Cultura
Asunción, ciudad muy ilustre fundada el 16 de septiembre de 1541
© Juan Carlos Meza, Fotociclo
La ciudad de Asunción fue fundada formalmente el 16 de setiembre de 1541, por decisión de cuatro oficiales: el teniente de gobernador don Domingo Martínez de Irala, el tesorero Garci Venegas, el veedor Alonso Cabrera y el factor Carlos Dubrin, quienes dispusieron la creación de su cabildo y el asiento de las demás reglamentaciones formales, todo asentado en acta labrada por el escribano del rey, Juan Valdez y Palenzuela.
¿Qué había en ese lugar en ese momento? Una pequeña casa fuerte asentada en las cercanías de una población indígena, que fue siendo rodeada por las chozas de los conquistadores que acompañaron sucesivamente las navegaciones y exploraciones de Ayolas, Salazar y Gonzalo de Mendoza, a quienes se sumaron, ese año 41, los que abandonaron el insostenible fuerte de Buenos Aires para venir a instalarse en el de Asunción. Al momento de la fundación, entonces, residirían en el lugar alrededor de 600 habitantes europeos, más un número desconocido de indígenas kario-guaraní.
Comencemos por mencionar que su importancia geopolítica fue aumentando a lo largo de aquel siglo XVI, hasta revertirse la situación e iniciarse el proceso inverso: la declinación. La cédula real que distinguió Asunción con el título de “Ciudad muy Ilustre” fue promulgada en 1618, por el rey Felipe III.
El adjetivo ilustre se refiere a alguien o a algo al que se atribuyen virtudes tenidas por extraordinarias. En el caso de nuestra ciudad, según las razones expuestas en el documento real, recibió la distinción por ser capital de la provincia del Río de la Plata y haber proveído a la fundación de ocho ciudades en el proceso de conquista de esta región, durante el siglo XVI.
Es importante tener presente que este galardón fue concedido precisamente después de ordenarse la división de la Provincia del Río de la Plata, de la que, como se sabe, resultaron dos partes: la meridional, que conservó esa su designación original, mientras que a la fracción septentrional se le asignaron, indistintamente, los nombres de Guairá o Paraguay, de la cual quedó la ciudad Nuestra Señora de la Asunción como capital política. El título dispensado por la Corona no implicó nada más que la nominación honorífica, sin suponer privilegios especiales o jerárquicos.
Para comprender esto más cabalmente, es útil diferenciar los títulos concedidos por la Corona, como este que comentamos, de los lemas que las ciudades reclamaban para sí mismas, tal el de “la muy noble y leal ciudad de…”, una fórmula que se repitió con frecuencia. En España, hacia el siglo XVII, había un centenar de ciudades que ostentaban ese lema. Asunción, sin embargo, no se asignó a sí misma ni lo reclamó; al menos, no se conoce documento que lo consigne.
El cabildo de Buenos Aires, por el contrario, tomó la iniciativa de solicitar al rey ese título, alegando los muchos méritos que, según alegaban, esa ciudad había acumulado a lo largo de su existencia. Con el parecer favorable del Consejo de Indias, el 12 de agosto de 1716, se proveyó la cédula real que designó a Buenos Aires “muy noble y muy leal ciudad”, disposición que no ya era solo honorífica, no obstante, pues suponía la obligación de oblar a la Corona media anata, más los costos de tramitación y registro, que sumaban unos 430 maravedíes, cantidad que, de todos modos, no era una cifra importante, aunque deslustrara un tanto el blasón del título.
El título “madre de ciudades” también era de uso bastante corriente en la Hispanoamérica colonial. Así se autodenominaban las que habían servido de punto de partida para otras fundaciones. Mencionemos a Santiago del Estero —para no abundar en ejemplos— que adoptó el lema “La Muy Noble y Leal Ciudad de Santiago del Estero, madre de ciudades”, por haber propiciado la fundación de Nieva, Londres, Córdoba, Cañete, Orán, San Miguel de Tucumán, Salta, San Juan, Catamarca, La Rioja y Jujuy.
Es útil reiterar, para reforzar la memoria y corregir equívocos que se repiten con frecuencia incomprensible, que nuestra ciudad capital fue formalmente fundada con el nombre Nuestra Señora de la Asunción, sin título honorífico ni lema auto asignado. La variante “Nuestra Señora Santa María de la Asunción”, como a veces aparece mencionada, es apócrifa, vale decir, lo de “Santa María” no figura en ningún documento oficial. ¿Quién la introdujo y por qué? No lo sabemos.
Revisemos ahora, sucintamente, el papel que les cupo a Juan de Salazar Despinosa y Gonzalo de Mendoza en aquellos sucesos. Ambos recibieron del lugarteniente Domingo Martínez de Irala la orden de iniciar la construcción de una casa fuerte para que sirviese de base para la prosecución de la conquista iniciada en Buenos Aires. El sitio ya había sido escogido por Juan de Ayolas, de modo que Irala no tuvo más que delegar su encomienda en Salazar y Mendoza, quienes iniciaron las obras el 15 de agosto de 1537.
Como se sabe, esta es la fecha que se tiene por oficial con relación a la fundación de Asunción. ¿Por qué? Porque parece ser común entre los historiadores que, puestos a elegir, se inclinen por los actos y hechos con fechas más antiguas. En nuestro caso, no hay mucho que debatir porque nuestra capital, entendida como asiento formal del Gobierno de una provincia, con la creación de su ayuntamiento y ejerciendo efectivamente su función de organizar la administración política y económica, así como la distribución de solares entre la población, nació el 16 de septiembre de 1941 y no antes.
Muy revelador de la importancia de Asunción es que tan solo seis años después de su fundación, una bula del papa Pablo III confirmó su carácter de ciudad y capital al designarle sede de un obispado de cien leguas de jurisdicción “hacia todas las direcciones”.
Al igual que aquí, que entre el 15 de agosto de 1537 y el 16 de septiembre de 1541 se prefiere señalar la primera como fecha de celebración de la fundación de Asunción, en la Argentina se elige el 3 de febrero de 1536 como la de Buenos Aires, siendo que la fecha oficial y formal de fundación de la capital argentina fue el 11 de junio de 1580. En ambos casos, pues, se privilegian criterios no fundados en lo formalmente legal.
En el lapso trascurrido entre la fundación de la Asunción y la división de la provincia del Río de la Plata (1617), nuestra ciudad se acreditaba con otro título que solía asignársele en documentos oficiales y notariales: el de “Cabeza de las provincias del Río de la Plata”. Al respecto, dice Juan Francisco Aguirre: “Siendo tan gratos a los pueblos los derechos a los títulos de nominación como se ve generalmente en los dictados de los más, podría legítimamente aspirar el Paraguay, entre otros comunes que lo merece, al suyo antiguo de cabeza de estas provincias del Río de la Plata, habiéndolo sido cerca de un siglo con la singular preeminencia de refugio y madre de ellas”.
De la nobleza de origen y de la legitimidad de los honores recibidos por nuestra capital paraguaya no cabe sino reiterar que fueron todos legítimamente obtenidos e históricamente justificados, cosa nunca obstada. Es de lástima que sus habitantes no comprendamos ni el valor ni el significado de tan luminosos pergaminos.
* Gustavo Laterza Rivarola es investigador, docente y periodista. Su trabajo se desarrolla en las áreas de ciencias sociales e históricas. Es miembro de número de la Academia Paraguaya de la Historia y de la Academia Paraguaya de la Lengua Española.
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