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Cultura

Asunción: La muy noble y leal plaza Independencia

La llamada "Plaza Mayor", 1902. Ramón Monte Domeq, “El Paraguay, su presente y su futuro”, 1912. Cortesía

La llamada "Plaza Mayor", 1902. Ramón Monte Domeq, “El Paraguay, su presente y su futuro”, 1912. Cortesía

La plaza llamada mayor era el primero y más importante espacio que se delineaba en el diseño de la planta de la ciudad colonial hispánica, en el momento de su fundación. Representaba el centro físico a partir del cual se organizaba el espacio en el que se desarrollaría la estructura edilicia, el funcionamiento de servicios públicos y la existencia de sus habitantes y autoridades; en resumen, la vida ciudadana. El término mayor no era, pues, un nombre de fantasía o de homenaje, sino la calificación política y urbanística que indicaba el sitio del corazón de la ciudad.

“La plaza mayor, donde se ha de comenzar la población, siendo de costa de mar, se debe hacer al desembarcadero del puerto, y si fuese lugar mediterráneo, en medio de la población. Su forma de cuadro prolongada que por lo menos tenga de largo una vez y media de su ancho, porque será más a propósito para las fiestas de a caballo y otras”, establecían las Leyes de Indias. A su alrededor se situaban los edificios públicos que simbolizaban las instituciones y el poder –cabildo, gobernación, catedral–, y en ella se realizaban las actividades cotidianas más significativas de la población, como trámites y gestiones, reuniones públicas, centro de informaciones, procesiones, mercado, entretenimientos, etc.

Se llamaban plazas de armas a los espacios que rodeaban o estaban al frente de los cuarteles militares. A menudo la artillería, si no tenía suficiente lugar intramuros, ocupaba los alrededores con sus aparatos, cureñas, herramientas y municiones. En algunos casos, las plazas mayor y de armas eran contiguas o cercanas; en otros, no. Después, con la expansión urbanística, fueron necesarios otros espacios abiertos para la ciudad, entonces la población y las instalaciones militares se fueron alejando, los mercados y ferias se reubicaron en los suburbios, los espacios abiertos centrales se fueron despejando de concurrencia numerosa, pareciéndose gradualmente mucho más a las plazas, paseos o parques tal como los vemos actualmente.

Arsenio López Decoud, Álbum gráfico de la República del Paraguay, Buenos Aires, 1911

Arsenio López Decoud, Álbum gráfico de la República del Paraguay, Buenos Aires, 1911

En Asunción, desde su fundación, durante toda la Colonia y gran parte del siglo XIX, la plaza Mayor era el gran espacio rectangular que está rodeado por el viejo colegio de los jesuitas (hoy Cámara de Diputados), por el frente oriental del actual edificio del Congreso, por el Cabildo, la Catedral y el camino real que se iniciaba en el puerto principal (hoy calle El Paraguayo Independiente). Hacia el sur de este cuadrilátero (frente a la actual Dirección de Correos), estuvo la Casa de los Gobernadores, hasta 1913. Es, pues, la plaza mayor más antigua del Paraguay y puede afirmarse, con seguridad, que no hubo otra en Asunción.

En nuestro país, la idea europea de que a los espacios y vías públicas había que diferenciarlos entre sí con nombres particulares, se adoptó bajo el Gobierno de Carlos A. López. La primera ordenanza de nomenclatura urbana para Asunción (1849) nominó las calles, pero no todavía las plazas.

La primera disposición municipal que le puso un nombre distinto a la plaza Mayor (Ordenanza n.º 42, de 1892) lo hizo reemplazándolo por Constitución, en homenaje a la primera Carta Magna de la República, de 1870. Ocho años después, otra disposición municipal estableció que el nombre Constitución se atribuiría a las “plazas de la Catedral, de la Constitución y de Armas, con los terrenos adyacentes que se adquieran…”. Pero los nombres de Armas y de la Catedral nunca figuraron en alguna disposición legal. ¿Cómo explicar esta confusión? Había allí, al lado oriental del Cabildo, dos cuarteles. ¿Habría sido ese el origen del nombre plaza de Armas, sobreviviendo largamente a la pérdida de su función original?

Debemos mantener presente un hecho de relevancia visual y urbanística: la antigua plaza Mayor fue siendo dividida por calles internas, apareciendo las cuadrículas que vemos hoy. Como la tendencia natural de la percepción humana es concebir cada fracción como un espacio individual y diferente, es comprensible que la gente haya ido otorgándole a cada una un nombre particular, aunque esta solución práctica nunca llegó a la nomenclatura legal porque la Municipalidad no se hizo cargo de ellas. Veamos más.

