Jorge Sáenz: fotografiar el Golpe

“Estaba tomando mate en casa, en Buenos Aires, cuando escucho en la radio ‘golpe de Estado en Paraguay’. En ese momento sentí una vergüenza enorme, porque no sabía casi nada del país, solo que había una dictadura, la de Stroessner. Nunca había leído un libro sobre Paraguay ni nada por el estilo. Agarré las cámaras y, con unos amigos, tomamos el primer avión que salía para Corrientes. Llegamos Clorinda a las 00.30 del 4 de febrero, tras recorrer 500 kilómetros en taxi. No había manera de llegar por vía aérea. El aeropuerto había sido cerrado el día anterior”.

“Cuando hay un golpe de Estado militar uno generalmente espera que la muchachada esté con tanquetas, pero aquí no había nada. Miré a un costado. No me animaba a pelar la cámara. Veamos primero cómo viene la mano, me dije. Y vi un soldado inclinado en su silla, con un fusil en la mano, durmiendo con la cabeza contra un poste. Qué golpe más tranquilo, pensé, no hay tanques, nada. Esa imagen nunca se me borró de la cabeza, la del soldado durmiendo. No había nadie en la frontera. Nos dejaron entrar normalmente. Éramos cuatro, teníamos credenciales de reporteros gráficos”.

“Antes nada era digital, teníamos que mandar los rollos a la revista para que los revelaran. Mi idea era hacer las fotos el primer día y mandarlas en el primer avión. Habitualmente usábamos la tripulación de cabina para enviar los rollos y en la pista esperaba una moto del medio de prensa. Yo estaba haciendo un trabajo freelance para Editorial Atlántida. Usábamos diapositivas. Yo recién incursionaba en el color, porque Página 12 –donde trabajaba– era un diario en blanco y negro”.

Jorge Sáenz, Rompan filas, SERPAJ, 1996

“Al llegar a Asunción fuimos a la oficina de la agencia France Presse, que era nuestro medio de contacto. Dormimos ahí, sobre unos sillones, y a la mañana siguiente, tempranísimo, fuimos a la zona del Batallón Escolta. Nos habían dicho que era el lugar de los tiroteos más bravos. Vimos los paredones bombardeados. No encontramos muertos ni heridos porque ya había pasado un día. También encontramos el Fusca del francés asesor militar de Stroessner, destrozado. En algunas fotos que se publicaron se ve que le falta media cabeza”.

“Luego fuimos al Hospital Militar, en Sajonia, para ver a los heridos. Estuvimos un ratito porque enseguida nos echaron. Después seguimos los acontecimientos. Esperamos dos o tres días hasta que se fuera Stroessner. Mientras tanto, hacíamos fotos en la calle y mandábamos algunas cosas. Luego fotografiamos la partida. Estuvimos horas y horas en el aeropuerto, esperando bajo el sol del mediodía. Hasta que Stroessner subió la escalerilla del avión. La imagen fue publicada a dos páginas en las revistas Gente y Somos (los originales quedaron en Atlántida)”.

“Yo me quedé una semana, diez días. Fuimos al hospital San Jorge, en la Caballería, a ver a los heridos. Nos dejaron pasar, pero fue todo como un montaje. Los soldados estaban súper bien uniformados, en la camita, acostados, pero no se veía ninguna situación de heridos. Estaban simplemente ahí, sentados. Yo creo que fue una puesta para que sacáramos fotos de lo bien que estaban”.

