Cultura
Filosofía, crítica cultural y ciencias sociales: el pensamiento de Charles Quevedo
Charles Quevedo. Cortesía
Conocí a Charles Quevedo en 2004 en el seminario sobre crítica cultural, un programa del Museo del Barro que entonces dirigía yo y que, a partir de 2008, pasó a ser coordinado por Lia Colombino. Charles participó durante esos primeros cuatro años y siguió colaborando luego con clases, textos y conferencias. El seminario no constituía un espacio de formación académica, no solo porque sus integrantes venían ya “formados”, sino porque buscaba específicamente levantar un espacio de confrontación, diálogo y debate entre los 18 participantes sobre la base de lecturas compartidas y de las discusiones y análisis de los trabajos que cada quien iba realizando. Se pretendía que las exposiciones y conversaciones desembocaran en análisis de la realidad nacional, concebida en su sentido más amplio y en su complejidad mayor.
Charles venía provisto de un bagaje intelectual fuerte, un talento marcado y un espíritu crítico agudo y expeditivo. Creo que su conocimiento previo de la obra de Walter Benjamin (uno de los autores trabajados en el seminario) le ayudó a enfrentar la resbaladiza dialéctica entre epistemologías diversas. Y cuando hablo de “dialéctica” empleo ya este término en sentido benjaminiano, mucho más cercano a Nietzsche (lo intempestivo) que a Hegel (lo histórico lineal). Ese era un punto fuerte en el pensamiento de Charles, al menos en cuanto yo tuve la suerte de conocerlo. También se movía con decisión entre la filosofía de Derrida y Rancière y el pensamiento psicoanalítico, especialmente el lacaniano. Personalmente me resultó esclarecedor su tratamiento de la figura del parergon (el cruce entre el adentro y el afuera) que él encaró en uno de los textos escritos para el seminario. Pero lo más importante de su pensamiento no se basaba en la erudición, ni se detenía en la filosofía euroccidental, sino que desarrollaba posiciones decoloniales y se nutría creativamente de una manera propia de interpretar su contexto, así como de su práctica de recrear conceptos según los apremios de circunstancias contingentes. Y todo ello desde una postura indócil a todo dogma apoyado o expresado en fundamentos y categorías de valor universal.
A mi parecer, ese bagaje le permitió enfrentar una cuestión fundamental de la teoría contemporánea: las conflictivas relaciones entre la filosofía, la crítica cultural (que incluye la crítica de arte) y las ciencias sociales. Me detengo ahora solo en este punto, sin desconocer los muchos otros que hacen a diversos aportes del pensamiento de Charles. Hablo de “relaciones conflictivas” por la dificultad que, en general, existe en confrontar la filosofía y la teoría de la cultura con las ciencias sociales. No se trata de abogar en pro de una inscripción del pensamiento crítico en el cuadro de las epistemologías de las ciencias sociales, sino de habilitar encuentros fecundos entre los distintos términos en cuestión. El problema tiene orígenes diversos. Por una parte, la filosofía y la estética se encuentran lastradas por un molesto pasado metafísico que tiende a reproducir dicotomías y fundamentos sustanciales. Por otra, las ciencias sociales repiten fórmulas modernas que separan los ámbitos del conocimiento en esferas autosuficientes. El pensamiento contemporáneo refuta tanto el esencialismo de los conceptos como la autonomía de las disciplinas y la rigidez de los límites que las contornean. El encapsulamiento metodológico y disciplinal de ciertas epistemes académicas levanta fronteras e impide el libre tránsito de los conceptos y las pragmáticas que rebasan el cerco de los lenguajes establecidos. El trabajo de Charles se halla inscrito en cruces transversales que subrayan más el carácter de enfoque que las propiedades “sustantivas” que aíslan en feudos los territorios disciplinales varios. Cruzando en diagonal esos territorios, privilegiando los umbrales sobre los límites, ese trabajo puede enriquecer ciertas posiciones de las ciencias sociales con las contribuciones del pensamiento crítico e imaginativo. Pensamiento necesario para impedir que los análisis de las sociedades queden encerrados en claustros y se vean amenazados por la posibilidad de girar en círculos sobre sí mismos. Un pensamiento ineludible para habilitar el oxígeno de la diferencia y la cuota de opacidad que requiere cualquier régimen conceptual para asumir, que no comprender, lo que escapa al logocentrismo occidental. Charles trabajó en los intersticios, cruces, empalmes y tensiones que permiten ensanchar las epistemologías científicas con el empuje de hermenéuticas crítico-filosóficas. Este es un aporte imprescindible suyo que, en términos apurados, quiero hoy recuperar, perturbado aún por su partida, incomprensible y demasiado temprana.
* Ticio Escobar es crítico de arte, curador, docente y gestor cultural. Fue presidente de la sección paraguaya de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA Paraguay), director de Cultura de la Municipalidad de Asunción y ministro de la Secretaría Nacional de Cultura.
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