Nacionales
La violencia hacia las mujeres es la base de la estructura patriarcal
Los integrantes de Espacio Juliana
¿De qué hablamos cuando decimos que la violencia hacia las mujeres es violencia estructural?
A menudo se mencionan conceptos como violencia hacia las mujeres y violencia de género en el marco de fenómenos más amplios de desigualdad social. Desde la sociología, específicamente desde la teoría del conflicto, se define a la violencia estructural como aquella que se produce por causa de las dinámicas intrínsecas de las sociedades altamente estratificadas, divididas jerárquicamente en clases sociales, razas, género y en las cuales un reducido grupo social se beneficia a costa de las mayorías que tienen grandes desventajas en el acceso a los bienes públicos, como la salud, la educación, la vivienda, la alimentación entre muchos otros. Este esquema de privilegios y desigualdades se sostiene mediante dispositivos culturales que legitiman o justifican tales desigualdades y violencias.[1]
Desde un enfoque feminista la violencia estructural va más allá de lo estrictamente sociológico, sitúa en el centro del análisis crítico al sistema heteropatriarcal como sistema de dominación que se erige históricamente y subordina a las mujeres por medio del uso de la violencia. La violencia hacia las mujeres es estructural porque es la base misma de la construcción del patriarcado, que en su desarrollo genera otros sistemas de dominación y explotación tales como la esclavitud, el colonialismo, el capitalismo entre otros.
“…el patriarcado es el sistema de todas las opresiones, todas las explotaciones, todas las violencias, y discriminaciones que vive toda la humanidad (mujeres hombres y personas intersexuales) y la naturaleza, como un sistema históricamente construido sobre el cuerpo sexuado de las mujeres”[2]. Lorena Cabnal. Feminismo Comunitario de Guatemala.
Al analizar la violencia estructural que viven las mujeres y disidencias sexuales en América Latina y en Paraguay se identifican características comunes relacionadas a los procesos históricos de conquista y colonización. Varias referentes feministas descoloniales[3] afirman que si bien existían previamente rasgos patriarcales en pueblos indígenas, la conquista y colonización significó una reconfiguración de las relaciones sociales sobre bases sexistas y racistas, esto potenció las formas patriarcales en un entronque letal.
La sociedad paraguaya considerada “mestiza” o “criolla” nace de la explotación laboral y sexual de las mujeres indígenas que fueron sometidas de manera violenta a ocupar la última de las posiciones subordinadas en la nueva sociedad colonial. Los conquistadores ejercieron dominación y acumularon riquezas rompiendo las alianzas políticas con los caciques, que en principio eran pactos sellados con la entrega de mujeres a los españoles en el marco del sistema de cuñadazgo indígena y que luego se convirtió en una práctica generalizada de saca de mujeres indígenas. También lo hicieron por medio de las rancheadas o deportaciones indígenas, que fueron el robo, principalmente de mujeres, para servir a los conquistadores en Asunción. Pueblos enteros fueron vaciados de los saberes, fuerzas creativas y procreadoras de las mujeres indígenas, esto generó un impacto aculturador devastador. [4]
La posición devaluada de las mujeres indígenas en los procesos de colonización en nuestro país es el origen de todas las violencias y desigualdades de género que conocemos actualmente. Desde entonces también, las mujeres han luchado por sus derechos y por erradicar toda forma de violencia y discriminación.
¿Qué implica la violencia estructural hoy en nuestro país?
Entre muchos otros factores, las enormes brechas económicas entre hombres y mujeres son constituyentes de la violencia estructural. Si bien en términos formales se consagra la igualdad de derechos – mediante más de un siglo de luchas – la realidad es que miles de mujeres están muy lejos de gozar de estos derechos, sobre todo las campesinas, indígenas y las mujeres urbanas empobrecidas. En general sufren mayor precarización de sus condiciones de trabajo, enfrentan situaciones de flexibilidad y desprotección frente a la maternidad, falta de acceso a la seguridad social, remuneraciones más bajas, falta de contratos laborales, despidos injustificados, acoso sexual laboral, entre otros.
