Editorial
El sistema carcelario
Hablar de las deficiencias del sistema penitenciario en Paraguay es un lugar común. El insostenible hacinamiento de los internos y la corrupción reinante entre quienes los custodian son dos ingredientes clave para una receta explosiva.
La superpoblación de reclusos es consecuencia directa de la lentitud y otros vicios de la administración de justicia. Un altísimo porcentaje de presos sin condena (que en muchos casos salen absueltos luego de pasar una larga temporada en el infierno) se suma a la presencia de delincuentes poderosos que instalan su cártel puertas adentro y desde allí continúan con sus crímenes. La violencia es el pan de cada día y se recrudece hasta límites intolerables, como sucedió esta semana en el penal de Tacumbú.
Mientras algunos -gracias a medios económicos no lícitos- cumplen condena en recintos seguros, con el máximo de comodidades que su condición puede permitir, muchos deambulan como parias por el penal, siendo los “pasilleros” el eslabón más débil, ya que ni a celdas compartidas pueden acceder, pues estas tienen un costo que no pueden pagar. Estos presos, en muchos casos sin condena, duermen sobre cartones en los corredores, a la intemperie, y hasta se ven obligados a permanecer horas y horas de pie cuando llueve, ya que no tienen dónde cobijarse. Ni qué decir de la violencia de todo tipo a la que están expuestos, incluida la sexual.
Ya en 2016 un informe del Mecanismo Nacional de Prevención de Tortura, dependiente del Gobierno Nacional, señalaba que el 10% de la población de Tacumbú estaba compuesto por estos pasilleros “que se encuentran desprotegidos en lo que respecta a la situación procesal y defensa legal (la mayoría tiene defensa pública)”, y que los mismos “provienen de barrios de marcada carencia económica, ubicados en la periferia de Asunción”.
Como es sabido, el consumo de drogas está a la orden del día. El tráfico es administrado con complicidad de los guardiacárceles y hay muchos testimonios de internos que se hicieron adictos allí adentro. Por otra parte, hay un sistema de jerarquías entre los presos que los habilita a aprovecharse de los más vulnerables.
Según estimaciones, en julio del año pasado había casi 14.000 personas recluidas en Paraguay. El informe del MNPT de 2020 indica que el crecimiento de la población carcelaria ha sido del 226% en la última década, con un aumento de casi 8.000 reclusos. “En los últimos 5 años el crecimiento fue de 127%, equivalente, a 2.996 personas”. Según este mismo informe, la superpoblación en los penales se considera crítica cuando la densidad penitenciaria llega a 120%. En el Paraguay esta densidad llega al 664%.
Lejos de ser un sistema correctivo y de rehabilitación, el sistema carcelario ha demostrado, en todas partes del mundo, ser una escuela de delincuencia y un estigma que impide la reinserción social de los exconvictos. Asimismo, hay que recordar que muchos de los que se hacinan en las cárceles están a la espera de sentencia o bien cumplen condena por delitos menores junto a grandes señores del crimen o violentos que sembraron muerte y dejaron vidas destrozadas.
¿Cómo administrar esta realidad tan dura? La celeridad de la justicia es el primer paso, urgente y necesario. Para ello es imprescindible disminuir (sería muy optimista decir erradicar) los niveles de corrupción y negligencia que imperan en el Poder Judicial. Esto descomprimiría las cárceles. Segundo, dignificar las condiciones de vida de los internos, asegurando primero equidad en el tratamiento de todos, alimentación adecuada, condiciones de vida salubres y atención de la salud. Tercero, desarrollar programas de aprendizaje de múltiples disciplinas, de modo a propiciar la reinserción una vez recuperada la libertad. Pero nada de esto será posible mientras reine la corrupción en las distintas instancias involucradas.
Hubo proyectos y programas para mejorar la vida de los internos desarrollados en las diferentes cárceles, con apoyo de diversas instituciones, tanto nacionales como extranjeras. ¿Cómo articular estas valiosas iniciativas en un proceso amplio, que pueda modificar el actual estado de cosas? ¿Cómo llevar a cabo un plan de acción orientado a un cambio significativo? La solución al problema penitenciario es algo que se viene postergando gobierno tras gobierno. Si no se encara con seriedad el asunto, y mirando varias décadas hacia adelante, seguiremos asistiendo a episodios luctuosos como el de esta semana. Este es un desafío que nos convoca a todos como sociedad, y un tema que debería estar considerado en las plataformas políticas de quienes aspiran a gobernar los destinos del país.
DD-WS
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