Cultura
Ausencias y vindicaciones de la crítica en la literatura paraguaya
Augusto Roa Bastos (gentileza)
Hace un par de años, invitada a un panel sobre crítica literaria que enunciaba ya en su título que Paraguay era un país sin crítica, escribí unas “Notas sobre un plagueo” [1], en las que intenté relacionar ese “plagueo” respecto de la inexistencia de la crítica con lo que es casi una tradición en la literatura y la crítica latinoamericanas, la de mentar las faltas. No solo en Paraguay se ha dicho y se suele decir que “no hay” literatura o crítica o público lector, sino que tal fue una postulación de varios intelectuales latinoamericanos, de los más lúcidos, sobre todo, durante el siglo XX. Esa postulación entonces no tuvo simplemente el objetivo del lamento por lo que no hay, sino del proyecto: lo que sí hay que construir. De modo que esa postulación era, en definitiva, un llamado a la intervención intelectual.
Esa intervención a mediados de siglo XX tenía una plataforma destacada: las revistas literarias o culturales, estrechamente conectadas con editoriales latinoamericanas y de alcance regional. Actualmente esas revistas han cedido el protagonismo a instancias más inmediatas de intervención de los agentes del campo, como las redes y, en menor medida, los portales. Lo cual, al menos en el campo de la literatura, repercutió en desmedro del ejercicio crítico, cada vez más recluido a ciertos espacios, y en una mayor individualización e incluso, creo, en un agigantamiento, en ocasiones desbordante, de la figura del escritor; pues ésta va más allá de su literatura y se arma en el molde de un perfil de redes que interviene, con su firma e imagen, en distintos aspectos, no todos controlables desde el oficio. De modo que algo así como ese cuestionable y cuestionado postulado de la postautonomía, que Josefina Ludmer había esgrimido para una literatura que borraba los límites entre lo cotidiano y lo literario (en su propia percepción, claro), parece reflotarse; pero lo hace en la explosión del escritor como perfil mediático o mediatizado. Como ha explicado Remedios Zafra en sus ensayos (Ojos y capital y El entusiasmo, para el caso), el sujeto (en este caso, el escritor) se vuelve producto él mismo en las redes. Los trabajos creativos transitan un simulacro democratizador a través de la virtualidad (y sus posibilidades de exposición y difusión), lo que no hace más que generar marcos alienados para la subjetividad, devenida ésta en producto en sí mismo y excedente de la obra propiamente dicha. (Algo que –por otra parte– se ha acentuado hasta la exasperación en el actual contexto pandémico).
De modo que, en general, creo que hay una reclusión o tal vez una estricta especialización de la crítica que limita sus intervenciones; mientras que, en Paraguay, se manifiesta aún su necesidad. Y lo hace, en ocasiones, en un sentido similar a cómo se había esgrimido esa “falta” en el plano continental de la literatura latinoamericana en los sesenta. De hecho, esta necesidad –la expresión de esta necesidad, más bien– puede considerarse una característica del campo cultural de la democracia en Paraguay. Ni bien caído el régimen stronista, Roa Bastos, uno de los que más se refieren a las ausencias de la literatura paraguaya, escribió en la prensa: “nos falta en literatura una producción crítica específica. Esta falta está denotando, una vez más, las carencias de nuestra producción literaria, puesto que a una literatura en su madurez y plenitud corresponde siempre una crítica de igual magnitud” (Última hora, 17/10/1989).
En esto, Roa seguía el proyecto sesentista del crítico uruguayo Ángel Rama, una de sus principales influencias en cuanto a lo crítico y teórico. Rama, ya en los años sesenta, había escrito que, más allá de la existencia de un caudal importante de obras, la literatura uruguaya como conjunto aún no existía. Esa afirmación tendría en las décadas siguientes sus vaivenes, pero aun así puede relacionarse con la sentencia del Rama de los ochenta, una completa y total vindicación de la crítica: “si la crítica no constituye las obras, sí construye la literatura, entendida como corpus orgánico en que se expresa una cultura, una nación, el pueblo de un continente, pues la misma América Latina sigue siendo un proyecto intelectual vanguardista que espera su realización completa” (Rama, 1982).
