Cultura
Ema, solo Ema
Con su última novela, “La casa de la Calle 22”, Susana Gertopán acaba de obtener el Premio Nacional de Literatura 2021. La obra, publicada por Editorial Rosalba, está compuesta por 85 apartados, cuya narrativa despliega un viaje desde Asunción hasta Vilna, capital de Lituania, en busca de la callada historia de un personaje tan enigmático como afectuoso. Compartimos aquí un par de esos textos.
En el gueto de Vilna, Lituania.
15
La casa de mi niñez no tenía patio. Se trataba de una construcción pequeña. Había solo dos cuartos. El de mis padres y el mío. Un baño, un salón y la cocina. Cuando mi padre se marchó yo me mudé al dormitorio de mi madre. Ella sentía miedo. Quiso que durmiéramos juntas. A mi casa yo nunca invitaba a nadie, ni compañeras de aula ni amigas, ya sea a estudiar, o a jugar. Olía a alcohol y a tristeza. En ningún momento se abrían las ventanas. Los postigos siempre se mantenían cerrados. La casa era oscura. A mi madre le molestaba la claridad.
Por lo general, siempre estábamos solas ella y yo. A veces nos visitaba algún pariente interesado en nuestra economía o para preguntar si como nos iba sin la presencia de mi padre.
Recuerdo la época en que pasaba de la infancia a la adolescencia. Entonces, mis fantasías bullían. Dejaba de ser una niña que miraba atentamente lo que sucedía a su alrededor para convertirse en una joven que empezaba a analizar, a pensar. Además, imaginaba, soñaba y escribía.
Todos los días, luego de finalizar mis deberes, repasar mis lecciones y ayudar a mi madre en las tareas domésticas, tomaba un cuaderno, lápiz, borrador, sacapuntas, los guardaba en una cartuchera y cruzaba a casa de Ema. Ahí estaba mi lugar. Aquel que había elegido para sentarme a narrar. Mientras yo escribía, Ema me cuidaba.
En aquel tiempo, yo aún no entendía que el cuidado no era control, ni vigilancia, como lo hacía mi madre. No se trataba de imponer miedos, sino de amparar angustias.
Mi papá venía los fines de semana a buscarme. Íbamos a casa de la abuela. Cuando nos abandonó fue a vivir con su madre hasta que, sorpresivamente, decidió marcharse del país. Una vez instalado en el exterior, ya lejos de nosotras, las cartas se convirtieron en el nuevo vínculo entre mi padre y yo. De ese modo, comencé a incursionar en el género epistolar. Algunas de las correspondencias que escribía eran respuestas a las suyas, otras iban dirigidas a fantasmas que yo imaginaba. A personajes a los que quería parecerme o a seres a quienes, en medio de mis fantasías, los transformaba en otros.
Ema siempre se mostró interesada en mis escritos. Mientras yo leía en voz alta, ella callaba. Nunca decía nada. No emitía algún comentario, cada tanto levantaba la vista del bordado o tejido en el que estaba trabajando y me sonreía. Eran aprobaciones silenciosas.
Las veces que Ema iba al centro para sus diligencias o sus compras, regresaba con un regalo para mí. Siempre se trataba de un libro pero nunca me lo entregaba en la mano, simplemente lo dejaba sobre la mesa de la cocina.
— Nina, no te olvides de llevar el paquete que está en la mesa de la cocina, es para vos. Era su único comentario.
En la primera hoja del libro, a modo de dedicatoria, escribía su nombre.
Ema.
29
Los tentáculos de la urbe no llegan hasta el gueto. El lugar se encuentra protegido por el silencio que recorre sus calles, por ojos abiertos de muertos, que observan a través de altos ventanales. Miradas sepultadas detrás de cortinados que, igual a mortajas, resguardan el interior de espacios callados, sin voces, sin melodías. Sin esperanzas.
Solo se oye la palidez del dolor, y es la memoria, un habitante más que resguarda al gueto ante el riesgo de perder su identidad. Cada rincón, vereda, muro, ventanilla, cada piedra, retiene un nombre, un recuerdo, como testimonio de existencias. Un recuadro de historia circundado por un río. La tristeza amuralla a esa minúscula aldea. Un territorio que perdió a sus habitantes, pero nunca su identidad.
En este momento, recorriendo las calles, dos Ninas se confrontan. Por un lado la escritora, haciendo lo posible por sobrevivir, en un lugar ajeno, y así salvaguardar la memoria de personajes que no conoció. La otra, una mujer libre que se siente cobijada por el lugar, que lucha por olvidar aquella casa pequeña, oscura, y el olor a alcohol. Olvidar a la mujer a la que debía cuidar, al hombre que decidió un día partir. La Nina, que acarrea la culpa por desear la felicidad. Por haber disfrutado del ardor. La culpa por desaparecer del universo que le habían construido y al que ya no pertenece. Sobre todo, apartada de la tristeza.
Mientras camino siento como si un velo envolviera mi soledad. Me encuentro alejada del abandono, el que llevo soportando, hace un largo tiempo.
Caminando por el gueto deseaba perderme en mi niñez. Cruzar la calle, una siesta ahogada en el calor de un verano.
* Susana Gertopán, flamante Premio Nacional de Literatura 2021, es autora de 11 novelas. Algunas han sido traducidas al inglés, francés, portugués, alemán, bengalí e indi. Sus cuentos han sido recogidos en antologías, periódicos y revistas nacionales e internacionales. Recibió la Mención de Honor Premio Nacional de Literatura 2019, el Premio Municipal de Literatura 2016 y el Premio de Novela “Lidia Guanes” 2010. Algunos de sus títulos son: Todo pasó en setiembre (2019), El señor Antúnez (2015), El fin de la memoria (2014), El callejón oscuro (2010), El equilibrista (2009) y Barrio Palestina (1998).
Nota de edición: Agradecemos a Editorial Rosalba la autorización para reproducir los presentes fragmentos.
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Julio de Torres
8 de noviembre de 2020 at 16:04
Qué hermoso es leer a Susana Gertopán. Dan unas ganas tremendas de devorar la novela.
Gracias por acercarnos a ella, El Nacional y equipo cultural.