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Opinión

“O mestre” Telê Santana: Brasil ’82 y São Paulo ’92

UNO

Hay que ganar como sea, con autogol, gol con la mano, o en offside. No me interesa el modo, solo quiero ganar. Salvador Hicar, relator paraguayo.

En 1979 fue la primera vez que un equipo peruano ganaba en Brasil, fue 2-1 a Palmeiras, por la Libertadores. Lógicamente, toda la hinchada crema se entusiasmó. Cuando jugaron el partido de vuelta en Lima, el Verdão se cobró la revancha: goleó 5-2. Ese equipo lo dirigía Telê Santana. El team paulista no contaba con grandes figuras, pero jugaba un fútbol de ataque. Sus jugadores trataban la pelota con el mayor respeto, no la reventaban ni tiraban centros al ollazo. Trataban al máximo de jugarla lo mejor posible. Telê, que había sido jugador en los años cincuenta, tuvo su primer éxito con un equipo con las mismas características del equipo paulista: lleno de ignotos jugadores. Era el Atlético Mineiro, que conquistó el Brasileirão en el ’71. Antes, en el ’69, conquistó el Torneo Carioca con el Fluminense, y en el ’77 también obtuvo el Torneo Gaucho con el Gremio (donde despuntaba un joven díscolo llamado Eder). Fue considerado en 1974 para suceder a Zagalo, pero recién en 1980 se hizo cargo del Scratch. A partir de allí, nada fue igual. Probó diversos jugadores, entre jóvenes y experimentados. Solo perdió, sin haber sido superado, por URSS y Uruguay.

Al año debutó en Europa. Fue apoteósico porque ya tenía el equipo: venció a Inglaterra (1-0), Francia (3-1) y Alemania (2-1), dando espectáculo: Sócrates (de 9 pasó a ser volante), Júnior, Toninho Cerezo, Eder y Zico eran malabaristas del balón; en pos de la jugada elegante para perforar las redes. Jugaba con un 4-2-2-2. Sus triangulaciones eran fantásticas. Encima, al team le faltaba el exquisito volante de la Roma: Paulo Roberto Falcão y un lateral, ambidiestro, llamado Leandro.

Telê pregonó siempre que la táctica no servía de nada si el jugador no aprendía, en las inferiores, a recepcionar el balón y jugarlo a un toque, como bajarla de pecho, como chutar a gol o cabecear en forma correcta. Eran cuestiones técnicas que un jugador debe conocer antes de debutar en Primera.

DOS

Las eliminatorias fueron una muestra de su poderío. Contaba con un 9, en gran nivel, llamado Reinaldo (ídolo de Romario), pero que lamentablemente se lesionó antes del Mundial de España ’82. Su reemplazante, un joven Careca, también se lastimó. Dicen que el destino llama a la puerta una vez en la vida, a lo sumo dos: Serginho, un espigado y torpe rematador, fue el que tomó la remera 9. Y sí, nunca antes, los aficionados se preguntaron tan asiduamente:

¿Qué carajos hace este inhábil entre tanto talento?

Yo, hasta ahora, no me lo explico. El arquero Waldir Peres fue la elección de Telê. Cumplió en la gira por Europa y las Eliminatorias. Leão era mejor, pero Telê no soportaba su personalidad conflictiva. Siempre tuvo esa característica o mestre. Consideraba que los jugadores debían tener un proceder y conducta irreprochable. Prefería perder a ganar con trampas. El engaño y la violencia no iban con él.

El Mundial ’82 tuvo partidos gloriosos, pero creo que los 6 partidos que jugó el Scratch fueron una forma de arte, en donde se trataba de ganar de la forma más creativa posible. Telê hizo algo atípico, juntar a jugadores de características similares: Falcão jugaba en la posición de Cerezo, pero nunca se estorbaron: mientras uno subía, el otro se quedaba o subían ambos; en tanto, otro hacía la cobertura defensiva. Sócrates era 10 en el Corinthians, igual que Zico lo era en Flamengo. El Erudito del pie minúsculo, media 1,90 y era lento; por lo tanto, tocaba de primera. Cuando la recibía ni siquiera paraba el balón, la acariciaba (es el término exacto) y le daba el destino correcto. Júnior y Leandro iban al ataque constantemente. Mientras que Eder y Serginho se movían por todo el frente de ataque.

