Cultura
“Si no sabes, no toques”: cómo restaurar la iglesia de Yaguarón
La iglesia de San Buenaventura era, hasta 2015, visita obligada de cuanto viajero llegaba al Paraguay. Prácticamente única en su género por sus dimensiones y cualidades estéticas, ya Félix de Azara la mencionó en sus crónicas como “la mejor de los pueblos paraguayos”. Exponente emblemático de lo que Josefina Pla llamó “barroco hispano-guaraní”, esta construcción misionera del siglo XVIII que confiere identidad al pueblo de Yaguarón, pasó a lo largo de su historia por sucesivas intervenciones orientadas a preservar su valor, con resultados diversos que merecen ser estudiados con rigor a la luz de nuevas investigaciones. Conversación con María José Diez Gálvez.
María José Diez Gálvez (Gentileza)
Desde hace cinco años esta iglesia, que guarda en su interior las espléndidas tallas realizadas por el célebre escultor portugués José de Souza Cavadas, permanece con la sacristía cerrada, con una parte sustancial de su maderamen desmontada y expuesta a grave deterioro. También el depósito está clausurado. Cancelada la intervención en 2015 por anulación de contrato con la empresa adjudicada para realizar los trabajos de puesta en valor, se sucedieron nuevos llamados a licitación para restauración, convocados por el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC), en 2016 y 2017, los cuales fueron declarados desiertos. Finalmente, en 2018, la convocatoria fue ganada por la empresa Barrail Hermanos S. A. para intervenir el sector de la sacristía y obras exteriores de la iglesia.
La puesta en valor del templo implica un entramado interinstitucional que incluye a la Municipalidad de Yaguarón, la Secretaría Nacional de Cultura (SNC) y el MOPC, instancias públicas obligadas a velar por un correcto tratamiento de tan valioso patrimonio. Tras semanas de mucha tensión se están desarrollando negociaciones con la empresa a fin de poner en marcha un protocolo de intervención avalado por expertos en la materia. Esto sucede tras años de movilización y vigilancia por parte de la ciudadanía de Yaguarón, que se manifestó en múltiples oportunidades en defensa de su patrimonio, como lo ha consignado reiteradamente la prensa [1].
María José Diez Gálvez –española, licenciada en Restauración de bienes culturales y doctora en Historia con especialidad en arte misionero– ha sido contratada por la Municipalidad de Yaguarón para dirigir la redacción del protocolo de intervención de la sacristía, que presenta serios daños. Durante la prolongada conversación que mantuvimos señaló los desafíos que implica el proceso de restauración, los riesgos de proceder sin un exhaustivo análisis previo, así como la necesidad de actualizar las investigaciones realizadas en el siglo pasado, generalmente por historiadores del arte, que aún son utilizadas como referencia. Durante la charla insistió en la importancia de estudios transdisciplinarios que aporten nuevos conocimientos sobre aspectos históricos, culturales y técnicos de los bienes a poner en valor, de modo a garantizar un adecuado procedimiento. Concibe la restauración de un bien patrimonial de la envergadura de la iglesia de Yaguarón como un proceso vivo de interacción con la comunidad, que la lleva a conocer sus modos de sentir, pensar y actuar.
En regiones como el Paraguay y la Chiquitanía, que tienen condiciones naturales similares, ¿cuáles son los aspectos más vulnerables de las construcciones misioneras y cuáles los factores que más dificultan su preservación?
Los aspectos vulnerables del arte de este tipo de iglesias y de todos sus bienes muebles están relacionados claramente con el clima: alta humedad, alta temperatura. Ese es un cóctel perfecto para el desarrollo de ataques biológicos, tanto de hongos como de insectos, pero también de murciélagos y todo tipo de organismos que se desarrollan estupendamente en estas condiciones. Aquí el cupi’i, la termita, es el principal destructor, pues se trata de bienes hechos fundamentalmente de madera, que aparte de ser higroscópica (le afectan los cambios de temperatura y humedad) es fácilmente atacable por organismos vivos, aunque dependiendo de la especie. El otro problema es el descuido. ¿Por qué somos vulnerables? Porque no hacemos un control constante de nuestros monumentos y nuestros bienes artísticos en un clima muy propenso a tener problemas. Si un nido de termita llega a tener un metro encima de un cielo raso, como pasó en la sacristía de la iglesia de Yaguarón, pues obviamente el problema ya ha llegado a una dimensión demasiado grande. Hay un tercer aspecto vulnerable: la mala praxis en la restauración.
Ya en los años 60 Josefina Plá hacía críticas a una restauración efectuada en la iglesia. ¿Cuáles serían los criterios válidos de intervención y cuáles los riesgos?
