Cultura
Paulo Mendes da Rocha, Paraguay, y la arquitectura como cuestión política
Hace una semana la noticia conmovió al mundo: “El último gigante de la arquitectura brasileña” había muerto. El ganador del Premio Pritzker que soñaba con la ciudad contemporánea habitable e inclusiva es recordado en esta entrevista por su colega Solano Benítez, con quien compartió una amistad profunda.
Paulo Mendes da Rocha, perfil de FB
El domingo pasado el mundo recibió la noticia: Paulo Mendes da Rocha, “el último gigante de la arquitectura brasileña”, acababa de morir a los 92 años. Fue el tercer latinoamericano en recibir el Premio Pritzker, en 2006, después de Luis Barragán en 1980 y Oscar Niemeyer en 1988. São Paulo fue el escenario de sus obras más representativas: el Gimnasio Club Paulistano, el Museo Nacional de Escultura (MUBE) y la renovación de la Pinacoteca del Estado.
Conocido por sus propuestas brutalistas, construcciones de grandes volúmenes de hormigón armado que respondían al criterio de “honestidad estructural”, Mendes da Rocha sostenía que construir la ciudad contemporánea es hoy la motivación fundamental de la arquitectura. ¿Cómo sería la ciudad ideal?: aquella capaz de extender el horizonte de “los deseos humanos”. Uno de sus conceptos recurrentes era “la imprevisibilidad de la vida”, noción que lo llevó a plantear una arquitectura atenta al ser humano y su condición vulnerable, necesitada de un espacio donde ejercitar el “vivir juntos”. Sostenía que no existía la posibilidad del espacio privado. La palabra espacio, decía, ya quiere decir público, si no, no es espacio. Y de esta concepción de habitabilidad de lo privado-público se desprendía necesariamente su afirmación de que “la arquitectura es una cuestión política”. Reivindicaba la importancia de preservar “la alegría doméstica” y el juego porque “cuando está lo lúdico, todo funciona”.
Paulo Mendes da Rocha vino a Paraguay muchas veces. Conoció su arquitectura y fue un atento observador de sus procesos. Tuvo una relación fluida e intensa con la generación que definió lo que hoy se conoce como arquitectura paraguaya contemporánea. Dio conferencias, recorrió obras, compartió asados. Desarrolló una sólida amistad con Solano Benítez, a quien conoció cuando ambos eran finalistas en el premio Mies Van Der Rohe para América Latina en 1999, que Mendes ganó. El arquitecto brasileño celebró la “espacialidad inesperada” de la obra de su colega paraguayo, a la que destacó “por la sencillez del material, aparentemente modesto –el ladrillo– y la excepcional calidad resultante en el disfrute de la geometría y la inteligencia humana”. Fue así que impulsó e introdujo las propuestas de Benítez en la escena internacional, en la que concidirían luego repetidamente, como cuando en 2016 Paulo ganó el León de Oro en la Bienal de Venecia por su trayectoria y Solano el León de Oro por obra exhibida.
Ahora solo queda recordarlo. Algo muy fácil, por cierto. Demasiadas cosas ha dejado. Entre ellas, su palabra: “Nosotros siempre estamos envueltos por una verdadera atmósfera mágica y que nunca fue tan fuerte en el género humano. Tengo la imagen de nosotros llegando, en retrospectiva, a nuestros orígenes, entendiendo que el mundo siempre fue una sorpresa, pero nunca como, de hecho, lo es ahora, porque somos conscientes de que estamos vivos en esta pequeña roca de materia, desamparados en el universo”. Lo dijo en Paraguay.
Paulo Mendes da Rocha fue el tema de esta larga conversación con Solano Benítez.
– Hablame de Paulo.