Lo sucedido en Sarria ante Italia, cambió el mundo futbolístico para siempre. Era como si los dioses no quisieran que los mejores ganasen la Copa.

Y sí, perdimos.

Cuando Santana fue a la conferencia post-partido, todos los periodistas del mundo que estaban presentes, lo aplaudieron de pie.

Ahí terminó el Jogo Bonito.

Nunca tantos hinchas debieron tanto, a tan pocos.

O como dijo el famoso Santiago Segurola:

Si un equipo queda en la memoria de la gente es que ha ganado de verdad. Lo otro es un trofeo en la vitrina. ¿O acaso alguien se acuerda del campeón del Mundial 2006 o se acordará del último Campeón Mundial dentro de 10 años?

TRES

Lo que sucedió en el ’85 mostró la importancia de Santana como estratega. Brasil estaba jugando mal y unas semanas antes de las eliminatorias, lo volvieron a llamar. Sus elegidos fueron: Carlos; Leandro, Edinho, Oscar y Júnior; Toninho Cerezo, Sócrates y Zico; Renato, Casagrande y Eder. Brasil ganó en dos partidazos, ante Paraguay y Bolivia.

Luego tuvo tiempo de rearmar el team para el Mundial. Fue de gira por Europa y concluyó que necesitaba variar el equipo: Falcão (32), había bajado ostensiblemente su nivel, y Cerezo (31) estaba lesionado. En la defensa, Edinho (jugadorazo) reemplazó a Oscar y optó por un morocho llamado Julio César (un crack que jugaría en la Juventus). Aparecieron Elzo y Alemão para la media y subió a Júnior como 10. Sócrates se mantuvo de 8. Le dio vuelo a un veinteañero llamado Branco, y Carlos reemplazó a Waldir Peres. Echó del equipo a Eder -el mejor puntero izquierdo de América- por una acción violenta en un partido amistoso. Hizo lo mismo, con un estúpido Renato Gaucho -estaba en su mejor momento- por indisciplina. Leandro renunció a ir al Mundial, hastiado de los requerimientos de o mestre. En tanto, insólitamente, Pelé se ofreció -a los 45 años- a volver a entrenar y jugar por el Scratch, cuando el técnico lo considere. TS no le dio ni cinco de bolilla.

Con todos esos problemas a cuestas, arribó a México. Y al principio costó. Recién en el tercer partido el equipo funcionó. Goleó a Irlanda 3-0 y surgió un lateral de calidad: Josimar, que anotó un golazo. El partido de octavos ante Polonia reafirmó su poderío con una goleada.

El partido ante Francia -que merece una columna- marcó el fin de la generación de fantasía.

CUATRO

El técnico-autor siguió su camino. Dirigió al Mengão en el ’88, sin mucho éxito. Y en el ’91 lo contrató el São Paulo. Ahí comenzó a armar un equipo con pretensiones, que con el tiempo se afirmó. Ganó el Brasileirão en el ’91 y conquistó la Copa Libertadores del ’92. Se dieron a conocer Cafú, Valber, Palinha, Zetti, Leonardo, Antonio Carlos, a excepción de Müller, que ya había jugado dos Mundiales.

La Libertadores del ’93 demostró que el paulista era un equipazo. Ganó de forma impecable: goleando a Ñuls 4-0, Católica 5-1, y doblegó al mejor Cerro Porteño de la historia por 1-0. La semifinal fue más difícil que la final.

Telê les refregó a todos los que le criticaron, que con su filosofía aún se podía ganar. La belleza no se podía (ni se debía) perder ante el vigor competitivo.

Las Copas Intercontinentales son una historia aparte. El árbitro de la final de diciembre de 1992, Juan Carlos Loustau, lo relató así.

El Jet Lag fue el culpable de no poder pegar los ojos, entonces bajé al vestíbulo y justo ahí me vió Telê y me llamó.

