Opinión
Mi película favorita 2022: Los Fabelman
UNO
Era 1984, Eddy, un cuate de aquellos años, con emoción me comentó.
-Mi amigo nos invita a ver ET a su casa, ¿te parece nos vamos sábado a la tarde?
-Claro, vámonos -le contesté.
Ese finde llegamos a la casa del compadrito. De entrada nomás, nos dijo:
-Mi viejo está sumamente enfadado. Así que siéntense por acá -nos señaló la antesala- y vean la peli calladitos.
Sorprendidos, no le dijimos nada.
El problema era que la tele estaba a 15 metros de nosotros. No entendí un carajo la película. Al volver a Ventanilla martiricé y reproché a Eddy por haberme hecho perder la tarde.
Ahí empezó mi encono con el cine de Spielberg.
Años después visualicé El color púrpura, Indiana Jones y El imperio del sol. Indudablemente, cambié de opinión. Aunque siempre había algo que me jodía de su cine. Y eran sus finales felices, en muchas de sus historias, no en todas. En eso, se diferenciaba de Eastwood y Scorsese, quienes -sin problemas- relataban la vida de perdedores innatos, con los cuales era fácil identificarse.
Estando en Asunción, ya casado, vimos con mi hijo Atrápame si puedes. Un peliculón distinto a otras.
Años más tarde, Munich mostró a un Steven Spielberg capaz de tocar un tema político tan delicado, como es la relación Israel-Palestina, y la matanza de los atletas israelíes en plena olimpiada. Prácticamente, me cerró la boca.
Esa era una obra maestra, como la que protagonizó Di Caprio y Tom Hanks.
DOS
Cuarón lo empezó todo, cuando regresó a su infancia, en Roma. Luego Tarantino hizo lo mismo en Érase una vez en Hollywood. Por último, Branagh nos mostró Belfast. Todo en blanco y negro. Ahora Spielberg vuelve a los años cincuenta y sesenta, narrándonos la infancia y adolescencia de su alter ego.
Samuel Fabelman.
Nos muestra -siendo niño- su primer encuentro con el cine. Ahí empezó todo. El natural de Ohio narra magistralmente el microcosmos de Sam.
La familia, imperfecta por donde se la vea, los amigos y el colegio. Siempre acompañado de una cámara de video.
La familia disfuncional es intrínseca en el cine de nuestro cineasta. Cacht me if you can tiene tintes biográficos. En ET –que aún no he logrado ver completa– la ausencia del padre es inherente.
La madre artista y excéntrica. Incapaz de lavar los platos –para no arruinarse las uñas- y hondamente ligada a la música. En contrapartida, el padre es el prototipo del americano perfecto, de aquellos años cincuenta. Trata con cariño a sus hijos, es amoroso y respetuoso con la esposa-pianista. Es uno de los mejores en su laburo. De ahí que se mudan a California. Entonces, explota todo. El naif no lo vio venir.
El tratamiento que le da Steven a la accidentada relación con sus compañeros –antisemitas- es previsible. Sin embargo, al final le da un giro genial.
Con los años, el Autor –así se le debe llamar- ha trocado su mirada. Tal como lo hizo Ford en sus últimas películas (del 56 en adelante). La vejez ha venido acompañada de sabiduría. Ya los finales son agridulces.
TRES
Debes ver a alguien. ¿Te gustaría hablar con el mejor director de cine del mundo, y está aquí junto? Le mencionó a un productor de la CBS.
A continuación, en un plano subjetivo, en tanto, el adolescente comienza a mirar –alelado- los pósters encuadrados del director más grande de todos los tiempos. Mientras resuena el instrumental de la banda sonora de Max Steiner compuesto para The Searchers.
El rostro de Samuel nos lo dice todo. Pasmado y lívido, como lo estaría cualquier joven que amara el cine. Está en un lugar sacro.
La diligencia, Qué verde era mi valle, El delator, Centauros del desierto, Tres padrinos, La legión invencible, Las viñas de la ira, El hombre tranquilo y, por último, El hombre que mató a Liberty Valence.
Imposible no conmoverse con este homenaje al cine clásico, de treintaicinco segundos.
La aguja del tocadiscos es movida bruscamente. Se abre la puerta e ingresa el hombre, con su típica gorra, el parche pirata, sus lentes y el rostro enjuto, lleno de besos. Ingresa directamente a su oficina.
La voluminosa secretaria se dirige a él para limpiarle el rostro. Al volver mira al adolescente y enfatiza.
-Ok, chico. Tienes cinco minutos, probablemente uno.
La oficina está adornada con los Óscares que ganó en su carrera, una biblioteca, cuadros diversos y una alfombra persa. También hay un escritorio de caoba y los infaltables sillones enormes y confortables.
El viejo, parsimoniosamente, se prepara su puro y lo enciende con un enorme cerillo. Dándole largas pitadas con delectación, llenando de humo el ambiente.
Entonces, lo mira.
-Me dicen que quieres ser cineasta.
-Sí, señor -contesta el joven.
-¿Por qué? Este negocio te va a despedazar.
El joven tartamudea y el Autor vuelve a preguntar.
-¿Qué sabes de arte, niño?
-Amo sus películas -contesta el chico.
-No. ¿Qué sabes de arte? -vuelve a preguntar el viejo.
A continuación, pregunta.
-¿Ves esa pintura de allá? Ve a verla de cerca.
Le pide que describa el cuadro. Cuando el Fabelman comienza hacerlo, el natural de Maine le interrumpe.
-No, no, no. ¿Dónde está el horizonte?
-Está abajo -responde Sam.
Le indica que vea el otro cuadro y SF comienza a describirlo también. Entonces el cineasta lo increpa.
– No, no, no. ¿Dónde está el condenado horizonte?
-Está arriba -responde el joven.
-Muy bien, ven para acá -le indica el director.
-No vayas olvidar esto. Cuando el horizonte está abajo es interesante. Cuando el horizonte está arriba es interesante. Cuando el horizonte está en el medio es aburrido y es mierda. Ahora, que tengas suerte y lárgate de mi maldita oficina.
Samuel Fabelman, asustado, lo obedece, pero de repente se detiene. Voltea y le dice.
-Gracias.
-Fue un placer -responde John Ford.
Afuera, extasiado, agarrado a la baranda, reconoce haber tenido una epifanía. Se voltea y mira las oficinas. Ahora sí sabe qué hacer con su vida.
Es uno de las mejores pelis del año que acaba de fenecer, si no la mejor.
Ah, y Spielberg -en el último fotograma- acomoda la cámara y hace un paneo hacia arriba. De tal forma, que el horizonte aparece en la parte de abajo.
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