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Cultura

“Apenas el sol”. Algo sobre la ética del documental

A la vieja y ya muy gastada –pero siempre relevante– pregunta budista (de índole metafísica) ¿si un árbol cae en el medio del bosque y nadie está para escucharlo, hace ruido? el cine ya le dio una respuesta: el documental. El documental es el gran gesto de escuchar a través de la mirada. La escucha es algo que se registra, se graba en un dispositivo para convertirse en testimonio del árbol que cayó, para que aquellos que no estuvieron en el bosque puedan escuchar. Entre el sonido del árbol que cae y el que, más adelante, se escuchará, hay un proceso, un valor más. Porque el dispositivo, el intermedio, será operado por la mirada. En el caso del documental es la mirada del documentalista y su dimensión ética, que tiene que ver con la relación y el compromiso establecido entre el sujeto-objeto de registro. Cómo se acerca y cómo mira. En un mundo caracterizado por diferentes maneras de aproximarnos audiovisualmente a la realidad, y sobresaturado de formas de recepción de esos registros, es cada vez más complicado hablar de la ética de la mirada.

La dimensión ética ya está presente en la instancia previa al registro (el acercamiento, la investigación), en el registro mismo (la puesta de cámara, la elección estética) y luego en el montaje (el relato). Podemos decir que hasta en la forma y el contexto de exhibición de la obra, que implican decidir a quién llegar y quién es el que escuchará finalmente, está la dimensión ética. Una película es un proceso de escritura en tres instancias. En esos tres momentos pueden cambiar muchas cosas, incluso la mirada, por eso la dimensión ética sostiene el hecho documental.

En el caso de Aramí Ullón, hablando en términos estrictamente cinematográficos, podemos ver dos propuestas diferentes en cuanto al registro y el relato. En su documental Tiempo nublado (2014) el aspecto narrativo nos mostraba como protagonista a la misma documentalista, que registró un proceso absolutamente personal y familiar; es decir, su trazo no solo estuvo presente en las decisiones del relato y la estética, sino también, y constantemente, en el plano, en algunos momentos casi como si se tratara de una ficción. En su último documental, Apenas el sol (2020), sucede lo opuesto. La documentalista se hace a un lado y desaparece materialmente, permitiendo (desde el control del relato, no de la realidad) que la única presencia sean el tema y su protagonista, el ayoreo Mateo Sobode Chiqueno. La diferencia de abordaje se debe, a mi criterio, fundamentalmente al tema. Mientras en Tiempo nublado Ullón puede intervenir con cierto margen, ya que se trata de una historia personal, en este caso la historia no le pertenece. Este proceso de apropiación por parte de la documentalista es tema de debate. En tanto cineastas como Herzog insisten en estar siempre presentes en el plano y narrar, dejando en claro que lo que estamos viendo es su punto de vista sobre ese tema o esa realidad, la postura contraria sostiene que la intervención de un cineasta sobre la realidad implica mayor manipulación y –utilizando un término muy cuestionado– menos verdad. La idea de si la desaparición del documentalista implica mayor o menor honestidad se relaciona con el tema. En este caso, la historia de Mateo y los Ayoreo. Una historia que va mas allá de lo que en un solo documental se pueda tratar y cuyo abordaje nunca podrá, ni tendrá, intención de ser el definitivo.

Apenas el sol acompaña a Mateo, un ayoreo militante que viene documentando desde hace años en radio, teatralizaciones, grabaciones en casetes, incluso desde la creación audiovisual, testimonios de la lucha del pueblo Ayoreo. Pueblo que vio sus tierras arrebatadas por los misioneros para más adelante ser ocupadas por ganaderos. Mateo lucha incansablemente por que los bosques, la memoria y la cultura de los Ayoreo no mueran y entiende que tal vez la única forma posible de preservarlos sea registrar. Mateo es el que escucha en el bosque, y la documentalista, con esta película, extiende la escucha con una mirada respetuosa. De esta manera seguimos a Mateo en una serie de entrevistas a otros ayoreo que cuentan historias de violencia, tanto física como cultural. A los Ayoreo no solo les secuestraron la tierra y los mataron, sino que una parte de ellos fue obligada a practicar la religión del hombre blanco y adaptarse a él. Esta resistencia de Mateo aparece potenciada cuando, incluso, muchos de los mismos ayoreo se manifiestan en contra de su postura o dicen estar incómodos con su trabajo de registro, lo que abre aún más el espectro de una situación mucho más compleja de lo que el documental retrata, no porque no se quiera sino porque –y acá volvemos a remitirnos al acercamiento ético– la decisión de la cineasta, que entiende perfectamente eso, es concentrarse en un metarregistro.

Las entrevistas de Mateo son filmadas con una cámara que se cierra en los rostros y no busca regodearse en la observación. No hay cámara ni mirada que se sienta superior y condescendiente. Tampoco hay una mirada antropológica. La cámara acompaña y relata. La ética de la documentalista es desaparecer lo más posible, aunque eso no la exima de la dimensión poética impresa en el relato cuando, en algún momento, mientras escuchamos una voz de las entrevistas vemos los cadáveres de animales como cuadros extendidos en la tierra, en proceso de putrefacción. En esas intervenciones la directora sí eleva su mirada para dotar al registro de otra dimensión ya que, al fin y al cabo, estamos hablando de una obra cinematográfica.

Durante el metraje de Apenas el sol escuchamos y vemos rostros. Escuchamos historias de violencia cuyos efectos vemos en cámara. Tal vez el momento más terrible retratado en el filme, además de la violencia física y la deshumanización que se desprenden de los testimonios, tiene lugar cuando Aramí –siempre acompañando a Mateo– introduce la cámara en una iglesia, donde podemos ver a un sacerdote aroyeo oficiando la misa católica. Nuevamente, la cámara no juzga. Mateo, incluso, al entrevistar más tarde al cura, lo interpela pero siempre escuchando con respeto, en uno de los momentos probablemente más tristes del documental: el que muestra la pérdida de la cultura y la religión de un pueblo y la adopción de la cultura y la religión del hombre blanco, asumiendo que es mejor para ellos, lo que implica, además, “aceptar la modernidad”.

Mateo Sobode Chiqueno

Sabiendo que nuestro Chaco tiene la tasa más alta de deforestación de la región, el final de Apenas el sol es desgarrador. Cualquier posibilidad o esperanza que puedan tener los Ayoreo se va desvaneciendo en la  imagen de un bosque que se incendia.  Un bosque al que Mateo solo puede acceder traspasando un vallado. Un bosque al que solo resta mirar y escuchar cómo va desapareciendo.

Obras sobre este tema y los mismos registros de Mateo deben llegar a la mayor cantidad posible de espectadores (y escuchas). Y si bien no podemos predecir su alcance, un documental como Apenas el sol es necesario para que empecemos a hablar todos del tema, no solo los especialistas, los expertos, sino todos. Si no hablamos, no escuchamos. Si no escuchamos, el árbol nunca existió.

 

* Sergio Colmán Meixner es máster en Escritura para cine y televisión–UAB. Realizador, guionista, script doctor. Director de la carrera de Cinematografía de la Universidad Columbia de Paraguay.

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