Cultura
Las vidas paralelas de Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray
“Tomando ora la espada, ora la pluma”. Discurso de ingreso a la Academia Paraguaya de la Lengua Española como miembro de número.
Crisóstomo Centurión y Arturo Bray
Este discurso trata vertebralmente de las palabras. En la estela del libro Vidas paralelas, de Plutarco, voy a proceder a una suerte de biografía comparada. Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray son los términos de esta ecuación. Aunque creativo dramaturgo, el destino a veces se plagia a sí mismo, incurre en repeticiones, pero introduce siempre alguna que otra variante en esta página o aquella. Y en ese sentido, me ha llamado siempre la atención el gran cúmulo de coincidencias entre las vidas de Centurión y de Bray; la más evidente es el ejercicio de las armas y las letras, pero los factores comunes son muchos más y, en ocasiones, van allende el contacto meramente tangencial. Voy a hablar, pues, de dos hombres que fueron soldados y también hermanos nuestros en el amor a las palabras; hombres en quienes la famosa dicotomía armas y letras es dualidad.
[…] entre las armas del sangriento Marte,
do apenas hay quien su furor contraste,
hurté de tiempo aquesta breve suma,
tomando ora la espada, ora la pluma.
Pertenecen estos versos a la última mitad de la tercera égloga del melodioso Garcilaso, quien –al igual que los dos hombres en cuyas vidas nos sumergiremos– fue escritor y fue soldado. “Tomando ora la espada, ora la pluma”, ese endecasílabo final lo he utilizado para titular el presente texto; porque vamos a enfocar dos vidas atravesadas paralelamente por las armas y las letras.
No son pocos los casos de soldados que fueron escritores o escritores que fueron soldados y que presenciaron, en los nunca coagulados campos de Marte, todo el catálogo de atrocidades que solo la guerra, esa bestia de apetito antropofágico, es capaz de acumular. Mencionaré un par más: Hugo Rodríguez Alcalá y Augusto Roa Bastos, académicos de la lengua ambos, escritores los dos, fueron también soldados en la Guerra del Chaco. Pluma y espada. Máquina de escribir y fusil Máuser.
Zambullámonos ya en las vidas de nuestros dos escritores-soldados. Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray. Dos hombres. Dos paraguayos. Centurión nació en Itauguá en enero de 1840 y falleció en Asunción en marzo de 1909. Por su parte, Arturo Bray nació en abril de 1898 y falleció en julio de 1974, ambos acontecimientos se dieron en la ciudad capital, Asunción. Bray tenía 10 años cuando se produjo la muerte de Centurión.
Centurión y Bray. Dos paraguayos. Dos becarios. Por decisión del presidente Carlos Antonio López, en 1858 Centurión formó parte del grupo de becarios enviados a Europa. Se instaló en Inglaterra y allí emprendió estudios de literatura inglesa y francesa. Asimismo, estudió Derecho Internacional Público y Privado en el King’s College de la Universidad de Londres. En 1863 fue llamado de regreso al Paraguay y no tardaron los aciagos nubarrones de la guerra en herrumbrar amenazantes los cielos de su patria. Bray fue a Europa en el año 1914, también en condición de becario del gobierno nacional. Instalado igualmente en Londres, ciudad tan distinta y distante de la aldeana Asunción de aquellos tiempos, inició estudios de Medicina en el London Hospital Medical School. Apenas concluido el primer año lo sorprendió la Gran Guerra y como tenía la edad reglamentaria para servir en la milicia y era inglés por ascendencia paterna, fue integrado al ejército británico como soldado raso, en un centro de reclutamiento de Hyde Park.
Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray. Dos becarios. Dos guerreros. Ingresamos al reino de la espada. Centurión vio en primera fila el advenimiento brusco de la guerra. Acompañó a José Berges en la ocupación de Corrientes. Presenció la batalla fluvial de Riachuelo y hasta colaboró con las tropas que hostilizaban al enemigo desde la orilla. Se libró después la batalla de Yatay. Y la de Estero Bellaco. Llegó entonces Tuyutí, la mayor batalla librada en Sudamérica: quince mil combatientes dejaron la vida al norte de Paso de Patria aquel aciago 24 de mayo de 1866. Sauce-Boquerón, Curupayty, Tuyutí otra vez, Ytororó, Avay, Ita Ybaté, Piribebuy, Acosta Ñu y la batalla final de Cerro Corá.