– Conocí a Pablo un tiempito antes de cumplir treinta y siete. Él decía que teníamos la misma edad, porque él tenía setenta y tres. Acá en Paraguay invitábamos a los arquitectos internacionalmente más conocidos y todos se quedaban muy intrigados porque veían que lo que hacíamos no coincidía con la pulsión del estado del arte en la arquitectura en ese momento, sobre todo para la gente que ya era consagrada. Hasta que llegó Paulo. Cuando le pidieron, como experto mundial, que nominara para el Swiss Award tres arquitectos menores de 50 años que hubieran aportado a la disciplina, optó por nosotros, declinando otras dos candidaturas. Y ganamos. Así fue como empezamos a aparecer en el mundo, de la mano de Paulo. Él nos puso allí, en primera fila.
– ¿Cómo lo describirías?
– Era ese tipo de persona capaz de abrir todas las puertas, en compromiso con lo que creía que iba ser bueno para la disciplina. Imaginate, con lo nacionalistas que son los brasileros, que Paulo me nominara a mí, habiendo muchos arquitectos brillantes y que ya estaban “puestos en escena”, fue el máximo halago que tuve en la vida. Paulo tenía una generosidad extrema. No solamente me corregía y me mostraba, sino que además me daba la libertad y el aliento para seguir con la obra que estábamos haciendo, y eso creó una amistad tremenda. Es increíble la relación que construyó Pablo con el Paraguay y con toda nuestra generación. No fue solo conmigo, también acompañó el trabajo de Corvalán, de Fanego y muchos otros. Fue realmente una persona demasiado importante para todos nosotros.
– Cuando decís “nosotros”, ¿te referís a tu Gabinete de Arquitectura o a tu generación de arquitectos?
– Un poco a las dos cosas en realidad. Aquí venían grandes personajes como Clorindo Testa o Justo Solsona, venían arquitectos de la generación intermedia, que era la generación de Paulo. Ya en esa época yo decía que si Paulo no ganaba el Pritzker ese premio no valía para nada. Por supuesto, eso hizo que me ganara la antipatía de casi todos los de su generación, hasta que Paulo finalmente ganó todos los premios habidos y por haber en reconocimiento a su extraordinaria obra. Pero en esa época, como nadie tiene el diario de mañana, para la gente era muy difícil aceptar la extraordinaria calidad del trabajo de Paulo. Evidentemente, era un renovador. Había esquivado la posmodernidad y se reafirmaba en una condición moderna cuando todo el mundo estaba absolutamente extraviado en los devaneos posmodernos, habiendo perdido el sentido disciplinario detrás de los aspectos estéticos predominantes. Sin embargo, Paulo era como un pie moral absoluto para todos, y eso fue lo que marcó la diferencia y fue su aporte extraordinario. Él no adscribía a la arquitectura funcionalista o a la arquitectura moderna, él adscribía la arquitectura con capacidad de amparar la imprevisibilidad de la vida. Para él, más que funcional, la arquitectura debía ser apropiada, correcta, no podía dar respuestas tontas, vanas, o simplemente abordar una cuestión superficial.
– ¿Cómo definirías su arquitectura? A tu criterio, ¿cuáles son sus rasgos fundamentales?
– Paulo Mendes da Rocha era, antes que nada, un ser humano extraordinario. La gran construcción de Paulo no es su arquitectura, es la construcción de ese humanismo que es el motor de todo lo demás.
– ¿Ves en él una actitud de osadía tan grande como la de Oscar Niemeyer?
– Creo que a Paulo le tocó ejercer una reflexión sobre el mundo mucho mayor que la que le tocó al propio Oscar. El ejercicio, la manera de convocar a la materia, los desafíos que se imponía Oscar Niemeyer, eran extraordinarios, pero el nivel de reflexión y compromiso de Paulo podía resumir y exponenciar los caminos explorados por personas como Niemeyer una generación antes y rendirles un homenaje, no copiando, no imitando, sino superando en muchos casos el rigor tecnológico y el pensamiento técnico. La especificidad técnica es la que ampara el ejercicio de Paulo. Las cosas tienen la dimensión de lo que el arquitecto piensa, y eso es revelador, es un problema de humanidad. El Museo de Escultura y Ecología (MUBE), en São Paulo, no deja de ser una piedra flotando en el cielo. Es una especie de techo, o de viga, o de roca artificial, que tiene sesenta metros de vano libre solamente para poder reflexionar acerca de la condición técnica, de la gravedad, de quiénes somos, de cómo deberíamos encarar el mundo, etcétera, etcétera.
