Opinión
Jesús es “la puerta” de las ovejas
En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ese es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños. Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba. Entonces Jesús les dijo de nuevo: En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. 10El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.
[Evangelio según san Juan (Jn 10,1-10) —4º domingo de Pascua (del “buen” pastor)—]
La liturgia de la Palabra, centrada en el Evangelio, nos propone, para este 4º domingo del “buen pastor”, la figura de Jesús que se autodefine como “la puerta” (griego: thýra) “de las ovejas” (Jn 10,7). El tema se inserta en el marco del amplio discurso sobre el “buen pastor” (Jn 10,1-21). Empleando la imagen “puerta”, aplicada a Jesús, el autor hace uso de un mecanismo recurrente en su Evangelio: El simbolismo.
En el trasfondo —de este texto (Jn 10,1-10)— persiste aún la controversia con los fariseos que gira en torno a la “curación de un ciego de nacimiento” (Jn 9,39-41). Ellos son miembros de la élite laica de la religión judeo-hebrea, aliados con la autoridad sacerdotal que está vinculada con el templo de Jerusalén (Jn 7,32.45; 11,46.47; 18,3). Desde el inicio son presentados como enemigos de Juan el Bautista (Jn 1,19.24). Se caracterizan por ser férreos defensores del cumplimiento normativo del “reposo semanal” o šabbāt (Jn 5,1ss; 9,1ss) y por planificar, desde un principio, la eliminación de Jesús (Jn 7,32; 11,46ss).
La sombra negativa que arroja el evangelista sobre los fariseos llega a tal punto que, por boca de Jesús, los vincula con el “diablo” en cuanto que este es asesino consumado: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este fue homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44). Los fariseos, en consecuencia, integran el auditorio de Jesús en todo el discurso. Conforman el grupo de los personajes negativos, cerrados en su perspectiva teológica y en su rigorismo formalista, una inflexibilidad e intolerancia que pone por encima de la vida humana sus costumbres, leyes y prácticas devocionales.
Mediante un cuadro simbólico que emplea una escena típica de la vida pastoril, Jesús pone en evidencia su conducta y la de los líderes religiosos de Israel a través de una parábola o comparación. En el presente segmento textual (Jn 1,1-10), entra en escena la figura de la “puerta”. Más adelante, el autor recurrirá a las figuras contrastantes del “pastor auténtico” y del “pastor asalariado” o falso pastor (Jn 1,11-18).
¿Qué simboliza la imagen de la “puerta”? En la lexicografía neotestamentaria, el vocablo griego thýra significa “puerta”, “portón” o “entrada”. En nuestro texto, el término se repite 4 veces con matices diferentes. En primer lugar, se habla de “la puerta” como entrada o acceso de las ovejas al redil (Jn 10,1); y como el medio apropiado por el que accede el pastor (Jn 10,2). En segundo lugar, con explícita claridad, Jesús afirma 2 veces que él mismo es “la puerta” (Jn 10,7.9). No dice que es “una puerta” o “una de las puertas”. El autor, al emplear el artículo determinativo griego hē (es decir, “la”) indica que él (Jesús) es la puerta por excelencia, es decir, la única puerta (cf. R. Kratz). No existe otra puerta para acceder al aprisco.
En nítida contraposición a la imagen positiva de “la puerta”, Jesús habla de una figura perniciosa y dañosa: La del “ladrón” (griego: klēptēs) y “salteador” o “bandido” (griego: lēstēs). Este evita acceder por “la puerta”, pues “escala por otro lado” (Jn 10,1), busca recursos torcidos, su mecanismo de actuación no es diáfano sino, al contrario, opaco y turbio. Es un “extraño” (griego: allótrios) del cual las ovejas “huirán” porque no les resultará familiar al “no reconocer su voz” (Jn 10,5). En probable alusión a los fariseos, Jesús indica que le han precedido pero las ovejas no les han prestado atención, pues “no les escucharon” en razón de que no eran creíbles ni confiables (Jn 10,8). La única motivación del “ladrón” es “robar, matar y destruir” (Jn 10,10). Solo desea satisfacer su propio interés egoísta y su apetencia desmedida. Es codicioso, ávido y voraz.
