Cultura
Italianos en el Paraguay: Una integración sin fisuras
Se estima que unos 600.000 paraguayos tienen algún ascendiente italiano. La inmigración italiana, a lo largo de más de un siglo y medio, marcó presencia en el país, permeando todos los ámbitos de la vida nacional.
Del barco a la nueva vida. Colección del autor
Voy a ser breve e intentar hacer hincapié en lo que se puede considerar inmigración y, sobre todo, en la influencia cultural que tuvo, ya que es el parámetro que mide la relevancia de una corriente migratoria.
Lo primero que se debería dejar claro al hablar de inmigración es que se puede hablar de tal cuando los individuos de los que trata han dejado una huella en la cultura del país huésped. Sería un lugar común hacer una enumeración de individuos llegados en los tiempos de la conquista, entre los cuales hubo algunos italianos, pero que no dejaron huella como tales. Si lo vemos de esta forma, eso no se dio en nuestro primer siglo de existencia, por más que veamos algunos apellidos de la época que se continúan hasta hoy, como los Aquino, los Troche y los Risso, llegados con la evacuación de la primera Buenos Aires en 1542.
Es recién en la etapa de modernización de los López que se puede decir que los inmigrantes italianos comenzaron a tener una influencia cultural y esta fue, desde un principio, relevante. Fue Don Carlos quien al encarar la modernización del país, con las contrataciones de 1854, además de los 200 técnicos británicos para la industria pesada, trajo un centenar de músicos, arquitectos, constructores y maestros, de los cuales la mitad eran italianos, algo apoyado por el temprano establecimiento de relaciones diplomáticas con el Reino de Cerdeña en 1853.
No era esta, sin embargo, la primera incursión de italianos en el Paraguay. La navegación de los ríos interiores desde y hasta el Plata ya estaba casi exclusivamente manejada por navegantes o “patrones de barco” italianos, principalmente ligures, situación que se mantenía desde la Colonia.
Para ese momento, los navegantes genoveses que manejaban el comercio con Buenos Aires llegaban a 300. Estos eran muy apreciados por las familias de la elite asuncena, pues eran los que les traían subrepticiamente correspondencia, libros y periódicos que estaban sujetos a control y censura. Estas relaciones de confianza (y complicidad) les permitió a muchos de ellos acceder a otras oportunidades, formar familias y establecerse en el país.
Los italianos de López invadieron pacíficamente las áreas culturales. Para la mitad del siglo XIX se estima que, entre maestros, arquitectos-constructores, artistas y un centenar de agricultores, habían llegado entre 400 y 450 individuos. Podrían haber sido ser más, pero en 1856 López, disconforme con los agricultores que habían llegado a través del cónsul italiano Favara, dispuso que “se garantizaba el ingreso de hombres de la península itálica, capaces de enseñar la industria y las artes” pero restringió el ingreso de campesinos.
Sin embargo, se puede decir con propiedad que “lo mejor estaba por llegar”.
Se estima que más de 56 millones de europeos emigraron entre 1821 y 1932, de los cuales un 22% vino a América Latina. Uno de los países con mayor pérdida demográfica fue Italia, con casi 26 millones de emigrantes entre 1876 –cuando comienzan los registros– y 1976.
Si bien los grandes puertos del Plata (Montevideo y Buenos Aires), así como el sur del Brasil, acapararon la mayor parte de la inmigración europea a la región, desde 1879 hasta 1903 partieron hacia el Paraguay 29.700 italianos.
América del Sur era entonces una tierra escasamente poblada y los gobiernos de cada país competían entre sí en la oferta de facilidades para los inmigrantes europeos, trabajadores esforzados y con mayor nivel de educación. El progreso pasaba por la colonización y tierras sobraban, que era la moneda ofrecida.
Paraguay competía en esa carrera con la desventaja de la mediterraneidad. Esfuerzos heroicos en ese sentido hizo Genaro Romero –director de Tierras y Colonias– por el gobierno paraguayo. Las leyes se sucedían rápidamente en cada país, con distintos “combos” que enfatizaban una u otra ventaja, o pretendían llevar a distintas zonas a los inmigrantes.
