Cultura
Cuando el arte bordea el silencio
“They died along the way” (Ellos murieron en el camino) es un proyecto artístico de Francene Keery dedicado a nichos funerarios diseminados en el Gran Asunción y rutas del país. Traerlo a colación en vísperas del Día de los Difuntos resulta oportuno, pues sus imágenes generan reflexiones en torno a un hecho inexorable que muchas veces acontece de forma abrupta. En momentos pandémicos, en el que la inminencia de la muerte es percepción cotidiana, esta obra resulta una meditación necesaria.
© Francene Keery
El tema de la muerte ha sido recurrente en el arte. Desde las primeras manifestaciones expresivas, hasta la contemporaneidad, la muerte ha obsesionado a muchos artistas. Francene Keery, fotógrafa norteamericana que reside y trabaja en Asunción, viene desarrollando desde hace varios años un proyecto que dispara renovadas consideraciones sobre la religión y el imaginario popular, la inseguridad y la vulnerabilidad en la calle, las efemérides y las ofrendas funerarias, la muerte y la vida.
Keery sabe que, a lo largo de la historia, las tradiciones populares han constituido un reflejo de la relación del ser humano con la muerte, en cada momento y lugar. Por eso, su interés se ha dirigido a los nichos mortuorios callejeros que van integrando, lentamente, el paisaje del Gran Asunción y de diversas rutas del país. Estas pequeñas construcciones, fruto del saber y el gusto popular, son capillas en miniatura erigidas en el lugar donde una persona ha fallecido, por lo general en una circunstancia inesperada y trágica, como un accidente de tránsito o a consecuencia de un acto de violencia, agresividad o intimidación. Tales nichos no contienen los restos físicos del difunto, sino que, según la creencia popular, albergan simbólica y transitoriamente el espíritu del fallecido.
Estos nichos actúan como receptáculos de la fe colectiva, especialmente en dos o tres oportunidades del año: el día de los difuntos (2 de noviembre) y la fecha de nacimiento o muerte del extinto. En estas ocasiones, los deudos ‒provistos de flores, velas y agua bendita, incluso objetos personales del difunto‒ visitan el nicho, donde elevan sus oraciones. Asimismo, en su condición de capillitas, estos recintos pueden llegar a convertirse en centros alternativos de veneración: espacios de devoción masiva propicios a la aparición espontánea de nuevos santos populares, milagrosos. En estos ámbitos de religiosidad, los mitos locales parecen construirse día a día despertando actitudes místicas o propiciando la obtención mágica de beneficios.
El testimonio de fe a través de obras de arquitectura mínimas conjugaría, además, una serie de sensibilidades: el duelo y el dolor; la conmoción y la recordación, así como su posible materialidad; el deseo de inmortalidad, la estancia espiritual del desaparecido, la esperanza en la posibilidad de volver a verlo o atesorarlo. Al decir de Robert Hertz, “la muerte para la conciencia colectiva es claramente el tránsito de la sociedad visible a la sociedad invisible…”.
En efecto, el nicho funerario, como expresión ciudadana, ha sido muy usual en América Latina desde la época colonial. Aún vigente hasta nuestros días en el Paraguay, sobre todo en las poblaciones rurales, esta tradición de cuño católico ha venido adquiriendo un significado quizá más versátil, anónimamente híbrido y popular, y se ha visto incrementada últimamente a causa del aumento considerable de accidentes de tránsito, así como de hechos delictivos.
Normalmente ubicados en los bordes de rutas, calles o caminos, estos pequeños monolitos resultan mojones evocadores de la tragedia y testimonio visible de pérdidas humanas en la vía pública. Si bien ellos afirman la fe religiosa de quienes que los han construido, representan, asimismo, un poderoso memento de que lo erigido como hito colectivo surge muchas veces gracias al talento, la fantasía y el dolor de ciudadanos comunes. En efecto, sus instalaciones, complementos y decorados actúan como expresión de la creatividad de las personas. Estos oratorios, además, dan fe del deseo de establecer un sitio conmemorativo del lugar, fecha y contexto de las defunciones, las que sin un resguardo para la memoria quizá pasarían al anonimato y al olvido.
Francene Keery utiliza dúctilmente la fotografía y, en algunos casos, el vídeo para hablar del espacio y la luz. Ríos, bosques, espacios abiertos, horizontes, arquitecturas con signos y símbolos, son los protagonistas de sus imágenes. La figura humana está casi siempre ausente; sin embargo, la escala y la composición utilizadas por la artista la tienen siempre como referencia. Las personas, tanto la que observa como la que narra, son realmente el principio y el fin de sus fotografías e instalaciones.
Utilizando el distanciamiento que la cámara confiere, así como los medios actuales del manejo de la imagen, la artista busca subrayar lo conceptual, ambiental, cultural y estético del espacio que proyecta. Ella ha ido tejiendo una trama de interacciones en torno al concepto de espacio como lugar de experiencia y tránsito en el que la memoria se enfrenta al carácter dinámico y cambiante de la realidad.
El proyecto They died along the way (Ellos murieron en el camino) fue socializado en parte hace unos años mediante una exposición en el Centro Cultural Citibank, en el marco de El Ojo Salvaje, y un par de conferencias. El mismo ofrece, por un lado, potentes imágenes que admiten diferentes formatos de presentación: impresión sobre papel, cajas de luz (metáfora de lo espiritual) o proyecciones en formato de vídeo. Por otro, la obra contempla un audio que reúne los testimonios registrados de personas que narran (en castellano, guaraní y jopará, mezcla de ambos idiomas), los detalles del suceso trágico y de los milagros obtenidos. De un modo muy sugerente, en estas voces se hacen eco creencias religiosas, vivencias cotidianas y preocupaciones socioculturales de ciudadanos comunes. Como si cada nicho encerrara, sin saberlo, secretos inescrutables, historias particulares, cifras de memoria.
* Curador. Doctor en arquitectura, docente y crítico de arte.
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Ángel Yegros
1 de noviembre de 2020 at 15:17
Recuerdo a Manolo Prieto que también hizo algo parecido.
Teresa
2 de noviembre de 2020 at 08:58
Qué buen artículo!!! porque nos enseña sobre arte, arquitectura y tradición de un pueblo. Así mismo, muy oportuno en este tiempo en que el ser humano debe analizar profundamente su vida. Gracias!!
Luiz Ernesto Meyer Pereira
2 de noviembre de 2020 at 20:29
Excelente texto do arquiteto Alban Martínez Gueyraud. Gostei muito! Parabéns!