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Opinión

“Comida para cinco mil”

“Cuando volvieron los apóstoles, le contaron a Jesús todo lo que habían hecho. Entonces los tomó consigo, y se retiró aparte, a un poblado llamado Betsaida. Pero, cuando la gente se dio cuenta de ello, fue detrás de él. Jesús les acogió a todos y les hablaba del Reino de Dios y curaba a los que tenían necesidad de ser curados. Como el día había comenzado a declinar, se le acercaron los Doce y le dijeron: “Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado”. Él les dijo: “Dadles vosotros de comer”. Pero ellos respondieron: “No tenemos más que cinco panes y dos peces, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente”. (Es que había como cinco mil hombres). Jesús dijo entonces a sus discípulos: “Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta”. Lo hicieron así y acomodaron a todos. Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y se los fue dando a los discípulos para que, a su vez, se los sirvieran a la gente. Comieron todos hasta saciarse, y se recogieron doce canastos con los trozos que les habían sobrado”.

[Evangelio según san Lucas (Lc 9,11b-17) — Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo].

El Evangelio dominical, que la liturgia de la Iglesia nos propone en la Solemnidad de Corpus Christi, comienza con el reporte que los apóstoles presentan a Jesús en relación con la “misión” que se les confió. Seguidamente, san Lucas narra que Jesús “los tomó consigo y se retiró aparte, a un poblado llamado Betsaida”. El plan de “retirarse aparte” (griego: kat’idían) da la impresión que necesitaban de un “descanso”, de un “paréntesis” en sus actividades. El poblado o la “ciudad” a la que se dirigen lleva por nombre “Betsaida”. La forma griega del nombre de esta ciudad es una transliteración del arameo bêt ṣaidā’ que significa “casa (o pabellón) de caza”; o tal vez: “casa de pesca”. La ciudad de Betsaida estaba situada al norte del lago de Genesaret y al este del río Jordán, bastante cerca de su desembocadura en el lago. De simple aldea, el tetrarca Filipo la elevó al rango de ciudad y le añadió el nombre de Iulias, en honor de la primogénita del emperador romano Augusto Octaviano César. Podría ser la ciudad de origen de los apóstoles Pedro, Andrés y Felipe (Jn 1,44; 12,21); pero el Evangelio según san Juan dice expresamente “Betsaida de Galilea” (Jn 12,21).

El “descanso” que se habrían propuesto se ve frustrado por el gentío que le sigue, pues Lucas nos informa que Jesús “les atendió a todos”, “les hablaba del Reino de Dios” y “curaba a los enfermos”. De este modo, el maestro renuncia a su propósito de pasar un rato en la intimidad, con sus apóstoles. El evangelista da cuenta de la magnanimidad de Jesús que tuvo la benevolencia de recibirlos y atenderles a todos, sanando a quienes padecían dolencias y enfermedades. Según el relato, no solo curó a los enfermos sino, además, les predicó el Reino de Dios, contenido fundamental de la enseñanza de Jesús. Así, en el texto se establece una relación estrecha entre la predicación del Reino, el prodigio que tendrá lugar inmediatamente y la figura de Jesús.

Seguidamente, mediante una “inflexión” temporal (“como el día comenzaba a declinar”), el narrador introduce la circunstancia del prodigio. Se señala que “los Doce” (apóstoles) se acercan a Jesús para indicarle que despida a la gente y busque refugio y comida en las aldeas y poblados del contorno en razón de que el sitio donde estaban era “un lugar deshabitado” o “desértico” (griego: éremos). Aparentemente, hay una incongruencia que hayan llegado a una “ciudad” (Betsaida) para decir, después, que estaban en un “lugar desértico”. Por eso, parece más pertinente hablar de “poblado” que de “ciudad” (griego: polis). Esto implica que Jesús, “los Doce” y el gentío estaban en los alrededores de Betsaida y no en la ciudad misma.

Ahora bien, según parece la mención de “los Doce” —de parte del narrador— tiene el objetivo de presentar, deliberadamente, al grupo en una actuación “colegial” como en Hch 6,2. La sugerencia que “los Doce” plantean a Jesús implica una tremenda dificultad, pues: ¿Cómo es posible que cinco mil personas sean capaces de encontrar alojamiento y comida en los alrededores? Se puede pensar que se trata de un dato narrativo con perspectivas literarias. La respuesta de Jesús (“dadles de comer vosotros”) asemeja a un “reto”, a un “desafío”, como si les dijese: “hagan ustedes el milagro”. El mandato, en sí mismo, es tan utópico, más ilusorio que la propuesta inicial de “los doce” apóstoles. Se podría relacionar estas palabras de Jesús con un conocido pasaje del Segundo Libro de los Reyes (2Re 4,42-44): “Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo: Dáselos a la gente, que coman. El criado replicó: ¿Qué hago yo con esto para cien personas? Eliseo insistió: Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: comerán y sobrará. Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor”.

Algunos biblistas han dicho que el prodigio realizado por Jesús se relacionaba con el don del maná en el desierto. Sin embargo, según nuestra opinión, la alusión a este pasaje del Segundo Libro de los Reyes cuadra mejor que la hipotética referencia al maná. “Los Doce” mencionan la imposibilidad de ejecutar el mandato de Jesús en razón de que solo contaban con “cinco panes y dos peces”. Solo san Juan, en su Evangelio, dice expresamente que los panes son de “cebada” (Jn 6,9). No son de “trigo”. La cebada se empleaba para hacer un pan de segunda calidad, “pan para los pobres”. El “pan de trigo” (semídalis) era el alimento propio de la gente rica y pudiente del antiguo Israel. Respecto a los peces, también el evangelista san Juan aclara que se trata de “pez ahumado” (griego: opsarion) (Jn 6,9). San Lucas, lo mismo que Marcos y Mateo, menciona simplemente “pez” (griego: ichthys), un término que muy pronto se convirtió en símbolo de la profesión de fe de los cristianos primitivos. De hecho, cada letra griega del vocablo “pez” sintetiza el compendio de la fe cristiana. Así, “pez” (ICQUS = ICHTHYS = Iēsous Christos Theou Huios Sōtēr = Jesús Cristo De-Dios Hijo Salvador = Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador).