No hay criterios aplicables por igual a todos los casos. Por ejemplo, siempre se habla de respetar el original. Pero un monumento tiene una trayectoria vital, es como un cuerpo vivo que va sumando cicatrices a lo largo de los siglos; todo lo que sucede es parte de su historia y hay que entrar a valorar qué se conserva y por qué. Cada intervención exige, ante todo, una investigación muy profunda y luego una valoración que permita justificar por qué se conserva algo o por qué se elimina, o por qué se emplea una técnica u otra. Obviamente, el criterio básico es “si no sabes, no toques” y “mejor dejar que tocar mal”. Y, segundo, no destruir nada sin saber lo que se está haciendo. Hay que ser muy conscientes de que quitar cualquier cosa es irreversible. Se insiste en respetar “el original” cuando muchas veces no se sabe exactamente qué es ni por qué es tan importante respecto de otros momentos de la historia que también significan un gran aporte para el conocimiento del devenir de una cultura, de su tecnología, de su pensamiento. No hay un criterio único válido. Simplemente, no hacer algo que pueda resultar irreversible sin conocimiento. Yo puedo imaginar por qué Josefina Plá criticó en su momento. En los años 50 hubo una gran restauración. Más bien se reparó, podríamos decir, porque en aquel tiempo los criterios de restauración todavía no estaban claros, y seguro tampoco en Paraguay. Lo que se hacía entonces era reparar, reactualizar, arreglar, componer. Todas esas palabras aparecen en los documentos de la época: “reparar el retablo, componer la fachada”. Eso significaba volver a hacer que ese monumento o ese bien mueble tuviera buen aspecto y pudiera utilizarse. Eso era reparar, no era restaurar como entendemos ahora, con un respeto hacia todas las capas y los materiales originales, con un conocimiento profundo y un estudio histórico y técnico. En los años 60 Adan Kunos [2] estuvo en Yaguarón e hizo una redecoración muy importante. Fotos de los años 30 y 40 muestran que la iglesia estaba totalmente encalada, blanca, y después del paso de Kunos quedó completamente pintada. Kunos debió redecorar todo. Según un documento que ha llegado a mis manos, a partir de un estudio de don Luis Delgado, en 1957 Kunos propuso al cura de entonces, que luego fue obispo emérito, una serie de intervenciones: revestimiento de los horcones en el frente de la iglesia, retocar la fachada y todo el altar mayor, restauración total de la pintura según indicación de las partes que estaban aún visibles, cuidando conservar colores actuales (eso dice de la bóveda), en el techo interior restaurar las partes antiguas, terminación de la pintura del coro y de la escalera, etc. Hablaba de pintar todo el maderamen “según los indicios de los restos de la pintura antigua”. Si uno ve fotos de los años 40, obviamente fotos en blanco y negro donde no se puede apreciar muy bien, se concluye que él interpretó muchísimo. O sea, lo que se ve en ellas, los restos, no son exactamente lo que él pintó. Y con respecto a los colores, ese amarillo tan fuerte, por ejemplo, difícilmente puede ser del siglo XVIII. Había pocos pigmentos amarillos con ese tono encendido entonces, por ejemplo el oropimente, y yo no he visto hasta ahora un uso tan masivo de un pigmento así en ninguna iglesia de la época, pues se adquiría en pequeñas cantidades. Los colores naturales son tierras, más apagados, como se ve en la sacristía. Creo que Kunos usó pigmentos de finales de los 50 o principios de los 60. La cuestión es cuánto quedaba cuando él llegó. Según las fotos de los 40 esos angelitos que ahora vemos en las enjutas de los arcos laterales, de dos en dos, no aparecían, estaba todo encalado. Es muy probable que hubiera pintura debajo de esa cal, y que Kunos haya raspado y visto, y pintado según eso. La única parte original que queda en el interior de la iglesia, por lo menos de madera, es la central. Habría que hacer un estudio para saber si realmente esas flores del techo estaban originalmente o son una interpretación de Kunos. Está claro que lo que vemos hoy está totalmente redecorado. En la sacristía pintó encima de lo que ya estaba pintado, pero seguramente solo donde faltaba pintura. Todo estaba en muy mal estado cuando él llegó. Según las fotos y las tablas que he podido ver, Kunos directamente pintó sobre lo que había. Pintó encima; la sacristía tiene bastante original pero también se ven sus brochazos; un ojo que sabe lo distingue. No tengo fotos de todos y cada uno de los arcos laterales; en las que tengo no se ve ningún arco con pintura, pero puede ser que hubiera alguno en el que quedaran restos a partir de los cuales Kunos pintó luego; puede ser que los angelitos estuvieran debajo de los encalados y que él raspara lo suficiente para ver lo que había y luego volviera a pintar, pues hay angelitos originales en la cúpula de la sacristía. Hay que hacer un estudio muy profundo de esta iglesia. Es que sin investigación no hay conocimiento y si no hay conocimiento no se puede proponer nada. Los restauradores hacemos un estudio histórico previo, y luego análisis de materiales, de forma que analizamos las patologías de las obras de arte para proponer un tratamiento; usamos en buena parte la misma terminología de los médicos.
