Cultura
Romuald Urbaniak: Cuando la performance termina y da paso a la memoria
Romuald Urbaniak (imagen de FB)
Romuald Urbaniak llegó al Paraguay en 2009. Había nacido en París en 1974 y traía consigo una formación sólida en artes de circo, actuación y performance, adquirida en el Centre Nationale des Arts du Cirque (CNAC) y el Lycée Alain René Lesage. En el transcurso de su aprendizaje tuvo maestros como Raymond Peyramaure, uno de los fundadores del movimiento Nouveau cirque, surgido en Francia hace unos 25 años, al que se asocia la fragilidad como concepto y como sentimiento. “Cuando un artista camina sobre una cuerda –dijo una vez Peyramaure– o cuando hace malabarismos, se pone en una situación de fragilidad y eso desarrolla un cierto esteticismo, ciertos ritmos, ciertas corporalidades”, plegándose a “un lenguaje internacional que reúne todas las culturas humanas y todas las civilizaciones, desde las más primitivas a las más evolucionadas, siempre bajo el signo de la fragilidad”. Romuald Urbaniak concebía el nuevo circo, o el circo contemporáneo, como un arte basado en la fusión entre actuación, danza y malabarismo.
Urbaniak conoció también la pedagogía de Jacques Leqoc, para quien el teatro no solo era inseparable de la vida sino que se fundamentaba en ella. “No se puede expresar la vida más que a través del movimiento”, decía el maestro, para invitar a sus alumnos a manifestarla a través del cuerpo en acción. “Existe un juego basado en la naturaleza humana hecho de sensaciones, de pasiones, de dramas o cómico”, manifestó en una conversación de 1991 en la que exhortaba a abandonar los clichés que se habían expandido en el territorio dramático. Evitar el museísmo en el teatro y superar la constricción de las formas era su aspiración. El uso de la máscara neutra y su profundo discurso poético fue clave en su enseñanza, fruto no “de una ciencia exacta, sino de un arte exacto”, de un “desplazamiento de la geometría al servicio de la emoción” que permitía al actor liberarse de toda inhibición.
El arte del mimo que ejercitó Romuald procedía de la escuela de Étienne Decroux, considerado el padre del mimo moderno y cuya técnica se basaba en una gramática del cuerpo que privilegiaba el tronco, para luego atender los brazos, las piernas, las manos y, finalmente, el rostro. En materia de danza, Urbaniak estudió y llegó a trabajar con Martine Harmel, investigadora y coréografa francesa, fundadora y directora de En corps et en jeu (En cuerpo y en juego), partidaria de la fusión de disciplinas y abierta a todas las artes vivas, entre ellas la performance. Aprendió también de Frédéric Lescure, uno de los exponentes más conocidos de la nouvelle danse française, coreógrafo cuya enseñanza pone énfasis en la percepción del espacio y el cambiante estado de la energía durante el movimiento.
Sirvan estas líneas para trazar, sumariamente, el bagaje cultural de Romuald Urbaniak, quien ya instalado en nuestro país, además de realizar acciones teatrales y performáticas, incursionó en el audiovisual y la fotografía (aquí compartimos algunas imágenes suyas), participando en muchas muestras colectivas.
En una de sus performances, Soledad, presentada en el marco del proyecto madrileño Se alquila, Urbaniak expuso las problemáticas de las personas comunes, en una puesta despojada que lo llevó a afirmar que “el espacio escénico vacío permite una estética depurada y deja al público con su propia imaginación”. Asimismo, que “la actuación corporal demuestra que no hace falta la palabra para expresar algo”.