La brecha salarial entre hombres y mujeres es de 24%, equivalente a unos USD 110 dólares que las mujeres ganan menos que sus pares varones en un mismo cargo[5]. Esta diferencia hace que el sector femenino trabaje 99 días gratis al año en Paraguay. Según la Encuesta Permanente de Hogares 2019 la brecha entre hombres y mujeres en cargos directivos es de 19 puntos porcentuales a favor de los hombres, siendo la brecha más notoria en el área rural.[6]
El trabajo de las mujeres rurales en el hogar está subvalorado y se confunde con el realizado en la explotación agrícola. Esta invisibilidad deviene de la estructura colonial patriarcal en la cual las mujeres indígenas fueron consignadas a satisfacer las necesidades fundamentalmente económicas de la élite, cargando sobre sí, además de la función reproductiva, la mayor parte del trabajo productivo y la provisión de alimentos.[7]
Si bien la legislación de acceso a la tierra ha avanzado a favor de las mujeres rurales, las mismas siguen teniendo explotaciones con áreas menores, reciben menos asistencia técnica y acceden menos a servicios financieros, repercutiendo todos estos factores en peores condiciones de producción y comercialización. Representan el 39,4% de las fincas productivas de la agricultura familiar campesina, pero solo el 30,6% de la superficie. Están al frente del 44,8% de las fincas menores de 5 ha., mientras que solo el 26,2% de las fincas de 50 ha. y más.[8]
A las desigualdades en el mundo laboral y las brechas en el acceso a recursos se suma la sobrecarga de trabajo también conocida como doble jornada y que implica que las mujeres -tanto en el campo como en la ciudad- además de realizar trabajos denominados como productivos, se encargan mayoritariamente de los cuidados y del trabajo doméstico. Esta doble jornada repercute en el uso del tiempo de las mujeres a quienes no les queda casi espacio en su cotidianeidad para otras actividades recreativas, organizativas, de autocuidado o de descanso. Según la Encuesta sobre Uso del Tiempo EUT2016 de la DGEEC el tiempo promedio semanal dedicado por las personas de 14 años y más de edad a actividades domésticas no remuneradas es alrededor de 12,6 horas semanales, con una brecha importante por sexo, mientras los hombres dedican en promedio de 5,3 horas a la semana, las mujeres reportan un promedio de 18,3 horas.
Sobre la base de este desgaste vital las mujeres víctimas de violencia deben enfrentarse a una justicia ineficiente, lenta y cara; a una sociedad que las juzga o discrimina desde estereotipos de género, clase o raza; a una educación sexista y a una estructura política machista. La violencia de género o violencia hacia las mujeres es entonces el dispositivo disciplinante que permite la reproducción de la estructura social en la cual las posiciones subordinadas son femeninas.
La violencia hacia las mujeres impacta en las estructuras mentales y psicológicas.
Desde el enfoque de salud mental, la violencia estructural implica en muchos casos, el riesgo de ser violentada nuevamente por un sistema de salud – que no es público ni universal – donde profesionales de salud mental sin formación en perspectiva de género terminan revictimizando o ejerciendo algún tipo de violencia sobre las mujeres que consultan. Diagnósticos descontextualizados, patologización del sufrimiento de las personas, desconocimiento del impacto profundo que dejan las violencias sobre los cuerpos son algunas de las formas que históricamente utilizaron las distintas corrientes del pensamiento moderno, en terapias y en intervenciones para culpabilizar o responsabilizar a las mujeres de la violencia vivida. Es decir, una mujer que ha sido víctima de la violencia estructural, en cualquiera de sus formas, muy probablemente cumpla con algunos criterios de clasificación en los cuales termine siendo presa y a la vez responsable de su diagnóstico.
