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Cultura

Rafael Barrett, una travesía signada por la desventura (III)

Tercera y última entrega de la serie dedicada al escritor español. La misma reconstruye, desde la perspectiva del migrante, el trayecto vital de una de las grandes figuras de la literatura social en Paraguay.

Rafael Barrett en Montevideo, el día de su partida hacia Francia, 1910. Cortesía

Rafael Barrett en Montevideo, el día de su partida hacia Francia, 1910. Cortesía

POR Tomás Sansón Corbo *
Desde Montevideo

III. Consagración y legado

La tranquilidad montevideana de Rafael Barrett duró poco. A fines de diciembre de 1908 su enfermedad le provocó una crisis que requirió la asistencia del Dr. Atilio Narancio. El 3 de enero de 1909 debió internarse en el Hospital Maciel. De allí fue derivado, el día 7, al Hospital Fermín Ferreira para tratar mejor su dolencia. Estuvo internado casi dos meses. 

Durante ese período siguió escribiendo, a pesar de su debilidad física, para La Razón. Frecuentemente lo visitaban sus nuevos amigos montevideanos (Peyrot, Frugoni, Lasplaces, entre otros). 

Salió del hospital el 27 de febrero de 1909 y al día siguiente se embarcó rumbo a Corrientes. Debió abandonar Montevideo, ciudad que llegó a amar profundamente: 

Por primera vez, […] tengo que referirme a mi persona. Tengo que hablar de mí, porque tengo que hablar de otros que de mí se ocuparon y a los cuales me obliga una deuda de profunda gratitud. […] ¿Cómo olvidar la caricia continua de los que me han consolado y cuidado desde lejos? Yo llegué a vuestras playas indigente, desterrado, enfermo y desconocido. Circunstancias políticas que no hay para qué mencionar me incomunicaban con mi mujer y con mi hijo [1].

Recordaría con gran cariño a Blixen, Frugoni, Peyrot y Medina:

Los extraños de ayer se convirtieron en los hermanos de siempre, y cuando se me permitió volver a mi hogar y abandoné Montevideo, me sentí otra vez  desterrado. Pero los hombres buenos no querían que yo estuviera desterrado, y su solicitud invisible me ha seguido hasta mi rincón. Esta hoja ensanchó para mí su noble hospitalidad. Las manos buenas continuaron curándome y protegiéndome. ¡Vivo aún! Vosotros hicisteis el milagro [2].

Pretendía pasar su convalecencia en un clima más  benévolo y estar cerca de su familia. Mantuvo el vínculo contractual con La Razón.

Rafael Barrett, todavía con buena salud. Cortesía

Atravesó el río Paraná e ingresó clandestinamente a Paraguay. El 9 de marzo se estableció en la  Estancia “Laguna Porá” (proximidades de Yabebyry) invitado por su cuñado José López Maíz. Confiaba en que la atmósfera rural y una alimentación suculenta contribuirían a una rápida curación. Continuó enviando colaboraciones para La Razón, pero el ritmo de las remesas se enlenteció. 

Anhelaba el reencuentro con Panchita y con Alex, quienes llegaron finalmente en julio. El testimonio de su esposa deja en evidencia el estado de Rafael: 

Es de imaginarse mi dolor al llegar: Rafael estaba consumido, apenas le salía la voz y sus bellos ojos azules reflejaban un cansancio infinito. ¡Pero la alegría, el goce indescriptible que lo embargó al comprobar que su hijo lo conocía!, al ver que Alex giraba a su alrededor alborozado y pronunciando en su media lengua las palabras tan añoradas: ‘¡Papá Arre!’. Esa tarde me mostró con toda tranquilidad un árbol que había elegido, un hermoso naranjo a cuya sombra quería descansar en su tumba. Comencé a cuidarlo, a administrarle remedios según las indicaciones médicas, a controlar su alimentación y su trabajo como más conviniera a su grave estado, a embellecer su pieza con las florecillas […] a rodearlo con todo el amor que siempre sentí por él. Yo le cortaba el cabello y lo peinaba y le desinfectaba la frente como él quería para que en ella se posaran los labios puros de su hijo. Y poco a poco el amor hizo milagros: recobró la voz, aumentó de peso y su espíritu se elevó más aún. Así volvimos varios meses después a San Bernardino” [3].

