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Cultura

“Fantasmario” y la mancha temática de la Guerra del Chaco

La nueva edición del libro de Javier Viveros acaba de ser presentada en la FIL Asunción 2022.

Joaquín Sánchez, de la serie "Chaco mundo de mis mundos", fotografía intervenida. Cortesía del artista

Joaquín Sánchez, de la serie "Chaco mundo de mis mundos", fotografía intervenida. Cortesía del artista

Leer Fantasmario, del notable escritor paraguayo Javier Viveros, fue para mí una experiencia iluminadora, doliente y rendentora a la vez, como pocas veces nos sucede, como acontece cuando vislumbramos la luz interpeladora de una obra de arte.

Porque leí sus dieciocho cuentos como quien atraviesa círculo a círculo la lacerante pesadillesca peregrinación por el infierno de la Divina Comedia del Dante, pero desde nuestro aquí y ahora tan sudamericano, tan averno Gran Chaco Americano, cuyo punto más desolador es el magistral cuento “Yvy’a”, que me hizo evocar a los climas narrativos de la novela El corazón de las tinieblas (1899), de Joseph Conrad, y de la película Apocalypse Now (1979) de Francis Ford Coppola. Porque me dejó literalmente sin aliento.

Joaquín Sánchez, "Chaco mundo de mis mundos", fotografía intervenida

Joaquín Sánchez, de la serie Chaco mundo de mis mundos, fotografía intervenida. Cortesía del artista

Porque junto al cuento “El pozo”, del escritor boliviano Augusto Céspedes (en Sangre de mestizos, de 1936), y la novela Hijo de hombre (1960), de Augusto Roa Bastos, este libro de Viveros constituye para mí la cumbre más alta desde la que se nos ofrece, a través de una narrativa poética de alta intensidad, el trágico fresco de la Guerra del Chaco (1932-1935) entre Paraguay y Bolivia, en clave antibelicista-pacifista.

Porque a través de los cañadones y montes chaqueños, de su flora y fauna, de un desierto verde personificado como inhóspito y hostil, una legión fantasmal de espectros teje y desteje la memoria del horror como “una cinta de Moebius de la tortura”, como sostiene el narrador de “Rectas coplanarias”. Porque el polvillo que se levanta en el calor abrasador chaqueño agita “el reverberante fantasma que recorre el Chaco”, la sed —metáfora con la que se la nombra en el cuento “Yvy’a”—; la parca implacable que mata a bolivianos y a paraguayos tanto como las armas de la guerra, a la vez que bestializa tanto como ella en un descenso hasta el sótano de nuestra mera animalidad. Espectros recién muertos o hace tiempo muertos, pero también hombres todavía vivos de condición ya fantasmal.

Joaquín Sánchez, de la serie Chaco mundo de mis mundos, fotografía intervenida. Cortesía del artista

Joaquín Sánchez, de la serie Chaco mundo de mis mundos, fotografía intervenida. Cortesía del artista

Porque desde la diversidad de puntos de vista desde la cual un coro de voces nos adentra en ese universo chaqueño, resplandece una escritura que a modo de un Virgilio paraguayo sabe llevarnos hasta las situaciones límites de la condición humana, abismar nuestra mirada lectora hacia lo indecible allende esa frontera, desde el piadoso horizonte de sentido alejado de todo alegado chauvinista, patriotero o de lógica binaria, maniqueísta.

Porque si hay héroes —y vaya si aquí los hay— estos no son Rambos, sino hombres y mujeres de carne y hueso, paraguayos o bolivianos atrapados en situaciones excepcionales, así como también hay cobardes, miserias, canalladas y perversiones. Porque ya se sabe, la guerra saca lo peor de nosotros, pero también, a veces, lo mejor, lo más humano que todavía nos habita cuanto todo se bestializa a nuestro alrededor.

“Y no hallé cosa en qué poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte”.
(Francisco de Quevedo y Villegas, Muerte y vida).

La conquista de un lugar en el mundo para nuestra ficción.

Evoco ahora estos versos de Quevedo para pensar junto a ustedes en las intensas y diversas formas artísticas a partir de las cuales Javier Viveros resignifica estética —y por ende, éticamente— la mancha temática [1] de la Guerra del Chaco. Porque de modo similar a la generación boliviana de escritores que, encabezada por Augusto Céspedes, encontró en esa contienda fratricida una patria, un sentido de Nación desconocido, Viveros construye desde sus propias pesquisas e investigaciones históricas y la potencia de su ficción, un universo narrativo propio —en que cohabitan algunos personajes históricos y una galería de seres ficcionales—, un Chaco paraguayo tan real como ficcional, su lugar en el mundo para narrar, para producir guiones para historietas o novelas gráficas.

