Cultura
Arquitectura del paisaje en Asunción. La resistencia posmoderna
Jardines de la Embajada Argentina, 2013 © Carlos Zárate
La modernidad aportó algunos ejemplos a la arquitectura del paisaje en Asunción, aunque no fueron suficientes para lograr que como estilo arraigue en sus jardines que, a mediados del siglo XX, soportaron –sobre todo en sus espacios públicos– el rigor de la estética de las dictaduras militares, caracterizada por un diseño seriado, sin historia, referencias ni identidad, con la belleza sustituida por la pulcritud y la libertad compositiva –o libertad a secas– por la idea de orden y control.
Esta libertad, así restringida, no pudo sin embargo ser eliminada. Y así como buena parte de la resistencia a la dictadura se canalizó hacia el arte, no debe extrañar que la arquitectura del paisaje haya desarrollado, de la mano de los mismos artistas, propuestas tan frescas como divergentes a aquella estética militar. De este modo, si bien para la arquitectura del paisaje en Paraguay el estilo moderno no pasó de una intención truncada, el posmoderno en cambio presentaría mayor resistencia al statu quo de la época.
El estilo posmoderno, caracterizado por el rechazo a modelos rígidos y por la heterogeneidad de propuestas, se materializa en la arquitectura del paisaje de todo el mundo durante la década de 1960, siguiendo muy diversas configuraciones formales, pero reivindicando similares ideas e intenciones, que refieren, discursivamente hablando, a poner sobre la mesa de discusión las problemáticas ambientales emergentes, al tiempo de reivindicar la naturaleza, particularmente el valor del componente vegetal. En esta línea que entiende que ecología, sostenibilidad y ambiente son los conceptos clave de la arquitectura del paisaje posmoderno, destacan a nivel local con discursos explícitos sobre esos temas Beatriz Chase y Hermann Guggiari.
Beatriz Chase (1940-2013) fue arquitecta, investigadora y docente, fundadora de la ONG Alter-Vida y autora de importantes textos, entre ellos el libro Asunción, análisis histórico ambiental de su imagen urbana (en coautoría con Mabel Causarano). Durante la década de 1960 fundó, junto al reconocido arquitecto y artista Carlos Colombino (1937-2013), el estudio de arquitectura Chase-Colombino, que operó hasta mediados de los 70. Desde aquella oficina crearon no solo importantes obras de arquitectura sino también aplicaron criterios de arquitectura paisajística, novedosos para el medio y la época.
La evolución del jardín de la Casa Chase-Colombino (también conocida como Casa Cavará, por estar situada en dicha loma) es muy didáctica para entender cómo una edificación diseñada como un objeto casi escultórico resulta con el paso del tiempo y con toda intencionalidad en un componente más, inserto en un escenario natural rebosante de verde.
Al ser la vegetación un elemento compositivo de primer orden para Chase y Colombino, se permitieron, además, experimentar otras maneras de incorporarla a las edificaciones, sin que adquiriera necesariamente el rol protagónico que puede verse en la Casa Cavará. Tal el caso de la Casa Rivas (1972), donde si bien propusieron canteros que condicionan la ubicación de la vegetación, lo hicieron en torno al acceso principal, cubriendo no solo los laterales sino hasta la parte superior, con la clara intención de utilizar el elemento vegetal para jerarquizar tal acceso. Un caso distinto a los anteriores es la Casa Chase-López Moreira, donde la vegetación escogida es mínima pero estratégicamente situada y suficiente para suavizar la rigidez de la geometría de la fachada, sin intención de competir con su fuerza expresiva.
Hermann Guggiari (1924-2012) también ha dejado un buen aporte a la arquitectura del paisaje paraguayo. Célebre escultor, heredó de su padre, el ex intendente Pedro Bruno Guggiari (promotor de la arborización masiva de avenidas y calles de Asunción) la sensibilidad hacia la naturaleza, algo que puede fácilmente verificarse tanto en su discurso (fundó el Movimiento Ecológico Paraguayo en 1990), como en varios proyectos y obras. Una de las más importantes al respecto es El bosque de los artistas, espacio situado sobre la avenida España y que fuera su residencia y taller.
