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Opinión

Dios “justo” y “bueno”

19/30Pero muchos primeros serán últimos, y muchos últimos, primeros. 20/1En efecto, el Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. 2Tras ajustarse con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. 3Salió luego hacia la hora tercia y, al ver a otros que estaban en la plaza parados, 4les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo’. 5Ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona, e hizo lo mismo. 6Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dijo: ‘¿Por qué estáis parados aquí todo el día?’ 7Le respondieron: ‘Es que nadie nos ha contratado’. Dijo él: ‘Id también vosotros a la viña’. 8Al atardecer, dijo el dueño de la viña a su administrador: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros’. 9Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno. 10Al venir los primeros pensaron que cobrarían más; sin embargo, también ellos cobraron un denario cada uno. 11Tras cobrarlo, se quejaron al propietario; 12le dijeron: ‘Estos últimos no han trabajado más que una hora, y resulta que les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor’. 13Pero él contestó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? 14Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. 15¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno? 16Así, los últimos serán primeros, y los primeros, últimos”.

[Evangelio según san Mateo (Mt 19,30—20,16) — 25º domingo del tiempo ordinario]

El Evangelio propuesto para este domingo es una parábola que trata sobre un propietario que se presenta como “justo” y “bueno” en cuanto que, como dueño de una finca, ha procedido con “justicia” y “bondad” a la hora de recompensar a los obreros que fueron contratados para trabajar, con diversas cargas horarias, a lo largo del día. Según se podrá observar, “justicia” y bondad” se complementan.

El texto comienza y termina con un dicho de sabiduría que expresa el cambio de la situación de “los primeros” respecto a “los últimos” y viceversa, con la diferencia que, al inicio, se dice que “muchos primeros serán últimos” (Mt 19,30) y, al final, se cita primero a los últimos: “los últimos serán primeros” (Mt 20,16). Este proverbio mediante el cual Jesús sentencia que “los primeros serán los últimos”, y al revés, se aplica a los “paganos” respecto a los “judíos” porque aquellos ocuparán el puesto de estos (cf. Mt 8,10-11; 21,43); también alude a los discípulos históricos del rabino de Nazaret, considerados “pequeños”, en relación con los “poderosos” y “privilegiados” del mundo. Del mismo modo, se refiere a los “pequeños” de la comunidad cristiana que no gozan del beneplácito y la consideración de la incipiente autoridad eclesial. En efecto, el presente “dicho” refleja el debate en el interior de la comunidad en el que ya se insinúan grados, rangos y posiciones (cf. 1Cor 12—14). De este modo, Jesús subraya que quienes no gozan de la bendición de los líderes eclesiales serán recompensados en el Reino y viceversa. Con este planteamiento ya se sugiere el problema de la “justicia” en los inicios y el problema de la “bondad” percibida como “preferencia” (cf. R. Fabris).

El tema de fondo es el “Reino de los Cielos” que se presenta siempre como una “sociedad alternativa” al ordenamiento del mundo porque tiene un rey distinto (Dios mismo), un código diferente a las leyes y ordenanzas humanas (la “enseñanza del monte”, Mt 5,1—7,29) y “súbditos” específicos: Aquellos que se adhieren íntegramente al proyecto presentado por el Mesías crucificado y resucitado. La figura que se emplea aquí para representar este Reino se toma del mundo agrícola porque se habla de “propietario”, “finca”, “viña”, obreros (agricultores), etc. La narración de la parábola se divide en dos grandes “escenas”: el momento del “contrato” y el tiempo de la “paga” del salario.

La primera “escena” avanza mediante varios “cuadros” que se siguen, uno tras otro, a través del mecanismo de “contratos” sucesivos: Obreros de la “primera hora de la mañana” (Mt 20,1); obreros de “hacia la hora tercia” (Mt 20,3); obreros de la “hora sexta”; obreros de la “hora nona” (Mt 20,5); obreros de la “hora undécima” (Mt 20,6). En realidad, el motivo de estos contratos es la “desocupación” (griego: árgos). Estaban “parados en la plaza” sin que nadie los contrate (Mt 20,3.6.7). Por esta razón, todos ellos fueron contratados para acudir a la “viña” y ponerse a trabajar. Con todo, según se puede observar, el propietario parece actuar de modo no planificado porque al hacer cinco contratos sucesivos significa que no ha calculado bien el trabajo necesario para el día. Más llamativo aún será la forma en que dispondrá, después, el orden de pago: “comenzando por los últimos”.

