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Cultura

“Tengo un tema”. Una historia sobre el rock en Paraguay

Así se titula el nuevo libro de Sergio Ferreira, que será presentado el próximo jueves. La obra, de casi 400 páginas y publicada por editorial Dos Maletas, recoge material inédito sobre la escena rockera nacional. Como primicia exclusiva, anticipamos aquí el segundo capítulo –“El Plymouth que paró una jugada (e inició otra)” –, donde el autor narra el nacimiento de la Baby Jazz, orquesta infantil creada por Rudy Heyn en los años 60.

Sergio Ferreira, autor de "Tengo un tema" (Dos Maletas, 2022). Cortesía

Sergio Ferreira, autor de "Tengo un tema" (Dos Maletas, 2022). Cortesía

Luisito está en medio de una jugada cuando escucha un silbido firme. Para de jugar automáticamente y corre a su casa. No hay vuelta que dar. Abandona la canchita, un arenal descampado más del barrio Tablada Nueva de Asunción, y acude al llamado de su abuelo. “Bañate —le dice Domingo Nereo Alvarenga, con la seguridad que lo caracteriza—, viene un señor que quiere hablar contigo”.

Unos minutos antes, ese mismo señor había llegado a la cuadra y le preguntaba, desde la ventanilla del Plymouth, dónde quedaba la casa de los Alvarenga. “Allá es”, le dijo, señalando su propia casa, antes de correr nuevamente detrás de la pelota. Luisito ni se imaginaba de quién se trataba. Unos minutos más tarde, su abuelo salía a la vereda y pegaba el silbido característico.

Rápidamente, el chico de ocho años se mete bajo la ducha. Vestido y peinado, con la ayuda primorosa de su abuela, se presenta al visitante: Rudy Heyn, el primer paraguayo en tocar una guitarra eléctrica. Pero Rudy no está solo, ha venido con su esposa y sus dos hijos, chicos de la misma edad que Luisito. Tanta gente alrededor indicaba que no era una visita cualquiera. “¿Querés formar parte de una orquesta?”, le pregunta el abuelo, quien también dirigía su propia agrupación musical.

Luisito ya venía incursionando en la percusión. Su papá también era músico, Chocho Alvarenga, pero el chico se había criado con sus abuelos, a quienes trataba como sus verdaderos padres.

Don Domingo le cuenta que los dos niños también tocan instrumentos: Rudy hijo, el piano; Miky, la guitarra; y que su papá está formando un grupo de niños al que solo le falta un baterista. “Vos decidís si querés o no”, le dice paternalmente el abuelo.

Un silencio inunda la sala. Se dibujan sonrisas en los labios de los presentes, que esperan la respuesta afirmativa del pequeño. Mientras la abuela deja escapar un lagrimón, Luisito se fija en una sonrisa en especial: la de su abuelo, que le indica que aprobaría lo que él decidiera. Ante eso, dijo que sí sin dudar, pues veía en la propuesta una nueva forma de jugar, de hacer lo que su padre y su abuelo hacían. Así, en esa tarde de octubre de 1960, Luis Alvarenga, el baterista hoy conocido como Riolo, pasó a formar parte de la Baby Jazz.

Ricardo Villalba y Rudy Heyn hijo. Cortesía

Ricardo Villalba y Rudy Heyn hijo. Cortesía

Apenas comenzaban los años sesenta y Asunción también había sido contagiada por el ritmo del twist, hermano menor del rock and roll. ¡Quién hubiese imaginado el cambio explosivo que el mundo estaba experimentando, en el que la combinación de la música con la urgencia juvenil marcaban el ritmo!

La Baby Jazz fue idea de Rudy Heyn: una orquesta integrada por niños. Él logró reunir a ocho chicos que empezaron a ensayar en su propia casa, en las proximidades del antiguo Hospital de Clínicas, en el barrio Doctor Francia. Don Rudy tenía un nombre ganado en la escena de la época. Aún eran los días de la orquesta típica y la orquesta jazz. La primera hacía polcas, guaranias, tango, milongas, valses. La segunda, obviamente, tocaba algo de jazz (preferentemente swing), además de los éxitos de moda, es decir: boleros, rock, baladas, bossa nova, pachanga y, por supuesto, twist.