– En Paulo Mendes da Rocha ¿cuál era el concepto de habitabilidad? ¿Cómo concebía y vivía el espacio?
– Paulo siempre decía que nosotros estamos encargados de velar por la habitabilidad de los seres en cuanto humanos. La cuestión de la habitabilidad y de morar en un momento determinado fluctúa en el tiempo. Que los arquitectos sean responsables de dotar de habitabilidad a la condición humana, es decir, sin privilegiar lo individual por encima del anhelo colectivo, es una resolución y un compromiso impresionante que, al mismo tiempo, está en servicio y en amparo de la imprevisibilidad de la vida, que cambia y nos desafía todo el tiempo. Este cuidado de la habitabilidad de los seres, en cuanto humanos, marca una diferencia abismal en el ejercicio disciplinario.
– En aquella conversación que mantuvo contigo en el auditorio del Banco Central, hace varios años, Paulo decía que concebir una ciudad es una cuestión política y que este es el objeto de la arquitectura. ¿Cómo ves su concepto de ciudad?
– La ciudad, precisamente, es la mayor construcción que se pueda llegar a hacer y que integra estos deseos de entendernos todos. A veces, cuando yo iba a São Paulo me encontraba con la novedad de que él ya había recibido alguno de nuestros proyectos y estaba listo para cuestionar. Me decía, por ejemplo, “yo sé que estás desarrollando proyectos con comunidades indígenas… pero mirá, Solano, esta es la ciudad que nosotros buscamos y que no puede no estar presente en el trabajo de ustedes. No porque trabajes con la tradición y con la condición indígena te olvides de las ansias de superación y desarrollo que la tecnología requiere para un nuevo vivir”. Él tenía el concepto de ciudad como una construcción declarada en cuanto al ejercicio de la voluntad de vivir todos juntos. Sin esa voluntad, sin ese sentido de lo humano, la ciudad fracasa estrepitosamente. Aquí, por ejemplo, ¿qué sentido puede tener llamar a plebiscito para determinar si la reja que rodea al antiguo Cabildo debe ser moderna o colonial? ¡No debe haber reja! O sea, no debería haber una construcción que impida el relacionamiento humano. Tenemos que ser capaces de recuperar la conciencia de la necesidad de vivir todos juntos, como un acto político de resolución de nuestros conflictos. Eso es lo que Paulo señalaba todo el tiempo.
– ¿Qué es lo que Paulo apreciaba más en la llamada arquitectura contemporánea del Paraguay? ¿Cuál era su opinión con respecto al uso del material que caracteriza tu trabajo?
– En una presentación de nuestro trabajo en la FAU-USP (Facultad de Arquitectura, São Paulo), una de las reflexiones de Pablo hacía referencia a la síntesis de Cuatro vigas, el proyecto que tal vez tenga una materialidad más parecida a la paulista. Básicamente son cuatro vigas de hormigón, cada una con una sola columna, que establecen voladizos alrededor de siete metros y medio u ocho. La planta es cuadrada y el interior de estas cuatro vigas está revestido con espejos. Paulo decía que ese nivel de reflexión y definición poética sobre la arquitectura no existía con esa potencia en Latinoamérica, salvo en nuestro trabajo, y que esa obra marcaba de manera trascendente el discurso acerca del amparo de la vida. Nos situaba así. Tal vez esa obra sea la más “paulista” que hayamos hecho, pero sin embargo no es del estilo brutalista ni moderno brasilero. Es una obra profundamente paraguaya, puesta en un lugar paraguayo como una habitación exterior más de una casa, reflexionando acerca de que no nacimos para morir. Hay una frase de Hannah Arendt que a él le encantaba repetir: “Tenemos la certeza de nuestra finitud, pero no nacimos para morir, nacimos para continuar”.
Nota: Las expresiones citadas de Paulo Mendes da Rocha han sido recogidas de diversas entrevistas en video.
* Adriana Almada es escritora, crítica de arte, editora, curadora.
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