El traslado a San Bernardino se produjo en febrero de 1910. En esta apacible localidad, Barrett siguió luchando contra su enfermedad. 

Gracias a un artículo de La Razón conoció el trabajo de un médico francés que estaba desarrollando un tratamiento contra la tuberculosis. La noticia encendió una tenue esperanza en su espíritu atormentado. Consiguió que Santiago Fabini, dueño del periódico montevideano, lo designara corresponsal en Europa y le pagara el pasaje a París. 

Partió de Asunción el 1° de setiembre de 1910. La despedida de su familia en el puerto fue conmovedora. “Con mi hijito en brazos [recordaba su esposa] contemplamos el barco hasta perderlo de vista. Alex todavía saludaba moviendo sus bracitos cuando lágrimas ya incontenibles bañaron mi rostro. Esa sería la última despedida” [4].

El día 6 desembarcó en Montevideo y fue recibido por sus compañeros y amigos. Fue una visita fugaz y emotiva. El mismo día, en la noche, partió hacia Europa en el barco Re Vittorio. 

Desembarcó en Barcelona el 22 de setiembre. Permaneció dos días en la ciudad y viajó en tren a París. En la capital francesa se alojó en el “Grand Hotel”. Consultó con el Dr. René Quinton, quien le aconsejó instalarse en la localidad de Arcachon para comenzar el tratamiento. Se estableció allí el 12 de octubre acompañado de su tía, Susana Barrett, quien viajó desde España  para asistirlo. 

El estado de Rafael era gravísimo. El 13 de diciembre, Susana le escribió a Panchita para informarle de la situación: 

Mi querida Panchita:

Mucho te extrañará ver una carta mía, y por ser la primera, hubiera querido que fuera de otra índole, pero desgraciadamente esto es imposible. Estoy aquí con Rafael cuidándole y siento en el alma tener que decirte la verdad. Su estado es grave.

Desde que está aquí ha sufrido varias hemorragias que le han debilitado de tal manera que hace más de un mes que no se levanta de la cama.

El Dr. Lalesque, por si acaso las inyecciones de agua de mar fueran la causa, las ha suspendido en absoluto. No tiene fiebre pero respira y concilia el sueño únicamente a fuerza de morfina. No tiene ningún apetito.

Con estos detalles mi pobre Panchita, sé que vas a sufrir horriblemente. Comprendo tu desesperación en no poder estar a su lado. Yo al menos tengo este consuelo. Ya sabrás que le quiero y le he querido toda la vida como si fuera mi hijo.

Excuso decirte que su valor y tranquilidad es más fuerte que nunca.

Mañana Lalesque va a París para traer consigo el tratamiento Doyen. Lo empezará el día 19 y te prometo escribirte a menudo [5].

Los médicos no pudieron revertir su estado. Falleció el 17 de diciembre.

Rafael Barrett fue un viajero que conoció diversos paisajes geográficos y existenciales. Su travesía migrante le permitió apreciar la opulencia de las capitales europeas y las miserias de los yerbales paraguayos. Interactuó con los intelectuales de la generación del 98 español y con los novencentistas paraguayos.  

Fue el cronista de los desposeídos. Sus artículos periodísticos tenían carácter ensayístico, fueron recopilados en series y publicados en formato libro luego de su muerte (con excepción de Moralidades actuales) [6].

Denunció las condiciones de explotación en que trabajaban los mensús de los yerbales y  la corrupción política. Poseía una pluma ágil y desafiante que incomodaba a los lectores. Su estilo interpelante generaba empatía o rechazo, sin términos medios. Poseía la habilidad de sensibilizarlos mediante descripciones, entre metafóricas y descarnadamente realistas, de las miserias coetáneas.  

Personalidades destacadas de la cultura uruguaya como Emilio Frugoni [7], José Enrique Rodó y Carlos Vaz Ferreira [8], destacaron el profundo humanismo que se reflejaba en su vida y en su obra. 