Ese proyecto intelectual que arrancaba desde los grados bajo cero de la ausencia era un proyecto completamente aquerenciado en los parámetros de la modernidad y tenía por objetivo la constitución de una literatura nacional, en correspondencia con los Estados-nación del subcontinente derivados del esquema colonial, para a partir de allí impulsar el otro proyecto, más ambicioso pero continuador de aquella, el de la literatura latinoamericana. En esos parámetros estaba Roa en el 89; en esos, Rama en los sesenta.
Ahora bien, postular la ausencia puede ser algo propositivo o algo inmovilizador; es decir, la propuesta de un proyecto, como referí anteriormente, o el plagueo por el vacío. Esta otra acepción es la que, en los sesenta también, denunciaba Ramiro Domínguez en un artículo que, más allá de que ya entonces pecara de cierto añejamiento teórico, se presenta todavía antológico, “Gloria y miseria de la crítica” (1967). Justamente a partir de ese postulado de la ausencia de crítica, Domínguez denuncia sus moldes pre-existentes: “Grave error es en la crítica de arte aceptar o condenar según ley de similitudes”. Esa ley de similitudes para casos como la literatura latinoamericana, en general, y –más aún– la paraguaya, siempre implica una minorización y ha sido caldo del cultivo colonialista. Pues la similitud se establece en relación con modelos previos y externos a los que se considera como unidad de medida de aplicación universal. En literatura, claro, ese modelo siempre fue el europeo. Y ante ese modelo, siempre inalcanzable pues es deficitario de un proceso histórico al que América Latina entra violentamente, nuestras literaturas no pueden participar si no subalternizadas.
Desde ya Domínguez está batiendo sus propios duelos internos (de hecho, llama la atención que el título se semeje a uno de Roque Vallejos en el primer número de la revista Criterio, “Grandeza y miseria de la crítica”). Pero me importa destacar que, además de esa cuestión internista, Domínguez recalca esa aplicación del modelo como un error que impide ver el proceso particular de la literatura paraguaya. Siguiendo esa estela, quiero destacar un posible objeto para el proyecto crítico o la crítica como proyecto: lo que significa la literatura paraguaya no solo para Paraguay, sino para la región. Puesto que la migración y el exilio hicieron de esa literatura un producto regional.
Es significativo, por ejemplo, que el número 1 de la revista El escarabajo de oro y el de Crisis, es decir, la salida al mercado y al mundo de dos revistas históricas del campo intelectual argentino, tengan relatos (anunciados en tapa) de Roa Bastos y Lincoln Silva respectivamente. Esas colaboraciones son la punta del iceberg de lo que implicó el exilio paraguayo, no solo en su producción referenciada en/hacia el Paraguay, sino en lo que implicó para el campo receptor con el que articulaba. Juan José Saer y Daniel Moyano recordarían continuamente la importancia que tuvo el “padrinazgo” de Roa para que ellos hicieran sus primeras armas en la literatura argentina. Esa solidaridad, lejos de ser solamente un artilugio bienintencionado, excedía esa simple coraza moral, pues se basaba en la común experiencia de la migración que, en literatura, es una experiencia de la lengua. Moyano lo diría claramente: “Además de enseñarnos a usar sin miedo nuestra tonada regional, Augusto también nos enseñó el exilio” (17/11/1989, El Independiente). De modo que el mismo Roa ofició de crítico y compilador de gran parte del canon actual de la literatura argentina.
En este sentido, y volviendo al plano del proyecto, podría decirse que durante los años de la dictadura stronista tenemos otra medida de la ausencia, una medida doble: el exilio. Lo que nos obliga –ahora y siempre– a considerar la literatura paraguaya desde una territorialidad que exceda los límites estatales. Desde esa territorialidad puede observarse cómo la literatura paraguaya se erige también a su vez como objeto en busca de su crítica. De modo que, si invertimos el esquema colonialista de adecuación a modelos, podemos ver lo que la literatura paraguaya tiene para decirle a la crítica latinoamericana desde la migración y el exilio como tensiones extremas de dos dimensiones constitutivas de nuestra literatura, una lengua continental y un territorio de configuración colonial.
Nota
[1] http://foroasuncion.org/notas-sobre-un-plagueo/
* Carla Daniela Benisz es profesora y licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y doctora en Humanidades y Artes por la Universidad Nacional de Rosario. Actualmente investiga sobre la producción literaria y cultural del exilio paraguayo en Argentina durante los años sesenta. Es docente en el Profesorado de Lengua y Literatura de la Universidad Autónoma de Entre Ríos.
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