Connect with us

Opinión

“Ningún profeta es bien recibido en su patria”

“Comenzó, pues, a decirles: ‘Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír’. Todos hacían comentarios sobre él y se extrañaban de la elocuencia y seguridad con que hablaba. La gente se preguntaba: ‘¿Pero no es este el hijo de José?’. Él les respondió: ‘Seguramente me vais a aplicar el refrán que dice: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu patria’. Y añadió: ‘Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su patria’. ‘Os digo de verdad que en vida de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo gran hambre en todo el país, había muchas viudas en Israel, pero a ninguna de ellas fue enviado el profeta Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio’. Al oír esto, todos los de la sinagoga montaron en cólera y, levantándose, lo sacaron fuera del pueblo y lo llevaron a una altura escarpada del monte sobre el que se elevaba el pueblo, con ánimo de despeñarlo. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó”.

[Evangelio según san Lucas (Lc 4,21-30), 4to Domingo del Tiempo Ordinario]

El texto del Evangelio, propuesto como lectura central para la liturgia eucarística de este domingo, es continuación de lo que san Lucas nos presentaba —el domingo pasado, 23 de enero— como “unción espiritual” de Jesús (Lc 4,14-21). El ambiente del episodio se focaliza en la sinagoga de Nazareth, ciudad donde Jesús, junto a sus padres José y María, “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52).

“Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír” —dice Jesús al concluir la lectura del pasaje de Isaías—. El “cumplimiento de las Escrituras” es una expresión típica del Nuevo Testamento, en especial de los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas), Evangelio de Juan y Hechos de los Apóstoles. Estos textos describen la vida y la obra de Jesús como el cumplimiento de la Escritura. Sin embargo, Jesús no apela a la Escritura como tal sino a aquellos mandamientos que son expresión de la voluntad de Dios. En este sentido, no deja de ser relevante considerar que la autoridad indiscutible de la Escritura se halla en peculiar tensión con la abrogación de importantes preceptos de la ley, tales como las normas relacionadas con los alimentos, las ideas sobre la pureza cultual o ritual, la circuncisión, etc. (cf. Hch 10; 15). Con todo, cuando Jesús, o los autores de los textos del Nuevo Testamento, apelan a las Escrituras es porque las consideran un genuino “tribunal” de apelación que certifica la veracidad de las enseñanzas y de los hechos del Mesías.

Del mismo modo, es necesario afirmar que el testimonio de los testigos de la resurrección (o Pascua) necesita ir acompañado de la autoridad de la Escritura. Antes de la Pascua, lo autoritativo es la predicación de Jesús y la Escritura; después de Pascua, lo es la predicación del Evangelio y la Escritura. En los escritos lucanos, Jesús mismo es hermeneuta de las Escrituras; pues, él “abre” (griego: anoígō) las mentes de los discípulos para que comprendan las Escrituras: todo lo que está escrito sobre él tiene que cumplirse (Lc 24,25ss. 32.44ss). Jesús dice “hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír”. Más exactamente, dice: “hoy se ha cumplido esta escritura en vuestro oídos”. Es decir, lo que Isaías había prometido como “consolación de Sión” se hace realidad presente de una manera nueva y con un sentido particular. La consolación de Sión vuelve a hacerse realidad (cf. Lc 2,25; 7,22).

El comentario sobre la elocuencia de Jesús involucra a todos los presentes, pues “todos (en la sinagoga) testimoniaban respecto a él y se maravillaban por las palabras de gracia que salían de su boca”. La expresión griega járis (“gracia”) también puede traducirse por “misericordia” y “bondad” que son notas características de su ministerio. En el Evangelio de san Marcos (Mc 1,21-22), después de impartir su enseñanza en la sinagoga local de Cafarnaún, el evangelista afirma que “la gente quedaba asombrada de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (cf. Mt 7,28). El vocablo empleado por Marcos para indicar la excelencia de la enseñanza del Nazareno es el sustantivo griego exousía, es decir, “poder”, “autoridad”, “capacidad”, “idoneidad”. Y lo distingue, mediante un mecanismo de contraste, de la enseñanza de los escribas, responsables de la instrucción sobre la Toráh y de la experiencia religiosa hebrea. Estos referentes religiosos, “imponen a los hombres cargas intolerables” sin mover ellos un solo dedo; y “edifican sepulcros a los profetas” asesinados por sus padres (Lc 11,45-47). Jesús, en cambio, predicaba con donaire, ejerciendo un atractivo particular sobre su auditorio, produciendo un ambiente de agrado y de contento.

