Agenda Cultural
Agustín Núñez: Hacer de la vida misma una forma de teatro
© Javier Valdez
La figura de Agustín Núñez se presenta fácilmente como una de las más destacadas en la escena de formación teatral. Director, actor, dramaturgo, escenógrafo y formador de actores y directores, Núñez retoma la larga tradición de artistas comprometidos con la enseñanza de arte. Su escuela, El Estudio, en estos momentos se reestructura, cambia como lo hiciera él varias veces en su vida.
Me gustaría comenzar preguntándole cuál es su concepto de teatro y cómo este dialoga con su búsqueda artística personal.
Para muchas personas el hecho de hacer teatro es una actividad anexa a su vida. Puede ser una profesión, una diversión; es decir, la gama de posibilidades que nos brinda el teatro es inmensa y todas pueden ser válidas, siempre y cuando obremos respetando este oficio tan sagrado como es la actuación, la dirección, o cualquiera de las disciplinas vinculadas a la escena teatral. En mi caso, el teatro y la vida van juntos. Para mí, hacer teatro es una forma de vida, por encima de que sea una profesión. El teatro me mantiene dinámico, efervescente, me hace sentir útil, pleno, me cuestiona, me pone en desafíos muy difíciles y también creo que me da las herramientas para poder solucionarlos; de alguna manera me sirve para ir ampliando mi horizonte en cuanto a la visión que voy teniendo sobre lo que es el transcurrir de mi existencia. El teatro es una ventana a través de la cual vemos el mundo de una forma diferente y podemos plasmarlo en la escena.
¿Cómo se relaciona su propia formación con la aproximación de El Estudio a la enseñanza de teatro?
Cuando yo decido incursionar en teatro, realmente, en Paraguay las escuelas estaban siguiendo un patrón de lo que había dejado de alguna manera el teatro español en su paso por Sudamérica. Grandes compañías europeas venían de gira, a buscar una forma de ganarse la vida abriendo nuevos itinerarios laborales. Estos elencos venían con las figuras protagónicas cubiertas, pero ya para los papeles secundarios por lo general se empleaba talento local, que en ese momento era bastante primario en cuanto a su desarrollo. El pertenecer a estos grupos, aunque fuese temporalmente, proporcionaba herramientas para que las personas que se quedaban a seguir trabajando en el lugar pudieran también desarrollar formas de presentar espectáculos. A mí me tocó, en los años mozos, acercarme a la Escuela de Arte Escénico, se llamaba así en ese tiempo, y también al Ateneo Paraguayo. Tuve la suerte, en el 69, de ser invitado por Héctor de los Ríos, y mi debut fue por la puerta grande del Teatro Municipal, al lado de figuras importantes. Realmente, para mí, ese primer encuentro con el teatro profesional me dejó bastante cuestionado y vacío, porque era un teatro donde si bien las escenografías de papel eran hermosísimas, todo era muy teatral en el peor de los sentidos, todo era estridente, exagerado.
Yo quería un teatro de vida, un teatro vivo, donde los personajes no fueran de cartón, donde los sentimientos se trabajaran de forma diferente, y que el escenario fuera un espacio de desafíos, de peligro en el mejor de los sentidos. Me tocó valerme de otras disciplinas que fueron de suma utilidad para mi formación, empezando por la arquitectura, que me enseñó el manejo del tiempo y el espacio, la dosificación y la estética, la concepción visual, el estudio histórico de las diferentes épocas. Por otro lado, las artes marciales me dieron elasticidad, manejo de mi eje interior tanto como de mi eje físico. También la danza (en ese momento, en Paraguay, acercarnos a la danza era muy difícil para un gran número de hombres). Fui al Conservatorio de Teatro de Río de Janeiro y me encontré autores de los que la escena teatral paraguaya de entonces no hablaba, como Grotowski, Artaud y el mismo Stanislavski. Fue un impacto muy fuerte y a partir de eso empecé a revisar lo que había recorrido e intentar ganar lo mucho que me faltaba. Entonces, con un grupo de gente –Ricardo Migliorisi, Teresa González Meyer, Julio Saldaña, entre otros– empezamos un viaje por toda la experiencia que fue Tiempoovillo, un grupo de teatro independiente en el que nosotros mismos fuimos asumiendo las vías, las formas de acceder a la formación necesaria para expresar ese teatro que en principio soñamos y luego hicimos realidad.
Con Tiempoovillo durante un año y medio recorrimos gran parte de América y Centroamérica; llegamos hasta México, y en cada lugar tomábamos talleres, asistíamos a escuelas de formación actoral. Al terminar esa gira volví a Colombia y empecé a trabajar convocado por Santiago García, que reabría la Escuela Nacional de Arte Dramático y me invitó a hacerme cargo de la cátedra de expresión corporal. Luego pasé a la de actuación y luego, en 1976, abrí la primera escuela privada de actuación en Bogotá: el Centro de Expresión Teatral. Más tarde, en 1989, con el golpe que se da al gobierno militar de Stroessner, regresé a Paraguay porque consideré que era el momento de venir a hacer el trueque con los míos. Y fundé El Estudio, que era un proyecto que en principio pertenecía al Centro de Investigación y Divulgación Teatral.
Al comienzo funcionó con talleres de capacitación y luego se volvió una escuela de formación actoral para teatro; posteriormente se abrió la carrera de cine y luego la carrera de dirección teatral. Tanto el Centro de Expresión Teatral como El Estudio, los abrí concibiéndolos como la escuela que yo siempre soñé tener. Esa escuela con la que uno se identifica, esa escuela que se vuelve un lugar imprescindible en la vida de muchos que aman actuar o dirigir, fue y sigue siendo el punto de apoyo de El Estudio: el lugar que me hubiera gustado tener para mi formación. Hoy me sigo preguntando qué necesitan el actor y la actriz actuales y cómo ir modificando los programas de acuerdo con las necesidades, no solamente de Paraguay sino de la escena internacional.