El bosque de los artistas destaca por la profusa vegetación, con árboles de gran porte y diversas edificaciones interconectadas por senderos. La más llamativa de estas edificaciones es el grupo de esferas y semi-esferas (ca. 1960) que presentan tamaños, texturas, colores y alturas distintas sobre un espejo de agua que, junto a una enorme esfera luminosa colgante –cual luna llena– generan una atmósfera onírica.
Jenaro “Pindú” Espínola (1946-1993) fue otro reconocido artista y arquitecto que posó su mirada y sus esfuerzos más allá de las edificaciones (sobre todo viviendas). Trabajó notablemente los espacios exteriores con cierta obsesión por lograr jardines frontales sin barreras visuales (no consideraba murallas ni verjas) y efectos casi escenográficos que resaltaran determinados elementos de la edificación, particularmente los accesos principales que, en la mayoría de los casos, estaban elevados más de un metro sobre el nivel del suelo, como un gesto de jerarquización. Para atender esa diferencia de altura entre suelo y acceso, Pindú recurrió con mucha frecuencia a la incorporación de taludes con vegetación como elemento de transición.
Estos taludes ajardinados se convierten no solo en un elemento que jerarquiza y ofrece una transición visual agradable desde el suelo hasta la altura del acceso principal; también ofrecen una transición visual entre el espacio público (calle) y el espacio privado. Esa vocación e intención notablemente integradoras de estos jardines generan un “acontecimiento ciudadano”, al decir del arquitecto Aníbal Cardozo Ocampo (analista referente de las obras de Pindú), quien agrega, además, refiriéndose a la casa Kostianovsky (1979) situada en la intersección entre la avenida República Argentina y la calle Alfredo Seiferheld, que “aquel territorio deja de ser anónimo cuando la arquitectura de Pindú se instaura como hito urbano y aquello deja de ser espacio neutro para ser un lugar”.
Al igual que ocurrió con la modernidad, casi no existen registros de proyectos extranjeros de arquitectura del paisaje en Paraguay durante la primera posmodernidad. No obstante, uno de ellos destaca nítidamente y reclama justo reconocimiento: el jardín de la Embajada Argentina en Asunción. Este jardín no solo es un gran ejemplo de diseño de exteriores, también se trata de una gran obra de ingeniería civil, con mucha calidad técnica, ya que implica diversos escenarios que incluyen árboles de gran porte y cursos de agua artificiales, todos montados en la terraza del edificio de la embajada.
Jorge Guillermo Plante (Buenos Aires, 1923-2017) fue el autor del diseño paisajístico. Ingeniero agrónomo y artista plástico, Plante tuvo una amplia y sólida trayectoria en el campo de la arquitectura del paisaje, con numerosos proyectos (una veintena de ellos ganados por concurso) y un paso por la función pública, donde destaca su rol como jefe de Parques y Jardines de la ciudad de Buenos Aires durante la década de 1960, siendo responsable del diseño de varios proyectos, entre ellos los jardines del Planetario de esa capital.
El proyecto para la Embajada Argentina data de 1973, pero fue ejecutado recién en la década siguiente. Se trata de un espacio de 6.000 m2 que recrea bosques y praderas, donde partes sobresalientes del edificio adquieren un valor escultórico en el paisaje. Consta de mucha vegetación (más de 300 especies) dispuesta de diversas maneras, generando interesantes efectos visuales. Los pequeños cursos de agua y lagunitas –ambos artificiales– complementan los escenarios de una manera tan agradable que apenas segundos de recorrido son suficientes para sumirse en una agradable fantasía, al tiempo en que se desvanece la realidad de un parque totalmente artificial, montado sobre la terraza de un edificio en medio de la ciudad (avenidas España y Perú).
A partir de la siguiente década (1990) la posmodernidad entra en una segunda etapa, menos lúdica y experimental y más consonante con la producción internacional, en la cual los mejores ejemplos locales reflejaron buen conocimiento de las tendencias contemporáneas, aunque queda cierta sensación de que el precio de la actualización fue resignar originalidad propia, lograda en la etapa anterior.
* Carlos Zárate es arquitecto, docente, investigador. Magíster en Restauración y conservación de bienes arquitectónicos y monumentales (UNA-IIF) y coordinador de Área de Teoría y Urbanismo (FADA-UNA).
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