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Opinión

El prototipo de los signos

1Y al tercer día hubo una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. 2Jesús fue invitado también a la boda, así como sus discípulos. 3Como faltase el vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. 4Jesús le dijo: “¿Qué hay entre tú y yo? Mujer, ¿todavía no ha llegado mi hora?”. 5Su madre dijo a los criados. “Haced lo que él os diga”. 6Pues bien, había allí seis tinajas de piedra, destinadas a las purificaciones de los judíos, conteniendo cada una de ochenta a cien litros. 7Jesús les dijo: “Llenad de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. 8Les dijo: “Sacad ahora y llevadlo al maestresala”. (Se lo llevaron). 9Cuando el maestresala gustó el agua convertida en vino (él no sabía de dónde venía aquello, mientras que los criados [lo] sabían, ellos que habían sacado el agua), el maestresala llama al esposo 10y le dice: “Todo hombre ofrece primero el vino bueno y, cuando están bebidos, el menos bueno. Pero tú has guardado el buen vino hasta ahora”. 11Haciendo en Caná de Galilea este prototipo de los signos, Jesús manifestó su gloria y sus discípulos se pusieron a creer en él.

[Evangelio según san Juan (Jn 2,1-11) — 2º domingo del tiempo ordinario]

La fiesta humana por excelencia, la que habla del amor del hombre y de la mujer, destinados a hacerse uno conforme con la imagen divina, ha servido de metáfora para representar la alianza de Dios con su pueblo, y más particularmente, su realización escatológica, cuando Dios la sellará no solamente con Israel, sino con el mundo entero. La repetición de la palabra “boda” al comienzo del texto (Jn 2,1.2) es evidentemente intencional, a fin de subrayar el marco simbólico del episodio. La boda acontece, al tercer día, en Galilea, país predilecto de Jesús. Normalmente, el vino acompaña al banquete nupcial, y un vino dado en abundancia. Con el trigo y el aceite, el vino es uno de los tres elementos esenciales para la vida humana: Don de Dios, creado para el gozo de los hombres y como signo de prosperidad. Por eso mismo correrá en abundancia durante las bodas escatológicas, como anuncia el profeta Amós (Am 9,13; cf. Is 25,6).

En Caná, aguardando a que se realice el Reino del Padre, Jesús da un vino superior. Hay una comunidad entre los dos vinos, puesto que son el uno y el otro el vino nupcial. La alianza alcanza figuradamente la perfección gracias a la acción de Jesús. Pero, ¿quiénes son los esposos de esta boda? No son Jesús y la humanidad, sino Israel y Dios. Israel está simbolizado en la madre de Jesús, a la que podemos añadir a los criados. La madre de Jesús no es designada por su nombre (no se dice, en efecto, María). También es llamada mujer, y esto es intencional. Lo mismo que el discípulo al que amaba Jesús, ella tiene un valor que desborda su individualidad. El título “mujer” no se refiere a la primera mujer, lo cual haría de María una segunda Eva; evoca más bien a la Sión ideal, representada en la Biblia con los rasgos de una mujer y más concretamente como una madre. Así, María personifica a la Sión mesiánica que congrega a su alrededor a sus hijos al final de los tiempos. De este modo, ella es la personificación de Israel.

En el marco de una boda, durante la cual no aparece para nada la esposa, es la madre de Jesús quien representa a la esposa, es decir, a Israel. Los criados representarían al Israel deseoso de obedecer al enviado de Dios. Hacen todo lo que está en sus manos. Espontáneamente se imagina uno que el esposo representa a Cristo en persona. Pero Jesús ha sido invitado a la boda y se encuentra junto con los demás, como su madre y los sirvientes. Sin el esposo no hay boda. Pero el relato joánico ignora su presencia hasta el momento en que se le evoca indirectamente, cuando el “maestresala” (architríklinos) lo llama para hacerle su observación sobre el vino que acaba de servirse. Como el esposo aquí no puede designar a Jesús, ¿quién es el esposo? No puede ser otro sino Dios, como aparece frecuentemente en la tradición bíblica. El relato presenta simbólicamente la boda de Dios (evocado en la figura del esposo) con Israel (evocado a través de la madre de Jesús y de los acompañantes del banquete) que se realiza gracias a la presencia y a la obra de Jesús.

El diálogo entre Jesús y su madre no deja de sorprender. Jesús parece negarse al principio a la requisitoria. Ella, aparentemente, pide un milagro. Pero no es así. Detrás de las palabras de la madre hay que oír a Israel que confiesa su situación desgraciada esperando el cumplimiento de la boda escatológica prometida por Dios a través de los profetas. Se trata de la respuesta de Jesús dirigida a su madre, después de que esta le hiciera notar que el vino había terminado (Jn 2,4).