Los enfrentamientos fueron sucediéndose y la sangre humeaba doliente en los campos de batalla. Venciendo penurias y fatigas, Centurión fue un héroe de la Guerra Guasu. En 1866 recibió la Estrella de Caballero de la Orden Nacional al Mérito. Tuvo participación directa en la batalla de Lomas Valentinas. Para la defensa del recinto último de Cerro Corá, Centurión subió a su montado y, al mando del Batallón de Rifleros, estuvo «esperando a los bárbaros», pero a diferencia de lo que sucede en el poema de Cavafis, estos no tardarían en llegar, en la forma de un pelotón de caballería enemiga. En el intercambio de fuego graneado, una bala atravesó las mejillas de Centurión, llevando consigo buena parte de su dentadura y dejándole la lengua partida por el medio.
Bray tampoco fue ajeno al oficio de la guerra. Jovencísimo, integró la 39ª división de infantería del ejército expedicionario que tuvo por destino Francia. Fue herido en acción en la cruenta batalla del Somme, aquella tumba de barro del ejército británico. Recibió tres condecoraciones, la Medalla del Rey Jorge V, la Medalla de la Victoria y la Cruz de Guerra: inglesas las dos primeras y francesa esta última. Retornó al Paraguay en setiembre de 1919 y poco tardó el furibundo Marte en añadir más guerras a su biografía.
Primero la Guerra Civil de 1922, en la que tuvo una destacada participación en defensa de las autoridades legalmente constituidas, y una década después la Guerra del Chaco, en la que se hastiaron de pólvora y de sangre mediterránea los cañadones de nuestra región occidental, durante el enfrentamiento bélico con Bolivia. Bray estuvo al mando del Regimiento Nº 6 de Infantería “Boquerón” y fue después comandante de la IV División de Infantería. Le cupo participar desde la gran batalla de Boquerón y defendió con la espada ese Chaco que el canciller Centurión había ya defendido antes con la pluma, en el alegato y respuesta al gobierno de Bolivia cuando los sucesos de Bahía Negra (Puerto Pacheco). Acabado el enfrentamiento bélico, en el pecho del uniforme de Bray refulgieron la Cruz del Chaco, la Medalla de Boquerón y la Cruz del Defensor.
Dos guerreros. Dos coroneles. Ambos alcanzaron ese grado en el escalafón militar. Dos coroneles. Dos prisioneros. Los dos conocieron, asimismo, la prisión por causas relacionadas con la guerra. Luego de la batalla postrera de Cerro Corá, el coronel Juan Crisóstomo Centurión fue llevado en calidad de prisionero a Río de Janeiro, la capital del imperio. Arturo Bray enfrentó un proceso por los infaustos acontecimientos en Pirizal, en donde por su inacción puso en peligro de copamiento a las fuerzas que comandaba, y en setiembre de 1934 fue recluido en la prisión militar ubicada en la isla Peña Hermosa. Acabada la guerra, en junio de 1935 le llegó la sentencia absolutoria.
Dos prisioneros. Dos migrantes. Tras obtener su liberación en la ciudad carioca, Juan Crisóstomo Centurión se dirigió a Francia, se casó en París con una pianista cubana y con ella se trasladó a Santiago de Cuba. Residió también en Estados Unidos y Jamaica para regresar a la patria en 1878. Arturo Bray, tras retirarse de la vida pública en 1941 emigró a Argentina, como tantos otros compatriotas.
Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray. Dos migrantes. Dos hombres públicos. Centurión fue secretario de Cancillería y traductor oficial; se desempeñó como miembro del Superior Tribunal de Justicia, fiscal general del Estado y ministro de Relaciones Exteriores. Fue además ministro plenipotenciario ante los gobiernos de Inglaterra, Francia y España. Ocupó también una banca en el Senado. Bray fue jefe de Policía de la capital y ministro del Interior. Posteriormente, se desempeñó como ministro plenipotenciario del Paraguay en España y Portugal. También fue encargado de la Legación en Chile.
Cumplieron los dos las funciones de un edecán. Centurión lo fue del presidente Francisco Solano López y Bray de los presidentes Luis A. Riart y Eligio Ayala. Ambos tuvieron grandes capacidades organizativas. Centurión tuvo a su cargo la Mayoría o Estado Mayor. Bray fue secretario de la Inspección General del Ejército. Tanto el primero como el segundo destacaron en la redacción de códigos y reglamentos militares. Centurión fue miembro de la comisión encargada de la redacción del Código Penal Militar y Procesal. Bray aplicó sus profundos conocimientos en la elaboración de reglamentos castrenses y disposiciones de la misma índole.
Fueron, asimismo, directores. Centurión dirigió la escuelita improvisada bajo los naranjales de Paso Pucú, en plena guerra; compartió allí sus conocimientos de gramática castellana, geografía, inglés y francés con sus compañeros de armas. Bray asumió la dirección de la Escuela Militar en 1930.
Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray. Dos políglotas. Dos traductores. Ambos hablaron castellano, inglés y francés. Centurión, que estudió además el idioma alemán, fue intérprete y traductor oficial del gobierno de Francisco Solano. Bray hizo traducciones del francés y del inglés para la prestigiosa editorial Kraft, tocándole en suerte ser el primer traductor al castellano de la novela 1984, de George Orwell, apenas al año siguiente de su publicación. Traficantes de palabras, cazadores léxicos, jinetes semánticos a caballo entre las lenguas, nada cuesta imaginarlos leyendo un texto de Schleiermacher sobre los diferentes métodos de traducir.
Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray. Dos traductores. Dos periodistas. Centurión fue fundador y director del Cabichuí, aguerrido periódico de trinchera que con su humor de vena quevediana insufló ánimos en la moral y engrandeció el espíritu de lucha de nuestros mayores, durante la Guerra Guasu. Luego de su retorno al país en 1878, Centurión escribió además artículos para La Reforma y La Democracia. Bray, por su parte, una vez que abandonó la vida pública y se exilió en la Argentina, colaboró con revistas y periódicos de ese país; llegó a ser editorialista del diario La Prensa de Buenos Aires.
Internémonos ahora en los alados territorios de la pluma literaria. Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray. Dos periodistas. Dos escritores. Centurión publicó en Nueva York, en 1877, el libro Viaje nocturno de Gualberto o recuerdos y reflexiones de un ausente. En las páginas del relato, Gualberto, un obvio trasunto del autor, rememora episodios de la Guerra contra la Triple Alianza y reflexiona sobre ellos. Esta obra podría ser considerada como la primera novela escrita y publicada por un paraguayo.
Arturo Bray escribió las estudiadas semblanzas de Hombres y épocas del Paraguay. En su obra Solano López, soldado de la gloria y el infortunio enfoca la personalidad y dimensión histórica de este último en su triple faceta de hombre, presidente y mariscal. En La España del brazo en alto comparte, desde la Madre Patria y ya en los albores de la postguerra, sus reflexiones acerca de la lucha fratricida que “dividió a los españoles –y un poco a todos los hombres– en dos bandos irreductibles”. En Militares y civiles, un clásico de la literatura castrense de esta parte del continente, expone su pensamiento acerca del papel del ejército moderno.
A Centurión “una buena educación y una asidua aplicación a la lectura de buenas obras le habían proporcionado conocimientos que lo colocaban por encima de la mediocridad”. Es la suya una prosa ubérrima en referencias mitológicas y eruditas; su escritura, pletórica en oraciones coordinadas y yuxtapuestas, se “dejan leer muy agradablemente”. Centurión fue seguramente el mejor prosista paraguayo del siglo XIX. No le va en zaga Arturo Bray, en cuya escritura destellan la erudición caudalosa y una enorme claridad conceptual. Es muy evidente, además, en ambos autores la presencia de una irrenunciable voluntad de estilo. Maestros de la elocutio, los dos fueron finos estilistas que trabajaron sus textos con bisturí antes que con cincel.
Al citar las obras de ambos autores, he omitido ex profeso la mención de sus libros de memorias, por considerar que dichas gemas bibliográficas merecían párrafo aparte. A ello, pues. Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray. Dos escritores. Dos memorialistas. Centurión publicó en cuatro tomos su libro Memorias o reminiscencias históricas sobre la Guerra del Paraguay, obra en la que deja por escrito un testimonio medular para la interpretación de la historia paraguaya, por tratarse de una fuente de primera mano. El primer volumen fue publicado en 1894. Los tres tomos del libro de memorias de Bray, justificadamente intitulado Armas y letras, fueron publicados de manera póstuma, por expresa decisión del autor. Por demasiadas razones, ambos libros son obras fundamentales de las letras paraguayas.
Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray. Ilustres, finos, corteses. Hombres de armas y hombres de letras. Es preciso subrayar, no obstante, alguna diferencia entre ellos. Centurión fue arrastrado hacia las armas merced al imperio de las circunstancias de aquel tiempo enseñoreado por el maremágnum de la guerra, por sus torbellinos de sangre y su violencia inercial. Arturo Bray, sin embargo, fue habitado desde temprano por una íntima vocación hacia la carrera militar y tuvo por juguetes predilectos de la niñez los soldaditos de plomo, la corneta y un sable de hojalata al cinto. Para disuadirlo, sus padres lo enviaron a Europa a estudiar Medicina y allí la Primera Guerra Mundial lo sumó a la fila de combatientes, con lo que enderezó nuevamente su vocación.
