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Opinión

Johan Cruyff

Uno

Tengo que confesar algo: compré, hace años, dos remeras de la Holanda del ’74, con el dorsal 14, uno para mi hijo y otro para mí. (Sí, ya sé que son truchas, pero peor es nada, ¿no?). Siempre que tengo la ocasión de dejar de lado mi pantalón de vestir, camisa blanca y corbata me pongo la camiseta naranja. Es un homenaje indisimulado a Cruyff.

Corría el año ’77, y en el 5º grado, íbamos a tener una especie de torneo de fulbito. Formamos equipos de seis jugadores. Y era todos contra todos. Debíamos elegir nuestra indumentaria; como era lógico, insistí en que nuestro equipo eligiera la camiseta naranja. Sí, en aquel tiempo, mi equipo favorito era el de Holanda, el del fútbol total. Lamentablemente para nosotros, en aquellos distantes ’70, no había ESPN ni FoxSports y solo transmitían, a cuentagotas, los partidos de selecciones europeas. Años atrás, en el Mundial ’74, quedé hechizado con el juego que practicaban los holandeses. Arrasaron y apabullaron a todos, con un fútbol nunca visto. El líder indiscutido era Johan. Verlos perder la final ante los teutones y la forma enhiesta en que permaneció en la cancha, llamando a sus compañeros para ir a saludar a sus hinchas, fue conmovedor.

Cuando tuve acceso a los videos del Ajax y los títulos, así como el inolvidable 5-0 al Real en el Bernabéu, fue una confirmación de su clase mundial.

Recuerdo su retiro en el ’84, salió en grandes titulares. Luego le perdí la pista.

Dos

A finales de los ’80 volví a saber de él, entrenaba al Barça. Núñez, el presidente, lo había llamado, en un arranque de demagogia, pensando que lo podría manejar; se equivocó de cabo a rabo. El equipo culé venía de una crisis impresionante, a raíz de la pérdida de la final de la Champions de 1986. Cruyff servía de bálsamo en aquel momento.

Habría que indicar que Johan nunca fue un jugador cualquiera, siempre daba su opinión al DT, acerca de la forma de jugar. La relación estrecha que sostuvo con Rinus Michels, tuvo una base intelectual: compartían la misma visión del fútbol. Con otros entrenadores, como Weisweiler, chocó sin tapujos. Ergo, siendo entrenador, no iba a ceder un ápice, en sus convicciones.

Jugaba con un 3-4-3, con extremos y sin un nueve fijo. En aquellos tiempos donde el campeón y subcampeón del mundo -Argentina y Alemania- estaban llenos de stoppers y líberos; eran la voz disonante, en el hemisferio futbolístico, al igual que Arrigo Sacchi, que comandaba al Milán. Otro fabuloso equipo.

Así nació el Dream Team (apelativo que se dio, primero, al fabuloso equipo de baloncesto de EE.UU. en las Olimpiadas del ’92); imposible no enamorarse de aquel equipo. Era fabuloso. Una orgía ofensiva. La mayoría eran chiquitos y livianitos. Luego vino Romario y se armó la batahola. Demoró tres años en ganar la Champions. Ganó la Liga cuatro veces consecutivas. Conquistó más trofeos. Pero lo que más llamaba la atención era su forma de jugar. Defensivamente debía de ser perfecto, al actuar con tres en el fondo. Al ser sus volantes de contextura pequeña, debían evitar el roce, y solo tocar, tocar y tocar.

Tres

En el ’96 acabó aquel ciclo. Sin embargo, la semilla quedó. La Masías, que había reflotado Cruyff, y de dónde sacó a jugadores para que alternen exitosamente en el primer equipo: Amor, Bakero, Guardiola, Sergi, etc. La idea era esa: utilizar la cantera para formar jugadores con el estilo intrínseco del equipo culé. Más tarde, lo aprovechó Rijkaard, Van Gaal, Guardiola, Luis Enrique y ahora Xavi.

Santiago Segurola escribió lo siguiente acerca del legado de Cruyff en el 2006: “El Barça parecía destinado a una amargura perpetua, sometido a toda clase de incertidumbres. Por el club habían pasado las mayores estrellas del planeta, con Cruyff, Maradona y Schuster a la cabeza, y los entrenadores más prestigiosos de su tiempo: RinusMichels, Weissweiler, Menotti, Venables y hasta el último Helenio Herrera. Nada funcionó como debía. Al Barça le faltaba identidad. Viraba de ruta continuamente y disfrutaba de un insano victimismo. Una presión de proporciones atómicas no ayudaba a mejorar las cosas. Los malos resultados eran proporcionales al desaliento general. En la temporada 87-88, era frecuente ver el Camp Nou casi vacío. Solo 30.000 persones tenían el humor de acudir a uno de los templos sagrados del fútbol. Después de Johan lo fundamental tiene un carácter más profundo: el Barça torció su historia de lamentaciones y se convirtió en el equipo chic, quizá la gran referencia del fútbol mundial. A Cruyff le corresponde todo el mérito de la transformación. Contestó a quienes le cuestionaban con una saga impresionante de victorias. Respondió a quienes predicaban el fútbol defensivo con una de las apuestas ofensivas más clamorosas que se recuerdan. Devolvió todo el placer de la belleza al fútbol. Negó otra falacia: el deterioro del vigor competitivo por la belleza. Demostró el crucial valor de la cantera. Divirtió a todos, hinchas o no del Barça. Su grandeza fue universal. Pero su legado no terminó con él. El mismo club que sólo había obtenido dos Ligas entre 1960 y 1990 y que jamás había logrado la Copa de Europa, ha ganado dos finales de la Liga de Campeones y ocho de los últimos 17 campeonatos nacionales. Todos con entrenadores holandeses. Es, sin duda, la edad de oro del Barça. Detrás hay una figura apoteósica: la de Johan Cruyff”.

Cuatro

A diferencia de Pelé y Maradona, el flaco trascendió como entrenador. Gracias a él, disfrutamos del mejor equipo de todos los tiempos: el Barcelona y a dos selecciones campeonas del mundo y una subcampeona, tocadas por su fútbol: España (2010), Alemania (2014), y mi amada Holanda. El fútbol de hoy no se podría concebir sin los preceptos del Holandés Volador. Aquel team del ’74 podría competir perfectamente con las selecciones actuales, sin problemas. Hace seis años que nos dejó, pero su legado permanece en equipos y selecciones actuales.

De ahí que, mientras escribo esta columna, tengo puesta mi remera orange, con el dorsal 14. Gracias por todo flaco. Te seguimos extrañando.

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