Cultura
Ediciones de la Ura: transparasitar
Con motivo de los 20 años del colectivo transdisciplinario, cuyas publicaciones y actividades han dejado (y dejan) una marca en la escena cultural, compartimos el relato de una de sus fundadoras, que da cuenta de su historia y su proceso orgánico de crecimiento.
© Marcos Benítez
La Ura nace en el año 2000. Éramos un grupo pequeñísimo de personas interesadas por confrontar nuestras capacidades creativas, desde diferentes puntos de este trabajo. Lo hacíamos desde 1997, los veranos en Sajonia. Ese fue también el antecedente de Abrapalabra, el taller de escritura que con La Ura viene trabajando casi ininterrumpidamente. Parte del grupo gravitaba, aunque no todos juntos, en un bar que se llamó Circo Bizarro, que funcionó desde 1994 hasta 1997 aproximadamente. Obviamente, la cosa parte por afinidades electivas en un ámbito no formal y afectivo. Escuchábamos música, veíamos películas, hablábamos de literatura y escribíamos.
En 1999 empezaban a generarse en Asunción movimientos que intentaban dar cuenta de sus producciones literarias. Había desconocimiento y, por sobre, todo atomización. Pero también mostraban sus criterios diferentes, opuestos a veces. Fredi Casco y yo pensábamos que si íbamos a publicar nuestros textos debíamos hacerlo en el contexto de algo más allá del mero libro. No nos identificábamos con ninguno de los proyectos que mirábamos desde afuera. Había uno, sin embargo, que mirábamos con cariño, pero ya no existía como tal. Era de 1965, cuando Miguel Ángel Fernández creó una colección de plaquetas de poesía dentro de Ediciones Diálogo que se llamaba Cuadernos del Colibrí. En ella habían publicado el propio Fernández, Josefina Plá, Esteban Cabañas, René Dávalos, Herib Campos Cervera, y el arte de portada le correspondía a algún artista, Olga Blinder y Livio Abramo entre ellos. Había cierto anacronismo en esa identificación tan alegre con algo que había ocurrido antes de haber nacido nosotros mismos. Eran unos libros pequeños y lindos, objetos posibles.
Para ponerle nombre pensamos en un animal, ya no el colibrí, mítico ser relacionado a la cosmogonía guaraní, vinculado a Ñanderuvusú (el creador de todas las cosas). No sentíamos que estuviéramos en tiempos de colibrí. Había que buscar otro animal, un insecto. La ura es una mosca (dematobia hominis), y su nombre es el nombre popular que en Paraguay y algunas zonas de la Argentina se le da. Es en sí una especie de parásito. Esta mosca, para poder reproducirse deposita sus huevos en un vector, el cual al apoyarse en otros animales o el ser humano, genera calor. Los huevos eclosionan con el calor y las larvas tratan de ponerse bajo la piel en zonas para ellas fértiles. Debe ser una herida, una mucosa, una zona vulnerable que sea ambiente propicio para el desarrollo de la criatura. Esa larva se convierte en crisálida (la cual, luego de estar alimentándose del huésped por ocho semanas, ha dejado en ese proceso una herida en la herida, una más vulnerable zona en la ya suficiente vulnerabilizada zona fronteriza entre el adentro y el afuera de un cuerpo). Fue este animal el elegido para dar nombre al proyecto. Vinculados a éste estábamos personas interesadas en la escritura, las artes visuales, el diseño y la música. El proyecto había nacido multidisciplinar.
Al principio contamos con la experiencia de la editorial Arandura. Luego, también entendimos que en Paraguay de inicios del siglo XXI había realmente poco trabajo editorial y nos interesaba construir algo en ese sentido. Después de algunas publicaciones nos dimos cuenta de que queríamos abrirnos hacia otros campos de la experimentación. Conseguimos un espacio, que también y al mismo tiempo fue vivienda y lo compartimos con otros proyectos afines (una mezcla entre lo público y lo privado; lo doméstico parasitó también el trabajo de producción simbólica e hizo que se desarrolle distinto). Al hacer esa apertura y dejar entrar a un ámbito editorial otro tipo de actividades, desde pequeños ciclos de cine hasta mercados de pulgas, pasando por los talleres de grabado y escritura, nos fuimos dando cuenta de algo que se sabe pero que al experimentarlo es más fuerte: la contaminación tan interesante que era el trabajar de manera transdisciplinar.
La transdisciplinariedad, como se sabe, no es lo mismo que la multidisciplinariedad o la interdisciplinariedad. Estas últimas, al decir de la crítica Nelly Richard, suponen la convivencia pacífica de saberes. Cada disciplina es convocada para realizar su trabajo y más nada. La transdisciplinariedad, sin embargo, supone una convivencia menos pacífica, supone que cada disciplina tenga el permiso de atravesar otras y en este proceso rozarse, contaminarse y hasta pelearse. Así es como en Ediciones de la Ura, luego de haber llegado a esa conclusión, primero un poco por instinto y luego ya más programáticamente, las personas que hemos conformado un colectivo más o menos estable hacemos de todo. En la producción o el diseño de un libro no solo entran a opinar los diseñadores, sino también los que lo escribimos o quiénes están en el ámbito de la música o la comunicación. En ese proceso se descubren cosas, nos obliga a desestructurarnos y a ver las cosas desde otros puntos de vista.
Y es así como Ediciones de la Ura devino colectivo. Porque a pesar de estar trabajando con publicaciones, nos gustaba el desafío de poder hacer otras cosas: digitalizar un archivo, restaurar papel, hacer música, vídeo, ser parte de una muestra de fotografía sin ser fotógrafos. Hoy en día La Ura es una asociación formalizada, ha recibido fondos para desarrollar proyectos, sus libros tienen un puñado de seguidores no solo en Paraguay, los talleres parasitan espacios diversos, quizá lentamente pero sin pausa. La conforman, además de Fredi Casco y quien escribe, Ana Ayala, Marcos Benítez, Javier Palma, Damián Cabrera, Paula Rodríguez, Adriana Morro y Gabriel Martins.
Ediciones de la Ura intenta, de manera casi silenciosa, ser ese parásito que la cultura popular confunde con una mariposa nocturna. Intentamos trabajar en lugares donde no nos llaman, ser un poco maleducados e irresponsables. Dejar una herida que devenga cicatriz, marca, huella (que no es otra cosa que escritura).
* Lia Colombino es escritora, poeta, crítica de arte. Co fundadora de Ediciones de la Ura. Coordina Abrapalabra Taller de escritura desde 2000. Ha publicado poesía y prosa poética y ha participado en festivales de poesía en Asunción, Nicaragua, Santiago y Valparaíso, Londres y Buenos Aires. Presidenta de AICA Paraguay.
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Ángel Yegros
6 de diciembre de 2020 at 14:03
me gustó tu escrito Lía. Felicitaciones por los 20 años de La Ura.