Cultura
100 años de Guarania, la revista del “Paraguay eterno”
Fundada en 1920 por Juan Natalicio González, la revista Guarania –publicada con intermitencias hasta 1949– fue vehículo de difusión cultural, instrumento de lucha política y espacio de sociabilidad intelectual, facetas que cobraron mayor o menor relevancia según el momento histórico y las circunstancias de su controvertido director.
© Laura Mandelik
“Engrosamos el número de las revistas efímeras como todas las que, en esta tierra de mercadantes, pretenden reflejar la vida del intelecto”, comienza, fatalista, el primer editorial de Guarania. Pero este augurio de fugacidad se cumplió solo a medias: si bien su primera época tuvo apenas ocho números (aparecidos entre enero y agosto de 1920), la revista se publicó con intermitencias hasta 1949 e influyó de manera duradera y profunda en la consolidación de representaciones de la cultura y la nacionalidad paraguayas que hasta hoy emergen, inmutables, en el discurso público.
“Guarania” es el término con que Moisés Bertoni nombra en 1913 “a la inmensa región poblada o dominada por los guaranianos, que desde la boca del Río de la Plata iba hasta el mar de Caraíbes y las Antillas, y desde el Atlántico se extendía más o menos hasta los Andes”. Esta definición estrictamente geográfica adquiere dimensiones míticas en el poema En la fiesta de la raza, de Guillermo Molinas Rolón, publicado aproximadamente en la misma época, donde Guarania es también “la región prometida/como tierra de ensueño, de ilusión y de vida” donde crecen “las flores santuarias/de robustas pasiones y gestas fabularias”.
Es difícil (y tal vez irrelevante) determinar si fue Bertoni o Molinas Rolón el primero en usar la palabra. Lo cierto es que, como nombre de la publicación fundada por Juan Natalicio González –que conocía la obra de ambos– la elección no tiene nada de casual. En una época en que las revistas culturales paraguayas solían lucir nombres tan esdrújulos como inescrutables –Crónica, Órbita, Fígaro, Pórtico– Guarania es una apuesta evidente a lo telúrico y una cifra casi perfecta de la tríada “tierra-historia-raza” en la que González sustenta la “nación autóctona”, concepto central de sus ensayos políticos.
Y es que hablar de Guarania es hablar de Natalicio González y de un proyecto cultural y político que encontró en la actividad editorial uno de sus instrumentos más eficaces. La investigadora argentina Fernanda Beigel llama “editorialismo programático” a esta práctica, común entre los intelectuales latinoamericanos de la primera mitad del siglo XX, que “se caracteriza por su alto grado de articulación entre la producción cultural y la militancia política. De allí que sus representantes sean a la vez directores de revistas, vendedores de libros, tipógrafos, dirigentes políticos y ensayistas”. La revista Guarania debe entenderse entonces como componente de una estrategia editorial más amplia, que permitió a González proyectarse individualmente en el campo intelectual paraguayo (y más tarde en el americano), desarrollar una carrera política que lo llevó brevemente a la presidencia del país y difundir una concepción esencialista de la “paraguayidad”, con el “agricultor-soldado” pynandi como arquetipo y el Partido Colorado como único intérprete verdadero.
“Ha llegado la hora del trabajo por las letras nacionales”
La primera época de Guarania coincide con la emergencia de la figura de González como “joven promesa” de las letras paraguayas. Tras llegar a Asunción desde su Villarrica natal, y luego de varios años de trabajo periodístico relativamente anónimo en Asunción, este inicia en 1919 un bienio de intensa labor editorialista, a través de la publicación de artículos, libros y folletos con su firma, actividad apuntalada desde las páginas del diario Patria –del cual era jefe de redacción– con una sistemática publicidad de sus actividades.
En mayo de 1919, el poeta Manuel Ortiz Guerrero, coterráneo y amigo de Natalicio, le dirige desde Villarrica una carta en la que le augura el inminente reconocimiento de su valor literario: “Tócame afirmar con descaro categórico, que ha llegado la hora del trabajo por las letras nacionales y que tú, con otros pocos, son los [a]nunciadores de esa hora magna. Aún falta, pero crearéis en no mucho, un generoso ambiente donde vivan y fructifiquen vuestras nobles voluntades, vuestros sanos sacrificios. […] Tú eres, en el país, la expresión más clara de nuestra literatura naciente. Prosista puro, artista puro. Talentos como tú, de rutilación intensa, no pueden pasar desapercibidos en la media noche de nuestras letras”.