La imagen de la “viña” es recurrente en la tradición bíblica, sobre todo porque es una de las tres plantaciones típicas del antiguo Israel donde los campesinos cultivaban, además de la vid, la higuera y el olivo. El uso figurativo de la “vid” (griego: ámpelos) se inspira en imágenes que ya aparecen en el Antiguo Testamento para representar a Israel y Judá (cf. Os 10,1; Jer 2,21; Is 5,7; 27,2). Aquí no representa a un individuo sino a la comunidad a la que son llamados a participar, plenamente, creyentes y no creyentes, con el fin de vivir y testimoniar la nueva dinámica de exigencias e interrelaciones del Reino de los Cielos (cf. F. Porsch).

El propietario contrata con el fin de que los obreros o “viñadores” trabajen en su campo. Ese “trabajo”, en el relato de la parábola, consiste en afanarse en el campo, en el plantío de la vid, con el fin de que se cosechen frutos abundantes. Esta imagen del “trabajo” representa la “construcción” de una comunidad que testimonie el Evangelio predicado por Cristo.

El vocabulario relacionado con la “paga” o “recompensa” por el trabajo realizado es variado: Tiene que ver con el “precio” contractual acordado (griego: symphōnéō). En este caso, tanto el contratante como el contratado se ponen de acuerdo sobre el costo razonable del servicio que se va a prestar. Este es el caso de los primeros obreros contratados a la “primera hora” de la mañana (Mt 20,2.13) que ajustan el valor de la actividad laboral en “un denario”. El griego dēnárion, un préstamo lexical del latín, se refería, originalmente, al denarius nummus (literalmente, “moneda que vale diez”). Era la “moneda del César de Roma”, acuñada por el emperador y que circulaba en todo el imperio. En tiempos del Nuevo Testamento ya no valía “diez” sino “dieciséis ases”. En Mt 10,29 se alude a su poder adquisitivo cuando se habla que “dos pajarillos (que) se venden por un as”. “Un denario” equivale al jornal de un día de trabajo (cf. B. Schwank).

El dueño de la finca promete también, sin especificaciones cuantitativas, una cotización “justa” (griego: díkaios) para quienes han sido contratados a la “hora tercia” (Mt 20,4). Respecto a los obreros de las horas “sexta” y “nona” (Mt 20,5) no se detallan montos, pero se indica que con ellos “hizo lo mismo”, es decir, el dueño de la finca actuó de igual manera que en el caso del anterior grupo al que prometió un “pago justo” (cf. Mt 20,4).

Respecto a los últimos contratados, los obreros de la “hora undécima” (Mt 20,6) ya no se dice nada. Simplemente se los envía a trabajar. Pero como, al final, el patrón califica su desempeño como “ecuánime”, ante la protesta de los obreros de “la primera hora”, se debe comprender que también su recompensa ha de ser “justa” (cf. Mt 20,13).

Otro vocablo empleado se refiere a la “retribución” (griego: apodídōmi [Mt 20,8]) que expresa, sin más, el “estipendio” o el “jornal” correspondiente al trabajo realizado. Además, la expresión griega misthós indica, en el mismo sentido anterior, el “pago” o la “recompensa” (Mt 20,8) que debe percibir el trabajador. Por su parte, la acción “receptiva” de la paga de parte de los obreros se expresa, varias veces, con el término griego lambánō (Mt 20,9.10.11). Se emplean, además, lexicografías que se hacen eco de la retribución “igualitaria” o “equivalente” (griego: ísos [Mt 20,12]) percibida como “injusta” (griego: adikéō [Mt 20,13]) por los obreros de la “primera hora” en cuanto que se comprende como una acción que lesiona un legítimo derecho, teniendo presente que ellos han trabajado más tiempo que los demás jornaleros. Esta “percepción” nace, según parece, de una indebida “comparación”.