Josefina Plá dice en un texto del año 1964 [3] que “afortunadamente la ‘restauración’ no alcanzó al altar mayor ni a la sacristía, aunque sí a las puertas y ventanas de hermosa y sobria talla, cubriéndola de chafarrinones, con pintura al aceite”.
En los años 60 se hizo una restauración grande de todo el maderamen, incluso se sustituyó la madera del techo por tejuelones. Lo que hoy ves cuando miras hacia arriba en la iglesia, salvo en la parte central, no es madera sino un material cerámico. Hay documentos que pueden justificar el comentario de Josefina Plá, pues ella posiblemente vio una total redecoración de las puertas, donde ya se había raspado lo que quedaba de original. Pero estamos en plena investigación. Todavía no se ha reconstruido exactamente la cronología de todo. Hay mucha gente que ha visto la restauración de los años 80 y la de los 60 también; una persona de 80 años debe tener algún recuerdo de la iglesia cuando estaba toda blanca y la vio después pintada. Eso no se puede olvidar. Recapitulando, no hay un criterio único. El principal riesgo: el desconocimiento, el poco estudio previo. Es lo que hay que evitar siempre que se toca un patrimonio.
¿Cuáles son los aspectos decisivos del protocolo de intervención?
Un protocolo de intervención para la sacristía requiere una investigación muy seria y técnica en lo material: comprender la estructura y las técnicas y los materiales de la policromía, todo enmarcado en un estudio histórico, artístico y estilístico. En cuanto a los aspectos decisivos de este protocolo, son los mismos: estudio previo, histórico, estético, cultural, pero sobre todo material, y también del uso. Esto siempre se olvida. No es lo mismo hacer un protocolo para una sacristía que solo se va a abrir al turismo que para una sacristía donde los sacerdotes se van a revestir, como se hacía en el siglo XVIII; hay que saber si se van a utilizar los cajones del retablo o no, si se van a hacer bautizos, como en los años 70 y 80. Conocer a fondo los aspectos materiales permite hacer un diagnóstico correcto de patologías y proponer un tratamiento, siempre con los criterios mencionados: justificar qué haces, y una de las justificaciones muchas veces se apoya en el uso. Por ejemplo, un temple original no se tiene que barnizar porque se desnaturaliza, pero si se va a volver a usar el bien, si se van a abrir los muebles y la policromía va a ser tocada constantemente con las manos que poco a poco van dejando una capa de grasa en la superficie, tal vez se deba hacer un barnizado con pulverización, muy localizado, en las zonas donde va a haber más uso. Considerar el uso es fundamental, entonces. A veces los restauradores trabajan sin preguntar siquiera a la gente de la parroquia, sin hablar con la gente local; creo que hay un divorcio entre los técnicos y la gente. Tenemos que terminar con eso. Los restauradores tenemos que conocer cómo se vive en los sitios donde trabajamos, qué se piensa, cómo se usan los bienes, en fin, no es llegar, hacer e irse. Requiere más.
¿Cuáles son las tareas prioritarias?
La tarea prioritaria aquí es hacer un estudio para salvar lo que aún queda del cielorraso de la sacristía. Porque, si bien es verdad que la obra de arte policromada está debajo, es la tabla pintada, hay que tener en cuenta que la estructura dice mucho; la estructura nos habla de la tecnología de una época, de los materiales, de las herramientas, del tipo de ensambles, del conocimiento técnico y la pericia de los constructores. La propuesta entonces no puede ser nunca tirarlo todo y hacerlo completamente nuevo. Repito por ello que lo fundamental es hacer un estudio profundo para salvar la sacristía y, sobre todo, salvar lo que queda de información. Te pongo un ejemplo: hasta ahora no he podido leer el informe de la restauración del retablo de 1985, que supongo que existe, pero lo que está in situ, el retablo mismo, eso sí se puede leer si se tiene el conocimiento. Este es un patrimonio de demasiada importancia y hay que intervenirlo de la mejor manera posible, y esto explica que la SNC –y aquí hay que reconocer el trabajo de la directora de Patrimonio, Natalia Ántola, y su equipo–, el Obispado y la Municipalidad, así como la Asociación de Amigos del Patrimonio Cultural de Yaguarón, estén muy comprometidos con su defensa. Esta última asociación civil, que cuenta entre sus miembros a profesionales muy preparados, se movilizó desde el inicio para exigir una restauración de calidad en su patrimonio y hace un seguimiento de todo el proceso.
¿Cuál consideras la parte más delicada del trabajo?