La imagen del “pastor”, en el mismo horizonte significativo que la figura de “la puerta”, es claramente positiva: Ingresa al redil por la puerta (Jn 10,2). El “portero” (griego: thyrōrós) le abre el portón porque le conoce. El pastor no necesita evadir el acceso al aprisco como lo hace “el ladrón”. De hecho, las ovejas “atienden la voz” del pastor. Él las conoce a cada una, pues las llama por su nombre y las saca fuera (Jn 10,3). Hay un reconocimiento de su liderazgo; por eso las ovejas le siguen. Él encabeza la “marcha” y guía en el “camino” de su rebaño (Jn 10,4).
El evangelista, en Jn 10,6-7, plantea lo que podría denominarse una “transición”, por dos motivos: En primer lugar, por la observación sobre la “incomprensión” (griego: ouk égnōsan) de la parábola por parte del auditorio. De hecho, el vocablo griego paroimía, que puede significar “comparación”, “proverbio”, o “sentencia metafórica”, adquiere aquí el matiz de “palabras enigmáticas” (cf. H. Balz). Los oyentes no pudieron conocer (“no comprendieron”) el asunto del que les hablaba Jesús (Jn 10,6). En segundo lugar, esta falta de “lucidez” para captar el mensaje “cifrado” obliga a Jesús a ser más explícito y, para tal efecto, comienza con una fórmula solemne y aseverativa (Jn 10,7: “en verdad, en verdad os digo…”; como ya lo hizo al inicio, en Jn 10,1). Así reafirma lo expresado con anterioridad con el fin de facilitar el entendimiento, empleando nuevos recursos explicativos. Según parece, esta es una “técnica” recurrente en el cuarto Evangelio porque el “repertorio” de la “incomprensión” permite avanzar en el desarrollo de un determinado tema (por ejemplo, Jn 3,4; 4,9.11-12, etc.).
Seguidamente, Jesús subraya que él es “la puerta”; es decir, su persona representa el acceso a la salvación. Él es la puerta que permite a la grey “entrar” y “salir” para nutrirse del pasto necesario para la vida. El “ladrón” no se preocupa por el bien de las ovejas sino por su propio beneficio. Por eso, el daño que causa al redil no es colateral sino directo porque su objetivo es hacerse con el rebaño, enajenarlo para sí (Jn 10,9-10). El último versículo señala, de modo enfático, el motivo de su llegada: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). En el siguiente texto que se inicia en Jn 10,11, Jesús se autodefine como el “pastor auténtico” que, al contrario del “asalariado” (figura en consonancia con el “ladrón” y “bandido”), “da su vida por las ovejas”.
En resumen: Jesús no dice que sea la puerta del redil sino “puerta de las ovejas”. Y lo subraya repitiendo la expresión dos veces (Jn 10,7.9). Esto quiere decir que él es el único medio por el que las ovejas, es decir, los creyentes, pueden acceder al Reino, a la vida eterna. Él entra por la puerta y el portero la abre para que tenga acceso; en otras palabras: Tiene una conducta recta, íntegra, coherente y transparente. Por eso, las ovejas lo reconocen; conocen su voz y le siguen, están familiarizados con él. Él encabeza a la grey cuando salen del redil porque es guía espiritual, líder natural que muestra el camino a seguir. Él no arriesga la vida de sus ovejas, arriesga la suya porque va delante de la grey, no se esconde en ella. En razón de estas cualidades, es el “pastor auténtico”, leal y solícito.
En cierta medida todos los bautizados tenemos responsabilidades y ejercemos un cierto liderazgo en la comunidad eclesial y en nuestras comunidades, en las instituciones y en nuestras familias. Por eso, todos somos “pastores” y hay quienes dependen de nosotros. En consecuencia, hoy, en el día del “buen pastor” (o más precisamente, “pastor auténtico”), el Evangelio nos interroga sobre nuestra misión y nuestro compromiso, si cómo los ejercemos. ¿Somos puerta de acceso que conduce a Cristo? O ¿somos obstáculo? ¿Ejercemos nuestras responsabilidades como el “pastor que expone su vida por las ovejas” o somos como los intrusos o aprovechadores para quienes “las ovejas” son un mero pretexto para sacar ventajas personales y egoístas? En esta celebración que nos propone la Iglesia convendría examinarnos a la luz de Cristo, el Supremo Pastor.
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