Opinión
Prólogo del Evangelio y unción espiritual de Jesús

1/1Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, 2tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, 3he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, 4para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido…4/14Jesús volvió a Galilea guiado por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. 15Iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. 16Vino a Nazará donde se había criado, y entró, según su costumbre, en la sinagoga el día del sábado. Se levantó para hacer la lectura 17y le entregaron el volumen del profeta Isaías. Desenrolló el volumen y halló el pasaje donde estaba escrito: 18El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha envido a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos 19y proclamar un año de gracia del Señor. 20Enrolló el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. 21Comenzó, pues, a decirles: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”.
[Evangelio según san Lucas (Lc 1,1-4; 4,14-21) —3er domingo del tiempo ordinario]
La primera parte del texto que nos propone la liturgia de la palabra, tomado del tercer Evangelio, es el “prólogo” (Lc 1,1-4) de la primera obra de san Lucas, es decir, el Evangelio. Su segunda obra será el libro de los Hechos de los Apóstoles redactado según el género de una teología de la historia. El “prólogo”, básicamente, es una obra literaria, según las pautas del mundo greco-romano contemporáneo. El autor, sin disimulo, enuncia la finalidad de su trabajo que consistió, básicamente, en una investigación personal sobre la actividad de Jesús y su continuación, con unas aseveraciones que tienen que ver con el profesionalismo de un historiador. Reivindica, para su labor investigativa, la integridad (“todo”), la exactitud (“cuidadosamente”) y exhaustividad (“desde los orígenes”, “desde el principio”). Además de una metódica composición (“por su orden”) con el fin de conferir a su obra la necesaria estructura dispositiva (cf. J. A. Fitzmyer).
En la parte conclusiva del “prólogo”, Lucas expresa con claridad a un tal Teófilo —y a los demás lectores que están en la misma situación que el destinatario— el objetivo de su escrito: “…para que comprendas la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1,4). No sabemos nada del destinatario que recibe el trato de “ilustre” o “excelentísimo” (krátistos). Es un nombre de origen griego —theós (Dios); philos (amigo): “Amigo de Dios”— que fue recogido por los judíos. Probablemente se refiere a un personaje histórico —y no meramente simbólico— de todos “los amigos de Dios”, como entendían los Padres de la Iglesia. No hay que descartar la idea de que se tratase de un converso a la fe cristiana (cf. F. Bovon).
Al hablar de la “solidez de las enseñanzas” (Lc 1,4), Lucas pone en guardia a sus lectores contra rumores prejudiciales que habían llegado a oídos de Teófilo y defender, de este modo, la catequesis que habían recibido. Así, el tercer evangelista manifiesta la “robustez” de la doctrina eclesial de la primitiva comunidad. En la concepción de Lucas, el verdadero garante del “kerigma” es el Espíritu que guía el ministerio y la predicación de Jesús convertido en objeto de proclamación. El autor reconoce que ha utilizado como fuentes relatos anteriores sobre la actividad de Jesús y otros materiales de tradición apostólica. Así, manifiesta que depende de sus predecesores, se asocia a ellos pero no se limita a una mera repetición del legado recibido sino escribe con la mentalidad de un historiador que se rige por pautas literarias según los cánones de la historiografía bíblica veterotestamentaria. Por eso, su obra puede presumir de sistematicidad, organización, concatenación de acontecimientos y guiados por la dialéctica “promesa-cumplimiento” (cf. J. A. Fitzmyer).
En la segunda parte del texto (Lc 4,14-21), San Lucas relata que Jesús fue a Nazará o Nazaret, en la región de Galilea (Lc 4,14), “donde se había criado”. Es la ciudad donde vivió su infancia y su adolescencia junto con sus padres: José y María. El autor pone de relieve que Jesús acostumbraba acudir a la sinagoga como lo hacía un judío observante que dedica el “día séptimo de cada semana al estudio de la ley y de las costumbres y tradiciones hebreas”.
Es posible que Jesús haya sido invitado por el presidente de la sinagoga a leer y comentar un texto de la Escritura, como les sucedió a Pablo y a Bernabé en Antioquía de Pisidia (Hch 13,15). El servicio litúrgico del šabbāt, en las sinagogas del antiguo Israel, consistía en el canto de un salmo, la recitación comunitaria del šema’ (“escucha, Israel”) y de las “dieciocho bendiciones” o Tepillā y la lectura de una parte de la Ley o Toráh y una sección de los profetas. Seguía un comentario sobre las lecturas bíblicas y terminaba la celebración con la bendición impartida por el presidente de la asamblea.
A Jesús le entregaron un papiro que contenía el texto hebreo del profeta Isaías, específicamente, del tercer Isaías (Is 61,1-9). Es probable que, en ese šabbāt, conforme con la secuencia establecida por el ciclo litúrgico de la sinagoga, correspondiese la proclamación de un texto del mencionado profeta. Lo mismo sucedía con la lectura de la Ley o Toráh. Al desenrollar el papiro, Jesús encuentra el pasaje que se refiere a la unción. Y comenzó a proclamarlo.