Joaquín Sánchez, de la serie Chaco mundo de mis mundos, fotografía intervenida. Cortesía del artista

Joaquín Sánchez, de la serie Chaco mundo de mis mundos, fotografía intervenida. Cortesía del artista

Porque su Chaco chúcaro es inolvidable. Porque lo describe con detalles precisos, como en “Yvy’a”, o en “La última cena” o en “Desplazamiento del campo de batalla”, para que sintamos que estamos allí; porque lo narra en clave de un neofantástico que orbita entre lo gótico y el género negro, como en “El nuevo cofrade”, en el que la racionalidad de un hombre que posa de cínico es vencida por los sonidos de la guerra cuyos ecos perviven en el monte chaqueño, o en “Intratable”, en el que un camión fantasma, sin conductor, embiste a otro conducido por un tal Vargas, y ambos desaparecen ante los ojos atónitos del acompañante de ese chofer; o bien en “Encuentro”, en el que conviven la aparición fantasmal del Pombero, guardián mitológico del monte guaraní, y el avión boliviano Breguet; o en “Rectas coplanarias”, en el que el propio narrador es un espectro que luego de advertir que está muerto narra que una “reunión de fantasmas en la tierra de nadie” no puede sino terminar en una nueva contienda porque los sigue poseyendo el “rabioso fuego de sus últimos minutos de vida”; en “Visión”, en el que un herido de guerra solo puede ver los esqueletos de hombres y mujeres, como si sus ojos heridos solo pudiesen registrar cual radiografías las siluetas sin colores y sin carne de la vida humana. Porque alcanza un registro de realismo dramático tan crudo con finales que nos sitúan en el horror, como en el ya citado “Yvy’a” —la trágica desventura del soldado Leiva— o en “La última cena”, cuyo punto de vista es el de los heroicos resistentes bolivianos en el cerco del Boquerón, batalla decisiva. Porque trascienden la memoria de ese horror merced a un humanismo que forja piedad, dignidad y amor en medio de la guerra, como en los cuentos “Desplazamiento del campo de batalla”, “Flor de coco”, “El motivo” y “Un secreto”.

Joaquín Sánchez, de la serie Chaco mundo de mis mundos, fotografía intervenida. Cortesía del artista

Joaquín Sánchez, de la serie Chaco mundo de mis mundos, fotografía intervenida. Cortesía del artista

Porque la diversidad de estrategias narrativas ofrece registros que emplean ora el humor irónico hasta el amargo sarcasmo, datos autobiográficos, referencias históricas, señas de tradición guaraní, desaforada ficción, ora la extrema síntesis poética a modo de caleidoscopio o collage de imágenes de buena parte de los dieciocho cuentos, como en el texto final “Foja de servicios”, cuyas primeras imágenes son “El sol que aún se sacude los fragmentos de la noche. Los soldados de impecable verde olivo” y las últimas “La flor de caraguatá que le empapa el verde olivo. El agujero minúsculo por el que se escapa su vida”.

Tengo el honor de integrar, como octavo pasajero, la Colección Iberletras, que ahora comparto con Javier Viveros y su Fantasmario, que no por casualidad es el número nueve de esta colección bicontinental. Porque ya sabemos, quienes tuvimos la dicha de jugar a la rayuela y leer a Julio Cortázar, el nueve es la cifra del cielo, de un cielo sudamericano tan imposible como indecible y deseado.

Perdón por las torpezas de estas líneas. Pero no sé escribir de otra manera las emociones que guardo en mí tras este viaje lector por los andurriales entrañables de nuestro Chaco americano. Agradezco a Javier Viveros por su entrañable Fantasmario.

Nota
[1] David Viñas (1964). Literatura argentina y realidad política. Buenos Aires: Jorge Álvarez Editor. Viñas pensaba las manchas temáticas como núcleos significativos traumáticos que se manifiestan reiteradamente a través del tiempo en nuestro imaginario literario. La Guerra de Malvinas, en el caso argentino, la Guerra del Chaco entre los escritores y escritoras del Paraguay.

Nota de edición
Este texto prologa la nueva edición de Fantasmario. Cuentos de la Guerra del Chaco, de Javier Viveros, publicada por Editorial Contexto (Chaco, Argentina) y la Asociación Cultural Iberoamericana de Huelva (España), como parte de la Colección IberLetras, que incluye obras de escritores de España, Colombia, Uruguay, Argentina, Cuba y México. El libro ya tuvo tres ediciones en Paraguay, ganó el premio Lily Tuck del PEN Club de los Estados Unidos en 2018 y fue publicado en edición bilingüe castellano-inglés por la editorial alemana Iliada. Las imágenes que ilustran este texto de Francisco Tete Romero corresponden a la serie Chaco, mundo de mis mundos, del artista paraguayo-boliviano Joaquín Sánchez. La misma está integrada por fotografías históricas de la Guerra del Chaco, procedentes de archivos paraguayos y bolivianos, intervenidas digitalmente.

 

* Francisco Tete Romero (Resistencia, 1963) es escritor y profesor en Letras, egresado de la Facultad de Humanidades de la UNNE, director de Estudios del Instituto de Educación Superior de la Fundación Mempo Giardinelli y director del Instituto de Investigación Juan Filloy.

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