—Juan Carlos, venga, le voy a presentar a Johan Cruyff.

Todo había empezado 4 horas antes en el restaurant del Hotel de Tokio donde estaban alojadas ambas delegaciones. Johan y Telê compartieron, animadamente, una mesa. Desglosando anécdotas y principios que ellos mantenían enhiestos. Se respetaban mutuamente. Telê era admirador, a ultranza, de la Naranja Mecánica de ’74 y el holandés del Brasil del ’82.

Hablaban del fútbol como si fuera algo sagrado. Decían que interrumpir un partido con lesiones fingidas, esconder del balón o hacer una sustitución para ganar segundos no les resultaba válido, recordó haber escuchado el argentino.

 Cruyff y Santana querían ganar, pero no de cualquier manera, no con patrañas. Tenía que ser con sus argumentos, que eran muy parecidos. Por ejemplo, hablaban con deleite del desafío de combinar la velocidad con la precisión, para sorprender al rival, recordó.

 Ellos querían ganar con su credo y coincidían en que respetarlo era la base del éxito. Bastaba ver jugar sus equipos para entender lo que ellos pregonaban. Jugadas inútiles eran rechazadas por el brasileño y el holandés.

Criticaban los centros al área que no generaban peligro. Decían que, si no había posibilidades de llegar con el balón a la cabeza o al pie de un compañero para buscar un gol, ¿para qué lanzarlos?

Fui testigo privilegiado del pacto entre Telê Santana y Johan Cruyff, en la final Intercontinental de 1992, fue algo maravilloso y nunca lo olvidaré.

 Y pusieron la mano derecha, una encima de la del otro, para pactar, que si aquel 13 de diciembre algún jugador, del São Paulo o del Barcelona, se descontrolaba o no respondía al buen fútbol que ellos predicaban como religión, lo sacarían de la cancha.

Trato hecho —dijo entusiasmado Johan Cruyff.

—Participe usted —me pidió Telê Santana.

—Y yo también puse la mano.

 No se cansaron nunca de hablar de fútbol. Hubieran seguido de no haber sido porque Telê y yo estábamos con el sueño cambiado. Eran casi las tres de la mañana de aquel 11 de diciembre y fue ahí cuando surgió el pacto, la apuesta por el juego limpio, expresó.

“El tiempo neto que se jugó fue enorme, sin mala intención y con múltiples opciones de gol”, dijo al repasar el encuentro ante 60.000 personas.

Al año siguiente se jugó ante el poderoso Milan. Este partido fue especial para el que suscribe. Tenía aún atragantado lo sucedido en 1982. Rossi me había jodido la adolescencia. Algo me decía que se podía tomar revancha. Lo vi acá, en Asunción, era domingo a la madrugada, estaba sumamente nervioso y acompañado de mi amigo Julio Cerna, que era también fana del fútbol.

El milanista era un equipazo. Se marcaron 5 goles. Anotó primero el São Paulo, luego empató el Milan, volvía a ponerse adelante el team paulista, y nuevamente empataba Papin. Hasta que Müller anotó el gol de su vida, a pocos minutos del final. Creo que pocas veces grité tanto un gol, levité y me abracé a Telê y a Toninho Cerezo. Nos desahogamos luego de 11 años.

Una hora después me eché a dormir, en el más profundo sosiego, acompañado de una sonrisa inalterable que se dibujaba en mi rostro.

CINCO

Creo que ese es su mayor legado. Los jugadores que estuvieron bajo su tutela reconocen su influencia y pudieron ver que Santana era un pedagogo (ahora sería un coach) que inculcaba la mejora continua en el jugador, para poder obtener la inalcanzable perfección. Era consciente de lo efímera que es la carrera de futbolista; por tal motivo, aconsejaba a sus pupilos con respecto a sus gastos y la obligación que tenían de comprar la casa, en primer lugar. A los que, haciendo caso omiso a su consejo, compraban primero el auto, los puteaba de arriba abajo.

Falleció el 2006, pero su influencia permanece.

Y la gente aún evocará el Brasil del ’82, o del São Paulo de los ’90 y la sombra alargada de o mestre.

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