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Opinión

U2 en Chupaca

UNO

Te mandaron a un hueco, me dijeron mis partners de la misión cuando les dije de mi nueva asignación. Literalmente, se cagaron de risa. Corría marzo del ’87 y quedé estupefacto, ante el papelito que me entregaron. Tenía, escuetamente, escrito un nombre.

Chupaca.

En ese tiempo, cumplía una misión regular en la Iglesia Mormona. Sí, fui uno de aquellos que andaban de camisa y corbata, con un libro azul en la mano. Aunque estábamos expuestos a ir a sitios lejanos, siempre podían agarrarte desprevenido. En primer lugar, nunca había oído de ese lugar, que quedaba a 9 horas de la capital (a 45 minutos de Huancayo). El viaje fue una tortura, lleno de recuerdos de viajes dolientes que retraté en la columna El tío Lucio y Juaneco.

Llegué a la tarde al pueblito en mención. Al instante, confirmé mis sospechas: era un hueco. Chupaca solo tenía asfaltada la avenida principal y las casas, en su gran mayoría, eran de adobe. Las construcciones databan de inicios de siglo pasado.

Les explico algo: cuando uno entra en la Misión, al poco tiempo, anhelas tener un compañero con quien poder congeniar (imagínate pasar las 24 horas del día -durante largos meses- con un pelotudo). Lógicamente, también tener una buena pensión (la comida siempre es muy importante). Con todo, generalmente, no tienes ni uno, ni lo otro. Mi compi, venido de Piura, era un caso serio de trastorno bipolar. De estar contento, cambiaba bruscamente de humor y se ponía serio. Tornaba en un mutismo incólume. Puso a prueba mi paciencia en reiteradas ocasiones. Tal fue el caso, que llegué a preguntarme quién habría autorizado, que un joven así, saliera a la Misión.

DOS

—Fue Larry Mullen Band, durante diez minutos, para no herir mis sentimientos y porque estábamos en mi cocina. Entonces llegó Paul David Hewson y fue el final. Se esfumó toda posibilidad de que yo fuera el líder —bromea LM.

Se reunieron en la cocina de Larry. Fue la respuesta al anuncio periodístico –batero busca músicos para formar una banda-, ahí estaba un escéptico Bono, Edge, Adam y otros que se perdieron en la nebulosa. Todo ante la atenta mirada de los padres del baterista. Encontraron que tenían gustos comunes. No obstante, debían practicar y la cocina no era el lugar apropiado.

—Larry y yo tocábamos un poco, pero Adam no sabía en absoluto; pero como tenía un bajo, era evidente que iba a ser el bajista —musita Edge.

—Desde el principio fue obvio que Bono iba a ser el cantante, no por su voz, sino porque no tenía guitarra ni amplificador y tampoco medio de transporte —indica Mullen.

—Para tocar dos minutos teníamos que afinar 45 minutos antes, por lo que el progreso era lento y se centraba en tocar una canción entera “la que fuera”, pero no lo conseguíamos –rememora el guitarrista.

TRES

Recuerdo que mi pensión estaba en el mercado del pueblo. La comida no era buena; muy por el contrario, enfermé. Sin embargo, la que nos atendía era miembro de la Iglesia y se esforzaba por cobijarnos lo mejor posible. Su cuñado era el líder de aquel lugar. Piurano típico: abierto, querendón y lleno de anécdotas de fútbol. Había practicado fútbol profesional, en los años setenta.

Nuestro cuarto estaba en una lúgubre casa, y era, exactamente, un altillo de madera (que crujía a cada paso que dábamos). Todos los días, temprano, escuchábamos los gritos y discusiones de los hijos pequeños del dueño, ya que la cocina estaba debajo de nosotros.

Al salir a trabajar por las polvorientas calles, tronaba la música, a todo volumen, del hijo dilecto de la ciudad: Chapulín el Dulce. Líder de una agrupación de música cumbiera, muy popular entre la gente del lugar, que comenzaba a conquistar Lima. Como amante del rock, tenía que bancarme las voces desafinadas del grupo cachaquero. No había caso.

