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Cultura

De España a América: los peligros de la invertebración

A pocos días de un nuevo aniversario de la muerte de Ortega y Gasset, este análisis a propósito de la obra del filósofo español publicada hace cien años.

José Ortega y Gasset. Archivo

José Ortega y Gasset. Archivo

A principios de mayo de 1922, la prensa madrileña daba anuncio de la publicación de España invertebrada, de Ortega y Gasset, a la sazón astro emergente de una nueva filosofía que iba a brillar con luz propia en la Europa de entreguerras. El libro fue un éxito y en julio estaba ya agotado. La segunda edición se publicó en noviembre, y aún hubo que hacer una tercera antes de acabar el año porque el interés en el libro no dejaba de crecer. Con la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), el libro se quedó sin espacio político para ponerse en juego y medir su eficacia, pero volvió a ganarlo durante los años de la República, al menos en los primeros, y es por eso que contó con una nueva edición en 1934. De esa cuarta se hicieron en Chile dos ediciones más, una en 1936 y otra en 1937.

José Ortega y Gasset en 1922, en Madrid © Fundación Ortega-Marañón (El español)

José Ortega y Gasset en 1922, en Madrid © Fundación Ortega-Marañón (El español)

¿Qué lectura se hizo en América Latina de España invertebrada? ¿A qué obedeció el hecho de que se hicieran en Chile dos ediciones tan seguidas una de otra, por lo demás en unos años tan críticos para España? Eran, en efecto, los años primeros de la Guerra Civil, cuya conmoción tanto peso tuvo fuera de España. De inmediato se sintió en América latina una íntima necesidad de entender lo que tan lejos estaba pasando. Era una guerra lejana, sin duda, pero en cierto modo se la sentía próxima, a veces incluso como algo propio. La proclamación de la República en 1931 había abierto una nueva fase en las relaciones hispanoamericanas: España ya no era, o no era principalmente, o empezaba a dejar de serlo, la nación opresora del pasado colonial americano. A los nuevos ojos de la nueva época, España había dado o estaba dando el paso que la liberaba de su pasado imperial. La España republicana había ido con retraso frente a las repúblicas americanas, pero ahora, con la guerra, parecía como que se ponía a la vanguardia de una lucha internacional que trascendía los límites de su mera geografía: en la guerra de España se combatía el futuro del mundo.

Las ediciones chilenas de España invertebrada respondían a esa necesidad de entender, no tanto lo que estaba pasando en España, sino lo que había llevado a ello, las causas del proceso histórico que acababa en la guerra de 1936. Porque lo cierto es que, si bien por un lado el pasado colonial de las repúblicas americanas se hacía en cierto modo común con el pasado español, por otro era fácil advertir que desde las Independencias habían sido realidades que caminaban hacia adelante dándose la espalda, sobre todo en lo que hace a su relación con España.

José Ortega y Gasset y una de las primeras ediciones de España invertebrada. Archivo

José Ortega y Gasset y España invertebrada. Archivo

Es obvio que el libro de Ortega nada tenía que ver con eso, que había sido escrito y publicado en muy otra circunstancia y con muy otras miradas, que su horizonte interpretativo de la historia de España no contemplaba la guerra que iba a venir después. Y, sin embargo, más allá de ello y de la primera recepción del texto, en España y Europa, lo cierto es que en buena parte de América Latina España invertebrada se leyó en un contexto cultural que tenía como íntima necesidad el hacer luz sobre el proceso que lleva a los hechos de la guerra de España. Importa poco que a esto se lo califique de “lectura equivocada”, pues de lo que se trata es de dar cuenta de la efectiva experiencia de lectura que acompañó al libro en su aventura americana.

Del libro bien puede decirse que se trata de una suerte de “libro de España”, un libro de escritura ágil y estilo elegante, un ensayo de ideas que busca hacerse ensayo político de España. El proyecto orteguiano consistía precisamente en vertebrar una nación invertebrada, a la que describe como “partes de un todo” que viven como “todos aparte”. Ortega reflexiona sobre el doble proceso de incorporación y desintegración de la nación y del imperio, y en ello sigue muy de cerca los estudios de Theodor Mommsen sobre el imperio romano. Doble movimiento, pues, de ascenso y caída, pero visto en su unidad, lo cual era como decir que la forma del nacimiento conlleva la forma de la muerte.

