sea durante su breve gobierno como durante la Guerra de la Triple Alianza. Una vez finalizada la Guerra en 1870 las potencias vecinas –Brasil y Argentina– se encargaron, durante algún tiempo, de vetar cualquier intento de retorno al pasado.
[6] Brezzo, Liliana M., 2010, “Reconstrucción, Poder político y revoluciones (1870- 1920)”, en Telesca, Ignacio (coord.), Historia del Paraguay, Asunción: Taurus, pp. 208-209.
[7] Freire Esteves, Gomes, 1996, Historia contemporánea del Paraguay, Asunción: El Lector, p. 230.
[8] Gómez Florentín, Carlos, 2010, El Paraguay de la Post Guerra 1870-1900, Asunción: El Lector, p. 106.
[9] Panebianco, Angelo, 1990, Modelos de Partido. Organización y poder en los partidos políticos, Madrid: Alianza, pp. 108-109.
[10] Bray, Arturo, 1986, Hombres y épocas del Paraguay, Asunción: El Lector.
[11] Abente Brun, Diego, 1996, “Un sistema de partidos en transición. El caso de Paraguay”, en Mainwaring, Scott y Scully, Timothy (eds.), La construcción de instituciones democráticas: sistemas de partidos en América Latina, Santiago de Chile: Centro de Estudios para Latinoamérica, p. 248.
Nota de edición: Marcos Pérez Talia (2022), El cambio de los partidos políticos en el gobierno y la oposición. La ANR y el PLRA entre 2003 y 2018. Asunción: Intercontinental editora, 276 páginas. El texto aquí publicado corresponde a la introducción y al primer apartado del Capítulo I, titulado “La trayectoria histórica de divisionismo y cooperación en la dinámica de facciones de los partidos tradicionales de paraguay (siglo XIX a XX)”, pp. 27-34.
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Luis Lezcano C.
13 de noviembre de 2022 at 15:53
La Constitución de 1870, en realidad, es una copia de la Constitución argentina de 1853, la cual, a su vez, reproduce en gran medida la Constitución norteamericana.
Creo que hay que remarcar la coincidencia ideológica de los partidos tradicionales.
Asimismo hay que señalar su adscripción de clase coincidente respecto de las clases dominantes. Y el prebendararismo y el clientelismo como forma de vinculación con las clases populares con vistas a preservar cierta gobernabilidad y, más recientemente, para obtener sus votos.