Agenda Cultural
“Un escocés por favor”: Los nombres de lo innombrable
A propósito de la pieza puesta en escena por EN BORRADOR (Teatro en construcción), con dramaturgia y dirección de Paola Irún, en el Galpón del Pasaje Molas.
“Un escocés por favor” @luiacostafacci
En cierta reunión coloquial se discutió si, a diferencia de las comedias de Shakespeare, sus tragedias tendrían sentido del humor. Unos creían que sí (toda mirada radical sobre la condición humana lo implica); otros, que no (la tragedia, en cuanto supone una predeterminación fatal, lo excluye). Un tercero opinó que quizá, en sí mismas, tales tragedias no lo tuviesen, pero que admiten ser interpretadas con humor. La obra Un escocés por favor, guionada y dirigida por Paola Irún, emplea bien esa posibilidad: sin perder el temperamento trágico de Macbeth –obra de la que parte– cruza diversos géneros teatrales que incorporan el humor negro, la irreverencia y el decir satírico, activan lances lúdicos y, desde la ironía, la pose grotesca o, aun, la broma cínica, mueven a la risa en algún instante. Pero la lectura creativa de Shakespeare permite también a la propuesta de Irún subrayar cuestiones diferentes, acentuar ciertas figuras y desdibujar otras, introducir nuevos temas e incorporar opacidades que impiden el discurrir lineal del libreto.
El teatro contemporáneo es cómplice de dislocaciones y desplazamientos que perturban la narración dramatúrgica. Por un lado, la dinámica del “teatro expandido” rompe los límites del espacio escénico enriqueciéndolo, inquietándolo, con danza y música (ambas, también “expandidas”); por otro, el sentido contemporáneo del tiempo empuja a alterar las secuencias y promover relatos entrecortados, historias paralelas y simultáneas. En verdad, cualquier lectura profunda de Shakespeare descubre su contemporaneidad en este punto (como en otros, quizá): su tan citada sentencia “el tiempo está desencajado” (time is out of joint) se encuentra en el centro de una manera de entender el arte como lance que incuba una desavenencia consigo mismo, un anacronismo generador de conmociones fecundas.
Un escocés por favor se articula mediante la música (propositivamente diversa en su repertorio) y la expresión corporal y la coreografía (suelta, grave, juguetona, estilizada), tanto como a través del texto que interpreta libremente el de Macbeth, y de la intensa visualidad de la puesta. Esa concurrencia de diferentes sensibilidades, géneros, estilos, imaginarios, discursos y talantes estético-expresivos, permite un juego desigual de texturas escénicas que desafían, como debe hacerlo el arte hoy, la representación establecida. Una representación que, en el ámbito del teatro, resulta difícil de desmontar, quizá por el carácter propiamente representacional de su oficio antiguo.
Por eso, los motivos del poder y la culpa, ejes centrales de la obra, aparecen dichos y negados, tironeados, desde lugares distintos de enunciación y de producción de imagen. Por las malas venturas vinculadas supersticiosamente a su puesta, la obra Macbeth fue llamada “la innombrable” a lo largo de varios siglos. Un escocés por favor emplea metonímicamente ese epíteto aplicándolo al protagonista mismo de Macbeth que, al sentir su nombre soslayado, lo oye resonar en calificativos disimulados, multiplicados en cinco personajes y propagados en los nombres anónimos de quienes deambulan y observan desde fuera de la escena. Escena ésta abierta a la intemperie de los cuatro lados de su geometría despojada, expuesta a los vientos de historias oscuras que renuevan desde siempre la sed del poder, propagan culpas indelebles y excluyen nombres propios. En el ámbito del teatro (del arte, en general) lo traumático omitido deviene fuerza callada que empuja siempre y reaparece con otras palabras y bajo el modo de fantasmas que rondan, porfiados, el lugar del acontecimiento. Los nombres verdaderos, así como la sangre del crimen fundacional y la sombra negra de la culpa, no pueden ser totalmente purgados. La tragedia no concede redención en su propio espacio; solo fuera del escenario, en su detrás o en su más allá, pueden ser rastreadas otras salidas, que nunca serán definitivas. La danza y la música indican puertas invisibles; las palabras y los gestos, también.
El absurdo ha enriquecido el teatro desde siempre. En clave contemporánea se lo vive no como lo puramente irracional, sino como lo creativamente paradójico, como principio de fuerzas opuestas que dinamizan el relato confrontándolo con su otro lado, el lado nocturno e intenso que no puede faltar en ninguna puesta, en ninguna apuesta, que nombre a Shakespeare. Hacia el terrible final del acto V, tantas veces citado, Macbeth sentencia que la vida no es más que “un cuento narrado por un desquiciado: un cuento lleno de sonidos y furia que nada significa…” El absurdo de la no-significancia es, ya lo sabemos, la potencia que sacude los hechos ordinariamente lógicos para convertirlos en oscura obra poética. Una obra que no redime de culpas, pero permite imaginar, por un instante, otras escenas posibles.
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