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Cultura

Efemérides, el ritual de la memoria

Arnaldo Cristaldo, Tres banderas, 2019. Cortesía

Arnaldo Cristaldo, Tres banderas, 2019. Cortesía

Las efemérides cumplen una función social indiscutible: actúan como la grilla que sostiene el relato comunitario. Estas fechas recurrentes instalan un tiempo cíclico del que no es posible escapar salvo rompiendo la membrana mnémica tejida pacientemente año tras año. En Paraguay, estos tres días que van de ayer a mañana están marcados por hechos que demandan, en grado diferente, su ritual de memoria: la creación de la bandera nacional, la fundación de Asunción y la masacre de niños en Acosta Ñu.

En estos momentos la “iconografía patria” se despliega, exuberante, en los espacios oficiales, los medios de comunicación y las redes sociales, en una suerte de movida marketinera que intenta posicionar lo nacional como objeto de consumo. Pero ¿qué es lo nacional? ¿Qué significan el rojo, el blanco y el azul? ¿Qué sentidos trafican las imágenes que, intencionada y/o irreflexivamente, se distribuyen y comparten?

Paraguay es un país que vuelve permanentemente sobre su pasado. Lo hace en las conversaciones cotidianas, en la oferta política, en los anuncios publicitarios, en la prensa, en la literatura y en el arte. Hay, al parecer, una necesidad profunda de recordar y una fascinación que impide dejar de mirar, una y otra vez, lo sucedido.

El arte contemporáneo ha abordado en reiteradas ocasiones los dispositivos de memoria que articulan el relato oficial, vaciándolos del sentido consensuado y poniéndolos en la mesa de disección. ¿A qué apunta la deconstrucción de símbolos que se opera en ciertas obras?

Banderas

Empecemos con la bandera. Se trata de un símbolo de identidad, sea cual fuere el grupo que la enarbole. Indudablemente, la bandera nacional representa al país, su territorio, su historia y su cultura (permitámonos la generalización). Si bien esta bandera aparece en el arte, las más de las veces como parte de un discurso heroico, también lo hace como un signo interpelado desde distintas posiciones. Veamos el caso de Jaspers Johns. Cuando el artista americano, en 1954, pintó la primera de sus innumerables, célebres y cotizadas “banderas”, lo hizo porque –según dijo– quería pintar algo que estuviera en la mente de la gente. Y la bandera nacional de USA, desde luego, lo estaba. Su operación consistía en algo así como sacudir el recuerdo, cantar al oído la canción que todos conocían desde siempre. Fue así que sometió aquel signo fijo, inmutable, a multitud de variaciones, sutiles algunas, intensas otras, en una sociedad que estaba cambiando velozmente y años después entraría en convulsión. En Paraguay varios artistas abordaron este símbolo en sus investigaciones. Voy a remitirme solo a dos: Paola Parcerisa y Arnaldo Cristaldo.

Paola Parcerisa. Vista de sala. Cortesía

Paola Parcerisa, Bandera vacía. Cortesía

Bandera vacía (2006) es una obra lacónica pero efectiva. Paola Parcerisa (Asunción, 1968) ha vaciado la bandera, le ha quitado toda la tela para dejar solo los bordes, las costuras. Si pensamos en este paño como símbolo del Estado, es claro que la artista patentiza su ausencia, mostrando una nada enmarcada en filetes rojos, blancos y azules. También ha extirpado el escudo, que flota en el aire como un planeta extraviado. Con recursos mínimos, y sin embargo potentes, alerta contra el peligro de confundir símbolo con realidad (venerar el trapo y quemar los bosques, rendir honores a la tricolor y no respetar la vida y los derechos humanos), al tiempo que expone la condición de un país que pierde sus riquezas naturales y del que solo queda la escuálida imagen de sus límites.

Paola Parcerisa, “Bandera vacía”, 2006. Cortesía

Paola Parcerisa, Bandera vacía, 2006. Cortesía

Arnaldo Cristaldo (Asunción, 1977) también ha trabajado los símbolos oficiales y lo ha hecho con persistencia. Ha empleado banderas reales a las que ha extraído el escudo y confeccionado otras, en textil y en plástico, como un manifiesto ante la violencia, la crisis y el desamparo. Secuestro-express, Edelio o Cielo-Carpa son algunos de sus títulos, obras en las cuales apela al doblez, al recorte y al bordado para exponer el cuerpo vulnerable y vulnerado de la nación, su materia frágil y sombría, así como su anhelo de limpieza y transparencia. De gran versatilidad, las piezas se expanden o se retraen según las circunstancias, como un organismo vivo que debe negociar su supervivencia a cada instante.

Arnaldo Cristaldo, Cielo-Carpa, 2016. Cortesía

Arnaldo Cristaldo, Cielo-Carpa, 2016. Cortesía

Los niños mártires

Instituido en 1948 mediante decreto, el Día del Niño en Paraguay tiene sabor a tragedia. Desde entonces se celebra cada 16 de agosto, fecha de la masacre de niños paraguayos durante la Guerra de la Triple Alianza. Una lucha desigual entre 3.000 soldaditos de juguete, armados con fusiles de madera, y unos 20.000 hombres del ejército aliado (si las cifras no mienten).

Esto ocurrió en Acosta Ñu, en  un campo próximo a la granja donde Joaquín Sánchez (Barrero Grande, 1977) nació y creció. “Desde pequeño escuché la historia de los niños héroes que se bañaban en este arroyo y cómo fueron masacrados por los soldados enemigos aquel día de 1869. Yo venía a jugar a este lugar y sentía la presencia de esos niños”, relata el artista, quien abordó la historia a partir de sus recuerdos de infancia.

Joaquín Sánchez, Yukyty (Campos de sal), 2010. Video. Captura

Joaquín Sánchez, Yukyty (Campos de sal), 2010. Video. Captura

Así nació Yukyty (Campos de sal, 2010), video de 8 minutos realizado a partir de siete planos fijos. La obra muestra una mujer que atraviesa el monte y llega al borde de un arroyo. Se sienta sobre una piedra, la cabeza y los hombros cubiertos por una gran mantilla blanca de ñandutí. Es una presencia irreal, una aparición casi. La mujer es vieja y recuerda la historia de una batalla. El relato se desarrolla en subtítulos. La mujer sumerge, levanta y vuelve a sumergir grandes paños blancos en el mismo arroyo donde los “niños mártires de Acosta Ñu” se bañaron por última vez. Repite una letanía, impasible, y se quiebra cuando dice “al anochecer las madres entraron en la selva a buscar los cadáveres”. El sitio comienza a poblarse de fantasmas, de espectros-niños que descansan a orillas del agua, que se desperezan y apuntan al cielo con su armamento de utilería. La obra termina con una serie de paños blancos en una cuerda, tendidos al fulminante sol que, según dicen, cauteriza cualquier herida.

 

* Adriana Almada es escritora, crítica de arte, editora y curadora. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte.

3 Comments

3 Comentarios

  1. Joaquin Sánchez

    16 de agosto de 2021 at 17:44

    Felicidades!!!
    Lindo articulo!

  2. Jorge Verá (Apykapy)

    22 de agosto de 2021 at 08:26

    Buen día Adriána! Muy buena reflexión estética del lenguaje de los símbolos. En el Paraguay actual la realidad supera al mensaje profiláctico que intentan transmitir nuestros artistas

    • Adriana Almada

      24 de agosto de 2021 at 21:56

      Muchas gracias, Jorge!!!

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