Cultura
Meliès: ilusión, narrativa, juego
Georges Meliès. Cortesía
El cine es una ilusión, Georges Meliès lo sabía bien. Este próximo 21 de enero se cumplen 84 años de la partida de uno de los primeros que se atrevió a pensar el medio cinematográfico como algo más allá de un solo dispositivo de registro. Está claro que Meliès no fue el primero en hacerlo –durante muchos años la historia del cine ha omitido casi por entero el aporte de otra cineasta, Alice Guy, cuya obra de ficción puede datarse anterior a la del ilusionista–, pero se podría también pensar sobre los sueños que Meliès imprimió en sus filmes.
El cine está lleno de trucos. Juegos ópticos, mentiras que la técnica sabe ocultar. Como lo haría un mago, Meliès jugaba con el cinematógrafo haciendo de la farsa una forma de espectáculo. Lo cinemático hasta este entonces era –es demás sabido– solo una estrategia de documentación. Louis y Auguste Lumière tenían hacia su creación un interés más bien científico, eran casi biólogos que miraban a través de la lente de un microscopio. ¿Cómo habrá visto Meliès la posibilidad de que este extraño invento pudiera contener mundos?
Luego de la negativa de los hermanos Lumière a venderle un cinematógrafo, el ilusionista intenta brevemente crear el suyo propio, pero termina comprando uno a Robert William Paul. Es fácil pensar que este inventor no tenía idea de lo que estaba haciendo al venderle el aparato al excéntrico parisino. Es fácil pensar que tampoco Meliès tenía idea alguna de lo que estaba haciendo.
Primero comienza haciendo filmaciones similares a las de los Lumière, documentaciones de la vida cotidiana. Luego experimenta. De esta experimentación lo cinematográfico hereda sus principales recursos: la cámara rápida, la sobreimpresión, el fundido a negro, etc. Meliès, que ya había dirigido teatro antes, empieza a filmar el arte escénico. A menudo se habla del cine de Meliès como “un teatro filmado”, pero llamarlo así es ignorar el aporte narrativo resultante de su innovación técnica.
Meliès sueña. Era el momento en que el naturalismo cinemático era la única forma en que lo audiovisual podía ser impreso. Existe, y esto es obvio, una doble fantasía en Meliès: en primer lugar, una fantasía técnica y, por otro lado, una fantasía de la ficción. El mago piensa que el fílmico es capaz de albergar un mundo –mundos– donde las personas viajan a la luna, donde insectos gigantes despiertan a un hombre de su sueño, donde exploradores vuelan al Polo Norte en máquinas imposibles. Mundos donde uno lucha y gana.
En sus últimas obras Meliès pintaba, meticuloso, fotograma por fotograma, para dar color a la película. Pasarían años hasta que el cine volviera a pensar en la posibilidad del color.
Ni Meliès ni sus contemporáneos eran conscientes de lo que estaban haciendo. No se sabían padres de un nuevo arte y quizás esta idea hasta les habría molestado. No existía tal cosa como el cine, mucho menos lenguaje cinematográfico. Quizás, de rastrearse una genealogía del lenguaje en el cine, ¿Meliès y otros formarían parte de una especie de protolenguaje? Un lenguaje antes del lenguaje, o el lenguaje de donde nacen los sueños.
* Nicolás Báez es profesor universitario en áreas de historia y teoría del cine.
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