Jesús dio inicio a la lectura diciendo: “El Espíritu del Señor sobre mí”, expresión que recuerda la imagen de su bautismo cuando el evangelista relataba que “…se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, y llegó una voz del cielo: ‘Tú eres mi hijo; en ti encuentro complacencia’” (Lc 3,21-22). Jesús explica el motivo de este descenso del Espíritu sobre él indicando que esa acción se corresponde con su unción. Dios lo unge, lo consagra con la fuerza de su Santo Espíritu con el fin de cumplir con su ministerio.
La “unción”, que consistía en derramar aceite sobre la cabeza del ungido, se realizaba en el antiguo Israel para constituir un rey o para consagrar a un sacerdote o al Sumo Sacerdote. El aceite de la unción servía, además, para curar, vigorizar y fortalecer o para el incremento del bienestar. Pero la unción tenía, sobre todo, un carácter jurídico y sacro, en especial cuando se aplicaba al rey de Israel. Este procedimiento constituía un acto de legitimación porque el monarca, o el Sumo Sacerdote, con la unción recibían los honores, la fuerza y el poder; pero, al mismo tiempo, por ese mismo acto, el gobernante quedaba sometido directamente a Yahwéh-Dios y, de ordinario, recibía un encargo o una misión. El ungido se convertía, por usar una expresión, en “vasallo de Yahwéh” para ejercer un oficio legítimo.
En el caso de Jesús que anuncia, en la sinagoga de Nazaret, que el pasaje de Isaías se aplica a su persona, la unción implica la comunicación y la posesión del Espíritu Divino. Esto significa que está dotado con el Espíritu de Dios, constituido Mesías y profeta escatológico, es decir de los últimos tiempos.
El ministerio mesiánico-profético de Jesús, según san Lucas, consiste, básicamente, en “predicar la buena noticia”, es decir, evangelizar, proclamar el plan de salvación de Dios. Esa buena noticia, cuya profecía corresponde a Isaías, tiene como destinatarios a los pobres que en este pasaje se especifica con los cautivos, los ciegos y los oprimidos.
Los cautivos son los que carecen de libertad, encarcelados justa o injustamente por un delito real o presunto. Pero también son los prisioneros de las deudas y de otras formas de esclavitudes que necesitan condonación o perdón. Todos necesitamos un “jubileo”, un tiempo especial de liberación para dejar el “hombre viejo” y asumir, con fe, los desafíos que trae consigo la vida del “hombre nuevo” que se dispone a dejar la vida pasada y caminar por los senderos del Señor.
La ceguera no solo implica la limitación física de vivir en la oscuridad sin poder ver la luz y contemplar las maravillas de la creación; también es signo de la falta de fe, de una vida sin el auxilio de Dios. Es una tremenda pobreza de la condición humana que recuerda una pobreza más profunda: La pobreza existencial y espiritual.
La opresión indica la sujeción de la persona a un dominador. Se trata de la sumisión del hombre y de la mujer a una servidumbre que tiraniza y avasalla. Es una “dominación” que mengua o anula la libertad humana porque sofoca y asfixia la posibilidad del ser humano de manifestarse con libertad. La raíz de todas las opresiones es el pecado, es decir, el sometimiento a la dictadura del maligno con el fin de apartarnos de Dios llevando una vida opuesta al Evangelio de Cristo.
Jesús proclama el “año de gracia del Señor”, un tiempo especial en el que se anuncia la intervención de Dios para otorgar la salvación y la liberación de los oprimidos, de los ciegos, de los cautivos, de los pobres, y de todos aquellos que viven en las periferias sociales y existenciales de la humanidad (Papa Francisco).
Al finalizar el anuncio del pasaje de Isaías, Jesús entregó el volumen al ayudante de la liturgia y proclamó: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura, mientras estabais escuchando” (Lc 4,21). Todos lo reconocieron y quedaron sorprendidos por las palabras de gracia que salían de su boca (cf. Lc 4,22).
De este modo, la antigua profecía se cumplió en Jesús de Nazaret que vino a nosotros como Mesías misericordioso y compasivo para otorgarnos el indulto y la libertad que necesitábamos para amar a Dios y a nuestros hermanos, para ser anunciadores del Evangelio, testigos del Reino, discípulos y misioneros de Cristo muerto y resucitado.
En conclusión: Nadie es ungido para sí mismo; Cristo fue ungido para los demás, con el fin de cumplir su misión a favor de la humanidad; recibió la unción espiritual para adquirir la gracia y la potencia de Dios, en razón de promover la liberación y la salvación. Del mismo modo, también el Señor nos unge, a cada uno según nuestra particular vocación, con el objeto de consagrar nuestras vidas a la causa del Reino de los cielos, mediante la diakonía o servicio perseverante, la resistencia al mal, la fidelidad a toda prueba a la causa del Evangelio y con la disposición de brindar el auxilio oportuno al pobre y desamparado. El Señor nos pide hoy que seamos solidarios con nuestros hermanos y hermanas necesitados y alejados de Dios proclamando el Evangelio de la esperanza y de la alegría.
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2 de febrero de 2025 at 09:20
La unción de Jesús, por medio de la cual Dios nos enseña el amor a la humanidad y nos invita a ser perseverantes en el camino correcto, evitando caer en el mal, ya que los actos de desobediencia (pecado) son los que nos apartan de él.