Agenda Cultural
A propósito de “Miglionírico”
En esta obra, inclasificable en términos de géneros convencionales, Agustín Núñez asume el reto de encarar la memoria de Ricardo Migliorisi. Pero no es solo un reto: es un rito, un juego, la continuación de alguna pieza que comenzaron juntos, un homenaje, un gesto de duelo. Y no es solo un abordaje de la memoria: es un continuo acto de invención imaginativa, de fabulación, de ficción mágica y estética.
“Miglionírico”, 2021. Fragmento de poster de difusión. Cortesía
Habrá sido muy difícil para Agustín tomar distancia del mucho tiempo compartido con Ricardo: la adolescencia, el colegio, la juventud primera, mucho teatro en la escena y desde la platea; mucho recorrido transitado juntos por países, lejanías, palabras y silencios. Aunque quizá la fuerza de esta obra, atinadamente ubicada a medio camino entre el audiovisual y el teatro, se nutra justamente de ese lugar ambiguo que abre la amistad a lo largo de mucho tiempo, cuando las imágenes y los recuerdos son de uno, de otro, de ambos.
Todo emprendimiento del arte se basa en la regulación de distancias: el creador no debe estar ni demasiado cerca ni demasiado lejos de lo que busca representar, dice un filósofo. Pero tampoco debe moverse muy rápidamente ni quedarse quieto. Aproximarse y alejarse; graduar el movimiento del relato, por un lado y, por otro, sopesar la gravitación de lo ocurrido y asumir los alcances del delirio; estos lances constituyen la tarea principal del arte, por detrás de la escena rutilante o demasiado oscura.
El mundo de Ricardo es inatrapable no solo porque involucra ámbitos demasiado diversos (la pintura, el circo, la música, la ópera, la danza, el vestuario, el teatro, el audiovisual, la literatura, la escenografía y mil etcéteras originados en las infinitas combinaciones de tales ámbitos), sino porque sus quimeras, desvaríos y fantasmas reinventan continuamente los rumbos dispares, de corrientes antojadizas y caminos desdoblados. Agustín asume el reto con acierto: regula las distancias de modo que la biografía, la imaginería y las representaciones de Ricardo transcurran en puntos equidistantes entre uno y otro. Quizá así trabajaron juntos muchas veces. Por eso, Miglionírico puede impulsarse con seguridad asumiendo audazmente las imágenes, los personajes, los colores, los miedos y el humor de Ricardo Migliorisi.
Agustín nos había planteado su idea inicial en el Museo del Barro, una de sus locaciones; nos pareció especialmente oportuna pero muy arriesgada: rodear el mundo de Ricardo y hacer de ese rodeo un homenaje en un tiempo limitado sonaba demasiado arrojado. Sin embargo, él supo sortear con inteligencia la trampa que hubiera significado el intento de atrapar la enorme figura de Ricardo: la roza, la cruza, la rodea y la acompaña con respeto y con temeridad casi; con asombro renovado, siempre. Con ternura, un componente que debería estar más veces presente en la complicada escena del arte.
Nota de edición: La obra está disponible en Passline y Kili Video.
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