Lo de “típica” y “jazz” era una terminología traída de Argentina, donde desde los años treinta ya se hablaba de las diferencias entre las orquestas típicas de tango y las de jazz. Aquí, en Paraguay, una “típica” podría llegar a ser “jazz” al mismo tiempo: los músicos comenzaban tocando repertorio de orquestas “típicas” y, luego del intermedio, tras un cambio de vestuario de sus integrantes, el grupo se convertía en orquesta de “jazz”.

Así, en las tardes de los lunes, martes y miércoles, los otros niños visitaban a los hermanitos Rudy y Micky: Zenón Vidaurre (guitarra), Papi Torres (acordeón), Ricardo Villalba (acordeón), Fredy Martí (contrabajo), Riolo Alvarenga (batería) y Gerardo Daniel Quintana (voz), quien era el mayor de todos, que contaba ya con trece años. Gerardito pronto se convertiría en Gerkin Daniel. Micky era el menor, tenía siete años. Los chicos pronto se hicieron muy amigos y esperaban con ansias el día de ensayo. Aún no existía la televisión y una orquesta era la mejor manera de pasar el rato.

Con la ayuda de papá Rudy y otros músicos, la Baby Jazz armó un repertorio que ensayaron afanosamente, hasta que llegó el día del debut.

La Baby Jazz en pleno, en la fonoplatea de Radio Paraguay. Cortesía

La Baby Jazz en pleno, en la fonoplatea de Radio Paraguay. Cortesía

La tarde del sábado 27 de enero de 1961, Luisito subió a la moto Jawa de su abuelo Domingo, bien empilchado con el uniforme de la Baby Jazz. Desde Tablada, cruzaron toda la ciudad hasta el Club Sajonia, donde se celebraba una fiesta que coincidía con el día del cumpleaños de don Rudy. El señor Alvarenga bajó a Luisito en la entrada del club, le dio su bendición y le dijo: “Vaya a triunfar, mi hijo”. Y hacia allí fue el pequeño Riolo con sus palillos en las manos. Era el comienzo de un grupo que tendría mucho éxito en la movida asuncena, hasta 1966, cuando se separaron. Los chicos ya estaban grandecitos, con ganas de abrazar el rock que comenzaba a sonar en todas partes.

La Baby Jazz era una orquesta singular entre todas las que existían en esa época, por su conformación infantil. Llegaron a grabar un disco compacto (que tenía el mismo tamaño que un simple, siete pulgadas, pero traía cuatro temas, dos de cada lado). El disco fue editado bajo el sello Guarania, uno de los principales de la época, y contenía versiones de éxitos del pop latinoamericano de esos primeros años sesenta: “¿Qué hago con el latín?”, un tema que cantaba Rita Pavone, entre otros intérpretes más, y en el que se expresa la preferencia de bailar el twist antes que aprender latín; “Señorita desconocida”, una ingenua canción de amor, típica balada rock; “Twist del tren”, éxito del chileno Sergio Inostroza y el grupo cordobés Los Teen Agers. En esta última canción, la guitarra hawaiana, la batería y el órgano recrean un veloz ferrocarril. Cierra el compacto la balada “Dime por qué”.

Veinte años después de aquel silbido de don Domingo, un sonido diferente captaría la atención de otro niño en un escenario distinto de la urbe asuncena. Eran como las campanas de un tren a punto de partir. Suena tentador, hay que subirse. Con pocos segundos de diferencia, este niño logra meterse a uno de los vagones, apretando los botones Play y Rec de la radiograbadora de donde partía el tren. Se escucha un ritmo trepidante, sobre el que canta una voz muy joven, en la que puede apreciarse toda la urgencia de una generación con ganas de apropiarse del mundo. La grabación es básica, como si estuviera hecha para el sonido de una emisora AM. Dos minutos y pico después, el viaje culmina y Alejandro Ortiz Aquino, “Chicle” para todos los oyentes, anuncia que acabábamos de escuchar a la Baby Jazz y su “Twist del tren”, un tema grabado en los años sesenta y que sonaba todas las mañanas de domingo en el auditorio de Radio Paraguay, la misma que aquel chico —que ya se habrán dado cuenta que soy yo— estaba escuchando. Es decir, me estaba enterando de la existencia de un grupo paraguayo de la misma época que Los Beatles, Animals o Los Rolling Stones, los grupos viejos que me gustaban en ese entonces. Ese tren encendió una de las chispas que activó la curiosidad que me trajo hasta estas líneas.