La madre, Sión, no dice en forma objetiva “no hay vino”; declara, más bien, que “(ellos) no tienen vino” (oīnon ouk échousin). Habla en estos términos porque ella no es una testigo neutra, sino que se preocupa de la desgracia del pueblo y la manifiesta. Ahí interviene Jesús para decir: “¿Qué hay entre tú y yo? Mujer… Esta traducción literal corresponde al griego ti emoì kaì soí, fórmula semítica que no tiene equivalente en las lenguas modernas y cuyo sentido depende del tono, del gesto que la acompaña. En la Biblia hebrea esta frase corresponde a la expresión ma li walak, propia del lenguaje diplomático, que pone en cuestión el vínculo que existe entre dos partes, sea para indicar una ruptura (cf. Jos 22,25; 2Re 3,13), sea para llamar la atención del interlocutor sobre un punto de divergencia (cf. Jue 11,12; 2Sam 16,10; 19,23). La fórmula indica que Jesús no se sitúa en el mismo nivel que su madre. Lo que él quiere decir es que, si llega a actuar, no lo hará movido por causa de una intervención humana, aunque sea la de su madre (Israel), y sobre todo que su acción superará el nivel de la coyuntura. Esto implica que Jesús irá mucho más allá de las expectativas del pueblo.

En los manuscritos “originales” no existen puntuaciones. Poner un signo de admiración o de interrogación supone ya una interpretación. Por eso, pienso que, respecto al tema de “la hora” de Jesús, se acomoda mejor una expresión interrogativa, a diferencia de muchos exégetas que traducen la expresión en forma aseverativa: ¡Todavía no ha llegado mi hora! De hecho, la continuación del relato no tendría coherencia si se acepta la forma aseverativa. En efecto, ¿cómo habría podido la madre de Jesús, después de una negativa categórica, dirigirse a los criados para que ejecutaran todo lo que Jesús les dijera? (Jn 2,5). Al contrario, el giro interrogativo permite perfectamente encadenar la reacción inmediata de María con la respuesta escuchada. La forma interrogativa — “¿ya ha llegado mi hora?” (Jn 2,4b)— es una invitación a su madre, Sión, a la que conduce delicadamente a través de preguntas que estimulan su conciencia, a reconocer (o a descubrir) que ha llegado para él la hora de intervenir según el proyecto de Dios. “Mi hora” designa, ciertamente, la apertura del misterio que será la manifestación de la gloria mediante el prototipo de los signos (Jn 2,11): El agua transformada en vino: La antigua alianza transformada en nueva y definitiva por medio de Jesús.

El rol de “la madre” —María— en el proyecto salvífico de Dios ha sido determinante, no solo en el proceso de la encarnación sino en todo el ministerio itinerante de Jesús. Su intervención en los distintos episodios del Nuevo Testamento ha sido decisiva en el cronograma de la misión de implantación del Reino de Dios. Con justa razón, María es madre, modelo de fe y de servicio.

La obra de san Juan es denominada “el Evangelio de los signos” porque la primera parte, desde el capítulo 2 al capítulo 12 el autor presenta siete signos (sēmeīon) que no son simples milagros o actos taumatúrgicos sino “señales” indicadoras que permiten reconocer o advertir la presencia y la actuación de Dios en la historia. Los signos de Jesús son “las obras del Padre” que ponen de manifiesto la gloria divina del Mesías y, por tanto, la unidad entre el “enviado” con “aquel que lo ha enviado” (Jn 10,30). Si bien son actos visibles y constatables, por un lado; sin embargo, permanecen en el misterio, por el otro. La boda celebrada en Caná de Galilea no es solo el “primero” o “principio” (archē) de esos siete signos sino el “prototipo” o arquetipo paradigmático de los restantes seis que hará progresar el ministerio de Jesús hasta la segunda parte o “Evangelio de la gloria” (Jn 13—17).

Dios da señales de su presencia y de su actuación mediante las obras de Jesús de Nazaret. Del mismo modo, los cristianos estamos invitados, por vocación, a dar señales de Dios, a través de nuestras “obras”: Signos de amor, de justicia y de misericordia, de paz, de humildad, de paciencia, de cercanía hacia el hermano pobre y necesitado. Mediante estos valores encarnados en las relaciones humanas avanzamos hacia la plenitud de vida que encontrará su definitiva realización en la vida eterna que Cristo ha inaugurado con su muerte y resurrección.

1 Comment

1 Comentario

  1. fredy

    20 de enero de 2025 at 17:32

    Excelente al articulo elaborado por el padre Villagra, en un contexto general nos indica que cada hecho realizado por Jesús en la tierra tiene su significado y esta representa la unión de Dios y el hombre, asimismo nos indica la intercepción de Maria con su pueblo.

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