Evolución de los nombres de las plazas céntricas

En 1942, una ordenanza (649) se aplicó a dotar de nombres a muchos espacios asuncenos, como por ejemplo: parque Carlos Antonio López; parque Danrée; plazas Rodríguez de Francia, Italia, Teniente Herreros, plazoleta del puerto (luego Isabel La Católica), Independencia, (los cuatro cuadriláteros situados entre las calles Chile, Independencia, Palma y Oliva), paseo Irala (el jardín izquierdo del Cabildo), Constitución (el espacio situado entre el paseo Irala y la calle El Paraguayo Independiente, de norte a sur, y las calles Independencia Nacional y 14 de Mayo, de este a oeste (es decir, nuestra plaza mayor original). Además, la plaza Uruguaya, San Roque (el patio que rodeaba al antiguo templo), la plazoleta Artigas, el parque Caballero y la plazuela de la Recoleta (frente al templo homónimo).

Jardín original de la plaza IndependencIa, 1920, diseñado por Juan Samudio. Cortesía

Jardín original de la plaza IndependencIa, 1920, diseñado por Juan Samudio. Cortesía

Tan solo un año después (Ordenanza 970) se decidió una modificación: “Sustitúyese la denominación de la plaza “Constitución”, ubicada actualmente entre el Paseo Irala y la calle Buenos Aires (El Paraguayo Independiente), 14 de Mayo e Independencia Nacional, por la de Independencia”. Así, pues, nuestra antigua plaza Mayor, que a principios del siglo XX pasó a llamarse Independencia y después se convirtió en Constitución, recupera nuevamente su nombre Independencia, en 1943. Y, entonces, la que durante un año fue Independencia, pasó a denominarse de los Héroes, y esta, por haber quedado dividida por las calles en cuatro cuadriláteros, sufrió la inevitable multiplicación de nombres: de la Democracia, de los Héroes, de la Libertad y O’Leary. Sin embargo, la única que fue formalmente denominada mediante una ordenanza, fue la primera de las nombradas. A la de los Héroes puede considerársele que heredó y mantuvo el nombre original. A la de la Libertad parece que nadie la conoce por tal y, en cuanto a la plaza que llaman O’Leary, recibió su nombre de la mera costumbre, por la asociación que la gente estableció entre el lugar y el pequeño busto que fue allí erigido. El hecho de que allí haya un cartel municipal indicando ese nombre es otra curiosidad, porque no existe ordenanza alguna que lo haya formalizado.

Es algo evidente por sí mismo que poner nombres a sitios públicos es una necesidad práctica que pide soluciones sencillas. Es lógico, por tanto, que, si la Municipalidad no se toma la molestia de establecer la nomenclatura con el procedimiento correcto, aplicando después la señalización que es de rigor, la gente acaba haciéndolo por sí misma. De esto cabe inferir que los nombres de plaza de Armas, de la Catedral deben que ser el resultado de la confusión, de la falta de información, a un mismo tiempo, y el caso de la plaza O’Leary por mera y espontanea asociación de un espacio con un objeto llamativo situado en su interior.

En lo que toca a la plaza que últimamente algunos dieron en llamar de Armas, es un error que no data de mucho tiempo atrás sino de pocos años. Mucha gente recordará todavía el cartel municipal plantado en la esquina de El Paraguayo Independiente y 14 de Mayo, pintado de color verde, que rezaba claramente: “Plaza Independencia”, que un día desapareció, sin que nadie diese cuenta del motivo.

Todas las ciudades se precian de tener al menos un espacio físico de honor con el nombre original, el tradicional o el que les parece más honroso. Se podría hacer una larga lista, desde las ágoras de la antigüedad clásica hasta las nuestras actuales, de las majestuosas plazas que orgullosamente ocupan los centros urbanos. Esto nos hace preguntar: ¿Qué otra designación que no fuese el insigne y glorioso nombre Independencia podría merecer el lugar donde sucedieron íntegramente los hechos del 14 y 15 de mayo de 1811, el espacio auroral de esta patria? Nunca debió ni deberá dejar de llamarse así.

 

* Gustavo Laterza Rivarola es investigador, docente y periodista. Su trabajo se desarrolla en las áreas de ciencias sociales e históricas. Es miembro de número de la Academia Paraguaya de la Historia y de la Academia Paraguaya de la Lengua Española.

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