No resulta fácil resolver el tema de los números: 5 panes; 2 peces; grupos de 50 y 5.000 hombres. Si estamos ante números simbólicos —que es lo más probable, teniendo presente la mentalidad semítica—  podríamos plantear que 5 significa “pocos” o “algunos”, en oposición, a veces a 100 (“muchos”) (cf. Lv 26,8). Resolver el significado del número 2 es más difícil; no obstante, puede implicar “dualidad”, propia del ser humano. Se trata de los 2 peces ofrecidos por los apóstoles que son “hombres”. El número 50, aquí, por el contexto, resulta un elemento “organizativo” o “distributivo” de los 5.000 hombres. Si 5.000 es dividido por 100 (“muchos”) el resultado da 50. Y 5.000 corresponde a “indeterminado” o “indefinido”. Al multiplicarse por 1.000 implica que se trata de un gentío que no se puede cuantificar (como los 144.000 del Apocalipsis) porque en el sistema numérico hebreo la última consonante equivale a 500 (la letra tāw). Evidentemente, no hay que descartar que estos números sean “gemátricos”, es decir, códigos o cifrado que se pueden reemplazar por las consonantes del alfabeto hebreo como el 666 que es un nombre (Nerón Caesar) y, por tanto, con un mensaje teológico subyacente. Llama la atención la secuencia 5 / 50 / 5.000. En síntesis, se podría decir que la “impotencia” de los hombres (los apóstoles) es ampliamente superada por la magnífica actuación prodigiosa de Jesús. Resulta llamativo que el autor emplea el vocablo “varones” (griego: ándres) y no “hombres” o “seres humanos” (anthrōpoi). De hecho, Mateo añade “sin contar mujeres y niños”.

El mandato de acomodar a la gente en grupos de cincuenta es un procedimiento práctico para poder desenvolverse entre una masa de innumerables personas. El gentío, en grupos de cincuenta, se recostó o se acomodó para recibir la comida. Seguidamente, Jesús realiza, llamativamente, cinco acciones: “Tomó” (los cinco panes y los dos peces), “levantó los ojos”; “pronunció” la bendición” sobre ellos; “los partió” y “se los fue dando”.

Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y se los fue dando a los discípulos para que, a su vez, se los sirvieran a la gente. Los gestos eucarísticos son evidentes y es claro que en la narración se ha dejado sentir un decisivo influjo de las liturgias eucarísticas de la primera comunidad. Jesús “toma el pan” y “alza la mirada al cielo” (ámbito propio de Dios) y “pronuncia la bendición”. Un antiguo texto judío de acción de gracias por la comida, que está recogido de la Misná, dice así: “Bendito seas, Señor, Dios nuestro, rey del mundo, que has dado vigor a la tierra para que nos produzca el pan” (Ber. 6,1). Se bendice, es decir, se alaba a Dios, no al pan. En este punto quizá a Lucas le faltó una mejor adecuación al texto de san Marcos.

En realidad, en ninguna de las narraciones sinópticas se dice que Jesús “multiplicara” los trozos. La connotación de “prodigio” (o “milagro”) se deduce del incalculable número de participantes y la enorme cantidad de sobras, comparado con el reducido número de panes y peces que tenían a disposición. En la redacción de Lucas, los panes y los peces alcanza para todos (y, además, sobra), precisamente, en ese acto de la bendición y de la repartición. Según el evangelista, Jesús entrega los panes a los discípulos para que, a su vez, ellos los distribuyan. Se afirma que “todos comieron” y se “saciaron”. De este modo se cumple la promesa de Dios de saciar a su pueblo (cf. Sal 37,19; 81,17; 132,15). Luego se recogieron las “sobras” de los panes distribuidos. El vocablo griego klásmata denota los “fragmentos de lo distribuido”. En los formularios de la posterior celebración litúrgica de la eucaristía se usa la palabra klasma para designar las “partículas de pan eucarístico” (cf. Didaché, 9,3,4, donde se alude explícitamente al hecho de los panes abundantes).

En total recogieron las sobras en “doce cestos”. En el número “doce”, indiscutiblemente, hay que ver una referencia simbólica a “los Doce” que intervienen directamente en el episodio (Lc 9,12). Cada uno vuelve con un cesto de sobras, suficiente para alimentar a otra multitud. El vocablo griego kophinos puede significar también “saco”, “alforja”, es decir, lo que llevan habitualmente los caminantes. Resulta curioso que no se mencione la reacción de la gente ante el prodigio realizado, como ciertamente sucede en el Evangelio de san Juan (Jn 6,14-15).

Brevemente: “Los Doce” apóstoles, por sí mismos son incapaces de alimentar a una gran multitud. Solo tienen “cinco panes” y “dos peces”. Sin embargo, al recurrir a Jesús se realiza el prodigio porque, como Mesías escatológico, logra que “todos comieran hasta quedar saciados”. Además, se subraya la sobreabundancia del milagro porque pudieron recoger sobras abundantes en “doce” alforjas para alimentar a muchos más.

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