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Cultura

Un reciente jardín

Mónica Millán, "Picnic", 2011. Instalación. Cortesía Bienal de Curitiba

Mónica Millán, "Picnic", 2011. Instalación. Cortesía Bienal de Curitiba

El jardín es un espacio simbólico. En donde sea que interviene la mano del hombre sucede la analogía, la metáfora, y el jardín, ciertamente, es la naturaleza dispuesta y ordenada por esta mano. Escucho con gusto los nombres que reciben ciertas plantas: mala madre, mal vecino, picardía, botón de oro, sauce llorón, miramenometoquéi, jaguarete po. Cada una de ellas alude a una flaqueza, una astucia, un sentimiento, una tara, una forma o lo que fuere. Semejante es la operación de la fábula o el bestiario, en los que, por ejemplo, el cuervo es alegoría de la ingenuidad y el zorro de la viveza, la rosa de la pasión y el ruiseñor del poeta, la estrella del destino y el viento del espíritu o la casualidad.

En la poesía medieval el huerto es el lugar erótico por convención, reflejo del sexo femenino, donde el amante ingresa a cultivar pasiones y esperanzas. Para los poetas místicos, desde Salomón, pasando por San Juan y hasta los sufíes clásicos, el jardín es el sitio donde ocurre la boda alquímica, donde el alma y el Amado se encuentran furtivamente por la noche. Roa Bastos consignó en uno de sus cuentos un topos característico de Paraguay: el baldío, diseñado por el abandono, la muerte, el crimen. Tantos otros ejemplos no caben en esta página.

Mónica Millán, Picnic, 2011. Instalación. Cortesía Bienal de Curitiba

Durante mi fugaz y desordenada aventura como librero, me propuse coleccionar ejemplares de la editorial Garnier Hermanos de finales del s. XIX y comienzos del XX. Entre ellos hallé un jardín admirable, soñado por Lamartine en su novelita rosa Fior D’Aliza. Era este un híbrido entre la minuciosa mano del jardinero y el azar, entre la naturaleza y el artificio. Acaso un símil de la amada, de la gentil Alisa, que oscila entre el ideal y su presencia histórica, entre la posible mujer y el símbolo. Los accidentes del acaso no estropean el jardín del romántico francés, sino que lo mejoran, dotándole de lo imprevisto, de lo salvaje (a falta de no tener una palabra mejor, como el inglés wild, wilderness).

Por último, hablaré de un jardín más actual, cuidado y regado en los versos de la poeta paraguaya Susy Delgado. El libro es hijo de la pandemia: Desalma de los adioses. El tópico que lo atraviesa es la muerte y la despedida, como anuncia el título. Pero su rasgo más notable es un pequeño patio, donde el sujeto se retira a la reflexión y halla un repentino contento en medio de la desesperanza. Nada nuevo: locus amoenus, la vida retirada de Fray Luis, el beatus ille de Horacio. Quizás una sola curiosidad: mientras la muerte ocurre y es inevitable, la vida en el patio insiste en su misteriosa profusión. Al tiempo que el barquero aumenta sus viajes, el verde reverdece y la flor asoma de la tierra oscura. Hasta que la más anciana de las Moiras decida cortar el hilo, cultivamos rosas, respiramos jazmines, la semilla se quiebra y da lugar al brote.

Igual que la literatura en general, el jardín de Susy Delgado prospera ante el espejo del morir. Así como las historias de Sheherazade distraen al verdugo Shariar por mil noches y una más, el caballero de Bergman entretiene a la Parca en una partida de ajedrez y cierto personaje de Roa navega sobre un ataúd por las calles inundadas de su pueblo. Athanasias pharmakon: acaso vivir o escribir es un alivio y un veneno que nos salva, al mismo tiempo que nos sumerge en la fatalidad.

 

Christian Kent es poeta, escritor, editor.

 

Nota de edición: Las imágenes que acompañan este texto reproducen la instalación de Mónica Millán titulada Picnic, expuesta en el Solar do Barão durante la Bienal Internacional de Curitiba, 2011.

 

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