Bray parece suscribir la idea de Plauto de que lobo es el hombre para el hombre. Y así, en el primer capítulo de Militares y civiles, afirma: “El instinto y oficio de guerrear es tan antiguo como la aparición del primer hombre sobre la Tierra”. Centurión, en contrapartida, dice que los hombres deberían tratar “de poner término a una costumbre tan poco edificante, a un hecho tan contrario a la voluntad de Dios”. “¡Oh, guerra cruel! ¿Hasta cuándo continuarás haciendo estragos en el mundo?”, apostrofa. Y agrega todavía que “todos estamos obligados a contribuir con nuestro grano de arena a la construcción del edificio de la paz universal”. Vemos en Bray una aceptación resignada de la guerra como algo consustancial a nuestra naturaleza; Centurión aboga por la paz, cree que el bárbaro oficio de la guerra puede ser extirpado de entre las prácticas de nuestra especie.
Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray. Dos hombres. Prohombres. Inteligencias preclaras. Dos biografías inferidas a la realidad. Espada y pluma. Dos hijos de Marte. Dos escritores. Dos enamorados de las palabras. Sensibilidades muy desarrolladas. Dos destinos similares. Hurgar más en sus vidas significaría continuar hallando semejanzas. Baste recalcar que se trata de dos protagonistas excluyentes de sus respectivos tiempos.
Hablé al principio de las palabras cuyo embrujo me sedujo tempranamente. Hablé de la magia de las palabras de Quevedo y de la de sus compañeros del Siglo de Oro, de las palabras que visten elegantes en el libro de semblanzas de mi antecesor, de las palabras de Centurión y de Bray, de las palabras que adquieren otros ropajes en la labor traductológica de estos dos últimos. “Para el guaraní la palabra lo es todo y todo, para él, es palabra. El fundamento de la palabra es el fundamento del ser y de la identidad de los guaraníes, que no solo reciben la palabra: ellos mismos son palabra”. Leo estas afirmaciones sobre el sagrado ñe’ẽ de nuestros ancestros en uno de los ensayos meridianos del sacerdote jesuita y académico de la lengua española Bartomeu Melià.
“Palabras, palabras, palabras”, fue la respuesta del príncipe Hamlet al desafortunado Polonio. Dijo “haya luz y hubo luz”, así, con estas palabras, la deidad que se movía sobre la faz de las aguas en la ópera prima de Moisés iluminó la tierra en el primer día de la creación. Palabra engendradora de los fotones prístinos. “Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe”, añade Juan, el evangelista. “Palabra portadora de mitos” y alumbradora de mundos. Palabras para decir la realidad, para descifrarla y nombrarla. Palabras que Centurión y Bray supieron tejer con la maestría de las agujas diurnas que se movían incesantes en la producción del manto paciente de Penélope. Palabras que integran también mi discurso y que al tiempo en que las pronuncio operan su alquimia para que, merced a este acto que se aproxima a su final, mi actual condición de académico electo se trasmute en la de académico de número y miembro activo de esta prestigiosa y muy pronto centenaria corporación.
Doy pues fin a este discurso que nos ha llevado a recorrer las vidas de dos caballeros de las armas y las letras, dos escritores que por su señorial uso del idioma y su notorio amor a la literatura hubieran podido perfectamente ser académicos numerarios, dos paraguayos que con sus obras nos hicieron “un regalo para toda la vida”: la cita es de Tucídides (otro hijo de Marte que fue paralelamente escritor). Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray. Dos espadas. Dos plumas. Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray. Vidas paralelas. O, como lo hubiera preferido Guillermo Cabrera Infante, el Premio Cervantes cubano: Vidas para leerlas.
* Javier Viveros es escritor, paraguayo, miembro de número de la Academia Paraguaya de la Lengua Española. En 2018 recibió el Edward and Lily Tuck Award for Paraguayan Literature 2018, otorgado por el PEN Club de Estados Unidos, por su libro Fantasmario. Cuentos de la Guerra del Chaco, y el Premio Roque Gaona por su obra Flores del yuyal.
Nota de edición: El presente texto es un fragmento del discurso pronunciado por el autor en la ceremonia de ingreso como miembro de número a la Academia Paraguaya de la Lengua Española, llevada a cabo recientemente. Su título original fue “Tomando ora la espada, ora la pluma”. Las vidas paralelas de Juan Crisóstomo Centurión y Arturo Bray.
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5 de noviembre de 2021 at 18:18
Extraordinaria descripción de los dos soldados y sus distintas épocas