Agenda Cultural
Hace 44 años partía “Elvis the Pelvis”
Elvis Presley, versión de Andy Warhol para t-shirt.
Han pasado ya 44 años desde la muerte del creador del rockabilly y, aun así, las causas de su defunción continúan siendo un misterio. Una autopsia sobre la que los médicos forenses han estado debatiendo durante años hace que hoy continúe hablándose de las razones de su fatal destino.
El 16 de agosto de 1977 la muerte de Elvis Presley, de 42 años, estremeció al mundo. Aunque en cierto modo esperada, fue como si nadie diera crédito a la desaparición de esta suerte de hijo predilecto a quien se había visto convertirse en la primera estrella del rock and roll (y uno de los mayores personajes del siglo XX) y desmoronarse.
En la víspera de su fallecimiento, según el relato del periódico El País, Elvis se levantó de la cama a las cuatro de la tarde. En la casa estaba su hija Lisa Marie, de 9 años, que había llegado el 31 de julio para pasar dos semanas con él. A las 11 de la noche, Ginger y algunos de “los chicos” acompañaron a Elvis a una cita con el dentista, el doctor Lester Hofman. Presley funcionaba con los horarios vueltos del revés. Hofman le realizó una limpieza bucal. La comitiva regresó a Graceland pasada la medianoche.
Ya en su dormitorio, hizo un intento más por convencer a Ginger de que se sumara a la gira que debía comenzar al día siguiente, pero ella se negó. A las dos de la madrugada telefoneó a su médico de confianza, el doctor George Nichopoulos (o doctor Nick, como Elvis lo llamaba), quejándose de que uno de los empastes le dolía. Raudo, Nick le hizo varias recetas, que uno de los chicos recogió.
A las cuatro levantó a dos de sus amigos de la cama porque quería jugar al frontón, a pesar de que lloviznaba. Luego tocó el piano en la sala de relax y poco después llegó el recadero con tres bolsas de medicamentos: un amplio surtido de depresivos y placebos que normalmente permitían a Elvis dormir varias horas seguidas. Le entregaron los paquetes a intervalos y, cuando le dieron el último, a primera hora de la mañana, el cantante seguía despierto.
A las ocho se levantó. “Me voy al baño a leer”, dijo a Ginger. En las memorias que esta publicó en 2014 (Elvis and Ginger) precisa que ella respondió: “Ok, pero no te quedes dormido”.
En el libro The death of Elvis (1991), de Charles C. Thomson y James P. Cole, el investigador médico del condado, Dan Warlick, encargado de inspeccionar la escena del fallecimiento, describe el cuarto de baño como una gran habitación que contaba con un auténtico trono de color negro, una pantalla de televisión frente al inodoro, dos teléfonos, un interfono, varios sillones alrededor y una ducha circular de tres metros de diámetro con una cómoda silla de vinilo en el centro.
Hacia las dos de la tarde Ginger se despertó e hizo una llamada rutinaria a su madre. Cuando su ésta le preguntó por Elvis, ella se dio cuenta de que él debía de seguir en el cuarto de baño, lo que no era normal porque habían transcurrido horas desde que se levantara. Preocupada, entró y encontró a Elvis “tumbado en el suelo, con los pantalones de pijama dorados bajados hasta los tobillos y el rostro enterrado en un charco de vómito sobre la mullida moqueta”, escribe Peter Guralnick, autor del libro Elvis Presley: la destrucción del hombre.
La autopsia arrojó la única conclusión unánime: el corazón de Presley había dejado de latir súbitamente. Lo que no quedaba tan claro y acabó por reabrir el debate en torno a la muerte del artista era si el ataque cardíaco que había sufrido podría estar justificado por su estilo de vida.
En 1994 se reabrió el caso de la autopsia. “No hay nada que apunte a una muerte por drogas”, concluyó el doctor Nick, contradiciendo la difundida versión de que el cantante murió de sobredosis. “En realidad, todo apunta a un repentino y violento ataque al corazón”. En 2010, el doctor echó más leña al fuego declarando que, aunque en su momento no lo supo ver, la causa de la muerte habría sido el estreñimiento crónico, lo que explicaría también su vientre hinchado en sus últimos años.
Un nuevo libro de Sally Hoedel sostiene que el cantante era un hombre enfermo que mantenía a su familia y amigos. Escribe que los problemas de salud de Presley estaban entrelazados con la historia de su vida y que padecía enfermedades en nueve de los 11 sistemas corporales. Cinco de esos procesos patológicos, dice, estuvieron presentes desde el nacimiento. Ella cree que examinarlos es una forma de “humanizar” la figura mítica del rey del rock and roll, conocido por su corpulencia y su apetito voraz.
Hoedel cree que Presley no era un drogadicto que buscaba escapar de la realidad. “Se considera que la historia de Elvis es de destrucción, pero es de una lucha inútil por sobrevivir a través de la pobreza y luego a través de los problemas de salud”, dice. “Fue difícil ser Elvis, nadie había logrado una fama como la suya antes, y nadie más podía hacerlo por él. Estaba tratando de funcionar dentro de su realidad”.
Pese a que transcurrieron décadas, el mito de Elvis Presley se resiste a desaparecer. Pocos artistas transformaron de arriba a abajo la cultura popular como él lo hizo, con su excitante aparición en los años 50 y con una trayectoria que incluye éxitos como “Suspicious Minds”, “Jailhouse Rock” o “Can’t Help Falling in Love”. Uniendo influencias del country y el rhythm and blues hasta moldear el palpitante y visceral sonido del rockabilly, Elvis the Pelvis, como lo bautizó un reportero en 1956, enamoró a los jóvenes y aterró a los adultos a base de sexualidad, miradas románticas, irresistibles bailes y la osadía de quien ha nacido para arrasar sobre el escenario.
Su tumba se transformó en un lugar de culto para fanáticos y adherentes. Visitarla es parte del tour por Graceland, la mansión donde Elvis vivió y, a pesar del tiempo transcurrido, 600.000 personas siguen visitándola cada año, contribuyendo de esta forma a inyectar millones de dólares a la economía de la ciudad de Memphis.
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