La particular admiración que suscita la enseñanza de Jesús provoca en los presentes, sin embargo, una interrogación sobre su origen: “¿No es este el hijo de José? Según parece, sus paisanos no estaban informados sobre su nacimiento sobrenatural (cf. Lc 1,32-35; 2,33.48; 3,22-23). En el Evangelio de san Marcos la pregunta se formula del siguiente modo: “¿No es este el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6,3). Esta interrogante surge también como reacción ante la enseñanza y la actividad portentosa de Jesús. En cambio, en el Evangelio de san Lucas, la reacción se debe a la interpretación de la Escritura propuesta por Jesús, en la que proclama abiertamente que ha llegado “el año de gracia del Señor” (Lc 4,19). Es posible que la reacción de la gente tenga un sentido de indignación cínica ante tales palabras. Pero lo más probable es que haya provocado una agradable sorpresa e incluso admiración, como señalé más arriba.

La respuesta de Jesús, ante la pregunta suscitada sobre su origen, se plantea mediante la formulación de dos proverbios o refranes: “médico, cúrate a ti mismo” y “ningún profeta es aceptado en su tierra”. Jesús, en primer lugar, responde diciendo: “Seguramente me vais a aplicar el refrán que dice: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu patria”. Aunque el refrán está en labios de Jesús, indica una reacción hostil de parte del auditorio. La ironía implícita cobra mayor relieve por medio de la comparación entre Nazareth y Cafarnaún. Esta reacción de los oyentes no tiene nada que ver con la interpretación que Jesús acaba de dar de las palabras proféticas de Isaías. En la literatura griega, del periodo clásico, se planteaba la siguiente formulación: “Sí, sí; médico para los demás, pero él lleno de úlceras”. También en la tardía literatura rabínica se puede leer: “Médico, cura tu cojera”.

En segundo lugar, el refrán “ningún profeta es aceptado en su tierra” tiene en el Evangelio de san Marcos una formulación similar pero más extensa: “Un profeta no es despreciado sino en su tierra, entre sus parientes y en su propia casa” (Mc 6,4; cf. Mt 13,57). Evidentemente, al usar este proverbio, Jesús se presenta como profeta. Según san Marcos, así lo percibe la muchedumbre cuando él pregunta “¿quién dice la gente que soy yo? (Mc 8,28). El pueblo lo asociaba con Juan el Bautista, con Elías; también con Jeremías o bien con “uno de los profetas” (cf. Mt 16,14). De ordinario, los profetas son rechazados, apresados, exiliados o asesinados. Es el testimonio unánime de las Sagradas Escrituras. Quizá el Evangelio de Mateo recoge, de manera lapidaria, la suerte de los profetas y sabios en manos de las autoridades políticas y religiosas de Israel: “muerte”, “crucifixión”, “azote” y “persecución”, “sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del inocente Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el Santuario y el altar” (Mt 23,35). Jesús será arrestado, azotado, escarnecido y crucificado; pero en esta situación particular, por ser profeta no es bien recibido en su patria chica porque no ha realizado allí los milagros que se esperaban de él.

Lo que Jesús dice con respecto a su propia situación se compara con la experiencia de los dos grandes profetas de Israel. Pues, Jesús es prácticamente otro Elías, otro Eliseo. Respecto a Elías recuerda que hubo tres años y seis meses (tres años y medio) de sequía y escasez de alimentos en todo el país, y mencionando a una de las categorías típicas de pobreza, “la viudez”, menciona a una viuda de Sarepta, por tanto una mujer pagana, no israelita, habitante de una ciudad fenicia situada en la costa del Mediterráneo, entre las ciudades de Tiro y Sidón. Los “tres años y medio” (mitad de siete), un simbolismo aritmético, parece tomado de la concepción apocalíptica según el cual “siete” representa “totalidad” y “tres y medio” parcialidad. En consecuencia, se refiere a un periodo de prueba, temporal, que experimentó Israel, contexto en el que se contextualiza el episodio.