Esta carta personal, que González publica íntegra en la sección “Vida literaria” del diario Patria, funciona a la vez como fuente de legitimidad simbólica (Ortiz Guerrero ya era un poeta reconocido para entonces) y como anuncio de lo que vendría, si no en términos de fama, al menos sí de trabajo.
Ese año, González publica siete colaboraciones en la revista Anales del Gimnasio Paraguayo, vinculada a la institución cultural asuncena del mismo nombre. Dos de esas colaboraciones, el cuento Urutaú y la semblanza El Mariscal López, se editan también en forma de folleto. Simultáneamente, colabora también con la Biblioteca Paraguaya del Centro de Estudiantes de Derecho, con un texto publicado en un volumen de homenaje póstumo a José Enrique Rodó, y un prólogo al libro Visiones uruguayas, de Juan Vicente Ramírez, titulado “Nuestra joven literatura”. (Este texto, una breve reseña de los principales escritores jóvenes del Paraguay de la época, concluye con una mención al propio González, quien para evitar referirse a sí mismo reproduce en nota al pie un juicio crítico de Arsenio López Decoud, que lo describe como “notabilísimo escritor” de “inteligencia artística y radiante”). La Biblioteca anuncia la publicación de un libro de González, Letras paraguayas, que no llegará a imprimirse, pero cuyos primeros capítulos aparecerán por entregas en Guarania. Y en 1920, además de fundar la revista, González edita el volumen colectivo Cincuentenario de Cerro Corá, con la participación, entre otros, de autores novecentistas consagrados como Manuel Domínguez y Juan E. O’Leary.
La intensa actividad desarrollada por González en estos dos años pone de manifiesto una clara intención de consolidar su posición en el campo intelectual paraguayo. Para este fin, la laboriosa producción de textos se combina con un diestro manejo de los mecanismos editoriales a su disposición de modo de asegurarles la máxima difusión, ya sea mediante la republicación en distintos formatos o la propaganda realizada desde Patria a sus demás emprendimientos.
Es en este contexto que debe verse la creación de la revista Guarania, que Patria saluda así: “Hemos recibido el primer número de esta hermosa revista literaria que aparece bajo la dirección del señor J. Natalicio González. El éxito obtenido por este primer número, como el sumario que trae y que va a continuación, habla bien alto de esta publicación que viene a llenar un vacío bien sentido en el país”.
Esta primera época de la revista muestra ya algunas de las características que mantendrá a lo largo de todo su ciclo de vida, en especial la preocupación por la identidad paraguaya y su legado indígena (a través de textos como “La mujer guaraní”, de Ignacio A. Pane, la introducción de “Letras paraguayas”, “Una vocal perdida” –donde Eloy Fariña Núñez argumenta que el fonema y del idioma guaraní es el sonido olvidado de la antigua ypsilon del alfabeto griego– y “En honor de la moral del Paraguay”, en el que Manuel Domínguez apuntala con abundantes citas bibliográficas y documentales la afirmación de que “el Paraguay es el pueblo más bueno del mundo”).
También están presentes los artículos de temática histórica en la línea del revisionismo paraguayo, una interpretación de la historia nacional que se caracteriza, a grandes rasgos, por el nacionalismo, la idealización del pasado nacional previo a la Guerra de la Triple Alianza y la exaltación del heroísmo del pueblo paraguayo durante el conflicto y de la figura de su conductor, el Mariscal Francisco Solano López. En este sentido se incluyen varios artículos en defensa del jurista argentino Juan Bautista Alberdi (defensor de la causa paraguaya durante el conflicto), un editorial relativo al cincuentenario de Cerro Corá, las crónicas “El héroe de los lanchones”, de O’Leary, y “Algunas anécdotas del Capitán José González, alias ‘Real Peró’”, de Justo A. Pane.
