Agenda Cultural
Réquiem para una gran artista: Alejandra García
Alejandra García. Cortesía Jorge Ocampos
Alejandra García acaba de morir. Su momento de emergencia como artista fueron los años 90, cuando se destacó en la ya legendaria Bienal Martel con una pintura de colores y formas deslumbrantes. En esa década participó activamente de las experimentaciones del grupo El Aleph, que reunía a artistas cuyas investigaciones ponían particular acento en la instalación.
Precisamente, en 2017, en el marco de la II Bienal de Asunción, se realizó en el Centro Cultural Citibank la muesta Señales de los 90, que incluía obras de Alejandra, junto a las de Mónica Gónzalez, Gustavo Benítez, Marité Zaldívar, Fátima Martini, Marcos Benítez y el ya desaparecido Engelberto Giménez, evocando aquel tiempo de práctica sostenida que abrió la escena artística paraguaya a lenguajes y discursos que continuarían en las décadas siguientes.
Junto a varios de ellos, a quienes se sumó Julio González -que partió a España, donde reside hasta hoy- participó en la muestra Po Mokoi, curada por la crítica alemana Dorothée Willert, realizada en un edificio patrimonial de Ulm, Alemania.
En esa ocasión Willert escribió sobre sus piezas en exposición: “Alejandra García imprime claras formas cromáticas que nunca se endurecen en una fría abstracción. Es, más bien, un mundo de tránsito, imágenes en acción, en movimiento, en transición, así como las formas cromáticas crean recubrimientos, transiciones graduales de una imagen a otra, se abren y cierran, se ocultan y muestran. Sin objetividad, las series de láminas cuentan, sin embargo, una historia: la historia de un viaje a la tierra. De una lámina a otra surge un balanceo; hay censuras, pausas en el ritmo. En sus nuevos trabajos, Alejandra García abandona el rectángulo como forma plástica y emplea el círculo. Esta forma orgánica corresponde a los elementos también orgánicos de la impresión. Al mismo tiempo, lo circular aumenta el movimiento dentro de la lámina; ya no hay un punto visual estático, sino más bien un fluir de la visión hacia nuevas configuraciones, como en una danza. Las más recientes láminas ganan multiplicidad, además, en la explotación de la textura y la estructura de la matriz. Algo doble está presente, tanto en la totalidad de una serie de trabajos gráficos como en cada lámina: la reflexión del medio de la impresión, la disposición de los elementos y la dimensión psíquica, la topografía del alma que vibra en tal disposición”.
Cuenta Gustavo Benítez: “Eramos muy amigos desde los años 80. Comenzamos juntos en los talleres de Livio (Abramo). Estuvo en la muestra Po mokoi con unas piezas muy interesantes que se iban armando como puzzles. Trabajaba la idea de matrices múltiples. Ambos tuvimos también un momento espléndido en la Manzana de la Rivera en una exposición que luego fue a Buenos Aires, con Feliciano Centurión, y que se llamó Territorios. Fue una muestra que causó mucho impacto, en la que Alejandra presentó objetos que representaban vegetales -hojas o frutas- con mucho color y también unos frasquitos de dulce donde ella introducía grabados. Una obra fantástica”.
Mónica González, quien compartió con Alejandra los años intensos de El Aleph, dice: “Era una grata compañía, una persona que te regalaba su conocimiento y su tiempo cuando uno lo necesitaba. Era muy espiritual, ultra creativa, le gustaba muchísimo hacer cosas en grupo. Como grabadora era magnífica, hizo cerámicas bellísimas, hacía todo con parsimonia y anotaba sus pruebas con gran rigurosidad”.
También en los 90, precisamente en 1996, surgió el Grupo 6×6, que Alejandra también integró, junto a Jorge Ocampos, Celso Figueredo, Cristina Paoli y los ya fallecidos Osvaldo Camperchioli y Lisandro Cardozo.
Ocampos recuerda así a la Alejandra de aquel momento: “En el año 1995 nos juntamos algunos amigos para exponer y luego continuamos seis. De ahí nació el Grupo 6×6 del que Alejandra era parte. Ella mostraba inicialmente grabados, de la escuela de Livio Abramo y Olga Blinder; después se enfocó totalmente en montajes de elementos como cucharas y cucharones con detalles fotográficos del cuerpo. Tenía una voz suave y dulce, pero guardaba un carácter decidido y obstinado en hacer bien las cosas hasta en los mínimos detalles. Así crecimos con Ale, una gran artista y carismática en su ejemplo de vida. Duele mucho perderla”.
