Cultura
Jardines históricos del Botánico. El Jardín Romano
Jardín circular y escalinata de la plazoleta oval, ca. 1920. Cortesía
Aunque se reconoce la autoría de Anna Gertz (1866-1920) respecto al diseño de la mayoría de los jardines temáticos del Botánico, su inesperado fallecimiento ocurre cuando varios de estos aun estaban en papeles o, como el caso del Jardín Romano, en plena ejecución. Su propio esposo y director del Botánico, Karl Fiebrig (1869-1951) lo confirma en uno de sus informes de 1928 cuando señala que “todo por ella proyectado y trazado febrilmente fuimos ejecutando, el jardín de las rosas con pabellón y arcos, el jardín romano ya empezado por ella…”[1].
Este fantástico jardín, que no pudo ser contemplado por su autora al ser concluido, es el más extenso y a la vez el más imaginativo, libre y personalizado de todas las creaciones de Doña Anna.
Estilísticamente, entre su pintoresquismo y su romanticismo, el Jardín Romano es –entre todos los que se encuentran en el Botánico– el que presenta mayores libertades compositivas y originalidad. Tanto su nombre como algunos de sus componentes sugieren que la inspiración fue la plaza de San Pedro, en Roma, obra maestra de Bernini de mediados del siglo XVII, un gran espacio de forma oval definido por extensas hileras de columnas.
El Jardín Romano poseía tres sectores bien diferenciados, situados sobre un mismo eje longitudinal. El primero de ellos, en un extremo del eje, era una plazoleta circular definida por un borde de balaustres (similar al que aún hoy existe en el Jardín de la Señora), con un elemento escultórico central semejante a un macetón, sobre una base que presentaba algunos relieves simples en forma de estrella de cinco puntas (motivo que también se reproducía en el Rosedal). En uno de los laterales de esta plazoleta existía un arco que remarcaba un acceso desde otro sendero. Al frente, dos esbeltos cipreses remarcaban el camino al segundo sector del conjunto, situado en la intersección del eje longitudinal y un eje transversal menor, cuyos extremos estaban definidos por dos enormes árboles, de gomero (Ficus elastica) e yvapovó (Melicoccus lepidopetala) respectivamente. Este sector era un jardín de forma también circular, con especies vegetales de menor porte, entre herbáceas y arbustos, de valor ornamental.
El tercer y último sector –como remate del eje longitudinal– estaba conformado por una gran plazoleta de forma oval, definida en sus laterales por variedades de ciprés. Estos fueron introducidos al Botánico posiblemente por iniciativa de Anna Gertz para este jardín en particular, pues hasta 1918 no figuraba en la lista de especies catalogadas del predio.
A la plazoleta oval se accedía a través de una elegante escalinata de siete peldaños situada en el eje central, con balaustradas laterales que se abrían, reforzando su jerarquía. En el centro del óvalo existía un elemento rectangular de proporción áurea, con barandas de protección, cuya función más probable era la de estanque de agua. En el lado opuesto a la escalinata se extendía un túnel de cipreses que desembocaba en la avenida que conducía al Puerto Botánico.
El estado actual del conjunto es de ruina. De la plaza circular, a simple vista solo quedan restos de la base del macetón central, que ha desaparecido por completo al igual que las balaustradas que definían el círculo. De estas, solo algunos vestigios del cimiento, que se identifica en algunos puntos entre el césped que lo cubre. El arco que se vinculaba a un acceso secundario también desapareció. En este sector existen varias especies de árboles, como jacarandá (Jacarandá mimosifolia), sauce (Salix humboldtiana), yvyra pytá (Peltophorum dubium), mango (Mangifera indica), ciprés y lapacho (Handroanthus impetiginosus).
Tampoco hay rastros del jardín circular. Un extenso y uniforme manto de césped cubre todo el sector, sin vestigio alguno de la forma original ni de las especies que la componían. De los dos grandes árboles que definían el eje transversal sobre el que estaba situado este jardín, solo queda el gomero en uno de los extremos.
De la plaza oval subsisten los peldaños rotos de la escalinata. La balaustrada de ambos lados desapareció por completo; permanece solo la base de las mismas, que presenta numerosas grietas y roturas. Ninguno de los cipreses que conformaban el perímetro de la plazoleta oval existe en la actualidad. En su lugar, crecieron árboles de gran porte. También en el interior de esta plazoleta existen actualmente varios árboles en posición aleatoria que, al revelar así su crecimiento espontáneo, denotan décadas de desidia. En el sitio existen además varios cítricos (Citrus aurantium) con distancia regular entre ellos, lo que implica que fueron sembrados intencionalmente, denotando a su vez total desconocimiento de las características del diseño original o desprecio hacia ellas. El estanque central de esta plazoleta está seco y lleno de limo. De su interior, una docena de árboles, mayormente acacias (Senna spectabilis), brotan y se elevan impasiblemente. De las barandas de protección no quedan rastros. En los bordes que conforman el óvalo se identifican variadas especies, como palo santo (Bolnesia sarmientoi), tipa (Tipuana tipu), acacia y eucalipto.
Es difícil precisar el momento histórico exacto en que fueron demolidos los diversos elementos constructivos que componían el jardín. Lo que sí es comprobable es que a fines del siglo pasado ya no existían, según la apreciación en documentos del año 1995 [2]. Muchas incógnitas tiene aún este jardín. Transcurrido tanto tiempo, es posible que varios de sus componentes se hayan perdido definitivamente y otros quedado ocultos, sin vestigios apreciables en la actualidad.
Más allá de efectos visuales agradables, en el Jardín Romano destaca la voluntad de su autora de generar atmósferas íntimas en sus secciones que, aun valiéndose de fuertes referentes formales como es el caso de la Plaza de San Pedro y con toda la carga de significación y experiencias que ello pudiera implicar, alcanza altos niveles de creatividad y originalidad tanto en sus formas como en sus estrategias de reinterpretación de elementos, como la recreación de las columnatas de piedra de Bernini con cipreses o la inversión del obelisco central de aquella plaza, convirtiéndola en un estanque.
Del mismo modo en que hace cien años, en un gesto de reconocimiento y afecto profundo, Fiebrig culminó la ejecución de la obra de Doña Anna, hoy es casi un deber histórico rescatar este generoso legado, tan injustamente profanado y olvidado.
Notas
[1] Ocáriz, Graciela (2014). El Botánico, nuestro jardín. Un siglo de vida (1914-2014). Asunción: Junta Municipal de Asunción, p. 32.
[2] Fernández, Leticia (1995). Historia y fragmentaciones del jardín botánico y zoológico de Asunción. Asunción: UCA, p. 97.
* Carlos Zárate es arquitecto, docente, investigador, magíster en Restauración y conservación de bienes arquitectónicos y monumentales (UNA-IIF) y coordinador de Área de Teoría y Urbanismo (FADA-UNA).
** Marli Delgado es arquitecta, investigadora, docente de las cátedras Historia de la Arquitectura del Paisaje en Paraguay y Arquitectura 5 (FADA-UNA).
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