En cambio, lo que falta en esta primera época de Guarania es la impronta política que la revista irá adquiriendo en sus etapas posteriores, conforme a la evolución del pensamiento de González –cuya preocupación inicial por las “letras” se desplaza más tarde hacia el concepto de “cultura”, en un sentido antropológico– y de su carrera política, que comienza en 1926 con su elección como diputado.
Así, el primer editorial de la segunda época de Guarania (1933-1936), por ejemplo, traza ya una vinculación clara entre cultura y política: “Guarania será la tribuna de los obreros intelectuales del Paraguay y un órgano de información de lo que se piensa en el mundo, en el sentido de su orientación ideológica y estética. El material que ofrezca a sus lectores sufrirá selección rigurosa, conforme a un plan orgánico, a un fin aglutinante y creador. […] El escritor, para merecer este nombre, debe ser intérprete de su pueblo, expresión del espíritu colectivo. Las posturas exóticas, el mimetismo literario, constituyen factores considerables en la elaboración de los males que afligen a la Nación, pues el fenómeno literario trasciende tarde o temprano al campo político”.
Esta segunda época de la revista coincide con la publicación de El Paraguay eterno (1935), el ensayo político en el que González plantea la existencia en Paraguay de una lucha entre un Estado liberal exótico, “antiparaguayo”, y una “nación autóctona” (“predeterminada por el triple influjo de la tierra, de la raza y de la historia”).
Las citas en el libro al nacionalista integral francés Charles Maurras, y la publicación de un número especial de Guarania dedicado a “La nueva Italia” de Mussolini en 1935, contribuyeron a forjar las acusaciones de fascismo que le atribuían a González sus críticos y que este rechazaba (no tanto por cuestiones ideológicas sino por considerar que la “nación autóctona” no podía adoptar un régimen foráneo, del signo que fuese). Cuando la revolución de febrero de 1936 interrumpió casi tres décadas de gobiernos liberales, esta fue inicialmente apoyada por los colorados y descrita por Guarania como un triunfo. Pero una vez que el régimen revolucionario avanzó en su proyecto de crear un partido único, proscribiendo a los tradicionales, la revista –que planteaba que el Partido Colorado era el único intérprete posible de la “nación autóctona”– asumió una posición crítica que finalmente devino en ruptura y terminó con el exilio de su director.
Instalado en Buenos Aires desde entonces, González publicó en esa ciudad la tercera época de Guarania, con 20 números aparecidos entre julio de 1942 y agosto de 1944. En su etapa bonaerense, la revista sostuvo un discurso “americanista” que presentó como complementario, y no contradictorio, con la prédica nacionalista de González, en tanto proyectó a nivel continental la lucha del Paraguay por liberarse de modelos políticos “foráneos” y publicó textos de intelectuales como el colombiano Germán Arciniegas, el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre y los argentinos Gabriel del Mazo y Saúl Taborda, entre otros.
En esta época, y sobre todo a partir de 1943, la revista fue también una forma de acercamiento al régimen de Higinio Morínigo (con cada vez más páginas dedicadas a cubrir las actividades del dictador paraguayo), que dio frutos con la designación de González como embajador en Uruguay y más tarde ministro de Hacienda en 1946, antesala de su llegada a la presidencia.
El carácter político de Guarania alcanza su máxima expresión en la cuarta etapa (1947-1949), coincidiendo con la elección de González como presidente y con su efímero mandato (agosto de 1948 a enero de 1949). El contenido de la revista en esta época es fuertemente propagandístico y se centra notoriamente en la figura de González, su pensamiento y su actividad política (con artículos como “La filosofía de la Historia en la obra de J. Natalicio González”, del psiquiatra y filósofo austríaco Viktor Frankl, y el número 5 dedicado íntegramente a su asunción presidencial). Para cuando el último de los siete números de la cuarta época de Guarania vio la luz, González ya partía rumbo al exilio, derribado por un golpe militar. Otras aventuras editoriales le esperaban, pero ya nunca volvería a publicar la revista.
© Laura Mandelik
* Andrea Tutte es profesora de Historia del Periodismo en la UCA, candidata de maestría en Historia Social y Cultural y directora de la Editorial Tiempo de Historia.
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