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Cultura

Todos somos Mafalda

La reciente partida de Quino, creador de “Mafalda”, generó repercusión en todos los países donde la tira fue conocida. Aquí una revisión de las características y alcances de un personaje que encarnó los conflictos y esperanzas de toda una generación y cuyos planteos y preocupaciones siguen vigentes.

“En Argentina no idolatramos por mayoría absoluta. No existe personaje adorado que no soporte un contrapeso de descrédito. El Che, Evita, Borges… Cuando alguien los nombra con amor, siempre otro salta con un pero. Hasta hoy. Hoy, por fin, se nos murió alguien por unanimidad”, tuiteó el escritor argentino Hernán Casciari, el mismo día que se fue Quino, el miércoles pasado.

Casciari respondía así al tuit de un seguidor que le recordaba haber escrito algo similar cuando murió Roberto Fontanarrosa, otro dibujante argentino, autor de clásicos legendarios, que también estaba más allá de lo que en el vecino país se conoce como la “grieta”, esa idea de abismo maniqueo que parece enfrentar irremediablemente a la sociedad argentina, que tampoco es nuevo y que algunos autores sitúan en los inmemoriales tiempos de unitarios y federales, en 1820.

En diciembre de 1992 el escritor Tomás Eloy Martínez, fallecido en 2010, publicaba en la revista literaria Unicornio recuerdos y reflexiones sobre Quino, a quien había conocido en 1963 cuando ocupaba la dirección de una revista de culto, Primera Plana, donde se publicaron las primeras ediciones de Mafalda.

“La genuina modestia de Quino, su inseguridad y el aire de perpetuo asombro con que se pasea por el mundo contrastan con la imagen de arrogancia que el argentino medio –o mejor dicho, el pequeño burgués recién enriquecido de la pampa húmeda– ha sembrado en el extranjero. Siempre me ha sorprendido que los personajes de Mafalda, tan nítidamente argentinos, expresen sin embargo una visión de la realidad que nada tiene que ver con el aislamiento, la fiebre crematística y el humor autosuficiente que se atribuyen al habitante de Buenos Aires. Tal vez porque son, como Quino, argentinos “de otra parte”. ¿Provincianos tal vez, nacidos y educados en Mendoza, en hogares siempre llenos de luto, perfumados por la muerte, y con una fascinación perpetua por la naturaleza? Eso explicaría que, aun viviendo en hoscos departamentos, a la vera de un paisaje de ladrillos y asfalto, la tribu de Mafalda siga interrogándose por el punto cardinal donde nace el sol y por la mudanza de las estaciones. Todos ellos parecen estar siempre de ida hacia las cosas. Y por eso mismo, posan sobre las cosas una mirada cándida, de respeto y tanteo”, escribía Eloy Martínez.

Quino no es solo Mafalda, pero Mafalda jamás hubiera sido sin ese padre que describe el autor de Santa Evita y La novela de Perón: “Son personajes argentinos por sus cualidades visibles: escépticos, quejosos, disconformes. Pero tienen una manera de ver que trasciende esos límites. Tal vez el mejor modo de entender tal paradoja sea la tira en la que Miguelito pregunta: “¿Antes de nosotros existía realmente el mundo? ¿Y para qué?”.

La niña “contestataria”

En 1964 Quino publicó su primer libro de humor, Mundo Quino, una recopilación de dibujos de humor gráfico mudo, con prólogo de Miguel Brascó, escritor, dibujante, editor, y crítico argentino, quien presentó al humorista a Agens Publicidad,que buscaba un dibujante para hacer una historieta para los electrodomésticos Mansfield, por lo que el nombre de algunos de los personajes de la tira comienzan con M, como la protagonista. La publicidad no prosperó, pero dio origen al famoso personaje.

Mafalda llegó a Europa en 1969, al año siguiente del Mayo francés, que conmovió al mundo, en una edición italiana preparada y prologada por el semiólogo Umberto Eco. A través del personaje Quino reflexionó sobre la política, la economía, el racismo, la guerra de Vietnam, Brigitte Bardot, los Beatles, entre otros temas de los 60 y 70, en episodios que, sin embargo, todavía hoy son de asombrosa actualidad.

Mafalda no es solamente un personaje de historieta más; es, sin duda, el personaje de los años setenta. Si para definirla se utilizó el adjetivo ‘contestataria’, no es solo para alinearla en la moda del anticonformismo. Mafalda es una verdadera heroína ‘rebelde’, que rechaza el mundo tal cual es”, escribió Umberto Eco.

Eco contrastaba a la niña irreverente creada por Quino con Charlie Brown, el personaje de Charles M. Schulz aparecido en 1950 en la tira cómica titulada Peanuts, y uno de los más grandes íconos de la cultura popular estadounidense. Decía que, a diferencia de su contraparte norteamericana que habita un universo infantil del que los adultos están excluidos, “Mafalda vive en una relación dialéctica continua con el mundo adulto que ella no estima ni respeta, al cual se opone, ridiculiza y repudia, reivindicando su derecho de continuar siendo una nena que no se quiere incorporar al universo adulto de los padres”.