A pesar de esos esfuerzos, las colonias organizadas de inmigrantes italianos fueron apenas dos. La primera fue fundada por el siciliano Giuseppe De Stefano Paternó, hombre culto que formó al efecto la Sociedad Colonizadora Italo-Americana. En 1898 se fundó la Colonia Trinacria con 350 colonos en una superficie de 36.000 hectáreas cerca de Villa del Rosario. Por diversas razones, principalmente la falta de caminos y mercados cercanos, pero también la mala organización y el hecho de que la mayoría de los colonos no eran agricultores, la colonia decayó rápidamente y uno o dos años después el Estado tuvo que hacerse cargo, rebautizándola General Aquino. Si en 1899 tenía 350 habitantes, italianos en su totalidad, para 1909 los colonos eran 786 pero, de estos, 734 eran paraguayos, apenas 23 italianos, y los restantes 29 de otras cinco nacionalidades.
La segunda colonia italiana fue Nueva Italia, creada en 1906. Su impulsor fue nuevamente Paternó, quien era ahora asesor del gobierno. La colonia fue inicialmente exitosa como asentamiento italiano y no tuvo los problemas de Trinacria en cuanto a comunicaciones, pero sufrió la falta de apoyo en forma de alimentos, ganado, capital y asesoría agrícola, por lo que los italianos pronto dieron paso a otros colonos. Para 1910 la colonia tenía 434 habitantes, ya en su mayoría paraguayos. En 1926 llegaba a 1.000 habitantes, pero 128 eran alemanes, el resto paraguayos y no quedaba ningún italiano.
La inmigración italiana directa llegó a su fin a finales de los años veinte, como resultado de las políticas fascistas italianas en lo demográfico y económico, que reconocieron la misma como lo que era: una sangría debilitante de fuerza de trabajo.
Pero paralelamente a los esfuerzos oficiales, cientos de familias habían ido llegando y los 1.245 italianos de Asunción en 1902 se habían convertido en 5.000 para 1907. En ese entonces, en todo el país, los italianos sumaban ya 9.000 individuos, y para 1915 esta cifra se había elevado a 15.000, aunque los anuarios estadísticos del Paraguay registran apenas 3.717 inmigrantes italianos como llegados en el período 1880-1920, poco menos de un millar por década. Para la de 1920-1929, la cifra cae a 37 italianos ingresados.
Ningún contingente importante llegó al Paraguay después de 1920, si bien hubo algún plan después de la Segunda Guerra Mundial, en Santa Rosa y San Ignacio. En 1958 el Instituto de Reforma Agraria informaba que de 1918 a 1958 se había registrado la llegada de 1.081 italianos, lo que solo pone de manifiesto que la inmigración italiana –al igual que otras– había pasado en su amplia mayoría por los canales silenciosos pero efectivos de las llamadas familiares, que se salteaban los registros de inmigración y no solicitaban prebendas a cambio de la libertad de instalarse en cualquier lugar del país y dedicarse a lo que quisieran.
Si el modelo tradicional de inmigración impulsado por el gobierno conoció casi solo disgustos hasta la década de 1920, no sucedió eso con los canales alternativos. Esta inmigración, no registrada como tal, abonó el inmediato éxito que tuvo el “poblado” que Francesco Morra fundó en 110 hectáreas de monte compradas en 1887 cerca de Asunción, donde se instalaron inicialmente 30 familias de italianos. A los dos años, Villa Morra tenía su propio tranvía, periódico y teléfonos, y el proyecto había logrado un éxito mucho mayor que cualquier colonia del interior. Para 1889, un censo interno del poblado daba 471 habitantes, de los cuales 407 eran extranjeros y 54 paraguayos.
Las redes familiares se probaron más convincentes que las políticas oficiales, y el flujo de italianos al Paraguay fue por años el más numeroso, estimándose en el 27% de los extranjeros llegados entre 1882 y 1907.
Lo mismo se puede decir de su peso económico, ya que para 1887, sobre 454 firmas de importación y exportación, 172 eran de paraguayos, con 379 empleados, y 117 (32% menos) de italianos, pero con 493 dependientes (30% más). Menciono la importación-exportación porque era uno de los recursos de los recién llegados. La hemos llamado “la riqueza oculta que traen los inmigrantes” refiriéndonos al conocimiento de la producción de su país, así como sus necesidades, que sembrado en terreno fértil (capacidad financiera propia, ayuda de socios locales o de su nueva familia) motiva un intercambio comercial, inicialmente con sus familias o sus pueblos, que conduce a un éxito notorio.
Aparte del olfato comercial, el otro capital que trajeron los italianos fue el conocimiento de los oficios. Cuando por 1880 se comienza a reactivar la industria, estos tuvieron inmediatamente presencia en ella, profesionalizando las sencillas industrias existentes. Los Pecci pusieron la primera fábrica de hielo, y junto con los Quaranta las primeras fábricas de pastas. Manzoni la de fósforos, Cavallaro comenzó a hacer jabones y los hermanos Bosio proveyeron la cerveza que refrescaba tanto esfuerzo.