Las esquirlas de la explosión del twist habían llegado pronto a Asunción, como a tantas otras capitales del continente. El nuevo ritmo era más digerible que el rock and roll y fue utilizado por los canales de televisión y las disqueras del continente para crear productos de entretenimiento para el público juvenil, enmarcados dentro de una corriente conocida como Nueva Ola. Aquí todavía no había TV, pero la radio difundía los temas de El Club del Clan y otros productos latinoamericanos de esa Nueva Ola, mientras que las orquestas locales reproducían esas canciones.

Repito, aún no había tele, pero la radio daba mucho espacio a los shows en vivo. Pronto, la Baby Jazz se convertiría en el boom de las mañanas dominicales de Radio Paraguay, la emisora más importante de la época en lo que se refería a música nueva. Las principales radios tenían sus fonoplateas, que eran pequeños auditorios desde donde se transmitían los programas con el público presente. Cada sábado o domingo, esas radios de la era pre FM se llenaban de jóvenes y adolescentes ansiosos. Eran espacios de explosión de la histeria juvenil, y de expansión a través de las ondas radiales. Los chicos hasta clausuraban las calles tratando de ver a los músicos que tocaban en cada jornada.

Muchas veces actuaban también artistas internacionales, principalmente de México y Argentina.

Radio Paraguay estaba ubicada sobre la avenida José Gaspar Rodríguez de Francia casi Iturbe. “Su auditorio no era muy grande. En el fondo estaba el escenario, junto a la cabina de la consola. Un micrófono colgaba del techo, y allí actuábamos, con toda la gente que podía entrar. Había días en que no daba la capacidad del local con tanto público presente. Se armaban unos griteríos”, recuerda Rubén Antonio Gómez, de Los Teenagers, el grupo que tenía el horario central. Los chicos de la Baby Jazz tocaban antes que ellos.

Las actuaciones en las fonoplateas de las emisoras eran una gimnasia magnífica para las agrupaciones. Estaban obligadas a preparar un repertorio para cada semana, con los éxitos de moda, quitando de oído cada tonada. Además, por supuesto, era una vitrina para conseguir contratos en las fiestas de los clubes sociales.

Riolo Alvarenga en la batería. Cortesía

Riolo Alvarenga en la batería. Cortesía

La Baby Jazz se sumaba al negocio del entretenimiento, al menos aquel que era posible en una sociedad aplastada por un régimen autoritario. Eran niños tocando música, lo que resultaba atractivo para el público. Y tuvieron muy buena aceptación. Tenían el auspicio de la marca de helados Kibon (que repartía sus productos en las presentaciones de la Baby) y grabaron varios jingles publicitarios. Actuaron también fuera de Asunción, llegando a presentarse en Encarnación y en Posadas, donde tocaron frente a la recordada tienda Iñíguez, cerrando la calle con el público presente.

El grupo existió hasta que los chicos comenzaron a entrar en la pubertad, y en 1966 se separaron.

Para ese entonces, lo que reinaba era el sonido beat, influenciado por Los Beatles. Sin embargo, ya se perfilaban algunos grupos que preferían sonidos más rockeros a los ritmos bailables de moda.

La escena rockera se iba gestando.

 

* Sergio Ferreira es periodista, especializado en cine y música popular. Fue editor de artes y espectáculos de ABC Color, productor artístico de la radio Rock & Pop, corresponsal de Zona de Obras, redactor de las entradas sobre Paraguay en los diccionarios de Heavy Metal Latino, Punk y Hardcore, y colaborador de Folha de São Paulo y Selecciones. Es coautor del libro Adrián Barreto. Sendero de un trovador.

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