Charlie Brown seguramente leyó a los ‘revisionistas’ de Freud y busca una armonía perdida; Mafalda probablemente leyó al Che. En verdad, Mafalda tiene ideas confusas en materia política. No consigue entender lo que sucede en Vietnam, no sabe por qué existen pobres, desconfía del Estado pero tiene recelo de los chinos. Mafalda tiene, en cambio, una única certeza: no está satisfecha”, afirmaba Eco.

“A su alrededor, una pequeña corte de personajes más ‘unidimensionales’: Manolito, el chico plenamente integrado a un capitalismo de barrio, absolutamente convencido de que el valor esencial el mundo es el dinero; Felipe, el soñador tranquilo; Susanita, que se desespera por ser mamá, perdida en sueños pequeñoburgueses. Y después, los padres de Mafalda, resignados, que aceptan una rutina diaria (recurriendo a su paliativo Nervocalm), vencidos por el tremendo destino que hizo de ellos los guardianes de la Contestataria”, señalaba.

En la misma dirección, la socióloga Eleonor Faur, en una publicación reciente, muestra a Mafalda indivisible de sus dos entrañables amigas: Susanita y Libertad. “Son como una serpiente que cambia de piel”, dice. “Susanita encarnó para siempre nuestra ilusión del amor romántico. Pelearnos con el mandato fue también encontrarla dentro nuestro e ironizar sobre ella, sin por ello perder la ternura. Libertad (¡Libertad!) fue la hija de la madre que muchas fuimos: haciendo malabares para sostener crianza y trabajo, todo el día al pie del teclado, siempre con algún plazo por cumplir. Como en la vida misma, en Mafalda la novedad convivía con el modelo que se dejaba atrás. La recorrimos como quien observa a una serpiente que cambia de piel frente a sus ojos y entonces, su mirada cambia para siempre. En ese espejo nos encontramos. Fuimos Mafalda, Susanita y Libertad. Fuimos la mismísima serpiente”, escribe Faur en su despedida a Quino.

No se aventura a rotularlo de feminista, pero sostiene que “seguramente fue el único capaz de hacerle decir a una niña de esa época que su madre era casi una esclava doméstica, que allá afuera latía un mundo, repleto de injusticias y desencantos, pero vibrante”. Asimismo, afirma que Quino “nos mostró en sus viñetas que lo personal era político y que la injusticia social era tarea de todos y de todas, incluso de las niñas”, para concluir diciendo que “Mafalda fue inspiración y permiso para nuestra generación bisagra”.

Otra autora que exploró el universo de Mafalda es la historiadora y escritora uruguaya Isabella Cosse, quien analizó la obra de Quino desde su rol e influencia en la historia social y política argentina. En su libro Mafalda: historia social y política, publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2014, la autora reconstruye la historia, el alcance y la proyección que tuvo la niña de Quino para convertirse, no ya en un ícono exclusivo de una clase media enfrentada a la modernidad sino de un conjunto social en conflicto, en un contexto político de golpes militares. Cosse presenta la tira como la evidenciación de tensiones generacionales y de género, que con el tiempo va expresando otras reacciones epocales, tales como el antiautoritarismo y el antiimperialismo.

El genio de Quino

“El impacto de Quino en la cultura popular es tremendo. Por la influencia que reconocen cientos de dibujantes contemporáneos, por los arquetipos que creó y por su rastro en el lenguaje”, escribe el periodista Enric González en el diario español El País.

 Joaquín Salvador Lavado, Quino, nació el 17 de julio de 1932, en Mendoza, y fue acaso el viñetista más internacional que conoció su país, y también el más traducido; tanto así que Mafalda fue incluso traducida al guaraní por la escritora y docente paraguaya María Gloria Pereira, en una edición que se presentó en Buenos Aires en 2017.

Foto publicada en redes sociales por la Municipalidad de Guaymallén, Mendonza, localidad donde nació Quino.

Foto publicada en redes sociales por la Municipalidad de Guaymallén, Mendonza, localidad donde nació Quino.

Luis Felipe Noé, el renombrado artista plástico argentino, retrató así a Quino en un post en Facebook: “Desde finales de los años 50, cuando nos iniciábamos en nuestros caminos artísticos, supe que Quino era verdaderamente genial. La palabra genio no la utilizo vulgarmente. Un artista genial es alguien que emprende un camino tan propio e insólito que produce una revolución en su disciplina. Mafalda lo ayudó a su fama internacional pero los dibujos sin palabras eran síntesis de un pensamiento muy profundo. Tuvo la gentileza de permitirme reproducir en mi libro Una sociedad colonial avanzada (1971) uno de esos dibujos y varias viñetas de Mafalda. Su muerte lo hace más presente que nunca”.

Publicado por Luis Felipe Noé en su cuenta de Facebook

Publicado por Luis Felipe Noé en su cuenta de Facebook, en ocasión de la muerte de Quino.

 

 

 

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