Despatriarcalizar y descolonizar la salud mental invita a valorar los saberes locales, a formar comunidad para cuidarnos de manera colectiva. Implica también asumir la responsabilidad ética y política que tienen las instituciones y las personas que actúan en el área en el reconocimiento de las formas estructurales de la violencia para no terminar reproduciendo la cadena de revictimización que sostiene al sistema.
Es también habitar la incertidumbre y salirse del rol academicista de experta o experto sobre la vida de los demás, es salirse de la individualización y estar radicalmente presentes en la vida de las personas a quienes se acompaña.
Tejer comunidad ante la violencia patriarcal.
Desde el Espacio Juliana consideramos que los primeros pasos frente a la violencia estructural están en cuestionar colectivamente nuestros propios “patriarcones”, esos códigos que establecen las relaciones humanas, sean estas de pareja, laborales, familiares, dentro de una organización social o en la comunidad. Desde ese lugar común preguntarse ¿Cómo nos estamos relacionando?, ¿Desde dónde proponemos?, ¿Qué violencias sufrimos y que violencias ejercemos?, porque no estamos exentas de las formas heteropatriarcales en las cuales hemos sido y somos socializadas.
La organización de las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad es necesaria para impulsar esta toma de conciencia y el análisis de las mejores estrategias en función a transformar las estructuras.
Desafiar el orden establecido implica mucho debate, mucha conversación y sobre todo sostener la construcción de comunidades en las cuales no se reproduzca la violencia patriarcal, donde no existan lógicas jerárquicas y donde el poder no signifique el lugar donde se toman decisiones sin posibilidad de cuestionamientos.
Como colectivo asumimos que no tenemos “la clave” para la lucha contra la violencia patriarcal pero sí podemos afirmar que así como muchas otras mujeres, estamos en el intento de construir otra forma de vincularnos y otra forma de organización. De manera autogestiva desde el año 2019 estamos generando una comunidad de aprendizaje vinculada al construccionismo social y a las prácticas dialógicas, a la investigación social, a la realización de espacios de debate y cursos de formación feminista y a la comunicación contra hegemónica, desde una perspectiva feminista y descolonial.
[1] Teoría de conflictos de Johan Galtung. Percy Calderón Concha. Revista Paz y Conflictos. N°2. 2009.
[2] Feminismos diversos: el feminismo comunitario. Lorena Cabnal y ACSUR-Las Segovias. 2010. (pag.16)
[3] Referentes de los feminismos comunitarios de Bolivia y Guatemala y académicas como Rita Segato.
[4] Candela, Guillome (2018). Reflexiones de clérigos y frailes sobre las deportaciones indígenas en la conquista del Paraguay entre 1542 y 1575. Chungara revista de Antropología Chilena, 331-339.
[5] Equal Pay Day (Día de Pago Igual) ONU Mujeres – 2018.
[6] EPH – DGEEC 2019- Tríptico estadísticas con enfoque de género. Disponible en: DGEEC
[7] Potthast, Bárbara – “La mujer en la historia del Paraguay”, Historia del Paraguay, Editorial Taurus – Asunción – 2010
[8] Datos oficiales del INDERT. RENAF (Registro Nacional de la Agricultura Familiar) sobre 80.150 casos. 2018.-
-
Destacado
Peña deja la cumbre del G20 en ambulancia tras sentir dolor en el pecho
-
Lifestyle
“Bungee jumping training”: saltar para estar en forma
-
Política
Falleció el abogado José Fernando Casañas Levi
-
Agenda Cultural
Paraguay e Irlanda celebran el legado de Madame Lynch
-
Deportes
Preparan “fan fest” para hinchas que no tengan entradas para la Final de la Copa Sudamericana
-
Deportes
¡Olimpia aguanta con uno menos y conquista su estrella 47!
-
Política
En redes sociales despiden a Casañas Levi
-
Deportes
Paraguay debuta con una goleada en el Mundial C20