Los distintos horarios para el contrato laboral se distinguen de la siguiente manera: “Primera hora de la mañana” (Mt 20,1); “hora tercia” (Mt 20,3); “hora sexta” (Mt 20,5); “hora nona” (Mt 20,5) y “hora undécima” (Mt 20,6). Esta diferenciación temporal conlleva la idea de mayor empeño laboral para los primeros y menor trabajo para los siguientes, en especial para los últimos de la “hora undécima”. La “primera hora de la mañana” (griego: prōΐ) indica la idea de “temprano”, es decir, “de madrugada”, “al rayar el alba”; luego, la hora “tercia” (griego: trítos) coincidiría con las “nueve” de la mañana; la hora “sexta” (griego: héktos) equivaldría al “mediodía”; la hora “nona” (griego: énatos) sería “las tres de la tarde” y la hora “undécima” (griego: hendékatos) correspondería a “las cinco de la tarde”. Hay un promedio aproximado de tres horas de diferencia en el desempeño laboral entre unos y otros grupos de trabajadores. Desde el punto de vista cuantitativo, si la primera hora coincide con las “seis de la mañana” y la última con las “cinco de la tarde” implica diez horas de diferencia a favor de los primeros contratados contra una hora de los últimos si la actividad laboral se extiende hasta las seis de la tarde, tiempo en el que culminarían todas las tareas. Es evidente que los obreros de la “primera hora” tienen suficiente e incuestionable “mérito” laboral.

En la segunda escena, el propietario designa un “administrador” (griego: epítropos) de la viña (Mt 20,8) a quien le da la orden de proceder al pago de los honorarios respectivos. La disposición para la entrega de la remuneración establece que se pague en primer lugar a los “últimos” (griego: éschatos) hasta llegar a los “primeros” (griego: prōtos). Esta determinación, en principio, no parece lógica, pues los lectores habrían esperado que cobren, en primer lugar, los primeros, es decir, los que han trabajado más tiempo. Según parece, esta ordenanza tiene la finalidad de que los “primeros” observen el pago que se otorgará a “los últimos” y a los “demás” que fueron contratados con posterioridad. Esta decisión del propietario está en el origen de la controversia por el salario que surgirá de inmediato.

Los de la “hora undécima”, que trabajaron poco tiempo (como “una hora”) reciben “un denario”. No se menciona el pago a los de la “hora tercia”, “sexta” y “nona”; el narrador salta directamente a los de la “primera hora”. Según parece, los tres grupos mencionados solo actúan como actores secundarios de la parábola con el fin de suscitar la expectación en la trama narrativa. Cuando llegó el turno de los obreros que trabajaron desde la salida del sol hasta el fin del día, ellos esperaron recibir más (Mt 20,10). Pero como cobraron solo “un denario”, protestaron (Mt 20,11): “Estos últimos no han trabajado más que una hora, y resulta que les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor” (Mt 20,12). Ellos perciben una asimetría entre empeño laboral y remuneración, una inequidad entre el esfuerzo desplegado y el salario recibido.

Ante la protesta, el propietario replica: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario?” (Mt 20,13). El dueño de la viña, en primer lugar, se dirige, según parece a un representante del grupo al que le llama “compañero” o “amigo” (griego: hetaíros) con el fin de llamar su atención. El trato lo sitúa casi en un nivel de paridad. Luego asevera que no ha cometido “ninguna injusticia” remitiéndose al elemento contractual en modo de pregunta retórica. El “acuerdo” convenido le sirve de fundamento para esgrimir su honesto procedimiento: “¿No te ajustaste conmigo en un denario”? Argumenta, por tanto, que ha cumplido con el compromiso asumido de pagar lo pactado. Es decir, ha procedido rectamente, de modo predecible. El concepto de “justicia” que emerge de esta primera parte de la respuesta obedece al criterio de la “regulación” porque se adecua a lo establecido. Se trataría de una “justicia” de tipo “convencional”. En consecuencia, según el propietario no hay nada para reclamar; por eso, le conmina que “tome” lo que le corresponde y se “marche” (Mt 20,14a).

