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En la cocina del Buen Pastor, Soledad encontró su forma de alcanzar el éxito
Soledad lleva recluida dos años y siete meses. Foto: Ministerio de Justicia.
En el Centro Penitenciario para Mujeres “Casa del Buen Pastor”, la cocina está dirigida por Soledad, de 39 años, una mujer privada de libertad (MPL) que recibe halagos por sus buenas comidas, que son elaboradas para 340 mujeres, además de enseñar a guisar a otras cuatro MPL.
“Sole” es una experta culinaria. Se hace cargo de los fogones de seis hornallas a gas, dos ollas de 120 litros de alimentos, sartenes y hervidoras todas de gran porte para el preparado de comidas en la pulcra cocina del penal. Muy temprano, con su indumentaria de delantal, gorra y guantes está presta para arrancar el movimiento junto a sus cuatro asistentes. Muy de cerca, la agente penitenciaria Jorgelina Gayoso, acompaña la actividad como encargada de intendencia y seguridad.
El recetario semanal es de cuatro turnos de alimentos, discriminando los menús que salen diferenciados para dietas especiales de diabéticas e hipertensas.
El plato para el almuerzo ofrecido el día de la entrevista, fue vorí de pollo que fue servido con dos galletas, otros días hará estofado de pollo con polenta, tallarín de carne o pollo, asado a la olla con ensaladas de porotos y de verduras, locro o puchero con tortillas o, guisos de fideos o arroz. Dos veces al mes, cocina milanesas con ensalada de arroz. Aunque más temprano, ha sacado el desayuno: cocido caliente con leche y galletas.
Luego de un merecido descanso, a la tarde tiene listo el vaso de leche, con tortas o facturas (de donación), pan con mermelada, mazamorra o arroz con leche, y para la cena, un plato similar al de medio día.
Soledad lleva dos años y siete meses en “Buen Pastor” y, está contenta con su rol porque le está sacando algo productivo a los tiempos que cocinaba en su casa con su familia, pues proviene del barrio Santa Ana, Paraguarí. Pudo terminar apenas la primaria porque eran pobres y logró trabajar como empleada doméstica y cocinera, durante un tiempo hasta que tuvo el tropiezo. Hoy se reencuentra con sus cinco hijos, siempre que estén habilitadas las visitas por la pandemia y, con su pareja, que también está recluida.
“Cocinar no me complica porque tengo experiencia. No es lo mismo estar en mi pabellón porque allí el tiempo no pasa nunca; aquí estoy feliz”, dice “Sole” que comparte celda con cuatro compañeras en el Pabellón Libertad. Su trabajo voluntario y su buena conducta, la hacen candidata para ser beneficiada con una reducción de su pena. Además, recibe víveres cada 15 días, que ella las entrega a su familia.
Este trabajo le motiva, le incita a querer progresar. “Yo quiero seguir un curso de gastronomía. Pero igual, cuando salga de acá, me gustaría poner un barcito. Yo estoy arrepentida de lo que hice, quiero que esto pase pronto porque estoy cambiando. Aprendí a trabajar a horario, tener responsabilidad. Y también, aprendí a perdonar más”, reflexiona la MPL destacada que anhela casarse con su pareja actual y dar buen ejemplo a sus hijos.
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