Jorge Sáenz, Rompan filas, SERPAJ, 1996

“La primera vez que vimos al general Rodríguez fue en una misa, en la iglesia de San Roque. Estaba sentado junto a su esposa, y al costado había un ventilador. Era muy gracioso. Otro día fuimos a la casa de Laíno, que nos invitó. Nos quería contar su visión del golpe. Pero toda la excitación que se veía era más bien del aparato, de la superestructura de la sociedad, no se veía algo por abajo, como en otros países cuando se produce la caída de una dictadura. Ahí uno empezaba a darse cuenta de lo después se afirmó, que en realidad fue un golpe preventivo, que Rodríguez se anticipó a una crisis mayor que se habría generado en el Estado si seguía Stroessner en el gobierno. Fue un plan muy trabajado, eso se notaba en la calle. No fue una resistencia popular la que tumbó a Stroessner, sino un golpe dentro de su familia. No era una situación típica de caída de una dictadura, ni siquiera de una dictadura stalinista. En esos años estaban cayendo muchos gobiernos stalinistas en el este Europa y eran comunes las fotos de gente tirando abajo estatuas, movimientos de masas. Aquí no se veía aquello a lo que uno estaba acostumbrado como reportero gráfico. Todo muy contenido, nadie sabía nada, se avanzaba de a poco, la gente como con miedo. Por la noche casi nadie en la calle. Recién mucho después, me parece, la gente tomó conciencia y empezó a usar las libertades, no inmediatamente después del golpe”.

Jorge Sáenz, Rompan filas, SERPAJ, 1996

“Aprovechamos esa situación para hacer fotos en lugares que entonces estaban permitidos. Hoy, si querés entrar a un cuartel a hacer fotos no creo que sea tan fácil. En esa época, en cambio, como nadie sabía qué era la democracia, te dejaban entrar en todos lados. Entré en la cárcel de menores, en la cárcel de mujeres, en el Hospital Neuropsiquiátrico. En lugares donde normalmente no se deja entrar a un fotógrafo de prensa aquí nadie te decía nada. Es más, el primer trabajo que hice sobre el servicio militar fue a invitación de Lino Oviedo, para el diario ABC. Nos citó a Mabel Rehnfeldt y a mí, tomamos un tereré juntos, y dijo ‘estoy muy orgulloso de nuestros soldados y quiero que hagan un reportaje sobre el servicio militar obligatorio’. Él lo pidió. Un equipo de dos capitanes nos acompañó a todos lados en los cuarteles que quería que visitáramos. Y allí comenzó mi ensayo, curiosamente. Era marzo o abril de 1990”. [Jorge Sáenz se refiere a Rompan filas, ensayo fotográfico sobre el servicio militar obligatorio. Este trabajo, fruto de una prolongada investigación sobre las irregularidades y vejaciones en los cuarteles y sus consecuencias, fue publicado como libro, con ese título, por el Servicio de Paz y Justicia en 1996].

“La fotografía, durante la dictadura, siempre había estado atada al interés del poder. La fotografía era prácticamente la fotografía oficial. No había fotografía contestataria o fotografía documental sobre la situación de injusticia del país. No existía esa fotografía o, por lo menos, no sabíamos que existía. El fotógrafo siempre había sido un propagandista del poder”. [Aquí cabe aclarar que fotografías como las de José María Blanch sobre la vida campesina y las ligas agrarias cristianas de los años 60 recién aparecerían públicamente en los años 2000 y experiencias fotográficas como las del genocidio aché, documentado en los años 70, habían sido enérgicamente reprimidas. Había circulado la conocida imagen de Jesús Ruiz Nestosa que muestra a Augusto Roa Bastos partiendo al exilio y se había difundido en la prensa aquella memorable foto que devino ícono de la resistencia contra el stronismo: la de una mujer, María Liz Fernández Casabianca, poniendo el pecho a los camiones hidrantes de la policía en una manifestación frente a la Catedral].

Durante aquella breve estancia Jorge Sáenz –que entonces tenía 30 años y luego eligió el Paraguay para vivir– llegó a fotografiar reuniones de algunos dirigentes opositores, entre ellos Domingo Laíno, Luis Alfonso Resck y Euclides Acevedo. Si bien no alcanzó a ver la algarabía frente al Panteón de los Héroes esa mañana del 3 de febrero, sí pudo captar el momento en que quitaban una gran foto de Stroessner y la sacaban del Partido Colorado.