Cultura
¿Por qué el interés en conservar el patrimonio cultural?
© Juan Carlos Meza, Fotociclo
“Los muertos son aquellos que han perdido la memoria”.
Mircea Eliade, Mitologías de la memoria y el olvido
Como seres humanos nuestro desarrollo se basa en experiencias que se vuelven aprendizaje y a la vez memoria, que nos van formando como personas y nos permiten una proyección a futuro. Esta memoria es resultado de un proceso de selección y reconstrucción, de pérdida y trasformación.
Como seres sociales, gran parte de esas experiencias están ligadas a otras personas, a grupos, así como también a espacios, sitios, objetos, palabras, ideas compartidas. La memoria individual es también social, en parte, puesto que se basa en experiencias comunes.
La memoria colectiva, aquella que nos identifica como grupo social, se fundamenta en la experiencia compartida y en la conservación de conocimientos para transmitir formas de cultura. Así como la memoria individual es importante para todo ser humano, la colectiva juega un rol fundamental, puesto que la conexión entre pasado y presente condiciona el desarrollo futuro de una sociedad. La salvaguarda de la memoria colectiva de la Nación está garantizada por la Constitución Nacional [1].
El interés por la conservación del patrimonio cultural –y urbano-arquitectónico en particular– parte justamente de la preocupación por dar continuidad al pasado a través de la presencia física de elementos a este relacionados, como un recurso de la memoria. Los bienes culturales tienen una función referencial.
En el 2003, Paraguay suscribió la Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial [2] que en uno de sus puntos establece la necesidad de que los Estados promuevan la educación sobre la protección de espacios naturales y lugares importantes para la memoria colectiva, cuya existencia es indispensable para que el patrimonio cultural inmaterial pueda expresarse.
Con relación a la ciudad, Aldo Rossi [3] se refería a las permanencias como “un pasado que aún experimentamos” y a la memoria colectiva como “la misma transformación del espacio-ciudad por obra de la colectividad” o “como relación de la colectividad con el lugar y con la idea de éste”.
Si hablamos de nuestro centro histórico, los monumentos, edificios y espacios de valor que lo estructuran son elementos referenciales, evocadores de la memoria colectiva. Cuando alguno de ellos se altera, se destruye o desaparece, los “recuerdos” se van con ellos y se pierde parte de nuestra historia. Así se desfigura la ciudad y se instala el olvido.
Como podemos concluir, el patrimonio cultural es una construcción social. Es la comunidad la que lo define, lo selecciona, escoge los elementos que cree dignos de ser conservados por contener valores que normalmente trascienden su uso o función original. Con esta concepción, tanto la Ley 3051/2006 “De Cultura” como la Ley N° 5621/16 “De protección del patrimonio cultural” lo definen en función de su relevancia para la cultura, en razón de los valores derivados de los bienes que lo componen.
Es importante entender que la condición de patrimonio no está determinada por el hecho de que esté o no registrado un bien cultural. El registro es la herramienta legal que permite la gestión del mismo, pero el estatus de patrimonio de un bien cultural no depende de ello, sino de su significancia, que está definida por todos los valores que se le asignan.
Los valores son los “aspectos de importancia que los individuos o una sociedad atribuyen a un bien” [4]. Normalmente los más asumidos son el histórico, el estético y el de antigüedad, pero hay muchos otros como el simbólico, el de singularidad, el de uso, el social, el científico, y el económico, por citar algunos.
La normativa de Asunción [5] establece una escala de valoración para los de edificios [6] y sitios [7], la cual –como dice la propia normativa– “corresponde esencialmente a la necesidad de determinar niveles de intervención” y no determina la preminencia de una categoría de bien sobre otra.
Una tarea imperiosa de la gestión del patrimonio es la conservación del significado cultural, que debe ser interpretado y, sobre todo, trasmitido de manera correcta, para lo cual son necesarios estudios interdisciplinarios (arquitectura, historia, antropología, sociología, etc.) que brinden un sustento científico a la preservación del patrimonio. La legitimación social depende en gran medida de la difusión de esos significados.
Valoración, pérdida y conservación en el CHA
Entre los problemas a los que se enfrenta hoy el Centro Histórico de Asunción está la pérdida paulatina de su significado, asociada al abandono funcional y a la obsolescencia de los edificios, lo que contribuye a su desvalorización, desprotección y posterior desaparición. Esta situación se ve maximizada por la actual crisis sanitaria y la merma del control social sobre el área, debida al aislamiento.
En estos días tomó notoriedad pública la demolición de un edificio en el centro histórico, sobre la calle Paraguari, para dar paso a la construcción de uno nuevo. El hecho provocó un gran rechazo que se hizo notar en las redes sociales, donde algunos de los aspectos más debatidos fueron la propiedad privada, la ausencia de incentivos y el hecho de que “el edificio no estaba catalogado por el municipio”.
