Agenda Cultural
La generosidad de un maestro
El mejor recuerdo que tengo del maestro Florentín Giménez se remonta a los ‘80, en mis primeros años de adolescencia. Cuando iniciaba mis estudios musicales en Villarrica, conocí al maestro gracias a mi tío, Don Agustín Rodas (hijo del maestro Severo Rodas, otro gran músico, amigo de Florentín), quien me lo presentó de manera casual en uno de mis viajes a Asunción, durante una caminata en la que pasamos frente a su casa. Mi tío me preguntó si quería conocerlo, a lo que muy entusiasmado respondí que sí. Entonces tocó el timbre y el maestro mismo nos recibió. Aproveché la charla para comentarle que estaba estudiando Armonía, en Villarrica, con Nicolás Ayala, y que casualmente él me había recomendado ver la posibilidad de seguir mis estudios en Asunción con el maestro Florentín Giménez. Salí muy contento de la fortuita visita al maestro, pues el mismo aceptó darme clases de Armonía, estudios que se prolongaron luego por varios años, y que incluyeron la Composición y la Dirección Orquestal.
A Florentín lo conocí en su –creo yo– mejor época. Tenía poco menos de 60 años. Era director titular de la OSCA (en ese entonces la única orquesta sinfónica del país) y de la Orquesta de Cámara Municipal, lo cual lo posicionaba como la personalidad musical más importante del Paraguay. Yo era aún estudiante de colegio. El día sábado era para mí el día más importante de la semana. A las 03:50 de la madrugada tomaba el bus en la terminal de Villarrica, que llegaba a Asunción a las 06:30 aproximadamente. Desde la terminal de Asunción tomaba la línea 41, que me llevaba primero a la casa de mi maestra de piano, Balbina Salcedo Milleres, con la que tenía clases desde las 08:30 hasta cerca de las 11:30. De allí iba caminando a la casa de mis tíos, que quedaba a mitad de camino entre la residencia de mi maestra de piano y la de Florentín. Luego de almorzar caminaba hacia la casa del maestro, a la que llegaba a las 13:30 horas. Al tocar el timbre el maestro se despertaba de la siesta y me daba clases hasta las 17:00 horas, tiempo en que volvía a tomar la línea 41 para ir a la terminal y volver a Villarrica con el bus directo de las 18:00. Y así, todos los sábados. Según recordaban familiares del maestro, no he faltado un solo sábado. Con calor, frío, lluvia o buen tiempo, a las 13:30 del sábado yo estaba allí. En las más de tres horas que duraban mis clases, Florentín me enseñaba los secretos de la composición y la dirección orquestal, pero también hablábamos de diversos aspectos que hacen a la vida del músico. Nunca me cobró un centavo.
Florentín Giménez apoyó fuertemente los inicios de mi carrera musical. Siendo yo aún adolescente, me invitó a tocar como solista de la OSCA, programó estrenos de mis primeras composiciones, y luego me invitó a dirigir la Orquesta de Cámara Municipal de Asunción. Así mismo, respaldó con fuerza las gestiones que realizamos en Villarrica para crear la primera orquesta del interior del país: la Orquesta de Cámara Municipal de Villarrica. El maestro me dio ese impulso y esa oportunidad que siempre necesita el joven que está iniciando su carrera. Ese gesto, que generalmente no es corriente en un mundo artístico lleno de egoísmos, nunca lo olvidé y nunca lo olvidaré.
Pasaron los años, y nuestros caminos a veces se distanciaban y luego nuevamente se encontraban. Cuando adquirí vuelo propio, con el bagaje que nos otorga la experiencia de conocer el mundo, vivenciar otras culturas e ir encontrando un lenguaje y una filosofía musical propios, a veces disentíamos en algunos aspectos. Pero esa es la ley de la vida, y siempre volvíamos a armonizar, sin que se pierda la admiración que nos profesamos mutuamente.
Con esa misma admiración vi cómo el maestro iba emprendiendo nuevos proyectos con la energía de un jovencito. Tras su alejamiento de la OSCA trabajó arduamente en la creación del Conservatorio de la Universidad Católica, luego el Conservatorio Nacional de Música, la ley del Premio Nacional de Música y, finalmente, la Orquesta Sinfónica Nacional.
El maestro Florentín Giménez fue una de las figuras musicales más completas que tuvo el Paraguay a lo largo de su historia. Trabajó prolíficamente en la composición, tanto del ámbito popular como de la música académica; fue director de orquestas típicas y orquestas sinfónicas, docente, gestor e investigador musical. Fue una de las últimas figuras portadoras de la tradición de Flores, Herminio Giménez, Lara Bareiro, y otros. Afortunadamente su activo involucramiento con las nuevas generaciones a través de la docencia hizo que pueda transmitir esa herencia a los más jóvenes.
Guardaré por siempre en mi memoria la generosidad que tuvo conmigo para transmitirme sus vastos conocimientos, y la inspiración que fue para mí en mis años jóvenes. La música de nuestro país llora hoy la partida de uno de sus más prominentes exponentes.
* Director de orquesta y compositor.
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