¿Es posible que exista un vínculo entre las primeras obras dirigidas por usted en el país y la decisión de enfocarse en la formación actoral?
Apenas llegado a Paraguay, a mi regreso de Colombia en 1990, el director de cultura, Efraín Chaparro Abente, me nombró director de la Escuela Municipal de Arte Escénico; me autorizó a actualizar los programas y a hacer una selección de profesores de acuerdo con los nuevos tiempos y formas de enseñar actuación. Realicé esto en codirección con María Elena Sachero. Esa revisión empezó por cambiar la orientación de la escuela; por ejemplo, se incluyó entre las materias la actuación ante cámara. Realmente, dentro de la escuela había buenos profesores, pero primaba un número grande de actores y actrices que, por su poca calidad como profesionales y sus buenos vínculos con la dictadura de Stroessner, lograban mantenerse en la institución. Con el tiempo fuimos encontrando la estructura necesaria para la formación actoral. Unos años antes de mi regreso, en 1987, yo había estado aquí para dirigir La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, protagonizada por Ricardo Migliorisi. Llamé a audición y se presentaron 14 personas; de esas, 12 eran actores que normalmente trabajaban con Carlos Aguilera, y me impresionó mucho que no hubiera, entre los graduados de las diferentes escuelas, gente capaz de subirse al escenario con una fuerte preparación actoral. A partir de eso decidí posponer mi trabajo como actor y me centré en la capacitación y la dirección. Fue así que se llevó a escena Yo, el Supremo en 1991, tratando de convocar al principal talento joven y al no tan joven pero sí muy reconocido, y este proyecto marcó un hito: fue la obra de mayor concurrencia de público en la historia del teatro nacional.
Varias veces, impulsando el desarrollo de la dramaturgia, llevó a cabo talleres de creación de texto dramático con comunidades menos privilegiadas. ¿Cómo conversa este interés social con el propio perfil de El Estudio?
Siempre mi sueño fue tener una escuela que trascendiera los muros, que no se cerrara en el edificio. Ya en Colombia empiezo a trabajar con barrios marginales y con niños y adolescentes, de forma gratuita, en formación y aproximación al teatro. En Paraguay sigo con la misma idea y El Estudio de alguna manera se apoya en las artes escénicas para ser un agente multiplicador de cultura. Trabajamos en varias ocasiones con el Buen Pastor, llegamos a hacer 17 capítulos de radioteatro, con nuevos dramaturgos y actores y actrices de nombre, fusionados con los nuevos actores del lugar; trabajamos con gente de la noche, con todas aquellas personas que empiezan a vivir cuando se oculta el sol: el repartidor de periódicos, pancheros, prostitutas, taxi boys, la gama de gente que vive la noche como si fuese el día. También estuvimos trabajando en varias ocasiones con el barrio Ricardo Brugada, donde nos instalamos y lo tomamos como un barrio escenográfico para hacer la película Santificar lo profano; antes ya habíamos hecho una serie de 12 capítulos sobre problemas reales ocurridos dentro de sectores ignorados por la sociedad, a personas cuyas voces son aplacadas; fue así que hicimos La herencia de Caín. Trabajamos con personas cuya primera casa es la calle y la segunda es el lugar donde duermen y tienen sus pertenencias. Fuimos llevando talleres de dramaturgia con voluntarios de El Estudio que querían conocer esa parte nuestra oculta por intereses sociopolíticos. Seguimos siempre en ese plan, vamos a renovar fuerzas luego de toda esta pandemia tan terrible, para volcarnos a un renacimiento.
¿Cómo se plantea esta etapa que se inicia en un edificio nuevo?
En este tiempo de pandemia El Estudio tuvo que dejar un local luego de 23 años, arriba de la Farmacia Catedral, para trasladarnos. Ahora estamos en otro sitio y empieza un renacimiento. La pandemia nos sigue recordando que somos mucho más frágiles y vulnerables de lo que creíamos, pero también nos crea conciencia de que somos mucho más creativos, recursivos, tenaces y fuertes de lo que muchos no nos imaginábamos que fuéramos. Es la única escuela privada que pudo terminar el año con puestas presenciales, con un número reducido de público; terminamos con 50 alumnos. El 1º de marzo teníamos matriculados 185. Tengo la bendición de tener un plantel de profesores y asesores realmente extraordinario, no solamente en su capacidad profesional sino en su condición humana. Hoy más que nunca estamos unidos, hoy más que nunca estamos con ganas de sacar adelante este espacio que para nosotros es el más importante después de nuestras casas.
¿Qué proyectos contempla la institución para este año?
Ya estamos con todas las tareas de organización para conformar el espacio de aprendizaje y empezar a mediados de enero con talleres para niños y adolescentes, de artes plásticas, teatro, canto y actuación. En febrero arrancamos con los talleres para adultos, con excelentes docentes de reconocida trayectoria, donde el interesado en incursionar en el mundo de la escena puede adquirir las bases y los principios para iniciar este apasionante viaje, que es curtir la escena. En marzo empezamos las clases luego de tener cuatro fechas para audiciones de ingreso. Todo está dispuesto para que sea un año muy rico. El año pasado se revisaron programas, se anexaron nuevos temas, se actualizaron, y también se eliminaron elementos que de alguna manera ya no tienen la misma importancia que antes.
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