Lo mejor de todo era, mientras regresábamos a casa, observar el atardecer. Esto es, la caída del sol y el cielo fosforescente. Era un espectáculo impagable. Venía de una ciudad llena de nubes grisáceas y garúa intermitente. Ahora, el empíreo azulado y el verdor nos cobijaba en todo momento.

El almuerzo, generalmente, era con los miembros y la comida mejoró ostensiblemente. La interacción con los mismos era gratificante. En los países que he visitado, siempre he visto mucha predisposición a la hospitalidad, especialmente, en la gente del interior.

A los tres meses, me cambiaron de compañero. Vino un chiquito, natural de Chimbote. Si el primero era un caso serio, este lo superó con creces. Era un loco de remate. Al cuarto mes, nos trasladaron a otro pueblito, llamado San Jerónimo, que se hallaba a unos 40 minutos de Huancayo. Al poco tiempo, a Dios gracias, me cambiaron al orate y vino José Montalván un arequipeño inolvidable. Congeniamos al instante. Teníamos los mismos gustos musicales, de joda y mujeres. Era jovial e intrépido. Preparábamos nuestras charlas con tesón y las perfeccionamos.

CUATRO

En 1987, los grandes grupos de los setenta estaban en plena retirada o en los últimos estertores: Pinfloyd, Queen, The Police, Dire Straits, entre otros. Dícese que las oportunidades en la vida se presentan una o dos veces máximo. Eso creyeron cuatro veinteañeros irlandeses cuando aceptaron presentarse en el Live AID, dos años atrás. Dicho festival fue el entierro o punto final de muchos rockeros. Pero también fue el envión que otros esperaban ansiosamente. Entre ellos, U2.

La fascinación imperante de aquellos irlandeses por la Norteamérica poética y doliente -alejada del American Dream- fue fundamental. Ergo, eran culturalmente voraces. Aunado al viaje –inenarrable -de Bono a Centroamérica. La suma de todo esto desembocó en esta obra maestra: Joshua Tree.

Se unió a Appetite For Destruction, Document, Kiss Me Kiss Me, Cloud Nine, Louder Than Bombs y Music for the Masses.

¿Alguien duda de que el ’87 fue un gran año musical?

CINCO

Recuerdo perfectamente las fiestas patronales del lugar. Eran dos semanas de jolgorio, nadie laburó, el pueblo se entregó a la joda sin pausas. Se montaron tribunas en la plaza del lugar para una corrida de toros, jineteada, payasos, etc. Tal era el descontrol, que una vez vi a una señora de edad, bien vestida y en estado etílico, bajar de la tribuna, ir detrás de la misma, agacharse y bajar su bombacha para mear sin pudor alguno. Me quedé de una pieza.

Cuando todo andaba de maravillas, llegó mi cambio. Me apenó el hecho de dejar aquel lugar y a mi compi, con quien, hasta el día de hoy, guardo una amistad. Tomé el autobús en Huancayo, el cual iba a pasar por San Jerónimo, camino a Lima. Mientras mis pensamientos se debatían en mi nuevo destino, vi a través de la ventanilla, por última vez, aquel pueblito que me cobijó. De repente, reconocí a un grupo pequeño de miembros de la iglesia, esperando a que pasase el bus, para darme el último adiós. Sonreí, mientras movía mi mano derecha. Nunca más volví a San Jerónimo, ni a Chupaca.

SEIS

Fue el primer grupo de nuestra generación que tuvo un éxito descomunal. Dícese que –pasados los 25 años- uno debía hacer algo importante o trascendental. Y ellos lo hicieron. Imposible no sentirse identificados. La primera vez que escuché With or Without you fue una epifanía. Estaba en el fin del mundo, empero, esos 4 minutos y 56 segundos, la música me extasió y arropó. Olvidé donde estaba y me sumergí en la música. Imposible olvidarlo.

Treintaicinco años después, estando en la sala de docentes de la Universidad Americana, escribo esta columna. En tanto, escucho (¿por millonésima vez?) el álbum en mención. Y siento que aún me estremece y conmueve en extremo. Como a todo amante de la buena música, ¿no?

Había nacido el mito y se llamaba U2.

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