José Ortega y Gasset. Archivo

José Ortega y Gasset. Archivo

El ensayo de Ortega es contra la muerte, claro está, y su proyecto político mira no solo a poner un dique de contención al proceso desintegrador, sino sobre todo a la construcción de una nación que tras la pérdida de las colonias había quedado en suspenso. Para Ortega, es claro que la invertebración lleva a la desintegración, y para ilustrar ese paso se sirve del desmembramiento americano del imperio español. Pero no se detiene ahí, pues llega a decir que lo mismo que causó la desintegración americana será la causa de la desintegración peninsular: “En 1900, el cuerpo español ha vuelto a su nativa desnudez peninsular. ¿Termina con esto la desintegración? Será casualidad, pero el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de la dispersión intrapeninsular”. Los nombres son muy variados y recorren de cabo a fin el texto: dispersión, disgregación, descomposición, desintegración; conceptos todos ellos alimentados por la invertebración que da título al libro y que el libro propone resolver con un ensayo de vertebración nacional traducido en proyecto integrador de las diversidades hispánicas.

Pero eso era antes, porque lo cierto es que la Guerra de España da al libro un contexto de lectura diferente: parece claro que en ese momento el proyecto político del libro ha quedado superado (la guerra es la evidencia del fracaso de cualesquiera ensayos de convivencia), pero a la vez ha quedado intacta la descripción del proceso desintegrador, su vértigo y su peligro, su implícita verdad, acaso confirmándola con las noticias que llegaban de una guerra que había conmocionado al mundo.

La historia que siguió después es conocida, y el libro, tras la dictadura franquista, supo jugar su eficacia en algunas partes de la nueva Constitución española de 1978 (no que esta se escribiera desde el libro, sino que el libro estuvo presente en el horizonte de problemas que la escritura constitucional estaba llamada a resolver). Y hasta ahora. Pero esto, claro, solo por lo que respecta a España. Porque el libro tiene también, sin duda, una lectura americana. Y las ediciones chilenas, aunque centradas en las urgencias de la guerra, parecían entonces poder reclamarla. O tal vez la reclamaban envuelta entre aquellas otras urgencias.

José Ortega y Gasset. Archivo

José Ortega y Gasset. Archivo

Esa otra lectura no tiene que ver (o no tiene que ver solo) con la invertebración de España, sino con la invertebración de América Latina. Porque llama la atención que las antiguas colonias inglesas encontraran tras la independencia una forma vertebrada y que no lo lograran las antiguas colonias españolas. Américo Castro lo dijo mucho mejor: “El hecho que más llama la atención, cuando se contempla desde el norte del continente americano, es la falta de unidad de la América de lengua española”. Castro habla de una falta de unidad sustancial y no política, que ya no hacía al caso, y veía en las diferencias de las formas de vida española e inglesa la causa de ello. Tal vez con razón, pero el resultado no cambia y deja intacto algo que pudo ser y no fue: la fragmentación del imperio español dio lugar a un proceso de independencia que se explica pluralmente, sobre todo porque explicarlo en su unidad acaso desvela el fracaso –por invertebrado– de aquellas independencias.

El dato, de hecho, son hoy los estados nacionales que de aquel proceso salieron, pero no nos engañemos buscando un plural que esconda el común proceso de desintegración del Imperio (algo que, como notaba Ortega, no es exclusivo de América, sino también de España). Dato de hecho, pues, pero tal vez no punto de llegada, sino tránsito hacia formas de integración supranacionales que cada vez se advierten –basta querer ver y saber mirar– con más fuerza en la región. Otra cosa es que los nacionalismos construidos por los nuevos estados jueguen en contra de un futuro que la mejor política reclama. Es obvio que la fragmentación de América Latina juega a favor de intereses ajenos, a la postre dominantes en la estructura geopolítica de nuestro tiempo, y es obvio también que no se trata de desandar ningún camino y buscar una unidad política imposible y ya sin demasiado sentido, pero no es menos obvio que la vida en América Latina podría ser muy distinta si a su fragmentación política se diera un horizonte de integración más eficaz y con verdadera voluntad de vertebración.

 

* Francisco Martín Cabrero es profesor de literatura en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Turín.

1 Comment

1 Comentario

  1. Mario

    16 de octubre de 2022 at 16:39

    Excelente texto. Ortega es un gran pensador

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