José Enrique Rodó le confesó a Barrett en una carta referida a la publicación en forma de libro de la serie de los artículos titulados  Moralidades actuales que 

una de las impresiones en que yo podría concretar los ecos de simpatía que la lectura de sus crónicas despierta a cada paso en mi espíritu es la de que, en nuestro tiempo, aun aquellos que no somos socialistas, ni anarquistas, ni nada de eso, en la esfera de la acción ni en la de la doctrina, llevamos dentro del alma un fondo, más o menos consciente, de protesta, de descontento, de inadaptación contra tanta injusticia brutal, contra tanta hipócrita mentira, contra tanta vulgaridad entronizada y odiosa, como tiene entretejidas en su urdimbre este orden social transmitido al siglo que comienza por el siglo del advenimiento burgués y de la democracia utilitaria [9].

En 1908 se produjo la comunión plena del intelectual con los sectores populares. Participó en actos públicos y dictó conferencias para los obreros paraguayos sobre temas como la propiedad de la tierra o el derecho de huelga. Publicó la serie “Lo que son los yerbales” para que, en palabras del propio autor, “sepa el mundo de una vez lo que pasa” en esas plantaciones; pretendía denunciar “todo lo que puede concebir y ejecutar la codicia humana” [10]. Denunciaba que la “explotación de la yerba-mate descansa en la esclavitud, el tormento y el asesinato” [11]. Calculaba que unas veinte mil personas “se extinguen actualmente en los yerbales del Paraguay, de la Argentina y del Brasil”; las tres “repúblicas están bajo idéntica ignominia” y son “madres negreras de sus hijos” [12].

El dolor paraguayo, primera edición, Editorial La Protesta, Buenos Aires, 1909. Cortesía

Consideraba que la verdad y la justicia eran esenciales para redimir “el dolor paraguayo” y crear una sociedad más fraterna. Su denuncia tenía una dimensión supranacional. 

Desafiaba a sus lectores paraguayos reclamando que no se lamentaran de su condición de extranjero: “No soy un extranjero entre vosotros. La verdad y la justicia, cualquiera que sea la boca que las defienda, no son extranjeras en ningún sitio del mundo” [13].

La travesía migrante de Barrett pautó un itinerario vivencial e intelectual que dejó huella en las cuestiones de las que se ocupó. En los ensayos periodísticos producidos en el ambiente tolerante, liberal y cosmopolita de Montevideo, abordó como bien señala Hierro Gambardella “los temas del hombre universal, la conflictividad ética del ser libre en un mundo oprimente”. Concomitantemente, los artículos elaborados en Paraguay evidencian un “adentramiento profundo y amoroso en la tierra americana” [14] en los que denuncia la esclavitud a la que estaban sometidos miles de seres humanos. 

Rafael Barrett dejó un legado ético que fue asumido y continuado por su hijo Alex y su nieta Soledad. 

Las denuncias de Barrett y su profundo humanismo tienen hoy tanta vigencia como cuando fueron formuladas en la primera década del siglo XX. 

Culmino con unas palabras de Francisca López Maíz: “Me uní a Rafael enamorada no solo de su persona, sino también de sus luminosas ideas. Él me rodeó de cariño —me demostró siempre su amor, su inolvidable amor— y yo lo quise con toda mi alma” [15]. A muchos de quienes se acercaron a la persona y al pensamiento de Rafael Barrett les pasa como a Panchita: quedan enamorados de sus “luminosas ideas”.

Notas

[1 ]Barrett, Rafael, “Mi deuda”, en  Obras completas. Buenos Aires: Americalee, 1943, pp. 687-688.

[2] Ibid.

[3] López Maíz de Barrett, Francisca, Cartas íntimas. Colección de Clásicos Uruguayos, vol. 119, Montevideo, Bareiro y Ramos, 1967, p. 49.

[4] Ibid., p. 51.

[5]  Carta de Susana Barrett a Francisca López Maíz de Barrett, Arcachón, 13 de diciembre de 1910. En López Maíz de Barrett, Francisca, Cartas íntimas. Op. cit., p. 67.