Seguidamente, menciona al profeta Eliseo, discípulo de Elías. Y con este caso queda confirmado lo antedicho, con un ejemplo más, tomado de la tradición veterotestamentaria (cf. 2Re 7,3-10; 2Cro 26,19-21). Aquí se remite al fenómeno de la lepra en Israel, una enfermedad particularmente repulsiva por su visibilidad fisiológica y su connotación religiosa y en razón de la impureza cultual que implicaba (2Re 5,1-19). Naamán era un alto jefe del ejército sirio, y fue enviado por el rey de Siria al rey de Israel para que le curaran la lepra. El rey de Israel interpretó este envío como un pretexto del adversario para declararle la guerra. Pero Eliseo, que entonces se encontraba en Samaría, insistió en que le enviasen a Naamán, y cuando se presentó, le mandó simplemente que se bañara siete veces en el río Jordán. A pesar del enfado del general y sus protestas de que los ríos de Siria, el Abana y el Farfar “valían más que toda el agua de Israel”, Naamán se bañó en el Jordán y quedó limpio, aunque no era un israelita, es decir, no pertenecía a la patria de los hebreos. Con este ejemplo, Jesús aplica a su caso concreto el dicho sobre la aceptación de un profeta.

Al oír los ejemplos esgrimidos por Jesús, los asistentes al culto sinagogal se “llenaron de ira”. Interpretaron perfectamente que la misión y la actividad de Jesús tendrían éxito y mejores resultados en cualquier otro sitio que no fuera su propio pueblo, y se enfurecieron porque les comparó, indirectamente, con los perseguidores de los profetas antiguos. La mayor incisividad se expresa en: “a ninguna de ella (fue enviado)” y “ninguno de ellos (fue curado)”. En el punto culminante del episodio, san Lucas refiere que “le echaron fuera de la ciudad” que, de algún modo, ya prefigura las circunstancias geográficas de la crucifixión (“fuera de la ciudad”). La intención era despeñarlo y deshacerse de él. Con todo, pese al intento criminal, Jesús pudo zafarse escabulléndose entre la gente. El texto griego dice, literalmente: “pasando por en medio de ellos”. En el fondo, según el evangelista, toda oposición a Jesús es de carácter diabólico, pero aún no ha llegado el tiempo en que triunfe esa oposición (cf. Lc 4,13). Jesús siguió su camino, un “camino” que terminará en Jerusalén, donde consumará su ministerio (cf. Lc 4,42; 7,6.11; 9,51; 17,11; 22,22.39; 24,28).

Brevemente: Un “profeta”, en las Sagradas Escrituras, no se identifica con un “agorero”; tampoco con un adivino de eventos futuros o sucesos venideros. No pronostica acontecimientos como hacen los nigromantes o embaucadores. El profeta, ante todo, es el mensajero de la verdad de Dios, pura y simple, como proyecto alternativo ante los seculares planes humanos. Pero, sobre todas las cosas, el profeta bíblico es el “contralor” de la calidad de justicia que se administra en la comunidad creyente y en la sociedad civil.

Por eso, cuando Jesús dice que “…ningún profeta es bien recibido en su patria” no solo indica el preludio de la muerte violenta que le aguarda —como sucedió con Juan el Bautista y tantos profetas— sino también deja en evidencia cuán duro es el corazón humano, incapaz, tantas veces, de abrirse a la propuesta de Dios. El rechazo de Jesús en su patria culminará con la crucifixión, pena reservada a la clase social considerada marginal por la aristocracia templaria y laica de su tiempo; y sigue siendo “crucificado”, hasta el final de los tiempos, en tantos atropellos, vejaciones y persecuciones contra quienes ejercen el ministerio de la profecía.

1 Comment

1 Comentario

  1. Hna. Myrian González

    30 de enero de 2022 at 10:22

    Hermosa reflexión…

    Gracias padre César !!!☺

Dejá tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Los más leídos

error: Content is protected !!