Este y tantos otros hechos similares y recurrentes en los últimos tiempos, –como el de la esquina de Brasil y Mariscal Estigarribia o el del edificio ubicado sobre Chile entre Jejui e Ygatymi– si bien desnudan la fragilidad de la política de protección de bienes culturales, deberían llevarnos a una reflexión sobre el modelo de desarrollo que aún persiste.
En el marco de los Objetivos del Desarrollo Sostenible [8] y considerando la gran incidencia que tiene la industria de la construcción en la contaminación ambiental, la demolición de edificios y, en específico de aquellos que representen algún valor para la ciudad, debería ser hoy una opción inconcebible que enfrente a la administración pública, al profesional arquitecto y al comitente ante el desafío ético de pensar en la conservación.
En este sentido, es fundamental que la administración pública incremente el protagonismo de profesionales especialistas en el campo de la planificación, la conservación, la historia y la arqueología, permitiendo que estos garanticen una mejor gestión del patrimonio cultural. Sin embargo, la conservación depende también de los demás agentes que actúan y deciden sobre una intervención o una demolición: el arquitecto y el comitente.
La ley De Protección del Patrimonio Cultural, prohíbe en su Artículo 21 “la demolición, destrucción o transformación de los bienes culturales” que no cuenten con autorización de la SNC, el Artículo 22 también habla de la necesidad de autorización para el inicio de obras.
El Centro Histórico de Asunción es objeto de protección, en todo su conjunto, tanto de una resolución ministerial [9], como de una ordenanza municipal [10]; lo mismo las unidades edilicias que lo conforman, aún aquellas no contempladas en el catálogo, las que están amparadas en la Resolución N°18/2006 de la Secretaría Nacional de Cultura, que se convierten en letra muerta ante la falta de valoración de los agentes actuantes.
La capacidad de armonizar un nuevo edificio con el entorno preexistente no debería pasar por la sola aplicación de una ley. Es importante tener conciencia de que la arquitectura construye la ciudad y el hecho de que las decisiones técnicas y proyectuales sean sensibles al ambiente dependen en gran medida de la sensibilidad, la formación y la ética profesional.
En medio de estas reflexiones es importante recalcar que una postura que tienda a la sacralización del espacio, que mire solo al pasado, procurará convertir al centro histórico en un lugar estático. El aporte de la nueva arquitectura es decididamente importante, cuando es capaz de dialogar con lo preexistente, de proporcionar nuevos “recuerdos” para el mañana, porque “el pasado se vuelve memoria cuando podemos actuar sobre él en perspectiva de futuro” [11].
A la hora de intervenir, cada edificio patrimonial debe tener una respuesta particular producto de las propias características del edificio, de su historia, el valor o significancia cultural y social y su evolución en el tiempo, en este sentido es preciso subrayar la importancia del arquitecto conservacionista en la definición del proyecto [12].
Valor y fragilidad son aspectos fundamentales por considerar al proyectar y al evaluar las intervenciones en el patrimonio construido, puesto que debemos tener siempre presente que tratamos con recursos no renovables y en cada decisión técnica está en juego la conservación o perdida de aspectos que hacen a la memoria colectiva e identidad, la negligencia tiene un costo muy alto.
Notas
[1] Artículo 81. Del Patrimonio Cultural.
[2] Ley n°2884/2006 que aprueba la convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, Unesco, París, 2003.
[3] Aldo Rossi (1931-1997), arquitecto italiano autor de La arquitectura de la ciudad, obra aparecida en 1966.
[4] Norma UNE-EN 15898 Conservación del patrimonio cultural. Principales términos generales y definiciones.
[5] Ordenanza JMA 35/96 “Que crea el catálogo de edificios, conjuntos arquitectónicos, áreas y sitios de interés”.
[6] a-monumental, b-arquitectónico y c-ambiental.
[7] a-urbanístico, b-histórico-cultural y c-paisajístico-ambiental.
[8] Entre las metas del Objetivo 11 está lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles. Se cita el 11.4: Redoblar los esfuerzos para proteger y salvaguardar el patrimonio cultural y natural del mundo.
[9] Resolución N° 23/2006 de la Secretaría Nacional de Cultura.
[10] Ordenanza JMA N° 267 /09 Delimitación patrimonial urbana del Centro Histórico de la Ciudad de Asunción y creación del Consejo de gestión.
[11] Gonzalo Sánchez. Guerras, memoria e historia. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2003, p. 25.
[12] La conservación del patrimonio construido es una disciplina específica porque los edificios patrimoniales requieren un tratamiento particular y distinto al de una obra nueva.
* Silvia Rey Méndez es arquitecta, máster en Valorización de bienes arquitectónicos y ambientales, docente en las áreas de Historia y Patrimonio de la FADA-UNA.
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