[6] Moralidades actuales, Montevideo: O. M. Bertani, 1910. Lo que son los yerbales, Montevideo: O. M. Bertani, 1910. El dolor paraguayo, Montevideo: O. M. Bertani, 1911. Cuentos breves (Del natural), Montevideo: O. M. Bertani, 1911. Mirando vivir, Montevideo: O. M. Bertani, 1912. Al margen, Montevideo: O. M. Bertani, 1912. Ideas y críticas, Montevideo: O. M. Bertani, s/f. Diálogos, conversaciones y otros escritos, Montevideo: C. García, 1918. Páginas dispersas, Montevideo: C. García, 1923. Obras completas, Buenos Aires, Américalee, 1943.

[7] Llegó un día a mi casa, me dijo quién era, le abrí los brazos, y desde ese momento nuestros corazones no se separaron ya. No tardó en confiarme el fondo de su alma. Me habló muchas veces de sus grandes amores –su hijo era el más grande- y poco de sus dolores y tristezas, porque no le gustaba ofrecer el lamentable espectáculo de sus llagas, ni siquiera de sus cicatrices… Pero le vi sufrir. Venía minado por una enfermedad implacable. A pocos días de llegar cayó en cama, volteado por terrible hemoptisis”.  Frugoni, Emilio, “En Montevideo”, en Obras completas. Op. cit., p. 13.

[8] Carlos Vaz Ferreira lo definió, en el libro Lecciones sobre pedagogía y cuestiones de enseñanza, como “hombre de pensamiento, de sentimiento y de acción”, capaz de escribir  “en las más tristes e inverosímiles condiciones, en el torbellino del periodismo diario, sin tiempo, sin salud, supo dar a sus producciones una densidad intelectual tan fuerte, y al mismo tiempo un calor tan poderoso de humanidad, que ha conseguido sintetizar una de las más puras y bien ligadas aleaciones de inteligencia y de sentimiento.  Sin duda, exageró a veces o forzó su negación anárquica, pero siempre a base de amor a la libertad y de compasión por la miseria y el dolor” (Vaz Ferreira, Carlos, “Barrett: Un hombre ejemplar”, en Obras completas. Op. cit., p. 15). La admiración del filósofo uruguayo por Barrett fue muy grande. Pasados los años, insistió con su viuda para que publicara la correspondencia de Rafael. Dice al respecto Panchita: “El pedido de un querido amigo de Rafael, el ilustre hombre de letras uruguayo doctor Vaz Ferreira, de que publicara las cartas de Barrett me decidió a luchar para vencer las mil y tantas dificultades que  trabaron tal realización. Así, con mi triunfo, hoy ven la luz estas joyas que guardaba como mi más preciado tesoro. En esas cartas, y hasta en las que son nada más que esquelas, las palabras expresan elevados sentimientos en la forma fácil hija de la sinceridad; son aquéllas como cuentas de un collar de ternuras abierto siempre a la cruda realidad y cortado al fin por la muerte, pero que nos hace desear la vida con optimismo. La lectura de estas cartas no puede abonar ninguna debilidad, y sí puede ayudar a combatir egoísmos. Por esto también las publico, segura de que fortalecen la idea del bien social. Al pie de muchas de ellas figuran algunas aclaraciones necesarias” (López Maíz de Barrett, Francisca, Cartas íntimas. Op. cit., p. 2).

[9] Rodó, José Enrique, “Las ‘Moralidades de Barrett’”, en Obras completas. Op. cit., pp. 14-15.

[10] Barrett, Rafael, “Lo que son los yerbales”, en Obras completas. Op. cit., p. 115.

[11] Ibid.

[12] Ibid., p. 117.

[13] Barrett, Rafael, “Bajo el terror”, en Obras completas. Op. cit., p. 209.

[14] Hierro Gambardella, Luis, “Prólogo”. Op. cit., p. VIII.

[15] López Maíz de Barrett, Francisca, Cartas íntimas. Op. cit., p.  6.

 

* Tomás Sansón Corbo es doctor en Historia por la Universidad de La Plata (Argentina). Es profesor e investigador en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República (Uruguay). Dirige el Grupo de Estudios sobre Historia y Cultura de Paraguay.

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