Esta restauración tiene partes muy complejas y otras que podemos llamar normales. La última licitación contempla el cielorraso y el retablo, pero hay pintura mural y carpinterías que claramente están relacionadas con las obras anteriores y que no fueron incluidas y ahora se van a incluir. La parte más delicada es salvar lo que queda de la estructura, como te dije antes: esos arcos que por falta del arriostramiento están completamente deformados, vencidos hacia un lado, caídos, que ya tienen un ataque de cupi’i muy fuerte; hay que hacer un estudio estructural para ver qué parte se puede salvar y qué hay que desechar pensando también en el montaje del tablazón. El tratamiento de los temples es el segundo reto importante. Los temples son una técnica pictórica muy compleja de intervenir. Es una pintura muy típica de las misiones que no se suele encontrar en las ciudades; por ello es muy desconocida y complicada. Es una pintura muy porosa que se mancha fácilmente y es muy difícil de limpiar. Y en la iglesia de Yaguarón casi todo es temple, todo el techo es temple, no solo una parte. El retablo de la sacristía también es temple. El pan de oro es relativamente fácil de restaurar o ya es muy conocido por los restauradores, pero el temple no. Y el tercer reto es hacer un proyecto factible y realista de mantenimiento de la bóveda y la cúpula para después de la restauración, porque de nada sirve restaurar ahora muy bien y que dentro de diez años estén llenas de termitas otra vez. El retablo mayor, por ejemplo, hace varios años que no se limpia según me informaron y eso supone una degradación del bien mueble.
¿Cuáles son los riesgos de demorar el reinicio de las tareas?
El riesgo fundamental es la deformación del tablazón. Ya llevamos cinco años de deformación. Cuando tenemos una estructura grande de madera con muchísimas piezas (hay posiblemente cerca de mil piezas en el techo entre estructura y tablazón) y están unidas, los movimientos normales de la madera se compensan unos a otros, el bien actúa como un todo. Pero cuando están desmontadas, fuera de una estructura, cada pieza trabaja por separado, tiene sus propios movimientos; eso significa que cuanto más tiempo pase habrá más deformación individual y más dificultad para volver a montar el conjunto. Las plagas son otro riesgo, los nuevos ataques. El tablazón está guardado hace tanto tiempo que ahora tenemos que ver si hay nuevos ataques activos.
¿Cuáles son tus recomendaciones?
Hacer el protocolo cuanto antes, con profesionales altamente cualificados. Los fallos de intervención no son por mala fe; nadie tiene mala fe contra el patrimonio, de eso estoy convencida. El problema es el desconocimiento. En Paraguay es necesario elevar el nivel de formación y llevarlo a un nivel universitario, y por otra parte también preparar al personal de mantenimiento local. Eso vale para las iglesias y los monumentos en general.
Después del protocolo, ¿cuál será tu grado de participación en el proceso de restauración?
Esta es una de las cuestiones difíciles que habrá que resolver. ¿Quién va a ejecutar ese protocolo? Vamos a proponer técnicas bastante complejas, tanto para salvar lo máximo posible de la estructura como para intervenir los temples correctamente, pero ¿quién garantizará la ejecución correcta del protocolo? Todavía esta pregunta no se puede responder, pero también trabajaremos para ello.
Notas
[1] Ver https://www.lanacion.com.py/2016/03/07/los-pobladores-de-yaguaron-dieron-un-abrazo-al-templo/
[2] Adán Kunos (1890-1979) fue un pintor y escultor húngaro radicado en Asunción, casado con la artista Ofelia Echagüe.
[3] Josefina Plá (1964). “Las artes plásticas en el Paraguay”, Alcor, 30, mayo-junio, p. 10.
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Arq. Aníbal Cardozo
25 de octubre de 2020 at 13:36
Excelente artículo porque trae una reflexión sumamente importante para nuestro patrimonio cultural. Confiemos en que el aporte de la especialista María José Diez Gálvez nos brinde el conocimiento técnico-instrumental y contextualizado para encarar fehacientemente la restauración del más importante patrimonio de la era colonial de nuestra historia.
Antonio
25 de octubre de 2020 at 14:19
El protocolo que la Arq. Sandra Basabe vendió por 590 millones a la Fada no previó todo esto?, y ahora Sandra Basabe va a hacer otro protocolo, que país generoso, el protocolo que SNC aprobó es ese que ella vendió a SNC y se está usando ahora, y esta sra. española es Licenciada en Artes Plásticas según se ve en su título, es el mismo caso que la fábrica de Lamborggini, lo que hace un liberal en el poder!!!
https://www.ultimahora.com/el-mopc-pago-casi-usd-1-millon-la-fada-cuestionadas-restauraciones-n935290.html
Alfredo
29 de octubre de 2020 at 20:20
No hace falta q traiga algun europea aca en argentina hay mcho retaubrador q trabja muy bien fijaste las iglesia de lujan y la plata y quedo como nuevo