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¿A qué huele el pasado? La inteligencia artificial lo está descubriendo

Utilizando técnicas de deep learning e inteligencia artificial, un equipo interdisciplinar quiere rescatar los olores perdidos. Foto: Internet.
La peste hedía a romero. Se creía que esta hierba aromática permitía burlar a la enfermedad que asoló Europa en el siglo XIV. Trescientos años después, el poder empezó a oler a piña. La fruta tropical no se daba en Europa, así que si algún noble del viejo continente la tenía en su mesa era porque había podido traerla de las Américas en pocas semanas, aún fresca y aromática.
Los olores siempre han servido para diferenciar clases sociales. Antes de que los coches y las fábricas inundaran las calles de humos, las grandes urbes europeas olían a mierda. Los caballos recorrían las carreteras, el alcantarillado no funcionaba bien y apenas había baños públicos. La burguesía parisina paseaba entonces con pomanders, pequeñas esferas de orfebrería en las que se introducían hierbas y especias aromáticas. Eran frascos de colonia portátiles. Dejaban pequeñas estelas fragantes en un mar de miasma. Son unas pocas historias, pero hay muchas más. El pasado ha llegado hasta nosotros inodoro y aséptico, pero olía. La guerra olía a pólvora y sangre. La revolución apestaba a sudor. La fe aún se perfuma de incienso.

Fotograma de la película ‘El Perfume’, basada en la novela de Patrick Süskind. Foto: El País.
No sabemos esto de primera mano. Los olores son efímeros, pero las palabras no. Muchos han quedado registrados en los libros del pasado. Yacían aplastados por el peso de millones de palabras, pero ahora que estos textos han sido digitalizados hay una posibilidad real de identificarlos, clasificarlos y recuperarlos. Utilizando técnicas de deep learning e inteligencia artificial, un equipo interdisciplinar quiere rescatar los olores perdidos de Europa. Y las historias que los rodean.
Expertos de Países Bajos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Eslovenia se han unido para un proyecto al que la Unión Europea ha adjudicado 2,8 millones de euros. Se llama Odeuropa y arranca en enero de 2021. Durante tres años trabajará en la búsqueda, catalogación e incluso recreación de los olores que flotaron por el viejo continente entre los siglos XVI y XX. Un equipo multidisciplinar compuesto por ingenieros, químicos, historiadores y lingüistas está empezando a trabajar en ello.
La tecnología del futuro hará posible que conozcamos mejor nuestro pasado. Sara Tonelli, lingüista computacional en uno de los organismos participantes, la Fondazione Bruno Kessler (Trento, Italia), es consciente de esta paradoja temporal. Todo su trabajo se basa en ella. “La Unión Europea ha hecho un gran esfuerzo en los últimos años para digitalizar grandes cantidades de datos y hacerlos accesibles a los investigadores”, resalta en una entrevista por Zoom. “Y creo que hemos llegado al punto en el que podemos aprovechar estos materiales, sacarles partido e intentar extraer información valiosa”.

Fresco del siglo I A. C. de una mujer manipulando perfume en Pompeya.
Es lo que lleva tiempo haciendo desde su fundación. Filtrando toneladas de frases por una inteligencia artificial, buscando agujas de información en pajares de palabras. “Qué personas menciona un texto, qué lugares, qué acontecimientos o expresiones repite”, ejemplifica la científica. Normalmente, su campo de búsqueda se limita al italiano contemporáneo, periódicos y libros actuales. Pero para este proyecto, está teniendo que entrenar a su inteligencia artificial para que aprenda siete idiomas distintos y maneje un lenguaje que, desde el siglo XVII hasta la actualidad, ha evolucionado bastante. “Hemos tenido que mejorar nuestras herramientas porque estamos lidiando con un tipo de lenguaje, bueno, varios tipos de lenguajes, que han mutado, que han evolucionado a lo largo de los años”.
Tonelli cree que en esta mutación, el lenguaje se ha empobrecido. Que quizá en el pasado viviéramos en urbes más olorosas y tuviéramos más riqueza verbal para definir lo que asaltaba a nuestras narices. Pero no se atreve a asegurarlo. Será su herramienta la que, estudiando libros de viajes, novelas y manuales de medicina, llegue o no a esa conclusión. “No solo veremos si el vocabulario y la terminología respecto al olfato han cambiado”, explica, “queremos extraer los sentimientos para ver qué olores relacionamos con emociones positivas o negativas. Y si esto ha cambiado en el tiempo. También veremos si hay algunos eventos o escenarios que están más relacionados con la información olfativa. Por ejemplo, las ceremonias religiosas, la medicina, la Revolución Industrial…”
Bibliotecas y museos de toda Europa van a ceder sus palabras e imágenes para que distintos algoritmos las recorran en busca de olores. Tonelli y su equipo se encargarán de las palabras; su colega Peter Bell, de la Universidad de Erlangen-Nürnberg, hará lo propio con las imágenes. Una inteligencia artificial, supervisada por humanos, recorrerá los cuadros digitalizados buscando flores, comida o vapores. De esta forma se podrá estudiar la forma en que la fotografía y la pintura han retratado algo tan etéreo como el olor.
Tonelli destaca esta colaboración entre países y especialistas como el punto fuerte de Odeuropa. “Hemos participado en proyectos similares antes y hemos fracasado”, reconoce. “El hecho diferencial es que este es un proyecto interdisciplinar. Ahora la pregunta no viene formulada desde el sector tecnológico sino desde el histórico”.
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