En 2017, en el marco del festival Confluencias de Arte [1], desarrollado en Clorinda (Formosa, Argentina), presentó su performance ParaFran. En esa ocasión Luis Ocampos Pompa escribió: “… el cuerpo de Urbaniak era protagonista de una acción que connotaba denuncia y resistencia. Una propuesta que mezclaba tecnología, sonido y actuación, llevada a escena junto con el actor paraguayo Charly Mazacote; se trataba de una crítica directa a la construcción de las identidades nacionales. Bajo una intensa lluvia en la céntrica Plaza San Martín de la ciudad fronteriza, ambos artistas, valiéndose de recursos tecnológicos, fueron introduciendo a los presentes al relato. Urbaniak se nos mostró desnudo y pintado con los colores de las banderas de Paraguay y Francia. Si me paro, soy francés. Si me acuesto, soy paraguayo. Y si me doblo a mí mismo, ¿qué soy? ¿Soy realmente estos colores?, se preguntaba mientras lo mirábamos en esa fría noche de finales de septiembre, poniendo en duda la solidez de los discursos ultranacionalistas”.
Dos años más tarde, con motivo de los 30 años del golpe del 2 y 3 de febrero de 1989 que dio inicio al proceso de transición política, Urbaniak fue convocado para participar en la exposición Demo: Proyecto Democracia en tránsito, organizada por Ocampos Pompa, Leticia Alvarenga y Sandra Dinnendahl López, con apoyo del Centro Cultural de España Juan de Salazar. La muestra fue inaugurada en el Museo de las Memorias, a la medianoche, contrastando con la ausencia completa de actos oficiales. En esa oportunidad el artista presentó una videoinstalación y una performance, bajo el título M.
Nuevamente Luis Ocampos Pompa dedicó unas líneas a su trabajo: “La performance planteaba una mirada crítica a las democracias liberales que sobrevinieron a los regímenes autoritarios en los países de América Latina, entrada la década de los 90. Urbaniak, desde un estilo de performance que interseccionaba dispositivos tecnológicos y audiovisuales, encarnaba a una de las figuras más contradictorias de los últimos tiempos: el Estado. Desde ese lugar evocaba las paradojas de cuatro gobiernos cuyos presidentes (Mario Abdo Benítez, Mauricio Macri, Emmanuel Macron y Nicolás Maduro), además de compartir una letra en común, habían sido protagonistas de crisis políticas y sociales que nos obligan a replantear nuestra manera de hacer política, depositando casi todo nuestro poder en instituciones que no siempre garantizan nuestros derechos”.
De perfil bajo, muy delgado y de gran estatura, Romuald Urbaniak –quien falleció el 21 de enero pasado– podía ser encontrado con frecuencia en la ya mítica Sopa de pescado que, durante más de una década, se realizó el primer miércoles de cada mes en Galería Monocromo, organizada por su directora, Simone Herdrich (una práctica de encuentro propia del ámbito artístico que, como tantas otras, quedó abruptamente interrumpida por la pandemia). Uno de los más cercanos colaboradores de Monocromo, el artista Javier Medina Verdolini, recuerda así a Urbaniak, a quien conoció en París en 2009 mientras realizaba una residencia en la Cité des Arts en su carácter de ganador del Premio Matisse: “Gracias a Romuald pude vivir el verdadero under parisino. Nos invitaba a fiestas y lugares en los barrios más remotos, como Saint Denis, o la Guillotine de Montreuil, donde vivía humildemente en un pequeño altillo de lo que había sido una fábrica de pianos, con un ambiente bohemio y plagado de actividades artísticas. Él conocía mucha gente, se movía con seguridad, hacía pequeños shows de malabarismo, tenía un grupo de amigos variopinto, en el que se destacaba Silvestre, un poeta callejero que recitaba poemas con su megáfono acústico. Tengo que agradecerle, sobre todo, que me haya ofrecido una amistad calurosa, poco frecuente en esas metrópolis. Él soñaba con conocer América latina, lo que finalmente hizo, instalándose primero en Buenos Aires. Con una velocidad increíble se comunicaba en español, hacía amigos donde fuera. Al llegar a Asunción detuvo su marcha, se quedó, formó pareja con Adri (la artista Adriana Duarte), su ángel protector, que le ofreció amor, apoyo y una nueva vida. Hizo todo lo que quiso, vivió libre y siempre con una sonrisa y ganas de hablar. Lo recordaré, siempre, como una persona única e irrepetible”.
Nota
[1] Proyecto ideado por la artista y gestora cultural paraguaya Sandra Dinnendahl López y el gestor cultural argentino Walter Tapponier.
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