Celso Figueredo, quien también era parte del grupo, dice: “Alejandra sabía cómo hacer que una planta tuviera más flores, sabía cómo hacer que un rosal tuviera más rosas. Si estabas triste, ella sabía cómo mostrarte el próximo brote. Tenía ternura para con las personas: ‘La dulzura nos acercan en cucharita, las cosas esenciales de la vida te acercan en pequeñas porciones, de ahí su valor, desde bebés siempre fue así’, decía. Entusiasta, trabajadora, maestra incansable, fue para mí no solo una gran artista sino amiga y hermana. Cada obra era meditar el tiempo de un pétalo. Ale me ayudó tantas veces a sobrellevar emociones de dolor con el arte. No era solo ‘una rosa troquelada’, sino el recuento de un verdadero sentido del porqué estamos… Hoy los pétalos cerraron el círculo marcando un adiós (aquella instancia de la cual alguna vez mucho hablamos). Me siento agradecido por haber conocido a una persona preciosa como fue ella”.
Cristina Paoli, por su lado, señala que “fue una gran artista, de mucha sensibilidad estética y humana, generosa, sencilla, honesta y una gran compañera de trabajo. Era muy rigurosa y exigente. Fue una docente capaz y empática; por sus manos han pasado muchos niños y jóvenes que han abrazado la carrera de las artes visuales. Es una gran tristeza su temprana partida”.
Sobre su obra, Ticio Escobar escribió en una oportunidad: “Alejandra recala el punto de partida elemental de su motivo: la mitad de una fruta se presenta sobre un mantel de recuerdos matissianos. Desde allí, va tejiendo una trama de tensiones y contrapesos, de fuerzas y direcciones encontradas, de sentidos opuestos y contrapuestos que definen un campo regido por jugadas estrictamente visuales: por posiciones esenciales cromáticas y formales. La base de la escena organiza triangularmente sobre el lado inferior izquierdo y complejamente trabaja por la disposición zigzagueante de las flores, aparece bruscamente desbalanceada por la fruta que se le incrusta en el centro”.
Recientemente, el artista y comunicador Tony Roberto publicó una semblanza de la artista en un artículo periodístico en el que recupera una faceta suya poco conocida: “La Alejandra fotógrafa recorrió las calles de Asunción en los años 80 haciendo un trabajo artístico social donde se destaca la serie Limpiavidrios, retratando fotográficamente el trabajo de aquellos jóvenes que debían salir, ya en aquellos años, a la calle a buscar el sustento de sus familias. Además de hacer un enorme trabajo de registro de las actividades culturales de aquella década donde no era fácil encontrar algún fotógrafo disponible al instante; ella siempre andaba con su Nikon colgada al cuello para alguna instantánea, un inmenso archivo que con el tiempo habrá que poner en valor”.
Alejandra García fue una figura discreta, que en tiempos de gran exposición pública como el actual, supo vivir con reserva y elegancia sus logros y sus luchas. Esto se evidencia en la dificultad para encontrar imágenes suyas y de su obra en internet y en las redes sociales. Muchas de las fotografías que le tomaron a lo largo de los años denotan siempre lejanía, como si emergieran tras un velo. Asimismo, hay producción suya que no ha tenido la difusión o la promoción suficiente. De ahí la necesidad que hoy surge de conocer más su obra.
Su colega y amiga, Fátima Martini, así lo indica: “¿Qué palabras puedo decir sobre Alejandra García, en medio de la profunda tristeza en esta temprana despedida? Artista, amiga, compañera de proyectos, de viajes. Su forma de ser tranquila y dulce, su gran pasión por el arte, su minuciosa atención a las técnicas, su vocación de maestra heredada de Livio (Abramo), Edith (Jiménez) y Olga (Blinder). Quedan los recuerdos de tantos momentos felices compartidos. El seminario y el viaje a Alemania con Dorothée Willert, nuestra maestra, que también partió hace unos días. La gran experiencia de El Aleph, que en los años 90 fue fundamental como centro gravitacional del arte en nuestro país. Y decir que mi deseo, ahora más que nunca, es hacer conocer su obra ya como un trabajo realizado, reconocer sus pasos, sus búsquedas, su poética. Que descanse en Paz nuestra querida Alejandra”.
Alejandra García nació en Córdoba, Argentina, en 1963, pero desde niña vivió en Paraguay. Realizó estudios en la Universidad Nacional de Asunción y se formó con Livio Abramo, Edith Jiménez y Olga Blinder. Participó en numerosas exposiciones en el país y en el exterior (Cuba, Sudáfrica, Brasil, Argentina, Alemania, Perú, España, Japón), y en diversas bienales internacionales. En 1990 ganó el Premio Martel, dirimido por un jurado integrado por Jorge Glusberg, Nelly Richard, Carlos von Schmidt, Osvaldo González Real y Ticio Escobar. También obtuvo distinciones en Noruega y estuvo en Japón exponiendo en dos oportunidades. En los últimos años de su vida se dedicó casi por completo a la docencia, que ejerció en el Taller de Expresión Infantil (TEI), el IDAP, Multiarte y la Escuela Superior de Bellas Artes. Fue miembro fundadora de la Asociación Gente de Arte.
Se ha convocado para mañana, martes 28 de febrero, un encuentro para celebrar su memoria. El mismo se realizará en el auditorio “Ruy Díaz de Guzmán” de la Manzana de la Rivera (Ayolas casi Benjamín Constant) a partir de las 19:00 horas.
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