Cultura
Marcelo Medina: La derrota del sol
Marcelo Medina, de la serie "La derrota del sol", 2022. Cortesía
Entre los indígenas ishir del Gran Chaco paraguayo se practica a oscuras un ritual chamánico llamado Shu deich (“La derrota del sol”). Se trata de una ceremonia realizada en noches nubladas, carentes de luz lunar. Los chamanes comienzan a sacudir las maracas y cantar gravemente, sin descanso, desde que se apaga el crepúsculo hasta que se insinúan las claridades del amanecer siguiente. Vencen, así, simbólicamente, la omnipotencia del sol que encandila a veces con sus luces excesivas e impide a los ojos ver destellos que solo puede percibir, a ciegas casi, la aguda mirada.
Marcelo Medina, admirador de las culturas indígenas, toma esa figura para nombrar la búsqueda de tonos nocturnos y el intento de aguijar la mirada en la escena que permanece casi vacía cuando se ha corrido el telón y se han apagado las luminarias.
La exposición, realizada en la Galería Casa Mayor, exhibe obras correspondientes a los tres momentos de la última etapa de esta pintura. El primero presenta ya el leitmotiv de esta obra: la inexplicable figura del automóvil cerrado, ubicado en medio de un paisaje nocturno de fronda desmesurada. Pronto el artista advierte la necesidad de oscurecer aún más la tela, hasta entonces mitigada por tonos grisáceos, y derrotar completamente todo rastro de luz natural.
El segundo momento, realizado en Nueva York, parte directamente de superficies oscuras: papeles de algodón negro sobre los que trabaja con pintura iridiscente. Este empleo altera la relación forma/fondo: el negro no funciona como una base inerte, sino que adquiere un rol activo, determinante en el juego de figuras que simultáneamente mueven y frenan el relato. Porque se trata de eso: de plantear una narración interrumpida en algún trecho de su desarrollo, en sus inicios o a punto de culminar, quizá. Pero el acontecer mismo no está detenido y continúa virtualmente fuera del campo visual. Dado que el espectador no puede seguirlo con la mirada, debe imaginar lo que continúa más allá del cuadro o bien encontrar un principio de significación en un espacio hermético, cargado de sugerencias, pero parco en indicios claros.
Tras la experiencia del uso del negro pleno como soporte-figura, el tercer momento, cumplido ya en Asunción, trabaja sobre la base azul de Prusia (Marcelo identifica la cercanía de Colombino en este tono). Este azul negruzco termina por erradicar las luces e imponer tonos sombríos que rodean y tiñen la atmósfera, apenas animada por astros ficticios. Los colores cálidos han sido suprimidos de este escenario umbrío, radicalmente nocturno.
El uso de la oscuridad como fondo, como atmósfera, como presencia continua, (como contenido de su propuesta), proviene, en parte, del cine, en especial el film negro, desarrollado en los Estados Unidos, básicamente durante las décadas de los 40 y 50 y muy vinculado con la literatura y las artes visuales. Conocedor de este género, Marcelo desarma el clima tenebrista y las historias de amores fatales, de gánsteres, detectives y autopistas, propios de esta tendencia, e incluso, de la asumida por el neo-noir. El artista sustituye la sordidez urbana por la presencia de paisajes abiertos y solitarios, invadidos por la desmesura de vegetaciones que parecen devorar los autos, únicos protagonistas de sus relatos.
Ya queda dicho que los relatos (o el único relato) de Marcelo intensifican el puro momento del presente y, aunque empujan a un más allá del campo visual, carecen de desenlace. Este “final abierto” se encuentra constreñido por las marcas pesimistas del cine negro; por más que quepa un trabajo de imaginación para intuir o inventar lo que sucede con los autos más allá de la escena, no serían verosímiles los finales felices en una historia cargada de pesimismo y cercada por la fatalidad. Pero en el plano (y los planes) del arte, ninguna posibilidad puede ser descartada. En lo inmediato, lo que vemos en la obra de Marcelo Medina es un auto en cada pintura, estacionado o avanzando en plena noche o, por lo menos, en plena oscuridad, ya que ni siquiera se conoce de dónde provienen la no-luz o las claridades teatrales. Los autos tienen los vidrios cerrados; son vidrios ciegos no por haber sido polarizados, sino porque detentan una opacidad resistente a la acción de la mirada. Son autos, pues, que despiertan sospechas: cobijan algo que parece prohibido, huyen sin causa conocida, avanzan por entre espesuras de escala jurásica. Esa situación remite a tres figuras vinculadas entre sí.
La primera es la de la inminencia, marca del arte, según Borges: algo cercano está por ocurrir, pero no se sabe cuándo lo hará; tampoco se sabe de qué se trata y ni aun si ocurrirá. La amenaza no se encuentra en el contenido del suceso, sino en su carácter desconocido: nadie puede protegerse de lo que no se muestra ni se anuncia con certeza.
La segunda figura, vinculada con la anterior, es la de lo siniestro, en el sentido freudiano del término (das Unheimliche): una situación calma y, aparentemente, inocente (un auto, la noche, las hojas), deviene inquietante por el clima que la rodea; se vuelve angustiante no por lo que muestra, sino por lo que insinúa. El monstruo más temible es el que no aparece; el término deriva del latín monere-monstrum, que significa una enigmática advertencia de la voluntad divina. Es un aviso de algo esencial pero no manifiesto. Esa señal incompleta es el origen de la tragedia: lo que está ya determinado por los dioses y permanece velado para los mortales. “El arte –dice Mikel Dufrenne– es el heraldo de un mensaje imposible”. Un conjunto de formas indescifrables pero estéticamente ajustadas es tanto motivo de inquietud como principio de belleza, la noctámbula belleza que interesa al arte.
La última figura es la del acontecimiento: lo que, por un instante, abre un vacío y detiene el transcurso. Ese no-espacio/no-tiempo instaura la posibilidad de que los significados sigan corriendo, que se sucedan siempre y que indiquen vagamente el claror de una salida posible.
Nota de edición: La muestra La derrota del sol, de Marcelo Medina, que se realiza en el marco de Noche de Galerías, permanecerá habilitada hasta el 30 de septiembre en Galería Casa Mayor, Malutin 263, Asunción.
* Ticio Escobar es crítico de arte, curador, docente y gestor cultural. Fue presidente de la sección paraguaya de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA Paraguay), director de Cultura de la Municipalidad de Asunción y ministro de la Secretaría Nacional de Cultura. Es director del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro.
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