Pero la respuesta del propietario no termina ahí. La “protesta” ha dado ocasión para que el dueño de la propiedad dé a conocer una cualidad específica de su personalidad: “Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti” (Mt 20,14b). Se trata de un “deseo” (griego: thélō) de donar al “último”, es decir, al que trabajó lo mínimo, el mismo monto acordado con los que trabajaron mucho más. Se trata de la manifestación de una “voluntad”, de un “querer” que al parecer se encuadra en un contexto “afectivo”, de “amor”, podríamos decir. La pregunta retórica que sigue (“¿es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero?”, Mt 20,15) indica, sobre todo, “libertad” y “magnanimidad”. Es obvio que el propietario puede hacer con su dinero lo que quiere. Nadie se lo puede impedir.

La argumentación del propietario, con todo, tiene un paso más: Califica en forma de insinuación interrogativa, sin juzgar en forma categórica, la actitud del representante de los obreros de “la primera hora”: “¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?” (Mt 20,15). La expresión “ojo malo” es un modo semítico de decir “envidia”, “codicia” o “rivalidad”. Lo llamativo y provocativo del factor que suscita la “desazón” o “envidia” es la “bondad” (griego: agathós) del dueño de la viña. Desde la perspectiva de la fe, es inusitado pensar que la “bondad” pueda mover al “celo” y a una “pasión negativa”: Molestarse porque le va bien al otro.

En síntesis: La parábola enseña que la “justicia” de Dios no se contrapone con su “bondad”. El obrero merece y recibe el salario justo y merecido conforme con su mérito, recompensa que corresponde al trabajo realizado en la viña del Señor. Dios no pisotea la justicia para actuar de modo arbitrario y atropellado para “premiar” a quienes no merecen. El Señor tiene muy presente los méritos. Los obreros de la última hora también trabajaron, aunque trabajaron menos, en menor medida; pero, Dios, en su libertad y generosidad, desea recompensarles del mismo modo que a los obreros que se esforzaron más. La actitud de Dios no presupone una “aritmética de la recompensa” y sirve también para que nadie se jacte ni se enorgullezca por haber conquistado la “cima” por méritos propios. Es una lección que debemos aprender: Todo lo que somos y poseemos viene de Dios, todo es “don” y “gracia” de lo Alto. De ahí que “justicia” y “misericordia” no se contraponen; al contrario, están en perfecta armonía. En definitiva, la “bondad” de Dios es una nueva forma de “justicia”, aquella “justicia superior” de la que Jesús habla en el “discurso del monte” (Mt 5,20), es la “justicia sobreabundante” que dona mucho más de lo esperado.

Por eso, en la comunidad eclesial donde se debe vivir en clave de “justicia” porque esta procura la “paz” (Sant 3,18) también deberá testimoniarse la actuación “bondadosa” de los creyentes, a imagen de Dios, sin recurrir a un exagerado legalismo que no deja libertad para el amor. Cuando las normativas y reglamentaciones se colocan por encima del Evangelio se asfixia la experiencia cristiana rebajando las relaciones entre los creyentes al nivel de la concepción farisea de la vida. También es importante considerar que el texto habla de la “justicia” y la “bondad” de Dios. Nosotros no podemos “jugar” a ser “dios” o “dioses”. Por eso, nuestra “justicia” y nuestra “bondad” siempre serán insuficientes; y en la hora de procurar imitar al Señor en la práctica de la “justicia” se deberá tener en cuenta que nadie debe ser dañado o perjudicado; y respecto a la “bondad” tampoco implica manejarse con laxitud y permisividad. Nadie puede actuar en la Iglesia de modo discrecional sin traicionar a Cristo y su Evangelio.

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