Doménico Scavone –establecido inicialmente en San Pablo– visitó Paraguay, se enamoró de una paraguaya hija de compatriotas y se instaló en el país. A su llamado, sus hermanos y gran parte de los habitantes de Tito –su pueblo natal– terminaron viniendo a Paraguay, siendo el chiste de la época que “Tito había quedado despoblado”.
Luigi Patri compró los restos del Ferrocarril, reactivándolo al punto de que cuando el Estado se los recompró –ya con superávit– le pidió que siguiera administrándolos. Con los sus ex accionistas Patri fundó el Banco de Comercio, que financió cantidad de colonias. Otros italianos –además del mencionado Morra– concesionaron líneas de tranvía: Marzi a Sajonia, Andreuzzi a la Cancha Sociedad y Telizzi a Tacumbú. Este último también concesionó los empedrados y el alumbrado público, y cuando los tranvías tirados por mulas fueron sustituidos por los eléctricos en 1914, fue gracias a Giovanni Carosio, con la empresa CALT, hoy ANDE, aunque ya desde 1884 y 1889 otros italianos daban servicios de iluminación eléctrica. Y fue un hijo de italianos, el Dr. Pedro Ciancio, el que estudió y promovió la soja en el país, de cuya economía es hoy uno de sus pilares.
Si bien la inmigración italiana fue inorgánica, tenemos una especie de fotografía instantánea que captura el estado de la misma en 1939. Ese año, dos publicistas italianos –Aliprandi y Martini– editaron una Guía de italianos en el país que es un relevamiento completo del comercio e industria a su cargo. Vemos allí los orígenes de docenas de pequeñas industrias familiares, muchas de las cuales hoy son líderes en sus rubros. En la obra se nota el esfuerzo hecho por el gobierno italiano en “fascistizar” a los “italiani nell’Estero” (italianos en el exterior), como eran ahora llamados. Sin embargo, los italianos en Paraguay no acompañaron el esfuerzo de guerra de la metrópoli. Esos europeos trabajadores, gallardos, que rápidamente obtenían resultados en todo lo que emprendían y que con gusto se unían a las jóvenes paraguayas, se habían integrado rápidamente al tejido social local. Por eso fueron más reacios a seguir los lineamientos de conflicto de su país de origen y prefirieron disfrutar de sus familias en un país donde la violencia política no estaba ausente pero respetaba a los extranjeros sin incomodarlos. Cuando fue el momento, sin embargo, y por esa misma integración, su sangre estuvo presente sin retaceos en la defensa del Chaco, mostrando el compromiso de una de las comunidades europeas más extensas y asimiladas del Paraguay.
Su integración, a través de los casamientos mixtos, se muestra más rápida que la de otras comunidades, como la de los alemanes o las del Medio Oriente, que tuvieron un grado de endogamia inicial mayor en las primeras generaciones, o mínimo a través del tiempo, como en el caso de menonitas, coreanos y japoneses.
En conclusión, los italianos se mantienen hasta hoy como una de las colectividades con identidad más marcada y al mismo tiempo, más integrada, en forma de una tela homogénea en la que no se notan las costuras. Al momento, se estima que unos 600.000 paraguayos tienen algún ascendiente italiano, en una asimilación de más de un siglo y medio, tan íntima, tan sin fisuras, que su presencia en la comunidad se ve en todos los ámbitos de la cultura local, en una aceptación unánime que jamás ha sido cuestionada.
* Martín Romano García es investigador, especializado en familia e inmigración. Miembro correspondiente de la Academia Paraguaya de la Historia, presidente del Instituto Paraguayo de Genealogía, miembro honorario del Instituto de Estudios Genealógicos del Uruguay, del Colegio Brasilero de Genealogía y otras instituciones similares.
Nota: Este artículo se desprende de la charla Una breve aproximación a la inmigración italiana en el Paraguay, ofrecida por el autor en el marco del Ciclo de Encuentros sobre Historia organizado por el Centro Cultural de la República El Cabildo, con el auspicio de la Embajada de Italia.
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Jorge Bosch
27 de junio de 2021 at 23:46
Excelente investigación..!!!
Franco
15 de agosto de 2024 at 13:51
En esta nota no le menciona a Aquilino Piatti quien fue uno de los pioneros en venta de semillas. verduras, etc. quien tenia la Villa Milano en 1886, en Asunción a quien se le nombra en otra publicación, y seria importante saber que paso de el, y sus hijos que llegaron de Italia siendo pequeños, Los Piatti que de ellos muy poco se habla.