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Editorial

La violencia contra la mujer

Silencio inexplicable del Ministerio de la Mujer ante la salvaje agresión de un hombre hacia una mujer. El hecho, registrado por una cámara de seguridad y rápidamente viralizado en las redes sociales, sacudió a la opinión pública esta semana. Silencio inexplicable de una de las instituciones del Estado responsable de velar por la seguridad y el bienestar de las mujeres en el país, la misma institución que poco tiempo antes se apresuró a manifestarse ante un episodio menor que, a su criterio, lesionaba a mujeres vinculadas al círculo de gobierno.

La escena de agresión, esta vez conocida porque ocurrió en la vía pública, es moneda corriente aunque casi siempre invisible. La mayoría de las situaciones de violencia ocurre intramuros, en el espacio íntimo, en el “hogar” que, de por sí, debería ser el ámbito de abrigo y protección. Normalmente no hay registros; las mujeres solo tienen la palabra -que muchas veces es puesta en duda por las autoridades policiales y/o judiciales- para denunciar tales actos o solo pueden exponer sus consecuencias cuando ya son demasiado evidentes, innegables, y han dañado el cuerpo. En muchísimos casos, cuando la violencia ha llegado al extremo, las evidencias ya son inútiles para reclamar justicia: solo sirven como detalle para ilustrar la crónica del feminicidio.

El círculo de la violencia contra la mujer, cuya manifestación máxima es el asesinato, comienza mucho antes. Empieza con la discriminación, la subalternidad, el acoso, la presión psicológica, la doble jornada laboral, el abuso sexual, entre otras cosas, para llegar a la trata y, finalmente, a la eliminación física. Cuando se dice que la violencia no tiene género se está ignorando toda esta realidad. Los testimonios de cientos de miles de mujeres que narran el miedo que sienten al salir a la calle, particularmente de noche, por el solo hecho de ser mujeres, ante la posibilidad de ser agredidas en diferentes maneras, solo pueden ser comprendidos a cabalidad por otras mujeres que han sentido lo mismo (regresar tarde del trabajo o de la facultad, especialmente en transporte público o a pie, puede ser una pesadilla). Ser mujer es vivir en situación de vulnerabilidad, condición esta que varía, desde luego, según las condiciones sociales que determinan que algunas resulten más expuestas que otras.

Se entiende por violencia contra la mujer “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada”, sostienen las Naciones Unidas en su Resolución Nº 48/104 del 20 de diciembre de 1993.

Es importante analizar los hechos violentos contra la mujer con perspectiva de género. Y con perspectiva de género hay que encarar el relato de tales hechos en los medios de comunicación. La crónica periodística de los crímenes, habitualmente desarrollada por varones y que se nutre de los partes policiales también realizados normalmente por hombres, no tiene en cuenta esta variable. Las palabras no son neutras, tampoco los giros semánticos utilizados al reportar las noticias. En el caso tan comentado al que aludíamos al principio, algunos titulares -los mismos que encabezaban el vídeo registrado por la cámara de seguridad que mostraba sin lugar a duda la criminal golpiza del hombre a la mujer- decían “presunto agresor”.  Se comprende entonces la necesidad de que los medios hagamos autocrítica y consideremos la importancia de incorporar en las redacciones la figura de la “editora de género”, como ya ocurre en Argentina, España, Estados Unidos, Francia o Alemania, para citar solo algunos países. En este sentido, hay que señalar la relevante labor de iniciativas ciudadanas que monitorean el tratamiento de la violencia de género en la prensa.  Nuestro tiempo, con mujeres conscientes de sus derechos y de los peligros que diariamente deben sortear para cumplir con sus obligaciones y expectativas, exigen una nueva manera de leer la realidad.

Volviendo al inicio, lo ocurrido esta semana, paradójicamente en el mismo “Día de la Mujer Paraguaya”, es una alerta más. Es necesario un cambio cultural, en todas las esferas de la sociedad, que permita analizar y comprender estas situaciones a la luz de un nuevo enfoque de derechos que proteja la integridad de las mujeres. Es necesario que el Estado, a través de sus diferentes instancias, cumpla con su deber de garantizar a todas las mujeres su seguridad, un derecho humano inclaudicable cuyo respeto debemos exigir.

 

DDWS

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